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La memoria de Simone de Beauvoir

Tiphaine Samoyault (Mediapart)

Más allá de premios, ventas y estudios literarios, si algo inscribe a un autor en el panteón de las letras francesas es su entrada en La Pléiade, una colección de la prestigiosa editorial Gallimard. Algunos pocos la alcanzan en vida (André Malraux, Marguerite Yourcenar, Mario Vargas Llosa...), pero a la mayoría se les abren las puertas tras su muerte, cuando están inscritos ya desde hace tiempo en el canon literario. Desde el pasado mayo, hay una nueva inquilina de esos gruesos tomos con papel de Biblia y letras doradas: Simone de Beauvoir. Es la mujer número 15 en entrar en este pequeño Olimpo en el que residen, sin embargo, 209 hombres. Lo hace 36 años después de su compañero Jean-Paul Sartre y gracias a su escritura autobiográfica, reunida en dos tomos de 3.200 páginas en total. 

La buena idea de esta esperada Pléiade es haberla constituido no como "obras completas", sino como "memorias", inscribiendo una parte de los libros de Simone de Beauvoir en la gran tradición de las memorias históricas y dándole así su lugar en la historia del siglo XX. Haciendo esto, la edición inventa una obra que no existía antes. 

Los responsables de la edición eran quienes estaban más preparados, juntos, para llevar a buen puerto esta empresa. Éliane Lecarme-Tabone es especialista en autobiografía y escritura de mujeres, y Jean-Louis Jeannelle es el autor de importantes trabajos sobre las memorias históricas del siglo XX (en particular de Malraux). Así, orientan de otra forma la lectura que se hace de la autora. 

Estas memorias de Simone de Beauvoir no existían en la historia literaria como sí existen las Memorias de ultratumba de Chateaubriand o las Antimemorias de Malraux. En cierto modo, se puede decir que existían y que no existían. Existían parcialmente en el título dado por Beauvoir a su relato de infancia y juventud, Memorias de una joven formal (Edhasa). Existían en la sucesión de tomos de carácter autobiográfico, de La plenitud de la vida a Final de cuentas, pasando por La fuerza de las cosas

Pero la propia Beauvoir siempre dudó sobre el término que debía utilizar para calificarlas. Sobre las Memorias, habla de "investigación", de "exposición", de "informe"; considera La plenitud de la vida como una "autobiografía" pero categoriza la fuerza de las cosas como unas "memorias". Esta ambigüedad terminológica, aunque se corresponda en francés con una lenta instalación de la palabra autobiografía para designar a las escrituras del yo, tiene también como origen la incertidumbre del autor frente a una obra que está todavía haciéndose. 

 

La gran ruptura histórica que representa en su vida el comienzo de la guerra de Argelia impone definitivamente la necesidad de inscribir su yo en la historia, pero el desarrollo de la empresa no está aún claro. Estas Memorias no existían con esta forma, ya que incluyen textos que Beauvoir había situado en una especie de margen o de separación con respecto a su autobiografía: comenzando por Una muerte muy dulce, corto texto de 1964 consagrado a la enfermedad y la muerte de su madre, el año anterior, y que ella había titulado "relato"; y plantean también la cuestión del estatus de La ceremonia del adiós, que presenta los últimos diez años de Sartre vistos desde sus ojos. 

Este golpe editorial es una oportunidad para la obra, que se abre de ahora en adelante con esta frase: "Nací a las cuatro de la madrugada, el 9 de enero de 1908, en una habitación con los muebles lacados de blanco que daba al bulevar Raspail". Termina 2.500 páginas más lejos con otra, muy memorable, escrita en 1980, justo después de la muerte de Sartre: "Su muerte nos separa. Mi muerte no nos reunirá. Así es: ya es bonito que nuestras vidas hayan podido coincidir durante tanto tiempo". Entre las dos se despliega una vida, dos vidas y muchas vidas

Como señala Jean-Louis Jeannelle en la introducción, muchos contemporáneos han subrayado esta concordancia entre existencias, incluso los menos queridos por la autora. Así, Mauriac, tras la salida de La fuerza de las cosas, sabe señalar hasta qué punto, hablando de sí misma, Beauvoir habla de "nosotros": "Este adversario que no escribe mi nombre más que con hostilidad o desprecio", escribe en el suplemento Figaro littéraire del 14 de noviembre de 1963, "y del que casi todas las elecciones se oponen violentamente a las mías, nada puede hacer que su historia no sea mi historia: volver a sus recuerdos era volver a los míos". Esta lectura generosa es también a la que nos invitan estos volúmenes. Hacen de Beauvoir un testigo principal de la historia del siglo XX.  

El género de las memorias se distingue de la autobiografía no porque esté forzosamente más alejado de lo íntimo sino porque se centra menos en el individuo que en la relación entre la vida y su época. Conoce su auge tras la Revolución, de tanto como sus actores y sus testigos tuvieron la necesidad de comprender, tras el impacto, cómo ese acontecimiento había dado la vuelta a sus vidas. 

Para Beauvoir, la primera gran grieta tuvo lugar con la Liberación. Abandona definitivamente la postura de distanciamiento a través de la cual creyó poder definir su ser en el mundo en los años treinta, para ligar su existencia a su tiempo. Se compromete junto a Sartre en la revista Les temps modernes, participa en cierto número de acciones públicas, en Francia y en el extranjero, publica textos de filosofía moral y sobre todo busca una forma de expresar la fuerza de ese lazo. La encuentra temporalmente en la novela, con Los mandarines, publicada en 1954 y que obtiene el premio Goncourt ese mismo año, mientras cubre diariamente todos los campos de la escritura personal: cartas, diario —que comienza, como Sartre, durante la guerra—, anotaciones, cuadernos...

El mundo exterior

Es una segunda grieta histórica lo que hará surgir el hallazgo: el comienzo de la guerra de Argelia la revela a ella misma tanto como le revela la necesidad de incorporar el mundo exterior en su obra. Es en esa fecha cuando decide proseguir con la empresa de rememoración y de incorporación de una época histórica comenzada, con las Memorias de una joven formal, contando su juventud en La plenitud de la vida

Llega luego, con La fuerza de las cosas, el momento en el que el tiempo de escritura alcanza el tiempo de la vida, en el que se puede ver la realización de toda empresa memorialística. En este instante perturbador en el que una conciencia está completamente comprometida con la historia que cuenta, y sobre la que posa una mirada distanciada o crítica, los lectores son situados delante de su propio tiempo. Comprenden entonces su existencia histórica viéndola ser presa de los acontecimientos. 

Debido a un extremadamente abrumador efecto de curva, cuanto más pasa el tiempo y más cerca está de faltar, más se hace presente e impone al lector su presencia. Esto es particularmente real en La ceremonia del adiós. Este libro ha sido muy criticado por el retrato algo dañado que hacía de Sartre y por la imagen de un cuerpo sufriente que abandonaba a la vez a un personaje y un nombre. Pero así situado como término de las Memorias de Beauvoir, pone por delante el puro acontecimiento. Para Beauvoir, la muerte de Sartre supone un final. Cierra la empresa de las Memorias porque la priva de su acuerdo con el presente

El crítico literario Albert Thibaudet llamó "tiempo de las memorias" al momento en que, antes de que los historiadores sitúen una mirada distanciada sobre ellos, los escritores o los actores regresan a los acontecimiento de los que fueron testigo. Simone de Beauvoir se reveló plenamente en este tiempo y comprendió que su vida no tomaba sentido más que en su ejemplaridad. La ejemplaridad no es una singularidad. Se construye en la lengua de todos y en un relato que no renuncia a ser plano. 

Podemos encontrar a la larga que, con respecto a otras obras que nos gustan, Simone de Beauvoir tiene una escritura de institutriz, que conduce el relato de su vida como se haría con una buena redacción. Pero puso en su vida tal fantasía, tal frenesí, incluso si, como cuenta en Memorias de una joven formal, el encuentro con Sartre le reveló toda la tibieza que podía haber en sus fiebres, que su historia nos lleva, nos apasiona y continúa contando la Historia. La grandeza de esta edición consiste en haberlo comprendido, haberlo enseñado, probando de paso que las obras no son solo responsabilidad de su autor

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  Traducción: Clara Morales

Lee este texto en francés:

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