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La memoria radical de los setenta

Seis personas transexuales surcan las Ramblas con el puño en alto. Estamos en Barcelona en 1977 y las 4.000 personas congregadas en la primera manifestación del Orgullo celebrada en España corean "Abajo la ley de peligrosidad". Tras la cámara, filmando aquella heroicidad en un precario Super8, estaba José Romero Ahumada, entonces un cinéfilo de 32 años. Había acudido, como el resto, a la llamada del Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), organización pionera en lalucha LGBI. Esas imágenes, unas de las pocas en movimiento que existen de aquel hito de la Transición, han tardado 40 años en salir a la luz, pero ahí están, en la exposición Nuestro deseo es una revolución, en el madrileño CentroCentro, situado en la misma sede del Ayuntamiento.

Es solo una parte de la recuperación de la memoria de aquellos años que ha llevado a cabo el seminario Millones de perversas, celebrado durante la semana en varios espacios del consistorio con motivo de la celebración del World Pride, que este año tiene sede en Madrid. Pero no es un interés puntual, marcado por la agenda. Sus organizadores integran el proyecto europeo Cruising the seventies, que atraviesa Alemania, Reino Unido y Polonia y que se propone analizar las políticas y el activismo sexual de los setenta. Coincide, no por casualidad, con un interés progresivo del colectivo LGTBI español por apropiarse de su desdeñada historia reciente. "Pasa con el 1 de mayo y también tiene que pasar con esto", apunta el historiador Alberto Berzosa, uno de los coordinadores, "conviene conocer los orígenes, por qué se peleaba y si hemos llegado hasta allí".

El año uno de la lucha es el 77. La Ley de peligrosidad y rehabilitación social había sustituido a la Ley de vagos y maleantes y llevaba siete años deteniendo, internando y exiliando a homosexuales, bisexuales y trans. Lo contaba la activista trans Silvia Reyes durante una de las charlas: "Nos detenían todas las semanas". En una de esas podían acabar en las cárceles de Huelva o Badajoz, donde podían ser "reeducados" durante tres meses en el mejor de los casos y tres años en el peor. Las mujeres trans que encabezaban la marcha eran conscientes de que la derogación de aquella norma ocupaba el primer puesto de sus reivindicaciones. Pero no era la única. En las pancartas de aquella marcha se lee "Nosaltres no tenim por, nosaltres som" ("Nosotros no tenemos miedo, nosotros somos") o "Queremos que nos dejen en paz". Y el periodista de El País Alfons Quintá recogía en su crónica: "Sexualidad no es heterosexualidad", o "Soy homosexual, soy hermoso". 

La manifestación, convocada para el 26 de junio, se inscribía en las marchas del Orgullo —entonces apellidado de "Gay" u "Homosexual", hoy LGTBI— que se celebraban en Estados Unidos desde 1970 para conmemorar la revuelta de Stonewall del año anterior. "No es la primera manifestación que hacen en España, pero sí la primera que se alinea con esa fecha, y de hecho la prensa de la época recoge ya este término", apunta el historiador. Durante las jornadas surgieron discusiones entre los propios activistas de aquella época sobre si había existido una, minoritaria y breve, el año anterior. Lo que sí organizaban habitualmente eran concentraciones casi espontáneas tras la detención de un amigo o conocido. Lo siguieron haciendo hasta bien entrados los ochenta, como con la detención en 1978 del artista Ocaña, ya muy popular y retratado por Ventura Pons en un documental biográfico. 

Las entrevistas e investigación documental llevada a cabo por el proyecto, que se prolongará hasta 2019, evidencian una gran diversidad en aquella marcha del 77. "Las personas que la encabezaron eran lo que entonces se llamaba 'travestis', personas trans. Y no se colaron allí, como se ha dicho", explica la socióloga Gracia Trujillo, una de las integrantes del proyecto. "Tenían mucho que perder y mucho que ganar, eran las más visibles y las que más detenciones sufrían. Hubo un sector que ya se molestó porque tuvieran protagonismo, porque qué imagen iban a dar. Es una idea que no comparto para nada." Las lesbianas, cuya presencia en la manifestación se ha negado, también estaban. Como contaba la activista Maria Giralt, las mujeres habían empezado a organizarse dentro del FAGC pocas semanas antes, y llegaron ya a la marcha formando un bloque. El primer colectivo de lesbianas dentro de una organización LGTBI. 

"Estaba esta idea de que la liberación sexual tenía que ir unida a una transformación de mucho mayor calado, política, económica y cultural", recuerda la socióloga Gracia Trujillo, una de las integrantes del proyecto. Entre los participantes en la manifestación, además del convocante FAGC y siempre según las crónicas, había integrantes de Bandera Roja, Acción Comunista, Liga Comunista Revolucionaría y Confederación Nacional del Trabajo. "Me parece fundamental pensar que en ese momento los colectivos de liberación sexual se sumaron a este cambio que queda en la historia como Transición", señala Berzosa. Lo hacían, además, desde el extremo izquierdo del espectro político. En los primeros años de la lucha LGTBI, los manifiestos solían incluir una oposición frontal al capitalismo. Aunque no era todo rosa en la relación con la izquierda: en el mismo 1977, el socialista Enrique Tierno Galván, futuro alcalde de Madrid, decía en Interviú: "No, no creo que se les deba castigar. Pero no soy partidario de conceder libertad ni de hacer propaganda del homosexualismo".

"No podemos perder de vista el riesgo que suponía significarse como homosexual o trans en ese momento", recuerda Trujillo. Aquella marcha fue disuelta a golpes y hubo al menos tres heridos. El propio secretario general del Front d'Alliberament se mantenía en el anonimato por miedo a las represalias que amparaba la ley. En 1977 daba una entrevista a la revista El viejo topo bajo el seudónimo de Roger. En El País se decía de él que era "un intelectual monárquico catalán de renombre". Se trataba de Armand de Fluvià, uno de los padres del movimiento de liberación sexual español. Ese anonimato necesario hasta la desaparición de la ley ha dificultado en parte el trabajo de los investigadores. "Tenemos una gran falta en el Estado español de análisis sobre nuestras memorias políticas. Queda muchísimo trabajo que hacer, desde entrevistar a las personas que participaron como de recuperar archivos", denuncia Berzosa.

Ni "Transición ejemplar", ni "Régimen del 78"

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Trujillo apunta también a esta deficiencia, que sufrió durante su tesis, publicada en 2007 bajo el título de Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español —y que ahora se reedita con motivo del aniversario—. "No hay archivos, ni centros de investigación, ni apoyo institucional para investigar estos temas", se queja. Ellos mismos están generando archivo conforme entrevistan a los protagonistas o rebuscan en los papeles de aquella época que hayan podido conservar. "Vamos con retraso en el rastreo de esas genealogías, muy presentes ya desde comienzos del siglo XX." Uno de los propósitos del proyecto es digitalizar y unificar en un mismo catálogo los documentos que han ido encontrando.

La derogación de la Ley de peligrosidad social llegó parcialmente entre 1978 y 1979, cuando se retiró de ella la referencia a la homosexualidad. Se siguió utilizando, sin embargo, el "escándalo público" para reprimir cualquier manifestación de cariño entre personas del mismo sexo y cualquier expresión del género no normativa. Con aquella conquista, sin embargo, el colectivo sufre una desmovilización que coincide, como indica la socióloga, con "la creación de espacios comerciales, lo que luego se llamó el gueto dorado, sobre todo para varones gays, mucho menos para lesbianas y mucho menos aún para trans". Los ochenta fueron una época oscura: los primeros casos de VIH, las altísimas tasas de paro, el miedo tras el golpe de Estado... La lucha volvería con fuerza en los noventa con el refuerzo de las lesbianas —refugiadas en el movimiento feminista— y de la lucha contra el sida. Para entonces, los setenta parecían ya un sueño lejano. 

 

Seis personas transexuales surcan las Ramblas con el puño en alto. Estamos en Barcelona en 1977 y las 4.000 personas congregadas en la primera manifestación del Orgullo celebrada en España corean "Abajo la ley de peligrosidad". Tras la cámara, filmando aquella heroicidad en un precario Super8, estaba José Romero Ahumada, entonces un cinéfilo de 32 años. Había acudido, como el resto, a la llamada del Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), organización pionera en lalucha LGBI. Esas imágenes, unas de las pocas en movimiento que existen de aquel hito de la Transición, han tardado 40 años en salir a la luz, pero ahí están, en la exposición Nuestro deseo es una revolución, en el madrileño CentroCentro, situado en la misma sede del Ayuntamiento.

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