Beyoncé toma el último bastión de la música blanca en EEUU reivindicando las raíces negras del country

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Puede parecer en apariencia una variación menor, pero encierra un significado sólido y es a su vez una carga de profundidad tan simbólica como atómica, capaz con su potencia de menear hasta tambalear las estructuras tradicionales consolidadas de la música country. Porque no es lo mismo que una mujer blanca de larga melena rubia ondulada suplique a Jolene que deje en paz a su hombre a que una diva afroamericana la avise de que lo mejor que puede hacer es mantenerse alejada de él. 

Ha pasado medio siglo, no es el mismo el mundo de 1973 que el de 2024, como tampoco es el mismo el ecosistema country, históricamente tan conservador, patriarcal, blanco y heterosexual, en el que ahora hay toda una generación de mujeres con un espacio propio ganado a pulso con un discurso en ocasiones opuesto al que mantienen sus colegas hombres, escorados sin posibilidad de cambio hacia esa América que para ellos no ha cambiado y no debe cambiar tanto.

La cuestión es que donde Dolly Parton cantaba "Jolene, Jolene, Jolene, Jolene / Te lo ruego, por favor, no te lleves a mi hombre. Jolene, Jolene, Jolene, Jolene / Por favor, no lo lleves sólo porque puedes", ahora Beyonce entona "Jolene, Jolene, Jolene, Jolene/Te lo advierto, no vengas a por mi hombre. Jolene, Jolene, Jolene, Jolene / No te arriesgues porque crees que puedes". Este cambio ha sido aplaudido por la propia autora original, contenta de que Jolene se lleve al fin su merecido, y marca además la dirección no ya de la flamante versión, sino de todo el nuevo disco de una de las grandes divas del pop de nuestro tiempo (con permiso de Taylor Swift quien, recordemos, también tiene inicios hondamente country en Nashville).

"Beyoncé no se ha limitado a hacer una versión de Jolene al estilo de las más de 200 que se han hecho ya, sino que ha hecho suya la canción y le ha cambiado el sentido" explica a infoLibre la periodista Beatriz Navarro, autora de Dolly Parton. Un retrato americano (RBA Libros, 2023), incidiendo en la idea de que "Beyoncé no suplica nada, ella avisa de que mejor ni lo intente". "No hay ni rastro de vulnerabilidad, ni de admiración por la belleza y sensibilidad de la otra mujer, como ocurre en la historia de la Jolene original, donde Dolly da la impresión de que llega a entender que su hombre pueda sentirse atraído por ella, porque parece que hasta ella misma se siente seducida por su rival. Es evidente que Beyoncé ha querido actualizar la canción y lo ha hecho a su manera, con un discurso de empoderamiento que es muy suyo y muy actual pero que, en mi opinión, confunde su sentido original del tema", apostilla.

Desde su lanzamiento este pasado 29 de marzo, Cowboy Carter, segunda entrega (Act II) de la trilogía comenzada con Renaissance en 2022, es el álbum más escuchado del planeta y ha levantado ya una considerable polvareda por el giro estilístico respecto a su predecesor, más enfocado a la recuperación de la música de baile negra posterior a la década de los setenta rindiendo tributo a los pioneros afroamericanos y queer del disco y el house. Una vez superado ese primer capítulo, ahora la siguiente parada es una música country en la que la presencia de artistas de color de éxito comercial ha sido siempre minoritaria, salvo contadísimas excepciones como las de, por ejemplo, Linda Martell, la primera mujer negra que triunfó comercialmente en el country allá por los años setenta del siglo pasado.

De esta manera, Beyoncé está explorando géneros que tienen raíces muy negras que ahora generalmente no están asociados con ese origen, hasta el punto de ser incluso hostiles hacia los afroamericanos (ya ha sido, por supuesto, acusada de apropiarse de la cultura blanca). Porque las raíces de la música country, en particular, van mucho más allá de la cultura blanca estadounidense y se extienden a los cantos de trabajo espirituales de los esclavos africanos, así como a instrumentos concretos como el banjo. "Ella dejó claro desde el inicio de esta trilogía que su voluntad era demostrar que hay muchos estilos nacidos en la cultura afroamericana en los que en la mayoría de ocasiones los que triunfan con ellos son artistas blancos", apunta a infoLibre el redactor jefe de la revista Shangay, Agustín G. Cascales, antes de continuar: "Su manera de denunciar un racismo que continúa siendo patente en la industria musical es de lo más interesante, como prueban los resultados. No me parece Cowboy Carter un disco esencialmente comercial, de ahí que lo que se deba aplaudir es el riesgo que ha corrido. A estas alturas, creo que Beyoncé ha demostrado de sobra su interés por acercarse a todo tipo de estilos para ofrecer su versión de los mismos. En este caso, me resulta revolucionaria la manera en que se ha apropiado del country sin perder su esencia". 

Huelga recordar, asimismo, el mensaje publicado por la propia artista días atrás en Instagram explicando que este álbum, en el que ha empleado cinco años, nace de una experiencia en la que no se sintió bienvenida, en referencia a su actuación junto a The Chicks –entonces Dixie Chicks– en 2016 en la cincuenta edición de los Country Music Association Awards. "Quedó muy claro que no era bienvenida, pero gracias a esa experiencia profundicé en la historia de la música country y estudié nuestro rico archivo musical. Sienta bien comprobar cómo la música puede unir a tantas personas en todo el mundo y al mismo tiempo amplificar las voces de algunas de las que han dedicado gran parte de sus vidas a educar sobre nuestra historia musical", explica en dicha publicación, en la que además muestra su orgullo por ser la primera mujer negra en tener un single número 1 en la lista de canciones country de Estados Unidos con su último sencillo, Texas hold 'em. "Mi esperanza es que en unos años la mención de la raza de una artista, relacionada con la publicación de géneros en la música, sea irrelevante", añade la artista.

"Después de aquella polémica, la cosa fue a mayores con el famoso tema de Old time road, de Lil Nas X. El debate de qué es country y qué no, y quién tiene derecho a decidirlo, se calentó mucho y ayudó a que más artistas negros, menos extravagantes que Lil Nas X, reivindicaran su espacio en la música country y sus escenarios más sagrados. Dolly ha hecho su parte en los últimos años dando espacio a artistas negros en los conciertos de (su parque temático en Tennessee) Dollywood", relata Navarro.

Y prosigue explicando Cascales a este respecto: "Su intención se siente de lo más premeditada, a la vez que sincera. Haber experimentado en sus propias carnes el racismo y el machismo cuando en su día actuó con The Chicks debió hacer sonar una alarma dentro de ella. Como cuando en una entrega de premios dedicados a la música urbana se abucheó a Mariah Carey porque la mayoría del público sentía que su música no era 'lo suficientemente negra'. Las raíces culturales estadounidenses establecidas están caducas, y quienes las defienden siguen pecando de un conservadurismo extremo que ni siquiera les permite perdonar a Beyoncé por su 'atrevimiento'. Porque a Taylor Swift siempre le reverenciarán, cuando su acercamiento al country ha sido infinitamente más inofensivo". 

Es un hito que una mujer negra, y nada menos que QueenB, haya llegado al número 1 de las listas de música country, pero esto también es el resultado de años de reivindicaciones de los artistas afroamericanos, que reclaman con razón su lugar en este género

En su empresa de reivindicación cuenta Beyoncé con las aportaciones en Cowboy Carter, conceptualmente estructurado como la transmisión de una estación de radio ficticia de Texas, con las voces de iconos del género como la propia Dolly Parton, Willie Nelson y la citada Linda Martell ejerciendo de locutores. En el lado opuesto, aparecen también jóvenes cantantes negras de country que ella coloca en el escaparate (Tanner Adell, Brittney Spencer, Tiera Kennedy y Reyna Roberts) y un par de hombres igualmente afroamericanos no conocidos masivamente (Shaboozey y Willie Jones). Un trazado que aúna así pasado con futuro del género y que se afianza en el presente con nombres tan resplandecientes como los de Miley Cyrus (esencial en el country pop del siglo XXI y ahijada de la omnipresente Dolly) o Post Malone.

De esta manera, más que apropiarse del género lo recupera y lo restituye en nombre de toda la comunidad afroamericana, al tiempo que pone en cuestión todo el sistema patriarcal y colonial de la industria musical, perpetuamente voraz y pertinaz cuando se trata de fagocitar raíces y comercializar estilos para que gusten masivamente a esa entelequia conocida como 'gran público' y que suele responder a unas características muy definidas: es el robo continuado a lo largo de las décadas de la música negra por parte de los blancos poderosos.

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"Es un hito que una mujer negra, y nada menos que QueenB, haya llegado al número 1 de las listas de música country, pero esto también es el resultado de años de reivindicaciones de los artistas afroamericanos, que reclaman con razón su lugar en este género", defiende Navarro, quien recuerda que sus raíces son "absolutamente mestizas", aunque la industria desde los años veinte y treinta ya del siglo pasado "trató de ocultarlos y segregó al público y a los artistas, pues había discos hillbilly para blancos y 'de raza' para negros, aunque era la misma música". 

Podría disfrutar tranquilamente desde su trono, pero no. Inspirada por uno de sus referentes, Prince, deja claro que no piensa llevar su corona pop simplemente como adorno. Utiliza ese altavoz para luchar por un presente mejor y más igualitario

Ahora, tantos lustros después, la forma en que Beyoncé asume la iconografía del country en la portada del álbum "ha debido caer como un puñetazo en el estómago de algunos", según Navarro, con "la bandera americana, los colores rojo y azul, el caballo blanco, las botas, el sombrero de cowboy…" Pero aún hay más, pues la periodista apunta a la letra de una de las nuevas canciones, Ya Ya, que contiene un sample de These boots are made for walking, de Nancy Sinatra, que mezcla con Good vibrations de los Beach Boys, y en el que canta que "hay un montón de rojo en el blanco y el azul". "De eso va también el álbum, de cuestionar la blancura del country y reivindicar otra versión de la identidad americana más inclusiva", apostilla.

“Cuanto mayor es su alcance, más utiliza su música como instrumento político", afirma Cascales, para quien la lucha de Beyoncé contra el racismo ya quedó bien clara en Renaissance, igual que el “deseo de visibilizar a las minorías, sean racializadas o LGTBIQ+”. Y remata: “Su actitud es más revolucionaria que otra cosa. Más viniendo de la mayor artista pop del planeta, que no tendría ninguna necesidad de denunciar el sistema que le da de comer. Podría disfrutar tranquilamente desde su trono pero no. Inspirada por uno de sus referentes, Prince, deja claro que no piensa llevar su corona pop simplemente como adorno. El alcance de su voz y su música son inmensos, y utiliza ese altavoz para luchar por un presente mejor y más igualitario. Algo muy necesario en esos Estados Unidos tan estancados”.

Puede parecer en apariencia una variación menor, pero encierra un significado sólido y es a su vez una carga de profundidad tan simbólica como atómica, capaz con su potencia de menear hasta tambalear las estructuras tradicionales consolidadas de la música country. Porque no es lo mismo que una mujer blanca de larga melena rubia ondulada suplique a Jolene que deje en paz a su hombre a que una diva afroamericana la avise de que lo mejor que puede hacer es mantenerse alejada de él. 

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