¿Qué tienen en común Se dice de Concha Piquer, Tutti Frutti de Little Richard, Macorina de Chavela Vargas, Yo no soy esa de Mari Trini, The last song de Elton John, Be Yourself de Frank Ocean, Maricón de Samantha Hudson o Gay Agenda de Shamir? Además de ser temazos, son auténticos himnos cargados de mensajes que celebran la diversidad y los derechos LGTBIQ+. Pero, sobre todo, han sido y son un espacio seguro para aquellos que han crecido, y crecen, sabiendo que no son como los demás, que les gustaba quien no les tenía que gustar, que la idea de masculinidad o de feminidad les oprime, o que ese género con el que insistían en identificarles no es el suyo.
En ¡Quiero ser libre! Artistas y canciones queer por la libertad y el respeto (Ma Non Troppo, 2024) encontramos todos estos himnos, y muchos más, en un recorrido cronológico y visual alrededor de la música como bandera multicolor y de combate contra la discriminación sexual. Aunque, eso sí, no hay que olvidar que el primer himno queer fue violeta: La canción violeta, con música de Micha Spoliansky y letra de Kurt Schwaback, nos traslada hasta el Berlín más cabaretero de los años 20 y el kilómetro cero de este libro. Y hablando de violeta, en España, la primera cantante y actriz que triunfó con La violetera, la canción de José Padilla, fue Raquel Meller, la artista española más internacional de la época y cuyo lesbianismo era un secreto a voces.
La periodista musical Núria Martorell y la ilustradora Francina Cortés, codirectoras del ciclo enCantados, son las encargadas de firmar esta obra que, además, es su debut en el mundo editorial. A lo largo de sus casi 200 páginas, exploran desde estos primeros cabarets de principios del siglo XX, pasando por el primer disco abiertamente gay de la historia Love is a drag de Gene Howard publicado en 1962, la importancia del primer Orgullo, la estigmatización con el sida en los 80 y 90 o la irrupción de la MTV hasta la actualidad a ritmo de pop, rock, reggaeton, punk, rap o trap. Una experiencia que se completa gracias a los códigos QR que amplían con vídeos y con una lista de Spotify que pone banda sonora, como no, a la lectura de Quiero ser libre.
Pero antes de empezar, Martorell aclara que, aunque se hable de "enciclopedia ilustrada" para definir el libro, es un concepto que evita porque "si le llama enciclopedia esperas encontrar todos los nombres, una cosa como muy exhaustiva, y no lo es, no tiene esa vocación". "Aunque puede parecerlo por la cantidad de datos y de información, le faltarían tomos", completa Cortés.
Martorell y Cortés se complementan las respuestas durante la conversación con infoLibre del mismo modo que se han complementado durante la elaboración de ¡Quiero ser libre! Tras un encargo de la propia editorial, la periodista se encargó de escribir las biografías de los músicos, agrupadas por décadas y que completó con "pinceladas" de historia, tanto del movimiento LGTBIQ+ como de información socioeconómica y política de esos años que "ayuda a contextualizar y a entender también cómo les dejaron vivir a estos artistas su disidencia sexual".
La ilustradora, por su parte, fue la encargada de poner el color y dar vida a veinte de estos protagonistas: desde la big mama del blues Ma Rainey, pasando por Liberace, Janis Joplin, Wendy Carlos o George Michael hasta Miguel Bosé. "Todo el mundo se sorprende pero dejé fuera a Freddy Mercury porque ya lo conoce todo el mundo y le di espacio a otros artistas menos conocidos", confiesa Cortés.
Del sufrimiento de Wendy Carlos a las canciones que abrigan de Shamir
Entre textos e ilustraciones, repasan algunos de los nombres más relevantes en el mundo de la música queer como Leonard Bernstein, Antonio Álava, Judi Garland, los Village People, Freddy Mercury, Lluís Llach, Madonna, Whitney Houston, Michael Stipe, Ricky Martin, Lil Nas X, Rodrigo Cuevas o Billie Eilish. "Todos tenemos que tener referentes, pero en el mundo LGTBIQ+ todavía es más importante, como puede serlo también en cualquier colectivo que se sienta vulnerado o especialmente señalado", reconoce Martorell. Para la periodista musical, su objetivo con el libro es resarcir en el libro a los artistas de "los años 20, 30 o 40" que no todo el mundo conoce.
Por ejemplo, a Wendy Carlos, un fetiche para los amantes de la música electrónica pero también una compositora transgénero pionera en usar sintetizadora y autotune. Es, además, la autora de las bandas sonoras de La naranja mecánica y El resplandor de Stanley Kubrick. "No se suele mencionar este personaje a nivel de lo que supuso y no se cuenta lo que sufrió por su cambio de sexo. Además, fue una pionera brutal y es desconocida para mucha gente", indica Martorell.
O el más actual Shamir Bailey que, con solo 29 años, rompe moldes en la música. "Fue el primero que dibujé. Para mí, fue la semilla de este proyecto", recuerda Cortés, aunque no lo conocía de nada pero "me apasionó nada más verlo": "Hay algo en él, entre niño y persona un poco un poco voluble estéticamente, que me parece una bomba". "A todo aquel que se ha sentido alguna vez excluido o sin rumbo, le recomendamos que se deje abrigar por sus canciones", explican ambas en el libro.
Así, a lo largo de este libro, se desvelan datos menos conocidos como que Liberace, el showman y pianista estadounidense de ascendencia polaca e italiana, adoptó a su amante como hijo para ocultar su amor. O la amistad más que cariñosa entre Edith Piaf y Marlene Dietrich. O que Antonio Álava sorteó en 1961 la censura franquista con Noche de Fallas, un pasodoble que podía leerse en clave gay. O que Diana Ross se convirtió en diosa para el colectivo gracias a I’m coming out, aunque inicialmente desconocía la historia detrás de la letra. O que George Michael con Freedom ‘90 fue un canto a a libertad sexual en la que se vislumbraba su homosexualidad reprimida en público y que tanto le mortificaba. O que Born this way de Lady Gaga, la primera canción con la palabra transgender en liderar las listas de éxitos a nivel mundial, es, para Elton John, el "himno gay que enterrará a todos los himnos gays".
Centrar el libro solo en la música, aunque las pinceladas sobre otros referentes queer en el cine, la literatura o el arte son una constante a lo largo de esta obra, fue fruto de las circunstancias. "Me encargaron el libro y cuando el editor hizo la primera revisión me dijo que no, que lo centrará sólo en la música. Soy periodista musical y agradecí cuando a la hora de encarar el libro ya se centró solo en la música", reconoce Martorell que apunta que "ojalá" se pueda hacer una segunda entrega o alguien tome su relevo y haga el mismo recorrido en otros ámbitos culturales.
La importancia de sacar a los referentes queer del armario
En todos estos ámbitos culturales, el debate siempre será el mismo y este libro no lo oculta y ya lo plantea en la primera página: "Imagina que eres artista, ¿te gustaría que valoraran tu música únicamente por tu orientación sexual?". Sin embargo, las autoras defienden la importancia de hablar de la vida privada de estos cantantes para erigirse en símbolos de un movimiento que se pasó años escondido dentro de armarios.
"La mayoría de veces, han sido obligados a permanecer en el armario durante muchos años. Las mismas discográficas les prohibía hablar de su orientación sexual, muchos lo pasaron fatal y se entregaron a las drogas y al alcohol porque era complicado vivir con esa doble personalidad", reconoce Martorell. Completa la respuesta Cortés: "La importancia está en el hecho de que gran parte de ellos lo han tenido que esconder. Y justamente lo que buscamos son esos ejemplos de personas que, de alguna manera, hablaban de esto. No es tanto el hecho de con quién se acueste o con quién haya estado, si no normalizarlo. Que haya ejemplos".
El debate sobre el queerbaiting
Y del secretismo con el que muchos viven su orientación sexual, el movimiento queer, sobre todo en la música, ha vivido desde principios de la década de 2010 un fenómeno complementamente opuesto: el queerbaiting. O, lo que es lo mismo, cómo servirse de la estética LGTBIQ+ para sacar rédito económico. Este fenómeno funciona como una especie de "cebo" que busca captar la atención, pero sin recoger sus demandas y sin pretender ser una representación real.
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En el libro, por ejemplo, se señala a Harry Styles. Mientras algunos quieren ver en su letra Medicine una confesión de su bisexualidad, algo que el ex integrante de One Direction nunca ha reconocido, otros le tacharon de generar confusión sobre su orientación por motivos meramente comerciales. Lo mismo que cuando se disfrazó de Dorothy, el personaje de El mago de Oz interpretado por todo un icono queer como es Judy Garland y que dio nombre a lo ‘amigos de Dorothy’, una contraseña durante los años 60 para miembros del colectivo para identificarse en medio de la represión que sufrieron los homosexuales en EEUU.
"Es un debate", reconoce Martorell sobre el queerbaiting que apunta que puede ser criticable desde el punto de vista de utilizar "una estética, una canción o una temática que en realidad es forzada" para "vender más". "Si hay un aprovechamiento, es la parte más deshonesta", sostiene Cortés.
No obstante, la periodista recuerda la segunda parte del título de su libro por la libertad y el respeto: "Un artista tiene la libertad de mostrarse como quiera y hay que respetar a precisamente cómo muestra su libertad". "Cuanto más se hable de ciertas temáticas, más se expande, más normaliza y, por lo tanto, aunque quizá no sea tan honesto, también aporta", concluye Cortés.
¿Qué tienen en común Se dice de Concha Piquer, Tutti Frutti de Little Richard, Macorina de Chavela Vargas, Yo no soy esa de Mari Trini, The last song de Elton John, Be Yourself de Frank Ocean, Maricón de Samantha Hudson o Gay Agenda de Shamir? Además de ser temazos, son auténticos himnos cargados de mensajes que celebran la diversidad y los derechos LGTBIQ+. Pero, sobre todo, han sido y son un espacio seguro para aquellos que han crecido, y crecen, sabiendo que no son como los demás, que les gustaba quien no les tenía que gustar, que la idea de masculinidad o de feminidad les oprime, o que ese género con el que insistían en identificarles no es el suyo.