El cineasta palestino que irá a los Óscar con una película hecha por 22 jóvenes que muestran el horror en Gaza

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José Manuel Rambla

Día tras día, el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino destroza cuerpos y devora tierras. También erradica recuerdos, una memoria colectiva como la que la que está latente en las imágenes, en las películas. En 1948, la Nakba destruyó la obra de pioneros del cine palestino como Ibrahim Hassan Sirhan, Mohammad Kayali o Abde-er-Razak Alja’uni. La invasión del Líbano en 1982 hizo desaparecer el Archivo del Cine Palestino que impulsaba el cineasta Mustafá Abú-Alí. Más recientemente, el pasado 2 de marzo, las bombas de la aviación israelí asesinaban en la localidad gazatí de Deir al-Balah a la cineasta Walaa Saadeh.

Por todo ello, hablar de cine palestino es hablar de un acto de resistencia, como bien sabe el realizador y productor Rashid Masharawi, que estos días está en España por el estreno de su último proyecto, From Ground Zero, dentro del ciclo Visiones de Gaza programado por la Mostra de València-Cinema del Mediterrani. La película, seleccionada para representar a Palestina en los próximos premios Óscar, reúne los cortos de 22 jóvenes cineastas filmados durante la actual ofensiva israelí sobre la Franja de Gaza. “La idea era dar una oportunidad a los jóvenes cineastas de Gaza para contar sus propias historias durante la guerra, además de ofrecerles una formación que les convirtiera en mejores cineastas. Y al mismo tiempo queríamos contarle al mundo historias desde lo más profundo de Gaza”, comenta.

El proyecto se ejecutó en unas condiciones extremas marcadas por la guerra. Masharawi destaca que muchos de los participantes tenían familiares que habían sido víctimas de los ataques y que ellos mismos se habían visto en situaciones de alto riesgo físico buscando cobertura de internet para poder enviar sus materiales. Así mismo subraya la dureza que suponía tener que grabar a personas que huían de los bombardeos, que carecían de medicamentos y comida.

A ello se suma las deficiencias técnicas, ya que en algunos casos los cineastas solo contaban con sus teléfonos móviles para grabar las imágenes. Aunque para Masharawi estos dispositivos también tienen un gran potencial cinematográfico, como él mismo pudo comprobar durante la pandemia al realizar con un móvil su corto Diary of Rue Gabrielle. “Yo escribí la historia, la dirigí, fui el productor, el cámara, el propio actor y el editor. O sea que hice un trabajo mucho más personal. El móvil te permite estar siempre preparado para grabar sin tener que coordinarte con nadie, sin que haya producción, sin que haya ningún elemento previo de preparación. No necesitas dinero, necesitas ideas”, afirma.

Y esa idea, esa historia que contar, es para Rashid Masharawi la clave del cine. También es, desde mediados de los años 80, la base de las nuevas generaciones de cineastas palestinos, como Michel Khleifi, Elia Suleiman, Nizar Hassan, los hermanos Arab y Tarzan Nasser o el propio Masharawi. “Hasta entonces el cine se hacía fuera de Palestina. Eran cineastas que militaban en diferentes partidos y hacían sus películas en Líbano, en Siria, en Túnez, en Jordania. Sus filmes tenían un claro sesgo político, era cine revolucionario, pero carecía de la vida palestina”, señala. “Después de este cine, mi generación llegó en los 80 con Michel Khleifi. Nosotros vivíamos en Palestina y compartíamos el día a día de los palestinos. Para nosotros, los palestinos son una familia donde hay niños, mujeres, es decir, gente normal, no solo héroes o guerreros. Y creo que esto hizo que nuestro cine fuera más peligroso para Israel porque nos centramos en el hecho cinematográfico, más que en objetivos políticos, y humanizamos la sociedad palestina”, reflexiona Masharawi.

Para nosotros, los palestinos son una familia donde hay niños, mujeres, es decir, gente normal, no solo héroes o guerreros

Uno de los cambios introducidos por su generación fue el mayor peso que adquirió el cine de ficción, especialmente tras conquistar Michel Khleifi el premio de la crítica en el festival de Cannes de 1987 con La boda de Galilea. El propio Masharawi ha sido seleccionado y premiado en numerosos festivales desde Cannes a San Sebastián, con títulos tan destacados como Haifa (1996) o El cumpleaños de Laila (2008). En cualquier caso, el director sigue defendiendo la importancia del cine documental, pero sobre todo la necesidad de concebir el cine de su país como un ejercicio de testimonio, con independencia de que se recurra al documental o la ficción.

En este sentido, Masharawi destaca que la lucha por un mismo territorio que mantiene el pueblo palestino contra Israel implica al final una lucha por la historia: "Por eso los documentales son tan importantes”, destaca y se pregunta: “¿Por qué hago yo un documental sobre mi abuelo y mi abuela, que se enamoraron en Jaffa antes del 1948? Porque lo que había entonces en Jaffa, que ahora llaman Tel Aviv, era la historia de amor de mi abuelo y mi abuela. Y nadie, nadie puede venir a preguntarme dónde está Israel, porque en aquella época no existía. Eso es un documento, un documento personal. Yo mismo soy el resultado de aquella historia de amor en Jaffa”.

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A su juicio, este tipo de cine, tanto si es documental como ficción, “es más militante porque presenta al pueblo palestino como seres humanos. Dejar testimonio de los hechos, sin propaganda, abordar la realidad simplemente, es algo militante. Eso es peligroso para Israel porque ellos tratan de construir una imagen de los palestinos como terroristas. Y yo con mi cine digo que no, que eso no es así. Yo cuento la historia de mis abuelos y es una historia de amor. Y es nuestra historia”.

Sin embargo, en esta otra batalla de imágenes que les enfrenta con Israel, el cine palestino lucha en desventaja, no solo por las dificultades de producción sino sobre todo por las barreras que encuentra en la distribución. “Nuestro cine no es comercial, es cine artístico o experimental, la mayor parte de los filmes son películas de autor. Así que, si un festival, como aquí en Valencia, no trae estas películas, el público no tiene ninguna otra opción para verlas. Y nosotros, los cineastas palestinos, necesitamos llegar al público, compartir nuestro cine con muchos países”, afirma.

Nuestro cine no es comercial, es cine artístico o experimental, la mayor parte de los filmes son películas de autor

De hecho, para Rashid Masharawi, dar visibilidad al pueblo palestino es hoy una necesidad urgente ante la impunidad con que Israel está llevando a cabo su genocidio. “Nos hemos convertido en números. Todos los días los informativos dicen: hoy han matado a 85 palestinos, ayer a 76, el día anterior a otros tantos. El número se ha convertido en 45.000 asesinados, 100.000 personas heridas, más de 10.000 que todavía están sepultadas bajo los escombros, más de un millón de personas desplazadas. Solo se habla de números. Y me decepciona que tras más de un año de guerra, haya tanto silencio. De todo el mundo: de Europa, de Estados Unidos; también de los países árabes. Creo que no es justo. Si esas 150.000 personas, entre asesinados y heridos, hubiesen estado en Israel, el mundo no hubiese reaccionado igual. Es algo inhumano; y no solo por parte de la ocupación israelí, ya sabemos que Israel quieren asesinar a todos los palestinos. Lo inhumano está también en el resto del mundo”.

Día tras día, el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino destroza cuerpos y devora tierras. También erradica recuerdos, una memoria colectiva como la que la que está latente en las imágenes, en las películas. En 1948, la Nakba destruyó la obra de pioneros del cine palestino como Ibrahim Hassan Sirhan, Mohammad Kayali o Abde-er-Razak Alja’uni. La invasión del Líbano en 1982 hizo desaparecer el Archivo del Cine Palestino que impulsaba el cineasta Mustafá Abú-Alí. Más recientemente, el pasado 2 de marzo, las bombas de la aviación israelí asesinaban en la localidad gazatí de Deir al-Balah a la cineasta Walaa Saadeh.

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