El manifiesto 'comicista'

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Disparó más rápido que nadie: antes de que Donald Trump hubiera regulado la altura de su sillón en el despacho oval, Pablo Ríos publico el primer cómic de don Donald como presidente, Presidente Trump. Dios perdone a América, un libro que se situaba (ahí lo situaron) a medio camino entre el humor de El Perich y los gags vitriólicos de The New Yorker.

Ahora, cuando aún no ha cumplido 100 días en el cargo, Trump será protagonista de una muestra que reunirá, en el Salón del Cómic de Barcelona y comisariada por Jaume Capdevila Kap, obra de dibujantes de todo el mundo.

Un dirigente como el neoyorquino es, admitámoslo, un filón para quienes han hecho de la caricatura y el humor su manera de glosar la actualidad política.

Y, si salimos del espectro de las viñetas y nos vamos al mundo del cómic, la presencia de villanos de cualquier grado de maldad es una constante. Por recordar, recordemos el papel estelar que Hitler tuvo en las revistas gráficas estadounidenses de los años 40…

 

Y que cuando el villano nazi fue borrado del mapa, otros de diversas ideologías vinieron a ocupar su lugar, los enemigos a batir de cada momento histórico eran fuente inagotable de inspiración y el lápiz se convirtió en un arma al servicio del país en guerra (caliente o fría), un reclutador infalible capaz de soliviantar ánimos con garantía de éxito.

Este recordatorio apresurado sirve para demostrar el valor bélico de la historieta, innegable, como lo es su capacidad de divertir, entretener, informar, educar… es un arte que permite contar todo tipo de relatos. "Todo es cuestión de talento y de saber cómo gestionar el tema con las limitaciones del cómic", me dice Cédric Illand, editor del grupo Glénat. Y, desde luego, en cuestión de cómic político, los artistas han derrochado talento.

El cómic entra en campaña

Es una evidencia: el cómic es una herramienta "muy eficaz para transmitir un mensaje por el apoyo en imágenes, así que hay una larga tradición de cómic político y satírico que trasciende la esencia del cómic como mero entretenimiento". Quien habla es Santiago Negro, crítico y divulgador del cómic, redactor de La casa de EL.

De esa capacidad de movilización dan fe los casos comentados, que si bien obedecen a circunstancias históricas excepcionales no son una excepción.

"Editoriales como Marvel siempre han mostrado una sensibilidad especial con temas sociales —continúa—. En las páginas de sus publicaciones vimos al primer superhéroe negro, al primer personaje abiertamente gay, e incluso eventos comerciales como Civil War eran un reflejo de la sociedad americana durante la era Bush. Es más, hay títulos de contenido abiertamente político como Ex Machina, Transmetropolitan o, más recientemente, La carta 44 (con dibujante español, por cierto: Alberto Jiménez Alburquerque)".

Señala Negro que en España tenemos una larga tradición de publicaciones satíricas relacionadas con el humor gráfico y el cómic, y menciona algunas míticas como La Codorniz o El PapusLa CodornizEl Papus, cuyos herederos espirituales habitan El Jueves o MongoliaEl JuevesMongolia. Y, por recordar casos recientes de (un tipo de) militancia, traigamos aquí los trabajos de Víctor Santos, que escribió y dibujó en Intachable 30 años de corrupción, y Aleix Saló, que proclamó en Españistán que "este país se va a la mierda" e hizo con Simiocracia la crónica de la gran resaca económica.

Pero, si hay un país donde el cómic se ha incorporado al relato del día a día político, ese país es Francia.

"Los grandes como Reiser, Wolinski, Cabu… hicieron camino ya en los años 60", asegura Cédric Illand, quien no obstante tiende a precisar que ya en ese momento había cómics estadounidenses e italianos que hollaban ese terreno. "Las viñetas de los periódicos sacan su fuerza de su capacidad de resumir una idea, o una reflexión, sugiriendo todo el contexto que sirve de referencia al lector, que tiene que ser un lector avisado. Un cómic es, en esencia, una narración. Por lo tanto, tiene que haber un relato, tanto si es ficción (Quai d’orsay), como parodia (Françoise, Manuela et les autres), documental (Faire la loi) o una mezcla (Sarkozy et les riches)". El círculo se cierra cuando compruebas que "son a menudo los dibujantes de periódicos los que hacen los cómics políticos".

El otro pequeño Nicolas

Sarkozy es un elemento clave en esta historia de éxito. Pregunto a Illand qué hace de Nicolas un personaje irresistible para escritores y dibujantes "Es lo que se dice un buen cliente. Fácil de dibujar y caricaturizar (puesto que él se caricaturiza él mismo). Su obsesión por la omnipresencia mediática, hasta su derrota en las primarias, siempre le ha hecho preferir una fuerte presencia sometida a la crítica antes que la discreción y el comedimiento. Requiere constantemente a la prensa y así da material a los autores políticos".

 

Una de las cuestiones que suscita el frenesí político-comiquero es si la publicación de estos libros exige un posicionamiento ideológico del editor. Illand sostiene que no. O, al menos, no siempre. "Depende del editor. Un editor generalista como Glénat no tiene una línea política definida. Depende, de entrada, de los autores, de los proyectos que proponen y de su pertinencia editorial".

También a Santiago Negro le resulta muy complicado encontrar filiación ideológica para un medio tan complejo y con tantas ramificaciones. "Es cierto que sectores de la izquierda han utilizado el cómic como medio de denuncia, crítica o sátira, pero también hay autores de derechas que se han servido de la viñeta para lo mismo. Por ejemplo, Mingote en España es una auténtica institución del humor gráfico". En cuando al cómic estadounidense, entre sus autores "encontramos todo tipo de ideologías, que van desde el anarquismo místico de Alan Moore o Grant Morrison, pasando por la ambigüedad que en ocasiones roza el fascismo de Frank Miller, acabando en auténticos discípulos de Ayn Rand en la figura de Steve Ditko (cocreador de Spiderman). Por supuesto, estos posicionamientos filosóficos se plasman en sus obras, en ocasiones de manera explícita".

Hartos ya de estar hartos 

Leído todo lo cual, una llega a la conclusión de que cómic y política hacen una muy buena pareja, perfectamente integrada en la sociedad en la que viven. Pero, apenas expresada esa deducción, leo que en Estados Unidos, y como consecuencia de la intromisión imparable y creciente de la política en los cómics, hay quien ha puesto pie en pared y ha gritado basta. En concreto, Phil Boyle, presidente y propietario de la cadena de tiendas de Florida Coliseum Of Comics, que en un mensaje enviado a Bleeding Cool imploró: "Editores, ¡saquen la política de mis tiendas!"

Me llamó tanto la atención que le escribí un correo electrónico pidiéndole que me aclarara su postura. Y tuvo la amabilidad de contestar:

  “Eva:

La política siempre extrajo fuerza de los cómics, desde el principio, cuando el mundo se preparaba para la Segunda Guerra Mundial, y eso se ha utilizado como para rebatir mi argumentación. La diferencia esencial es que a principios de 1940, nadie en Estados Unidos apoyaba a Hitler cuando el Capitán América le golpeó en la cara en la portada del primer número de Capitán América. Hoy vemos menos nacionalismo y más división política en todo el mundo. Hemos visto cambios de liderazgo en los Estados Unidos, Francia, Italia y Gran Bretaña en los últimos seis meses. Llevar esa política partidista a los lugares de entretenimiento socava nuestra capacidad de evadir a la gente. Claro que habrá política en los cómics, pero describir al presidente de los Estados Unidos como un villano tiene menos que ver con la elaboración de una historia sólida y más con una agenda política concreta. Como en el estado de Florida los votantes demócratas y republicanos están casi igualados, representar a cualquiera de los dos partidos bajo un prisma positivo o negativo provoca una reacción negativa en la mitad de mi base de clientes.

Tenemos canales de información 24 horas en varios canales, probablemente diez mil blogs que ofrecen opiniones sobre cada matiz de la política, y Facebook lanzando enlaces a todos ellos ad infinitum. Deberíamos ser capaces de tener un lugar neutral donde los fanáticos de los cómics puedan encontrarse sin verse inmersos en política”.

Hasta ahí, las razones de Boyle. Pero a Negro no deja de extrañarle su posicionamiento, más aún cuando es el de alguien que conoce todas las costuras de este mundillo. Es luchar contra corriente, porque desde los años 70 hay un impulso que lleva al cómic a ser algo más que un entretenimiento, y sus seguidores claman por una edad adulta en el mundo de la viñeta. "Esto no implica —subraya Negro— que desaparezca su baza principal, la capacidad de evasión, pero sí que es cierto que en la tesitura de hoy en día, el cómic es tan complejo y diverso como la sociedad que nutre las historias que cuenta".

Además, al menos en estos lares, la respuesta de los lectores es positiva porque "hay mucho interés en la política", asegura Illand, y como "las ventas son la mejor manera de medir el interés de un tema o la fuerza de un personaje" lo demuestra con cifras: en 2007 vendieron más de 300.000 ejemplares de La Face karchée de Sarkozy, un dato que hay que relacionar con el interés de los franceses por un personaje que acabaría convirtiéndose en presidente de la República.

Lo cual no evita las polémicas, e incluso los encontronazos cuando los cómics se abren a ciertos contenidos. Santiago recuerda que hace unos meses, una autora se vio obligada a cerrar su cuenta de Twitter ante el acoso de una horda de lectores indignados porque había introducido un discurso feminista en su obra. "Así que, efectivamente, el cómic y su entorno es un reflejo del mundo en el que vivimos".

‘Bonus track’

La palabra favorita de Nabokov es “malva”

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Pedí a Santiago Negro que compartiera con nosotros tres trabajos muy políticos, aunque quizá no de manera obvia. Esta es su elección:

 

"La del Joker pidiendo el voto siempre me ha parecido muy icónica. La segunda es una viñeta de Los Invisibles, auténtica llamada a las armas (que, por cierto, sirvió de inspiración filosófica a MatrixMatrix, e incluso hubo acusaciones de plagio en su momento). La tercera también es muy potente, y pertenece a Bitch Planet, toda una declaración de intenciones y fuerte discurso feminista que se publica en USA desde hace unos meses, y acaba de llegar a España".

Disparó más rápido que nadie: antes de que Donald Trump hubiera regulado la altura de su sillón en el despacho oval, Pablo Ríos publico el primer cómic de don Donald como presidente, Presidente Trump. Dios perdone a América, un libro que se situaba (ahí lo situaron) a medio camino entre el humor de El Perich y los gags vitriólicos de The New Yorker.

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