Martín Caparrós y el periodismo de lengua afilada

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un entrevistado mordaz que desmonta cada una de las preguntas sin remilgos. Es alto, viste de impoluto negro y hace gala de un sentido del humor bastante cínico. Escribe, por ejemplo: “La obediencia debida está por desbancar a la birome [bolígrafo] y el dulce de leche en el ranking de las grandes contribuciones argentinas a la aldea global”. Caparrós es hijo de un intelectual de izquierdas, psicoanalista, pero español. Ha escrito muchísimo y ha viajado más; se ha convertido en un maestro de la crónica periodística, aunque aborrezca ya un nombre maltratado y babeado, dice, también sin tapujos. Tiene un talento extraordinario para escribir, aunque él prefiera no verlo así. Lo que resulta fácil, sencillo, no se aprecia de la misma manera.

Caparrós acaba de publicar Lacrónica (Círculo de Tiza) escrito así, todo junto, como para empezar reivindicando el género desde los márgenes. Es una suerte de memorias periodísticas que combinan teoría y práctica sobre el periodismo narrativo –ese estilo que utiliza recursos literarios en los textos informativos-. Y es, además, un larguísimo libro que sigue a El hambre, la macrocrónica que publicó a principios de año en Anagrama. Más de 600 páginas sobre la especulación alimentaria que fueron casi como un parto: trabajó en ellas cinco años. En Lacrónica, por otro lado, lleva trabajando toda la vida, desde que empezara a trabajar en el diario argentino Noticias; desde que en 1992 ganó el premio Periodismo Rey de España en 1992 con sus Crónicas de fin de siglo, publicadas en la revista argentina Página/30. Principalmente, porque Lacrónica es una recopilación de algunos de sus mejores textos.

El entrevistado empieza a desbaratar las preguntas así:

- ¿Todos los géneros periodísticos son susceptibles de ser narrativos?

-¿Qué género no sería susceptible de estar bien contado? –responde Caparrós y cabe señalar que lo hace sin acritud-. Lo bueno de esto que podemos llamar periodismo narrativo es que se puede usar para cualquier cosa.

El argentino es un poco como un verso suelto del periodismo. Y no es que la escuela latinoamericana le haya enseñado a ser irreverente, sino que él se ha empeñado en serlo. En la siguiente pregunta se deja caer que la tradición periodística española veta la primera persona del singular dando pie a fórmulas un tanto surrealistas como “fulanito dijo a este medio”. Caparrós la despacha así: “Sucede con cierta frecuencia que periodistas españoles vienen y te dicen: 'No es que aquí, en los medios no te permiten hacer tal o cual'. A nosotros tampoco nos permitían hacer eso, no es que en las escuelas nos enseñaran a escribir como García Márquez y después nuestros editores decían: 'Escribe algo de 50.000 palabras sobre la vendimia en San Juan, vete mañana y vuelve dentro de un mes'. Nunca sucedió eso. Siempre estuvimos peleándonos contra las escuelas, los editores, las empresas, pero porque teníamos ganas de hacerlo. Así que toda esta cosa de 'a nosotros nos enseñan esto', 'no nos dejan hacer lo otro' es decisión de cada cual, en qué medida acepta la imposición de sus instituciones o se rebela contra ellas”.

Sin que sirva de precedente, viene bien en este punto parafrasear a Torrente para hablar de las clases de periodistas. Grosso modo, sin tener en cuenta otros aspectos, son -como los hombres según Torrente- dos: los que ponen los titulares antes –y todo el texto le fluye de corrido, como si aquella sentencia fuese una inspiración divina- y los que lo hacen al final, en plan resumen. Caparrós es tan verso suelto que le importa un bledo eso de encabezar un texto con una frase resultona. “Yo no escribo titulares. No me importa, la verdad, así como pienso en un buen principio no pienso en encontrar un buen título. Es raro porque es la línea más leída del texto, pero no me preocupa”, dice. De todas formas, también se le debe dar bien condensar pensamientos en frases breves, a la vista de sus más de 122.000 seguidores en Twitter.

La entelequia del peronismo de izquierdas

Caparrós es un animal político. En plena adolescencia, en 1973, empezó a militar en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de corte marxista-leninista, hasta que éstas se unieron a los Montoneros poco tiempo después. A partir de entonces, sólo se implicaría en organizaciones alternativas y más minoritarias. Cuando la Junta Militar tomó el poder en 1976, se exilió en Europa, primero en París, donde estudió Historia; más tarde en Madrid, donde vive ahora. Ya en los ochenta, Caparrós comenzó a colaborar con la prensa española, con la que ha mantenido un diálogo intermitente durante todos estos años. Todavía con la resaca electoral, resulta casi obligado preguntarle por el resultado de las elecciones argentinas en las que el candidato neoliberal Mauricio Macri venció al oficialista Daniel Scioli en una disputadísima segunda vuelta.

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“El kirchnerismo”, dice el periodista porteño, “llevaba mucho tiempo escudándose detrás de un discurso de izquierdas cuando sus políticas económicas y sociales no tenían nada que ver con eso”. Ya el humorista Enrique Pinti había descrito en 1997 al peronismo de izquierdas como una entelequia: “Si algo parecido a una revolución social pasó por el peronismo alguna vez fue en el año 1945, cuando los obreros salieron a la calle a defender a sus líderes y ¿qué hizo la izquierda argentina en 1945? Se puso en su contra. […] Es argentina esa izquierda, no se les olvide nunca […] El peronismo de izquierdas en un disparate argentino”.

¿Cómo explicaría Caparrós el peronismo para dummies? “Es un aparato de poder. Es una alianza de una serie de caudillos provinciales que se organizan para mantener el poder en Argentina y que si para eso tienen que ser socialdemócratas, lo son; si tienen que ser neoliberales, lo son; si tienen que ser conservadores, también lo son; no tienen problema. Por eso es interesante lo que pasó en la segunda vuelta de las elecciones en Argentina. Por primera vez, en muchos años, quien pierde es el poder. ¿Qué va a pasar a partir de entonces? Es imposible saberlo, porque para intentar recuperar el poder, van a hacer una oposición bastante bestia. Después de muchas décadas, el peronismo falló como aparato de conservación del poder”.

Caparrós es así de claro. De verbo y periodismo víperino.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un entrevistado mordaz que desmonta cada una de las preguntas sin remilgos. Es alto, viste de impoluto negro y hace gala de un sentido del humor bastante cínico. Escribe, por ejemplo: “La obediencia debida está por desbancar a la birome [bolígrafo] y el dulce de leche en el ranking de las grandes contribuciones argentinas a la aldea global”. Caparrós es hijo de un intelectual de izquierdas, psicoanalista, pero español. Ha escrito muchísimo y ha viajado más; se ha convertido en un maestro de la crónica periodística, aunque aborrezca ya un nombre maltratado y babeado, dice, también sin tapujos. Tiene un talento extraordinario para escribir, aunque él prefiera no verlo así. Lo que resulta fácil, sencillo, no se aprecia de la misma manera.

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