Fiume
Fernando Clemot
Pre-Textos
Valencia
2021
El autor de esta novela es uno de esos escritores a los que se les ha prestado menos atención de la que merece. En su caso, no ha debido de ser por culpa del patriarcado, convertido a menudo en el perejil de todas las salsas mal ligadas por la pereza, el desconocimiento, el oportunismo y el afán de medro, resultado de las explicaciones simplistas, en suma. Clemot tiene ya en su haber, además de tres libros de cuentos y dos novelas notables, un ensayo sobre el arte del relato. Asimismo, codirige la revista Quimera y es profesor de la Escuela de Escritores de Madrid y de la del Ateneo de Barcelona, quizá las dos más prestigiosas.
Todo cuanto aconteció en Fiume, su nueva novela, es revivido por el narrador protagonista en un presente narrativo de movimiento pendular que remite, alternativamente, a 1919 y a 1949, durante un viaje que emprende por Italia el periodista norteamericano Tristam Vedder (llamado Duckie por sus amigos), y su familia, junto a su esposa Cynthia, su hija y su yerno, Laura y Nathan, para visitar la tumba de Ben, el hijo muerto cerca de Ferrara durante los últimos días de abril de 1945. Así pues, el regreso de Veddder a Italia, treinta años después, pone en marcha la maquinaria de los recuerdos, los días de 1919 que pasó en aquella ratonera que fue Fiume (hoy, Rijeka, tras ser restituida a Yugoslavia en 1920), como corresponsal del New York Tribune, con la intención de entrevistar a diversos personajes europeos notables, cuando el ambicioso escritor y hombre de acción Gabriele D'Annunzio y sus dos mil fanáticos seguidores ocuparon la ciudad de la costa croata para formar un Estado propio, adherido a Italia, el llamado Estado Libre de Fiume. Los arditi que seguían ciegamente al líder fueron una fuerza de choque que gustaba de disfrazarse con camisas negras y botas pulidas, pero también solía llevar el pecho semidescubierto, largas barbas y melenas, así como lucir un puñal en el cinto y cantar encendidas melodías patrióticas. Fiume es, pues, la “ciudad mártir” que había que liberar, pues D'Annunzio “soñaba con una ciudad convertida en la patria del arte, de todo lo nuevo, de los jóvenes” (p. 185). Esta estrambótica peripecia podemos considerarla como la primera mecha que arde, un anticipo de lo que será el fascismo y de las futuras carnicerías que asolarán Europa en las tres décadas siguientes. También dedica Clemot un capítulo a lo ocurrido en el Somme, en 1916, cuando Vedder fue corresponsal de guerra y por donde transitaron Valle-Inclán y Salvador de Madariaga, entre otros españoles.
La novela se compone de nueve capítulos, cuyos títulos resultan significativos, pues anuncian su contenido, bien sea de forma simbólica, bien referencial. Y en cuanto a Vedder, no es solo el narrador protagonista, sino también testigo de los hechos, aunque a veces se valga de la tercera persona. No en vano, su nuevo viaje a Italia propiciará que afloren viejos recuerdos, tanto personales como políticos y profesionales (“la memoria [...] siempre es agria y dolorosa”, p. 48). Entre ellos, la gran tensión que se masca con su familia, cuyas causas iremos sabiendo a lo largo del relato, con el distanciamiento inevitable del matrimonio (el adulterio de su mujer con Budy Gadamer), la mala relación con su hija, ahora embarazada, y el desprecio que le muestra a su yerno, un agente de seguros. Asistimos, en definitiva, al ocaso de las vidas de Vedder y Cynthia, sin que falte la autocrítica del protagonista (“No me reconozco, Mary, no conozco a este viejo cínico y desangelado en que me he convertido [...] Solo arrastro odio y resentimiento”, p. 180). Se narra, por tanto, la historia de una familia fracturada, a la vez que la trayectoria personal y profesional de Vedder, junto con la rememoración de los amores que mantuvo en Fiume con Sarah Celles, cuya confesión debe verse (p. 211), y en los Estados Unidos, con Mary, interlocutora del protagonista que lo espolea desde el presente narrativo para que le cuente su historia. Como trasfondo de los trágicos avatares de Fiume, aparece Carmine De Carolis, el matón al servicio de D'Annunzio a quien todos temen, tal y como le confiesa Sarah, a quien ella debe entregarse para que no acaben con Vedder, un amor que al fin y a la postre les traerá graves consecuencias. Tanto Sarah como Laura, la hija del protagonista, sufren, de hecho, la violencia machista, pero no daré más detalles para no destripar (eviten esa tontería de los spoiler) ese aspecto de la trama de la novela.
Así las cosas, la novela tiene otros componentes atractivos, tales como la exaltación de los pinos de Roma, que relaciona con la sinfonía de Ottorino Respighi, en los inicios de la narración; los retratos de D'Annunzio o de otros personajes; las notas y cartas amenazantes que recibe el protagonista, o bien sus diversas reflexiones sobre el fanatismo, la crueldad o el odio, todo lo cual aumenta las tensiones de los sucesos referidos. No en balde, tras la entrevista con el escritor, este lo invita a que abandone la ciudad. Y luego, Orsino, camarero en el café del Corso, también le aconseja que se vaya, pues alguien importante anda molesto por sus amores con Sarah. Y habrá incluso una tercera advertencia y una cuarta.
Por lo que se refiere a D'Annunzio, se trata de un personaje carismático, exhibicionista e histriónico, amén de trepador y visionario; donjuanesco y aficionado al consumo de la cocaína, que representa, además, la embriaguez de lo moderno, la fascinación por la velocidad, el futurismo, anticipándose a lo que más tarde desembocaría en la llamada cultura de masas. Así, el narrador recuerda que D'Annunzio continúa una tradición de figuras como Mozart, Goethe, Napoleón, Byron, Rimbaud, Oscar Wilde, Picasso o Churchill. En suma, un activista letraherido que aspira a ser un caudillo redentor. También me han llamado la atención los retratos que traza de Keller, jefe de la Legión de Fiume, y de Mussolini, quien aunque apenas aparece, resulta una referencia inexcusable. Recuérdese en este sentido que cuando llegan las elecciones, D'Annunzio pide el voto para Mussolini.
Durante gran parte de la novela, en el transcurso de su segundo viaje a Italia, e incluso antes, en su casa de Nueva York y en la redacción de la revista, va recibiendo unas notas inquietantes que le advierten sobre el peligro que corre, pues el sanguinario De Carolis, a quien creía muerto hace treinta años, parece seguir vivo, y cuyo misterio se aclara en las páginas finales de la novela. También considero un acierto que el narrador protagonista nos revele cómo cayó en el fanatismo de tantos charlatanes violentos, deslumbrándose con el fascismo y acabando, él mismo, preso en las redes del Partido Nazi Americano entre 1932 y 1934, debido en parte a las secuelas que trajo consigo la guerra.
La novela se articula mediante la confrontación de presente y pasado, de lo individual y lo familiar, a través de la relación con su mujer y con sus amantes, “el último beso sincero” que se dan, enlaza con la relación con Sarah en 1919, cuestionándose las ideas políticas recibidas. Al fin y a la postre, si Vedder consigue sobrevivir a la locura de Fiume, su amante no tiene tanta suerte y su hijo cae en los últimos momentos de la guerra, luchando al lado de las tropas aliadas, a finales de abril de 1945. Sea como fuere, los dos viajes a Italia, en 1919 y 1949, solo le traen al protagonista “rabia y dolor”. Fiume trata del pasado, pero durante la lectura no he podido dejar de pensar en el presente, en el fanatismo, la intolerancia y el racismo que a menudo aflora entre la sociedad española. No me gustaría acabar sin recordar, aunque sea de manera somera, la importante presencia de D'Annunzio en España, en los modernistas españoles, con Valle-Inclán a la cabeza, el modelo que supuso para Giménez Caballero, lo más parecido que hemos tenido al italiano, y la traducción que hizo Ángel Crespo de El placer (Ediciones B, Barcelona, 1990), así como la tesis doctoral de María del Pilar Pueyo Casasus, D'Annunzio y España: estudio sobre decadentismo y modernismo, Universidad Complutense, Madrid, 1993. Además, en el pasado año se estrenó la película El poeta y el espía, de Gianluca Jodice, sobre la estancia de D'Annunzio en Roma entre 1936-1938, y el temor de Mussolini de que el atrabiliario escritor le fastidiara su relación con Hitler.
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Fernando Valls es crítico literario y profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.Fernando Valls
Fiume