El viaje iniciático de Antonio Lucas al Gran Sol
Buena mar
Antonio Lucas
Alfaguara
Madrid
2021
Esta es la primera novela de Antonio Lucas, poeta y periodista del diario El Mundo, con un nombre ya consolidado. El origen se encuentra en unos reportajes que su periódico le encargó en el verano del 2018 sobre los pescadores españoles que faenaban en el Gran Sol. Los lectores contamos con una importante tradición de novelas marineras (Melville, Conrad, London, Salgari, Baroja, Hemingway...) y, más en concreto, con al menos dos antecedentes conocidos: Gran Sol (1957), de Ignacio Aldecoa, con la que obtuvo el Premio de la Crítica; y un reportaje de Manuel Rivas, Esclavos del Gran Sol, con fotos de Ricky Dávila, publicado en El País Semanal, y que luego recogió en su libro El periodismo es un cuento (1997). Casi dos décadas después de este último relato, merecía la pena que alguien repitiera la experiencia y la contara a su manera.
Antonio Lucas ha confesado, en algunas de las entrevistas concedidas, que tras la escritura del reportaje se percató de que no había podido recoger, pues el género no lo permitía, los componentes emotivos de la historia, los sentimientos que le habían producido, para limitarse a ser un testigo objetivo. Así pues, la novela le proporciona ahora la posibilidad de contar de manera más libre, tal y como permite la ficción, pues se vale de las estrategias y la retórica propias de lo literario. Además, la narración lo empujaría, incluso lo obligaría a ello, a la creación de un personaje, Mauro, de una voz, que siendo en parte la del autor, no tenía que ser estrictamente la suya propia. El resultado es que tenemos la impresión de estar leyendo una historia vivida con intensidad, que en algunos momentos consigue emocionarnos. Sabemos, además, que se compuso a posteriori, valiéndose de la memoria y de las pocas notas que tomó durante el viaje.
Buena mar consta de 42 breves e intensos capítulos y de una sucinta Carta náutica final, en los que van alternándose jornada a jornada la tranquilidad y el malestar, el entusiasmo y el miedo. En ellas, el tiempo no solo transcurre con lentitud, sino también con otro ritmo, de otra manera, con el propio de los horarios establecidos, pautados.
Mauro se embarca en Castletownbere, un pequeño puerto situado en la costa del sureste de Irlanda, en un barco gallego de arrastre, el Carrumeiro, cuya tripulación está compuesta por once marineros —cinco gallegos y seis africanos, cuatro de ellos musulmanes, que mantienen relaciones distantes— con los que convivirá unas tres semanas pescando al oeste de las islas británicas, en el Gran Sol. Tiempo suficiente para darse cuenta de su enorme bondad y generosidad, de que hasta entonces no había conocido seres tan auténticos y complejos. En la narración, a pesar de sus diferencias, se pone de manifiesto la importancia que tiene el grupo humano.
La novela relata un viaje físico que lleva aparejada una reflexión sobre la recién concluida relación sentimental del protagonista, pues su mujer lo ha abandonado tras seis años de matrimonio, y sobre las dudas que le genera su condición de periodista. Así, confiesa: "no soy lo que quise, y lo que tengo lo estoy perdiendo" (página 83). Cumplida la experiencia, sobrevive a la peligrosa travesía marítima, y aun cuando el final del relato sea abierto, no parece conseguir superar la crisis sentimental, y nada puede aventurarse sobre la profesional, aunque cuando regresa si bien no ha logrado solventar sus dudas, sí ha podido, al menos, aclararse.
Se trata, en cierta forma, de un viaje iniciático en el que el protagonista pasa frío, hambre y miedo, pero en donde se da cuenta de que a menudo le concedemos importancia y le dedicamos tiempo a cosas de escaso interés, ya sean las ambiciones profesionales ya las llamadas redes sociales, mientras que a otras experiencias les prestamos menos atención, aunque al fin y a la postre resulten más trascendentes y significativas.
El narrador nos proporciona todo tipo de detalles sobre el pub MacCarthy's, donde en cierta forma empieza y acaba el viaje; sobre el barco y en qué consisten las faenas que allí se desarrollan (podría resumirse así: cada tres horas el patrón da tres timbrazos y empiezan a izar las redes, recoger y aviscerar el pescado, almacenarlo y volver a lanzar las redes), así como de todo un léxico del oficio (carro/camarote, sapo/rape, chollo/trabajo, o quiñón/tanto por ciento que les toca de la pesca), sin ahogar la prosa con tecnicismos; cómo se comportan los marineros y qué actitudes adoptan con él; cómo trabaja el cocinero y qué les prepara para comer; lo que ganan y los reproches del patrón al armador ("El armador quiere más y más, pero el mar cada vez da menos", página 109), o la propia condición de parias de los africanos con respecto a los demás.
Aparecen tres historias intercaladas: el naufragio en 1986 del marinero Agustín Villanueva, durante su primer viaje, cuando contaba 29 años, hermano de su amigo Cachi, que pespuntea toda la novela (páginas 69-72, 83, 188 y 193); la historia de un patrón que enloqueció en el Índico (páginas 79 y 80); y la de Xesus, el joven que se embarca para intentar abandonar la droga (páginas 138-140). Y una digresión sobre la posibilidad de tener hijos (páginas 62-64), que debe relacionarse con el apego que muestran los pescadores por su familia, lo único que justifica una vida de sacrificios.
Diría también que la novela tiene mucho de teatral, pues los personajes, el patrón, Lolo, y el resto de los marineros, en un momento u otro, aparecen en escena y dialogan con el protagonista de tú a tú, ya sea en el puente de mando, en la cocina, en los camarotes, ya en la cubierta, donde intercambian alguna confidencia. Los pescadores suelen ser introvertidos, callados, parcos en palabras ("un marinero escucha mejor que habla", página 102), pero no más que los personajes de las obras de –piquemos alto- Beckett o Pinter, y el silencio, la discreción, a veces puede significar tanto como las palabras.
Querámoslo o no, los lectores van a preguntarse qué hay de autobiográfico en este libro. El autor se anticipa a ello confesándolo en la Carta náutica que ocupa la última página. Y también habrá quien se plantee si en realidad se trata de una novela. A mí me parece que sí, pues un narrador protagonista cuenta una historia que transcurre en unos espacios y en un tiempo concreto, junto a otros personajes a los que también les cede la voz, al final de la cual ya no es el mismo. Pero en esta narración, como no podía ser de otra manera, está el periodista y el poeta que es Antonio Lucas, aunque la retórica sea la propia del género novelesco. La calidad de la prosa, el estilo, anda muy por encima de las novelas que hoy se publican, sin que en ningún momento caiga en lo que Marsé tildó con desdén –no sin razón– de prosa sonajero, propia de algunos grandes prosistas que no consiguieron atinar con la novela. Y como el autor ha aclarado en la entrevista que le concedió a Jorge Pedrosa (Málaga hoy, 20/9/2021), su novela "tiene el pulso de la poesía, pero no es un libro que pretenda que sea poético".
Tampoco falta el componente culturalista, no porque lleve en la mochila un libro de Jack London y una guía de Irlanda, sino por las numerosas referencias o citas de escritores, sobre todo de poetas, dejando aparte los lemas iniciales de Luis Rosales y Virginia Woolf: Wallace Stevens, de nuevo Luis Rosales, José Agustín Goytisolo, Josep Pla y Leopoldo María Panero. Además, suena en el barco rock y música gallega, y se desliza en el relato la referencia a un célebre cuadro de Sorolla sobre la pesca.
El título de la novela, lo ha explicado muy bien Pilar Castro en la reseña que le ha dedicado en El Cultural, reproduce una fórmula de cortesía, mediante la que se desea que el viaje transcurra bien. En la narración, en efecto, la travesía acaba con normalidad, pues todos regresan, aunque con un herido, Ahmed, y un motor estropeado. La pesca que consiguen es satisfactoria (veinte toneladas de pescado fresco), aunque no siempre disfruten de esa buena mar, pues los contratiempos, el gran oleaje y las tormentas, la tensión y el miedo, casi el día a día de los pescadores, el ruido constante de los motores, los olores a pescado, a humedad, a gasoil, la danza de las gaviotas y mascatos, otras aves marinas, tenían que formar parte de la experiencia vivida por el protagonista.
Se cuenta, además, cómo se vive en un barco de pesca que faena en alta mar, qué vinculaciones se crean entre los miembros de la tripulación y cómo ante el peligro se convierten en un grupo compacto, cuál es la relación que mantienen con el mar, que les da de comer pero que puede quitarles la vida. Así, el barco se presenta como un recinto cerrado en el que viajan, a través de un espacio inmenso, pero del que no pueden escapar. En cierta forma podría decirse que se trata de una pequeña cárcel dentro de otra gigantesca y muy peligrosa, una doble claustrofobia, aunque estén rodeados de cielo y agua. Pues, como comenta Anxo, uno de los pescadores: "lo peor es no saber cómo escapar" (página 103).
La novela tiene mucho de homenaje a los pescadores de altura, a una profesión, un trabajo y una forma de vivir arriesgada, con mucho sacrificio y poco dinero a cambio, solo comparable a la de los mineros o los camioneros, pero a la vez nos encontramos con las reflexiones del protagonista sobre su propia existencia, auspiciadas por la distancia y el paréntesis que el viaje supone respecto a su vida cotidiana.
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Esta novela sobre los hombres de la mar, digamos que se equilibra en parte con las evocaciones que Mauro hace de Laura y, sobre todo, con el homenaje que se le rinde a Maruxa, toda una leyenda, la primera mujer que fue patrona de un barco en el Gran Sol. Cuando nos acercamos al desenlace, el protagonista –quien unas veces se siente como un polizón y otras como la mascota de los pescadores- confiesa que "sólo algunas emociones se mantienen intactas, casi originales (...) La soledad es una de ellas. También el odio, el miedo y el amor. De ahí sale todo" (página 169). En una antigua entrevista, Antonio Lucas afirmaba que tiene como lema poético y de vida un verso de Aleixandre, que me parece que podría definir la aspiración de este libro: "Siempre hacia la luz del fondo".
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.