Inexorablemente el ser humano ha ido marcando su existencia con pérdidas. Desde aquella tan lejana del paraíso, pasando por la instauración del monoteísmo en contra de la idea más democrática del politeísmo, o el descalabro que supuso para los románticos la pérdida de los ideales de la Revolución francesa, por poner algunos ejemplos, hasta la pérdida de las colonias o la de las guerras (también para el que las gana) y las identidades de los países. En definitiva, vamos siendo más pérdida que hallazgo, o, al menos, somos seres que evidencian su paso por la vida acusando mucho más lo que se pierde que aquello que, a duras penas, vamos hallando.
Pero hemos llegado a un punto en el que podemos decir que somos capaces de institucionalizar la pérdida, en una suerte de necesaria actitud para consolidar la idea de que el ser humano avanza gracias a ella, prospera a favor de ir dejando lastre. Perdemos la ilusión, la fuerza, la capacidad de ser frente a la de estar, perdemos lo que queremos y lo que admiramos, aquello que deseábamos y hemos conseguido, perdemos el mito que ha sostenido nuestras grandezas, o el optimismo que es, como todo el mundo sabe, el motor de la vida. Perdemos aquello que soñamos con el simple hecho de despertar, o la identidad con el juego, paradójicamente, de las fronteras. Estamos, por tanto, ante posesiones efímeras de las cosas, e incluso ante verdades que suponíamos imprescindibles y que no son más que pérdida. Y, sin embargo, seguimos teniendo la capacidad de hallar para perder.
En este sentido, dos libros que hablan de esta curiosa naturaleza del ser desde perspectivas muy similares y en ámbitos muy parecidos. El primero, M Train, de Patti Smith, publicado recientemente por Lumen. El segundo, América, de Manuel Vilas, editado por Círculo de tiza. Ambos asumen esta perspectiva de la pérdida para enmarcar el mundo que nos rodea, para desacralizar elementos que suponemos imprescindibles y, por encima de todo, desmarcarse de la idea de que poseer es poseer siempre.
En el libro de Patti Smith el recurso salta a la vista desde la primera página: “No es fácil escribir sobre nada”, una nada contestataria que nos va diciendo que todo lo acumulado, con el paso irremediable de la madurez va quedando en vacío, en agónica nada. La perspectiva del que vive, sin duda, se transforma cuando llega a entender que la historia, desde el punto de vista diacrónico, ha ido desechando estructuras que se creían fundamentales, a favor de otras que, por suerte de la conciencia humana (en pro de su supervivencia, quiero decir), se sabían tan fundamentales o más que las anteriores. Pero también lo sincrónico de nuestro comportamiento ha ido olvidando libros, canciones o manifiestos que suponían verdaderos pilares de nuestra educación. En esta “nada” de Patti Smith se encuentra la “nada” del mundo, mi propia y tu propia nada, querido lector, acariciada por la acumulación de hallazgos que han caído en la más absoluta pérdida. Pero también las cafeterías, los amigos, las creencias, mucho más que los objetos, nuestros valores artísticos, el amor, quedan sepultados en algo tan contradictorio como unas memorias. Alguien puede decir "Si hay memoria no hay pérdida". La memoria, en cambio, evidencia que hemos perdido lo perdido. M Train es la prueba irrefutable de lo dicho hasta ahora.
Portada de América, de Manuel Vilas.
El libro de Manuel Vilas transita por territorios muy parecidos, no solo porque USA sea el espacio en el que se defienden los dos, sino porque plantea la evolución del mito desde el punto de vista del mitificador. Y lo plantea con la ironía propia del autor, pero también con la dureza que marca la pérdida. Porque, en buena parte de las crónicas que lo forman, mantiene este concepto como indisoluble de los asuntos que, de manera protagonista, van pasando por sus páginas.
El dolor no solo es frecuentado desde el recuerdo de sus propios mitos, sino también desde lo perdido como conciencia de una identidad, de una naturaleza que el ser humano ha defendido en todo lo largo y ancho de su existencia: pertenecer a algo y a alguien. Es este sentido de pertenencia el que también se cuestiona; y, desde la pérdida, el vértigo que supone encontrarse sin identidad como naturaleza necesaria. Lou Reed, Whalt Whitman, Poe, Jimi Hendrix o David Bowie son iconos que, de una manera u otra, han marcado nuestras vidas, pero también son el pilar donde sostener el edificio de nuestra identidad. Ellos han desaparecido y, como quiere hacernos entender Vilas, con ellos vamos desapareciendo también.
Quizá sea que en esta maquinaria humana la única recompensa capaz esté servida en el recipiente de lo perdido y que, por humanos, tengamos que someternos a la dictadura de esta naturaleza sin quejas ni enfados. “Me vacié y empecé de nuevo”, dice Patti Smith. “Todos olvidamos cosas en el tiempo de nuestras vidas”, dice Vilas. La razón de la pérdida puede ser la razón de nuestra evolución como sociedad; porque, al fin y al cabo, la sociedad está formada por individuos perfectamente diseñados para perder.
Curiosamente saltan a mi escritorio unos versos de Alfred Tennyson, poeta representativo de un tremendo sentimiento de pérdida, que dicen: "Aunque mucho se nos fue, mucho nos queda;/ y aunque no tengamos la fuerza que antaño/ movía tierra y cielo, somos esto que somos;/ un igual coraje de corazones heróicos/ que debilitó el tiempo y el destino, mas fuertes en querer/ luchar, hallar, buscar y no rendirnos". A veces, el tiempo que nos separa de nuestros mitos es lo menos importante.
*Javier Lorenzo es poeta.Javier Lorenzo
Inexorablemente el ser humano ha ido marcando su existencia con pérdidas. Desde aquella tan lejana del paraíso, pasando por la instauración del monoteísmo en contra de la idea más democrática del politeísmo, o el descalabro que supuso para los románticos la pérdida de los ideales de la Revolución francesa, por poner algunos ejemplos, hasta la pérdida de las colonias o la de las guerras (también para el que las gana) y las identidades de los países. En definitiva, vamos siendo más pérdida que hallazgo, o, al menos, somos seres que evidencian su paso por la vida acusando mucho más lo que se pierde que aquello que, a duras penas, vamos hallando.