José María Merino presentó el pasado 14 de junio El raro vicio de escribir la vida, del crítico y escritor Manuel Rico. infoLibre publica ahora el texto de aquella presentación.
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Tras la sabrosa lectura de este libro he reflexionado sobre lo que pudiéramos denominar La ficción de la verdad o La verdad de la ficción. La ficción fue la primera sabiduría de la especie humana, una manera de descifrar la realidad desde la perspectiva simbólica, aspecto en el que se ha profundizado poco, a mi juicio porque tiene demasiados elementos implicados, empezando por los propios dioses… Pero la ficción ha ordenado de un modo incomparable el tiempo, los escenarios, las atmósferas, las conductas, los sentimientos…
Este libro de Manuel Rico, más que unas memorias, más que una crónica, más que un análisis sutil de muchos aspectos, ofrece, como la ficción, lo que pudiéramos calificar de “construcción literaria de la verdad”. Se trata de textos del autor de distintas épocas —entre 2007 y 2017— que conforman lo que él mismo en el prólogo denomina un “libro poliédrico”.
La estructura es en cierto modo novelesca en su desarrollo: 1º “Vida”, 2º “Taller”, 3º “Memoria heredada”, 4º “Itinerarios”, 5º “Barrio”, 6º “Cine, cine, cine” y 7º “La letra de los otros”, y los elementos titulares que conforman cada parte van apareciendo y entrelazándose a lo largo del libro, donde a veces nos encontramos algún poema, y recurrentes fotografías del propio autor que ilustran los temas tratados.
En un momento, nos dice Manuel Rico: “Vivir… el mundo literario no deja de ser una oportunidad para acumular experiencias de toda naturaleza, en muchas ocasiones contradictorias”.
En “Vida”, a partir de una alusión a un artículo de Javier Marías titulado “disfrazados de mayores”, conoceremos las primeras referencias escolares y universitarias del autor, con cita de determinados escritores de su interés —Josefina Aldecoa, Manuel Longares, Ignacio Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Vázquez Montalbán, Antonio Ferres, Jesús López Pacheco…— que marcan ya desde el principio lo que el libro tiene de impregnación literaria; pero enseguida conoceremos su refugio en Gargantilla del Lozoya, su relación con el mundo natural y con la poesía –a través de los nombres de poetas como Diego Jesús Jiménez—. La referencia a su cumpleaños –se denomina “hijo literario del otoño”— y una evocación de ciertos objetos que su hijo guardaba en su dormitorio, darán paso al recuerdo emotivo de una tormenta y a la evocación de Marilyn Monroe, Chavela Vargas, Eladio Cabañero, Esther Tusquets, Gil de Biedma, Juan García Hortelano…
En “Taller”, conoceremos más de cerca lugares familiares del autor. Un encuentro con adultos en un centro de Entrevías le permitirá recordarnos a Carmen Martín Gaite, a Blas de Otero, a Dulce Chacón, a Armando López Salinas, a Antonio Ferres, a Luis Martín Santos, y las estribaciones de la Sierra Norte, o los parajes ocultos y poco conocidos de Madrid, recordando La mujer muerta, título también de una de sus novelas, antes de conocer sus innumerables lecturas de manuscritos de narrativa, poesía y ensayo —como consecuencia de dirigir la colección de poesía de Bartleby— y de asistir a la aparición de su primer libro de poemas en 1980, Poco importa con las alondras, que se publicó en Endymion y, en 1989, de su primera novela Mar de Octubre, que se publicó en Fundamentos. En esa parte del libro nos recuerda el Café Gijón, el periódico Mundo Obrero, su relación con el Partido Comunista y los tranvías, que el ayuntamiento franquista acabó eliminando de Madrid. Rememora su tercera novela, El lento adiós de los tranvías, y nos habla de un cuento que terminó en novela y que arranca con un escritor que regresa a los parajes del Mar Menor, donde el personaje vivió su adolescencia. Tras una evocación de Edward Hopper, el “Taller” concluye en los espacios naturales de Zaorejas, en el parque natural del Alto Tajo, después de recordar a los escritores Antonio Hernández y Antonio Carvajal, y junto a la evocación de la tradicional máquina de escribir.
“Memoria heredada” se titula el tercer apartado, en el que se entrelazan los parajes olvidados y la llamada “memoria histórica”, en este caso calificada de desmemoria por el propio Rico. Desde su refugio en Gargantilla de Lozoya alude a la línea del ferrocarril Madrid-Burgos, construida por un grupo de trabajadores forzosos, republicanos castigados por el régimen franquista. En Bustarviejo alude a los barracones en que se hacinaban los condenados, uno de los desmanes de la Guerra Civil —a los que él se referirá en su novela Trenes en la niebla— y a los recuerdos borrados, entre ellos las huellas del destacamento penal donde vivieron los presos que construyeron el embalse de Riosequillo entre 1945 y 1958. De toda esta explotación de seres humanos en miserables condiciones no queda ni una sola imagen, lo que contrasta con las muchas que nos dejaron los nazis de los campos de exterminio, por ejemplo de Auschwitz.
“Itinerarios” conforma la cuarta parte, con rememoraciones del autor de muchos lugares que ha ido conociendo en sus viajes: de Calaceite, pueblo en que residió sorprendentemente José Donoso durante un tiempo, a Sidney, en Australia, pasando por Soria, Chicago, Córdoba, Delhi, Canfranc, la sierra de la Tejera Negra, el Moncayo, Colliure o Berlanga de Duero… La rememoración de ciertos parajes, como Delhi y la vida de los marginados o el recorrido por calles, plazas y zoológicos australianos, la foto de una dama de blanco en la mezquita cordobesa, la denuncia de estaciones y antiguas factorías abandonadas, van tejiendo una atractiva urdimbre de reflexiones, cierta geografía sentimental, y, al hilo de todo ello, evoca escritores acompañantes o leídos, y artistas plásticos: de Arnold Hauser y Pepe Noriega a Antonio Colinas, Amalia Iglesias, Juan Gelman, Julio Cortázar, Georges Simenon, Manuel Vilas…
En “Barrio” el narrador regresa a un espacio urbano que conoce bien. La inicial referencia a las papelerías y su abundancia de contenidos nos devuelve impresiones infantiles, y la UVA —Unidad Vecinal de Absorción— de Hortaleza nos presenta tiempos vividos y el escenario de varias de sus novelas —Los filos de la noche, Una mirada oblicua, El lento adiós de los tranvías— con la memoria de cines desaparecidos, viejas arquitecturas, rascacielos vacíos —el edificio Philips, el Edificio España, el hotel Crowne…—. Y las tiendas cerradas nos llevan al recuerdo del nacimiento de ciertas calles, como Bravo Murillo, Conde Peñalver, López de Hoyos… con evocaciones de lo que el autor titula “polígono industrial en tarde de domingo”, en las que leeremos referencias a Canillejas, Ciudad Lineal, San Blas, Las Mercedes, Méndez Álvaro, vinculando tales espacios a Günter Grass, Kafka, Ignacio Aldecoa, García Hortelano, Ángel González, Celaya o Blas de Otero, sin que falte algún poema, y su “memoria de Malasaña en los años 80” nos llevará a un “tiempo duro, atravesado por el miedo” en la “movida madrileña” y al tiempo en que él era diputado autonómico comunista en la Asamblea de Madrid. Hay recuerdos de bibliotecas, de la suciedad urbana de espacios deteriorados, de talleres de escritura, de lo que él llama “geografía sentimental” y “literatura en el barrio”, con evocaciones de textos de Clara Sánchez y de nombres como los de Ángela Figuera o Paca Aguirre…
“Cine, cine, cine” nos muestra lo que el propio Manuel Rico reconoce ser “uno de los elementos cruciales de mi formación cultural y sentimental”. Evoca, para empezar, la película Hace mucho que te quiero, de Philippe Claudel, que le hace citar una vez más a E., mujer evocada con segura y cálida cercanía a lo largo de todo el libro. Los años 50 y 60 mantenían el cine común y su mundo mágico. Los mitos de Hollywood —de Doris Day a John Wayne—, los western, las películas de romanos… Claudia Cardinale, Gina Lollobrigida, Sofía Loren, nos llevarán a lo que él califica de “conciencia de rebeldía” en España: Bienvenido míster Marshall, Muerte de un ciclista, Calle Mayor, Nueve cartas a Berta, al cine francés —Los 400 golpes de Truffaut— y a los cine-clubs. El autor evoca la librería Muga, en Vallecas, una tarde del Día del Libro, y una charla sobre Bardem, Berlanga, Basilio Martín Patino, Saura, Mario Camus… y concluye esta parte del libro recordando la aventura de Moncayo Films, una empresa zaragozana que entre 1962 y 1987 produjo documentales y algunos largometrajes
“La letra de los otros” cierra el libro con recuerdos personales y literarios de Soria, con un encuentro en 2009 con Juan Gelman en Frankfurt y con ciertas miradas sobre poesía española contemporánea; la evocación de Elfriede Jelinek, Nobel en 2004, y de Hans Lebert, autor de La piel del lobo. que interesó mucho al autor; de un viaje a Asturias y Galicia, y el recuerdo de la poesía y de la muerte de Blas de Otero; de su lectura de El caballo de cartón, de Abel Hernández, una evocación de los pueblos desaparecidos en Soria; de su reencuentro literario con Enrique de Mesa (1878-1929), escritor “de la retaguardia de la generación del 98”; de Herta Müller y su relato de los campos construidos en Rumania por los comunistas para encerrar a los sospechosos de haber colaborado con el nazismo… Este multifacético panorama literario y social se cierra con una evocación de las chaquetas de pana como muestra de la actitud progresista en aquellos años, con citas de unos cuantos poetas, entre ellos Adolfo García Ortega, Fanny Rubio, Clara Janés y Leopoldo María Panero, con dos poemas de José Antonio Labordeta y con una evocación de las bicicletas a la luz de un libro de Antón Castro…
El raro vicio de escribir la vida es, en fin, una excelente “recapitulación” personal, cargada de convincente rigor y con una cuidadosa elaboración literaria, lo que le da, como señalé al principio, un atractivo y grato aire de ficción novelesca.
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Madrid, 14 de junio de 2021
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José María Merino es escritor y académico de la RAE. Su último libro es Noticias del Antropoceno (Alfaguara, 2021.
José María Merino presentó el pasado 14 de junio El raro vicio de escribir la vida, del crítico y escritor Manuel Rico. infoLibre publica ahora el texto de aquella presentación.