Quasi una fantasia
Andrés Trapiello
Ediciones del Arrabal
Madrid
2021
Este nuevo libro es el vigésimo tercero de los que componen el Salón de pasos perdidos, los diarios que desde 1990 viene publicando Andrés Trapiello. A él le gusta denominarlos Una novela en marcha. No voy a entrar ahora en si se trata de diarios o de novelas, aunque yo los he leído siempre como diarios, pero también podría decirse que tienen las hechuras, la forma y la retórica de unas memorias que adoptan la forma del diario, aunque con el paso del tiempo estos relatos es probable que acaben convirtiéndose en ficción. En esta entrega nos dice que sus libros, más que diarios de viaje, son viajes en tiovivo, si bien me ocurre que a veces, cuando la novela se pone en marcha, puede acabar convertida en diario.
Una de las novedades significativas, para la historia menuda de estos libros, es que Trapiello ha abandonado la editorial Pre-textos, donde habían aparecido todos los volúmenes de esta serie (en bolsillo, los publica Destino), para fundar con su familia las Ediciones del Arrabal, de bello diseño y logotipo, obra de Guillermo Trapiello, dedicada a publicar los libros que todos ellos vayan gestando, sean ensayos, libros de fotografías o bien las próximas entregas del diario. Se conciben, por tanto, como ediciones que surgen en la periferia, en los márgenes del sistema editorial, aunque destinadas a una inmensa minoría. Nos hallamos, por tanto, ante la familia protagonista del Salón... que ha acabado convirtiéndose en la editora del mismo. Así, han pasado de personas a personajes, y sin dejar de serlo se han convertido también en editores.
Y aunque pueda parecer que se trata siempre del mismo libro, y en cierta forma podría decirse que lo es, todos ellos resultan diferentes, sin que pretendamos formular paradoja alguna. Quien los haya leído en una buena proporción, creo que no desmentirá lo que digo. ¿Qué tienen en común? La mirada sobre el mundo y las gentes, la voz que habla, el protagonismo de la mujer del autor y de sus dos hijos (M., G. y R., Miriam, Guillermo y Rafael, a quienes hemos visto crecer), y de amigos cercanos (Juan Manuel Bonet, los pre-textos, Valentín Zapatero, Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo, Abelardo Linares, Jordi Gracia o el campesino Manuel), el estilo de la prosa (de las mejores que pueden leerse hoy en castellano), el tono a veces poético, en otras ocasiones reflexivo y a menudo irónico y satírico; unos mismos espacios (la casa familiar de la calle Conde de Xiquena, o las visitas dominicales al Rastro, en Madrid, y la casa de Las Viñas en el campo extremeño); y personajes que a menudo se repiten, tanto los ponderados (con Galdós, Juan Ramón Jiménez, Solana, Ramón Gaya y Carlos Pujol, a la cabeza), todos ellos fallecidos, como los satirizados (en esta ocasión les toca a Valle-Inclán, Alberti, Gil de Biedma, el profesor Rico, Gimferrer, César Antonio Molina, Enrique Vila-Matas, Gonzalo Santonja, Borja Villel, Cristina García Rodero, Esther Tusquets, Olvido García Valdés, Rafael Sánchez Ferlosio, Ian Gibson o las vanguardias, otra de las obsesiones más constantes del autor, que a pesar de que en la mayoría de los casos no aparezcan por su nombre, no resulta difícil identificar, entre otras razones porque Trapiello se cuida de darnos datos suficientes para que así ocurra, por lo que casi nunca resulta difícil despejar las X. No falta la celebración de la Nochebuena y la Nochevieja, así como esos conceptos afortunados que ha venido acuñando y que han acabado teniendo curso legal: el Club de las Almendritas Saladas o la Pmd (la Policía montada de los diarios).
¿Qué diferencia un volumen de otro? Los episodios y algunos nuevos personajes que van incorporándose a lo que ya es una poblada galería que alcanza la densidad de lo balzaquiano o galdosiano. Las nuevas lecturas, hechas en profundidad y a menudo zanjadas con atinados juicios, aunque no siempre pueda compartirlos, como cuando cuestiona los artículos de Larra (aun pecando de prolijos), las obras de Max Aub, Juan Marsé (se apoya en la opinión de Carlos Pujol, quien decía que ¡escribía mal!), los denominados novelistas de León o a Javier Marías.
Los cuadernos de apuntes, correspondientes en esta ocasión al 2009, se convierten, tras elaborarlos, en libro, donde el relato adquiere su forma y dimensión definitiva, a la vez que —me imagino— la realidad tiende a veces a ficcionalizarse, producto de la reescritura definitiva y de la doble perspectiva: 2009 y 2020. En esta fecha suprimieron el Magazine de La Vanguardia, al transformarlo en un bodrio plagado de publicidad, y dejaron de contar con sus artículos, cuando podrían haberlo incorporado a las páginas del diario, donde sobran opinadores insustanciales cuyo único papel parece estribar en cubrir una cuota ideológica, lingüística o de género. Pero cuando al final se pregunta si el 2009 ha sido un buen año, concluye por opinar que en lo literario, no (p. 253).
El título del nuevo libro proviene de la Sonata op. 27 núm. 2, de Beethoven, publicada por Giovanni Cappi en 1802 con el título de Sonata quasi una Fantasia, denominación que ya había utilizado el poeta Antonio Carvajal en uno de sus primeros libros: Casi una fantasía (1975).
Resulta admirable, además, cómo baraja Trapiello la vida pública y la íntima, con algunas breves reflexiones sobre esta última. Pero quizás el episodio más novedoso sea el certero relato de la boda de su hijo Rafael (pp. 286-297). Destacaría también los viajes a París y Venecia; la búsqueda de Rita, la perra perdida; la reflexión crítica en torno a las ideas de los expertos en el género (“las madrasas donde se estudia la literatura del yo”, p. 83) sobre el tono ácido de los comentarios, que siento no compartir, por demasiado general; el análisis que hace de la distribución de las ganancias de los libros, o el “disparatado” trabajo de la responsable de prensa de una editorial, un oficio venido a menos.
En el diario pueden convivir diversos registros o modalidades de la prosa, como el lírico, lo sentencioso o aforístico, el humor (“El urólogo es ese que te mira la polla con desprecio, te la toca con asco y te cobra como si te la hubiera chupado...”, p. 335), la sátira e incluso lo grotesco (la burla feroz de los vascos, pp. 71 y 72), junto con el retrato (nos anuncia que lleva años preparando un libro de retratos de escritores, p. 346), la escena dialogada, o la construcción del personaje. Pero tampoco comparto la idea de que sin mala leche no haya arte, como ha afirmado el autor en alguna entrevista, aun cuando sin la ferocidad que aquí destila a veces, estos diarios perderían mordiente, uno de sus componentes esenciales. En ocasiones, se muestra caprichoso y arbitrario en sus juicios, y abusa de las generalizaciones. Todos caemos en ello, pero me temo que él un poco más.
No voy a insistir en lo que se repite: las visitas al Rastro o a las librerías de viejo, las aventuras —no siempre gratas— como conferenciante, el penoso papelón del literato (Ferlosio dixit), la vida de feriante que lleva el autor, las erratas (“Las erratas, si no lo destruyen, hacen más fuerte el libro”, p. 454), el vuelo de los pájaros, los desprecios que le dedica a los críticos literarios y a los catedráticos de literatura, la guerra civil española... Pero sí quiero destacar unos cuantos episodios sobresalientes, en esta ocasión los viajes de ese gran correcaminos que es Trapiello, aunque suela quejarse de que no le hacen caso, a Tudela, Galicia, Ponferrada, Estella, Toulouse o Córdoba, a la llamada Cosmopoética, que él remata como “la primera espantá de mi carrera artística” (p. 208).
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Y aunque Trapiello insiste en que lo que cuenta sucedió tal cual, no creo que siempre fuera así, tal y como ha testimoniado su mujer en una entrevista, y yo mismo he presenciado en alguna ocasión. En fin. El autor ha comentado que la primera edición de este libro se ha agotado, con lo que la editorial ya ha cubierto gastos. Y eso que los ejemplares se vendían a las librerías sin admitir la devolución, como suele ser habitual. Todo lo cual incide en el interés que despiertan estos libros, pues que hay lectores que no solo se alimentan de novelas, sino a los que les apetece un menú literario más variado y menos obvio. Redunda, en suma, en la buena salud de la mejor literatura.
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.
Quasi una fantasia