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"Eurovisión no es cultura": la crítica musical no entiende a los eurofans

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La sabiduría popular afirma tajante que los críticos musicales no son otra cosa que músicos frustrados y que sus juicios de valor son fruto de la envidia y el resquemor. También se dice mucho que la crítica musical es está en peligro de extinción en este mundo urgente en el que poco parece importar la (siempre tan necesaria) prescripción. Así las cosas, poco o nada puede importarles a los eurofans lo que nadie diga de Eurovisión, menos aún una crítica que, por lo general, desdeña su pasión.

Ocurre, por contra y además, que a la sabiduría popular le gusta Eurovisión. Un certamen que celebra su 67ª edición este sábado en Liverpool y que está de nuevo en alza tras unos años de larga travesía del desierto en los que nosotros, como país, llegamos a enviar en nuestro nombre a Rodolfo Chikilikuatre. Nada más y nada menos. Una jugada que sí gustó a la crítica musical, pues evidenciaba lo que venía y viene defendiendo: que estamos ante un espectáculo televisivo que, por muchas canciones que tenga, poco o apenas nada tiene que ver con la música como expresión cultural. Críticos melómanos y eurofans, dos universos paralelos que no están enfrentados porque simple y llanamente se ignoran.

"Las canciones son lo de menos. Por eso el planteamiento, desde el principio, es erróneo", afirma a infoLibre la codirectora de la revista musical Efe Eme, Arancha Moreno. "Además, la música no es una competición, no es un evento deportivo en el que objetivamente gane el mejor. Pero aunque obviásemos ese punto de partida, hay otras cosas con las que no comulgo en absoluto: las canciones me parecen prefabricadas, la parafernalia ostentosa y absurda, los votos son absolutamente partidistas por cuestiones geográficas o intereses ajenos a la canción...", añade.

Coincide con esta opinión la periodista y escritora Anabel Vélez, para quien es un "programa de entretenimiento más que un evento musical". De hecho, plantea que está más cerca de un "evento deportivo" por esa "competitividad y rivalidad entre países que mueve a las masas como lo hace el fútbol". "Lo mismo da que canten canciones o que le den patadas a una pelota. Creo que gana más la actuación que lleva un buen espectáculo que la mejor canción", señala, añadiendo que en Eurovisión se aprovechan las "rencillas y rivalidades" entre países por "razones variadas y muchas veces rocambolescas, al igual que las alianzas y afinidades". "Despierta pasiones muy básicas", apostilla a infoLibre.

Ya pueden decir lo que quieran estas dos melómanas, periodistas y escritoras ambas de libros de variada temática musical, porque los datos están ahí como un muro infranqueable: 161 millones de personas de toda Europa vieron el año pasado a la Kalush Orchestra ganar la 66ª edición del Festival de Eurovisión. De toda esa audiencia, siete millones estaban en España, lo que representa un 86% más que en la edición anterior de 2021. Una audiencia que, no lo olvidemos, son telespectadores. Y que saben lo que quieren.

"Eurovisión es un espectáculo hecho únicamente por y para la televisión, donde ante todo prima hacer un número que impacte de manera concreta en el telespectador, que no tanto en el oyente", puntualiza Miguel Rivera, director de la web Rock Total. "Ahí radica un entretenimiento que no lo es tanto por la música, y que gira más en torno a un número para televisión, con un cuidado musical diferente", prosigue, para acto seguido rematar: "No por ello tiene que ser mejor o peor, simplemente no encaja con lo que seguramente el melómano entiende por música, algo bastante diferente a lo que vende Eurovisión".

Y aún continúa argumentando a infoLibre: "Importa más el formato y lo que revele el artista en el espectáculo para acompañar la canción, ya sean coros, bailarines o fuegos artificiales. Se busca entusiasmar a una audiencia por la vista, por encima de que una canción sea considerada mejor o peor que otra. Esto es música y televisión, pero yo apuesto más por lo segundo que por lo primero. Con artistas más o menos conocidos, aquí todo queda englobado en una especie de talent show a nivel europeo. Eurovisión no deja de ser un entretenimiento televisado que busca por ello una cuota de pantalla y crear fans".

Eurovisión sin la televisión, en definitiva, no es nada. Ese es su atractivo para el público y su talón de Aquiles para los críticos como Rubén González, periodista musical de larga trayectoria que ultima la publicación de Piedra contra tijera, un voluminoso volumen sobre la historia del rock español: "No creo que haya mucha cultura actualmente en televisión, entendida como una herramienta para desarrollar y ejercer un juicio crítico, no olvidemos que era la mayor maquinaria de desinformación que había hasta que aparecieron las fake-news vía internet. Es puro entretenimiento, ocio, y como tal hay que entenderlo y disfrutarlo. Por eso, Eurovisión no es cultura".

"Históricamente ha sido un nicho de petardeo (para unos divertido, para otros no tanto) ajeno a los circuitos tradicionales contraculturales y underground donde se criaron los críticos musicales", ahonda González, para quien, además, "la capacidad de Eurovisión para crear algo que no haya sido un hype (moda pasajera) ha sido más bien escasa". "Eurovisión es un espectáculo con un tinte casi identitario, con el que se ha creado una especie de comuna entre sus seguidores, una tribu del espectáculo musical del que hablar durante unos meses. Es más sociológico que culturalmente musical", agrega Rivera. "Es más la pura esencia de los kitsch, diría yo", remata Vélez.

Y ya que estamos ante un evento sociológico, también es geopolítico. Porque Eurovisión es, de hecho, un programón de televisión que tiene su momento culminante en la diversión con banderas (que diría Sheldon Cooper) de las votaciones finales. Eso es lo que realmente le gusta ver a la gente. Las filias y las fobias entre naciones que incluso han llevado, según recuerda González a infoLibre, al "pinkwashing (lavado de imagen rosa) del estado de Israel, quien se merece un BDS (boicot, desinversión y sanciones) por el apartheid al que somete a Palestina, o la victoria de Ucrania con un claro componente rusófobo". "Hay quien disfruta haciendo cálculos de cómo quedarán las votaciones en función de la geopolítica, las relaciones gubernamentales, los intereses económicos… quinielas que, muchas veces, no andan desencaminadas", tercia Moreno, quien de paso admite: "Me cuesta escoger un término musical para describir esto".

Pero aunque ahora la crítica coincida en que no estamos ante un acontecimiento musical, lo cierto es que no siempre fue así. Hay que achinar mucho los ojos para enfocar bien en el retrovisor, pero tiempo atrás por Eurovisión pasaron ABBA (por supuesto), Raphael, Franco Battiato, Céline Dion o France Gall. "Seguramente entre tanta canción superficial haya alguna que valga la pena, aunque no se me ocurre ninguna", señala Vélez, recordando, eso sí, que en 1968 Massiel cantó una canción que iba a cantar Joan Manuel Serrat

Y es que, como subraya Moreno, Eurovisión no ha sido siempre como es ahora: "Acabo de pasearme por YouTube para ver la primera actuación de España en Eurovisión. Fue Conchita Bautista cantando Estando contigo acompañada por una orquesta, ¡una maravilla! En 1966 mandamos a Raphael con Yo soy aquel, la magnífica canción de Manuel Alejandro. Y, bueno, en un principio se pensó en mandar precisamente a Serrat a Eurovisión en 1968. Quiero entender que entonces la música importaba más que el espectáculo, pero con el tiempo la balanza se ha desequilibrado por completo".

Pero aunque la periodista opine que Eurovisión es un festival de "consumo rápido donde es difícil identificar canciones con peso que nos acompañen en el futuro", cierto es también que aparecen buenas canciones de vez en cuando de artistas que luego sí están teniendo "recorrido" en la música popular, en los que puede "intuirse un futuro alentador". "Se me ocurre ahora mismo Salvador Sobral, que cantó una canción preciosa, Amar pelos dois, representando a Portugal en 2017", concede.

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Las sucesivas ediciones demostrarán si de alguna manera pudiera recuperarse cierta calidad musical, pero desde luego en España se vive ahora cierta transformación con artistas que han mostrado interés en representar a España como Rayden, Tanxugueiras, Blanca Paloma (la aspirante española de este sábado) o Varry Brava, que "lo entienden como un proceso natural e interrelacionado en su carrera", en palabras de González: "Además, las redes sociales han entroncado con una nueva generación para la que el festival en cambio es una cosa muy seria, lo más importante justo antes de los festivales veraniegos. Pero igual que los conciertos en vermús, mañaneos o ciclos de marcas de cervezas… no carguemos todas las culpas en Eurovisión, hemos cambiado el continente por el contenido". 

Para González, además, Eurovisión es la sublimación de la más pura esencia de la sociedad del siglo XXI porque, tal y como plantea, "vemos la realidad a través de un espejo, no deforme como Valle-Inclán, sino como el retrato de Dorian Gray, muy bello al principio, pero que supura miserias". "El público quiere ocio, y desde luego hay otros mucho peores y más violentos, por lo que no me parece mal. La crítica (aunque ahora tampoco esté cumpliendo sus funciones) va por otro lado, y debe explicar las influencias, los antecedentes y las consecuencias de un movimiento o un estilo. Más allá del espectáculo no representa nada. Y me parece bien, no tiene por qué pretenderlo", remarca.

Y entonces, ¿habrá algún crítico musical al que le guste Eurovisión? "Sí. De hecho, yo conozco a gente con buen gusto musical que adora Eurovisión, quedan con amigos para verlo y se lo pasan pipa. Yo no lo entiendo, pero si ellos son felices", apunta Vélez entre risas, mientras Rivera defiende igualmente que sí, más aún en los tiempos en los que todos intentan abrirse "más a otros géneros musicales". "Es como las meigas, haberlas haylas", bromea González, antes de que Moreno remache: "Un crítico musical podría defender Eurovisión como espectáculo, aceptando que su propuesta tiene un lenguaje propio, unas pretensiones y un objetivo muy diferente al de la música convencional, a la música que nos sobrevivirá a todos: esa que forma parte de nuestra cultura, nuestra memoria y nuestras raíces".

La sabiduría popular afirma tajante que los críticos musicales no son otra cosa que músicos frustrados y que sus juicios de valor son fruto de la envidia y el resquemor. También se dice mucho que la crítica musical es está en peligro de extinción en este mundo urgente en el que poco parece importar la (siempre tan necesaria) prescripción. Así las cosas, poco o nada puede importarles a los eurofans lo que nadie diga de Eurovisión, menos aún una crítica que, por lo general, desdeña su pasión.

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