Cultura
Una luz en tiempos de miseria y fanatismo
El año 1212, en Europa occidental, fue oscuro. En Sevilla, el califa al-Nasir se prepara para marchar sobre Roma e incluso otras fuerzas musulmanas de Al-Ándalus miran con desconfianza el fundamentalismo almohade. Los judíos que huyen de Francia, de donde el rey Felipe Augusto trata de expulsarles desde hace años, no encuentran tampoco refugio en otras tierras. Y, en un ambiente que une devoción y espíritu de conquista con la simple miseria, un pastorcillo francés, Esteban de Cloyes, arrastra a miles de niños hasta Marsella para emprender la Cruzada Infantil que debería hacer caer al fin Jerusalén. Sin embargo, Emilio Lara (Jaén, 1968) ha bautizado a la novela que retrata todos estos acontecimientos con el luminoso título de Tiempos de esperanza(Edhasa).
"Me pareció perfecto, porque en ese tiempo de tinieblas, a los protagonistas, valiéndose por sí mismos y teniendo confianza en el amor y los amigos, la vida les concede una segunda oportunidad", dice el escritor en una cafetería madrileña, en pleno viaje promocional. Desde que se anunció que Lara había ganado el Premio Edhasa Narrativas Históricas con esta novela, el autor encadena, cuenta, presentaciones, entrevistas y las clases en el instituto donde trabaja. Hoy tocaba atender a la prensa y a los libreros de una gran cadena. Quizás la luz que se trasluce en un libro que podría haber sido sombrío tenga que ver con este buen momento creativo: el galardón llegaba con su tercera novela, tras La cofradía de la Armada Invencible (2016) y El relojero de la Puerta del Sol (2017), ambos publicados por Edhasa (editora también de este periódico).
Pero volvamos al 1212. El hilo histórico que atraviesa el libro es la misteriosa Cruzada de los Niños, con la que se entrecruzan las historias de tres pequeños, de dos mujeres judías, Raquel y Esther, de los enamorados Giulia y Francesco, y del propio al-Nasir, en un hilo narrativo que va de España a Italia. En el centro, la peregrinación iniciada por el pastorcillo, un hecho histórico que, a caballo entre los hechos y el mito, ha suscitado interés de autores como Marcel Schwob. Lara cita entre sus fuentes a Steven Runciman y su Historia de las cruzadas, y el estudio de Gary Dickson publicado en 2008, entre otros. Pero su interés por el asunto se remonta a los años de carrera, cuando se cruzó con esa imagen de miles de niños cruzando Francia, siguiendo a su propio líder espiritual, con la esperanza de llegar a Tierra Santa. "Se han tenido que deslindar los elementos históricos de los legendarios", cuenta el escritor, doctor en Antropología. Y admite que "a título académico, de libros de historiadores profesionales sobre este tema, no hay mucho". Lo que había, eso sí, le bastaba para establecer unos pilares sobre los que construir su ficción, que de eso se trata.
¿Y qué había? Esto es lo que Lara considera historiográficamente probado: "Un adolescente de 12 años, Esteban de Cloyes, se presenta en la Abadía de San Denís, en París. Cuenta que un día, cuidando las cabras, se le ha aparecido Jesucristo, y que le ha dado una carta para que se la entregue al rey de Francia, el rey Felipe Augusto". El monarca había convocado ya, recuerda, la Tercera Cruzada junto con Ricardo Corazón de León. El Capeto lee la carta: "Ahí está escrito que tiene que ayudar al niño a organizar una cruzada infantil, sin armas, para que con la fuerza de la fe y la ingenuidad de los corazones conquistasen Jerusalén. El rey, como es lógico, le da una palmadita al niño y le dice que vuelva a casa".
Pero Esteban no se resigna, congrega a los seguidores que ya le acompañaban y, "con un carisma y un pico de oro impresionantes", convence a 20.000 niños, que se le van uniendo a lo largo de toda Francia, para caminar hasta Marsella. ¿Y allí qué? ¿Cómo iban a atravesar el Mediterráneo? Muy fácil: como ya lo había hecho con Moisés, dios abriría las aguas y les permitiría caminar por el lecho marino. "Por supuesto", zanja Lara, "en Marsella no se abrieron las aguas, y a partir de ahí vino un final trágico para la cruzada". Esta es quizás la condensación más extraña —el escritor lo llama "realismo mágico"— del clima de fanatismo que reinaba en la época. Aquí, además, se une a las condiciones de miseria más extremas: "Muchos niños iban de forma espontánea. Podían ser huérfanos, huidos de trabajos miserables, o niños mendigos. Pero otros eran empujados por sus padres: en las familias numerosas, eran una boca menos que alimentar". Había, incluso, hijos de nobles, que acompañaban a Cloyes "con la ilusión de que su sangre azul favorecería la toma de Jerusalén". Eran minoría, claro.
¿Cómo se explica el éxito numérico de la loca empresa de Esteban de Cloyes? El novelista le compara con un "influencer populista", dotado con una capacidad de convicción excepcional. "Les prometía [a los niños] un mundo mejor muy rápidamente. No solamente ganar el cielo, sino hacer algo heroico y por sus propias manos, sin intervención de los mayores. Les estaba vendiendo un milagro, una solución muy sencilla a algo muy complejo", apunta. No es nada, defiende, que nos resulte ajeno. Hay un elemento más: las promesas de victoria y de aventuras "les permitían escapar de un presente miserable y de un futuro negro". Tampoco eso suena lejano.
No es hacer ningún spoiler decir que aquella aventura cambió la gloria por un final dramático —basta con imaginar a miles de niños lejos de sus casas, desprotegidos, a merced de quienes quisieran sacar tajada de aquello—. Tampoco lo es decir que al-Nasir no marchó sobre Roma. Si el año 1212 está en los libros de historia es por la batalla de Las Navas de Tolosa, que, en Jaén, se saldó con la derrota de los almohades y cambió la suerte de las tropas de Alfonso VIII de Castilla en la Reconquista. Lara narra este conflicto desde el punto de vista del Califa, al que describe como un personaje "atormentado por la figura del padre", Almansur, vencedor en la batalla de Alarcos. Él era el rey de una "Sevilla fascinante", con La Giralda y la Torre del Oro ya en pie, poblada de vergeles, pero acosada por "un rigorismo moral y un integrismo religioso y político" que hacían el aire irrespirable. No duda en comparar el Imperio almohade con el Daesh, el Estado Islámico.
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Emilio Lara cree que "la historia sirve para establecer un diálogo con el pasado", y considera que la novela histórica, además de "entretenernos", permite "ver en qué medida podemos nosotros reconocernos en el pasado, en qué medida somos el pasado que pervive en el presente". Pero no ha visto con buenos ojos la comentada petición lanzada por Andrés Manuel López Obrador, presidente mexicano, para que España pida perdón por sus acciones en la conquista de América. "Lo veo ridículo. Es como si hoy día, España, Argelia, Grecia o Egipto le pidieran cuentas al presidente de la República Italiana por lo que hicieron los romanos hace 2000 años", dice, tajante. Es absurdo mirar acontecimientos históricos que sucedieron hace tanto tiempo desde nuestro punto de vista. Eso es presentismo".
Y, aunque propone evitar la "culpa colectiva", sí invita a "aprender de la historia": "Hay que asumirla, aprender de ella. No puede ser una losa continua ni un arma arrojadiza". Ese diálogo con el pasado del que habla, en cualquier caso, no puede estar más vivo.