Otoño para buenos paladares

El otoño ha traído una avalancha de poemarios que estaban esperando a que escamparan el confinamiento y las limitaciones añadidas. Uno de los ineludibles es el libro póstumo del Cervantes 2020 Francisco Brines, que el poeta de Elca fue madurando en sus últimos venticinco años, sin darlo por terminado, hasta que la muerte ha precipitado su publicación.

La más reciente antología de Andrés Trapiello también tiene algo de balance porque viene acompañada de vivencias que contextualizan su escritura y de reflexiones siempre sustanciosas. Otro clásico vivo, Miguel d´Ors, sigue dando muestras del oficio prodigioso que atesora.

Y también ha dado a la luz su más reciente poemario Karmelo C. Iribarren, un poeta que de pronto parece polémico solo porque vende más libros que otros, cuando lleva muchos años escribiendo una poesía personal y diferente sin que nadie hubiera dicho ni pío hasta la fecha.

 

Donde muere la muerte

Francisco Brines

Tusquets (2021)

Mi cuerpo, ya vencido / por la edad importuna, / se hace prado en el río, / atardecer suavísimo

Francisco Brines (Oliva, 1932-2021) estuvo 25 años madurando un puñado de poemas cuyo destino natural sería un libro, que nunca terminaba de parecerle completo. La muerte llegó antes. Ahora, el libro sale a la luz, póstumo, y se llama Donde muere la muerte. Los editores aclaran que Brines no pudo corregir las pruebas, por lo que han respetado los últimos manuscritos del poeta de Elca.

Aunque con distintos grados de acabado, el libro continúa las líneas habituales del que fue premio Cervantes 2020, sus temas de siempre y sobre todo aquella prosodia tan suya, tan minuciosa, casi táctil a veces. Así, compartimos con él las tardes contempladas con serena celebración, "con un ocio sabio y rutinario": "hoy se apaga la tarde / con lentitud, / se acerca hasta el vacío; / y el día que se acaba / ha sido muy hermoso".

Brines, que desde muy joven anticipó las andanzas de un hombre anciano por su casa de Elca, que anticipó incluso la ausencia de sí mismo en la casa, en este libro se afana en mantener vivo el pasado "para salvar la memoria que perdí". Habla de todo lo que sigue estando, sabedor de que así seguirá: "cuando yo estoy ausente de esta casa, / se suceden aquí los días para nadie, / los cantos sin fatiga de los pájaros, / la gloria de los soles descendidos / las nubes que se forman / para que el ojo humano las descifre / antes de su disipación".

Ya lo hizo en libros anteriores, pero ahora Brines insiste en regresar hasta la niñez y contrastarla con el presente en poemas intensos como el titulado El niño que contempló el mundo, subtitulado El último rezo. O, en otro momento del libro: "Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido en tus brazos, / un niño de pañales mira caer la luz, / sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo / que habrá de abandonarle. / Madre, devuélveme mi beso". El broche final es un hermoso poema, mitad consejo mitad testamento, que Brines dedica a sus dos hijos literarios, Carlos Marzal y Vicente Gallego, y que se titula El vaso quebrado.

 

La fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021)

Andrés Trapiello

Vandalia (2021)

No me importa, poema, quién te escriba, / ni cuándo ni en qué sitio / ni si no fuera yo

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953) es un escritor prolífico y distinto, autor de una obra extensa y variada en casi todos los géneros, lo que no le ha impedido preservar su condición de poeta. Y esto no es habitual en los prosistas, que suelen ser considerados poetas de ocasión o de capricho.

Trapiello lleva más de 25 capítulos de su diario novelado El salón de los pasos perdidos, y sin embargo está últimamente hurgando más atrás en su biografía, haciendo balance de su infancia y adolescencia. Lo hizo el año pasado con Madrid (Destino, 2020) y lo hace ahora con La fuente del Encanto (Vandalia) que es una antología poética aderezada con recuerdos, reflexiones y devociones: "El contexto puede arrojar sobre el poema una luz que le ayude a revelarse".

El resultado es un libro que contiene varios libros distintos, porque buena parte, sobre todo la primera mitad, es literatura autobiográfica que nos acerca a parajes y episodios castellanos y familiares; los poemas afloran como anécdotas secundarias de una narración absorbente ("lo mejor de la juventud es que va uno de asombro en asombro sin tener que avergonzarse de nada, pues todavía no ha tenido uno tiempo de llegar tarde a ninguna parte y los desencantos son sustituidos de inmediato por nuevos entusiasmos").

A medida que avanza el libro, decrece la narración y ganan en importancia las reflexiones y la mención a maestros como Machado, Unamuno y sobre todo Juan Ramón Jiménez, por quien Trapiello reconoce predilección. Los poemas aparecen menos aislados y son más numerosos y notables. Al final se arraciman y las aclaraciones contextualizadoras pierden espesura. Espero que ese cambio de ritmo no impida al lector disfrutar piezas como E.D., Mesa o Reflejo, por citar tan solo tres de las emblemáticas de un poeta que es ante todo poeta, aunque cultive con aplicación y provecho otros géneros. "Pasó la juventud. / Nos queda por vivir todo ese tiempo / que llaman plenitud. / Disponte a ser feliz. Va a ser muy duro".

Viaje de invierno

Miguel d'Ors

Renacimiento (2021)

Descubierto el engaño, lo que realmente añoras / no son las cumbres que recorriste de joven / sino la juventud que allí te acompañaba

Miguel d'Ors (Santiago de Compostela, 1946) sigue sacando a pasear su oficio en cada libro con un virtuosismo que consiste en disimular el virtuosismo, de acuerdo con la máxima de James Whistler ("solo el trabajo borra las huellas del trabajo"). Hay un poema de Viaje de invierno que es ejemplar en este propósito; se llama Tarde con Irene y consigue distraernos con lo que parece un juego de fantasías con la nieta, hasta que nos saca a nosotros y a ella de nuestro arrobo: "¿Tonterías, Irene? Te prometo / que lo que aquí hemos hecho es un soneto".

En varios de los sesenta poemas que componen el libro introduce pistas de su taller, empezando por la cita inicial de Lope de Vega ("oscuro el borrador y el verso claro") y culminando en el poema Trazabilidad, que termina con estos versos: "después de todo esto está el poeta / ya viejo ―yo― que esta mañana, en Poyo, / recuerda y va esbozando, tachando, corrigiendo, / mintiendo un poco a veces / para que cada verso suyo diga / algo más verdadero que la simple verdad".

Tan importante como el dominio de la herramienta, siendo herramienta también, está el personaje que nos habla en los versos, que como siempre sucede, es (pero no es) el poeta: un cascarrabias con la ironía afilada que disfruta en el límite de la incorrección política, como cuando alaba el estimulante gorgorito de un pájaro ("¡cómo cantaba el maricón del mirlo!") o elogia en Tallas grandes a las lanzadoras de peso escandinavas.

D'Ors no pierde de vista sus constantes, pero aún es capaz de profundizar en la emoción de sus abuelos (El lobo de Quireza) o añadir a su antología otro poema de amor (Guijarro de la playa de los muertos). Además, sigue lamentando lo que dejó de hacer, la edad que va siempre por delante de la vida o su fracaso literario (con cierta sobreactuación, todo hay que decirlo). En definitiva, siendo muchos poemas sesenta, hay los bastantes como para disfrutar, y mucho, de poesía verdadera.

El escenario

Karmelo C. Iribarren

Visor (2021)

Muy pronto / me defraudó / la esperanza. // Y eso / que apenas / esperé nada

Ni sus detractores pueden objetarle a Karmelo C. Iribarren (Donosti, 1959) que es un poeta diferente, que no se parece a nadie más que a sí mismo. En los últimos años le han salido imitadores que no alcanzan a imitarle del todo porque lo que escribe Iribarren parece fácil, pero es muy complicado. Escribir breve, en versos cortados, requiere controlar bien los tiempos y aportar la dosis justa de ironía para que surja el fogonazo. Es tan difícil que a veces ni el propio Iribarren lo consigue.

Además, la guinda la pone el personaje, ese paseante descreído que camina bajo la lluvia de Donosti, que es el mismo y sin embargo no es el mismo que habla en los poemas: "Mi poesía / y yo / nos parecemos tanto / que hay gente que nos confunde".

Últimamente, con la facilidad para publicar que le ha granjeado el éxito, Iribarren saca un libro al año. El recién aparecido se llama El escenario, que viene siendo la misma ciudad, la misma lluvia, y no obstante da cabida a nuevos matices de tiempo, del atmosférico y del que corre sin que nadie sepa cómo atajarlo. Poemas como Desde mi ventana o La sabiduría, por citar solo dos, han venido para quedarse entre los mejores del autor.

Un temblorcillo al entrar

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Desde su aparente escepticismo, Iribarren lamenta que a su pasado empiecen a faltarle referencias: "Me acerco a un mundo / en el que mis recuerdos / no van a tener donde ocurrir". Los bares son el último reducto, el amparo de los solitarios, pero hay calles sin bares, su propio bar es una sombra de lo que fue, su madre unos días le reconoce y otros no... Solo la parsimonia y la observación de la naturaleza, por ejemplo de las hojas caídas, amortiguan la velocidad con la que su historia camina hacia el crepúsculo: "El mundo está parpadeando / como una bombilla vieja de desván / a punto de extinguirse".

Aparte está el amor del sentimental que intenta hacerse el duro en poemas como Los amantes infinitos, otro que destacaría. A los seguidores de Iribarren y a los que se acerquen a leerlo sin prejuicios no les defraudará.

Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es La hora más peligrosa del día (La Siesta del Lobo, 2021). Estas reseñas y otras más de poesía pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.

El otoño ha traído una avalancha de poemarios que estaban esperando a que escamparan el confinamiento y las limitaciones añadidas. Uno de los ineludibles es el libro póstumo del Cervantes 2020 Francisco Brines, que el poeta de Elca fue madurando en sus últimos venticinco años, sin darlo por terminado, hasta que la muerte ha precipitado su publicación.

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