Marwán: "Vivimos en un sistema neoliberal feroz, un sálvese quien pueda que se lleva todo por delante"

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Los padres de Marwán se conocieron en la Puerta del Sol allá por 1968. Él, refugiado palestino, acababa de llegar a Madrid y, perdido, trataba de hacerse entender para llegar a su destino. Tras varios intentos infructuosos, probó con una chica de Soria que sí supo indicarle dónde estaba Malasaña. Los astros se alinearon en esos pocos segundos y él decidió seguirla por la calle Preciados, titubeante. Justo cuando iba a desaparecer para siempre por la boca del Metro, le pidió el teléfono en Callao. 

El azar, el destino, el sino. La casualidad, la ventura, la fortuna. Cierta sensibilidad y la determinación de quien no tiene nada que perder. Todo eso aglutinado en una historia de película de las de antes. Bueno, más bien una serie de las de ahora, pues once años después nacía Marwan Abu-Tahoun Recio (Madrid, 1979), añadiendo así una nueva temporada a una trama que, lejos de agotarse, termina llegando hasta nuestros días y alcanzándonos en el tiempo a lo Cuéntame. No en vano, Marwán y su padre comparten portada en el último disco del cantautor, El viejo boxeador (2020). 

Una especie de cuadratura del círculo con el que este músico y poeta rinde tributo a su progenitor y se reivindica a sí mismo como El hijo del refugiado que es, a su vez y precisamente, el título de la reciente biografía escrita por Víctor R. Alfaro y editada por Efe Eme. "Nunca he querido utilizar mucho lo de ser hijo de un refugiado como reclamo publicitario, porque creo que no es lo correcto. Pero en esa portada quise hacer un homenaje y agarrar esa bandera de los refugiados, no ser el único abanderado pero sí ser uno de ellos. Si puedo utilizar mi popularidad para concienciar a la gente sobre lo que supone ser un refugiado, quiero hacer mi parte", explica a infoLibre.

La familia de Marwán no ha podido regresar a su casa en Palestina desde que saliera de allí hace más de medio siglo. Él tiene más que presente, por tanto, todo lo que implica la palabra refugiado, pronunciada tantas veces a la ligera por quienes no se sienten interpelados por su significado. "Te marca de por vida", afirma, y prosigue: "Te marca para siempre nacer en unas condiciones de pobreza brutales, vivir la infancia o la adolescencia constantemente vejado en un territorio en guerra, tener que abandonar tu casa para siempre".

"Son cosas que, evidentemente, muchos refugiados no van a poder superar. Y si encima su país no se acaba convirtiendo en una nación reconocida por la ONU y no encuentran un lugar donde vivir en paz, sino que siguen siendo refugiados setenta años después, es imposible superar esos traumas", subraya, relacionando su propia experiencia familiar con la crisis humanitaria provocada por la invasión de Ucrania, cada vez con menos presencia en los medios de comunicación tras el primer atracón: "Se ha vuelto a desviar la atención hacia otro lugar y parece que ya no hay guerra en Ucrania. Supongo que por cierto cansancio mediático y de la gente, por leer todos los días la misma noticia sin que haya mucho avance". 

Se detiene un brevísimo instante, apesadumbrado. "Es muy triste", verbaliza. "Yo dudaba de si Europa iba a apoyar a los ucranianos o iba a hacer lo mismo que con tantos otros refugiados, que es cerrarles las puertas. Por suerte, se las abrimos y acogimos gente y dimos la talla como sociedad", asevera. Y con cierto desánimo, apostilla: "A veces son modas. Se utiliza todo como una moda para consumir y parece que el foco mediático y de la gente ya no está en Ucrania, de manera que de nuevo esos refugiados dejan de tener la atención que merecen".

El compromiso del cantautor de Aluche con el mundo que le rodea se pone de manifiesto persistentemente al escuchar sus canciones o leer sus poemas. O en una conversación distendida como puede ser perfectamente esta. ¿La creación es compromiso? "Para mí sí". Responde sin dudar un instante, aclarando que, en cualquier caso, "cada uno tiene que comprometerse con lo que crea y lo que sienta". "Habrá gente que su compromiso sea hacer canciones de amor para crear un mundo más bello. Yo también hago esas canciones de amor, pero por supuesto que hago canciones comprometidas desde el punto de vista social", plantea.

Aclara, eso sí, que más que canción protesta le gustaría que lo suyo fuera "canción propuesta". Un juego de palabras que busca, en última instancia, "cambiar este mundo". Un objetivo "seguramente muy ingenuo", tal y como reconoce el autor, quien a pesar de todo defiende la necesidad de compartir esos "dolores" compartidos por todos, igual que esos anhelos por una sociedad mejor en la que cohabitar: "Me gustaría proponer algo que pudiera cambiar este mundo. Por eso nos expresamos y contamos esos dolores que tenemos y cómo nos gustaría crear otro mundo que seguramente sea posible, aunque parece que hoy en día no estamos muy centrados en ellos".

Menciona Marwán a otros cuatro colegas en los que sí observa un "verdadero compromiso": Luis Pastor, Ismael Serrano, Pedro Pastor y Rozalén. Más allá de ellos, argumenta que, sin ser mejor ni peor, la canción de autor ha "virado un poco más hacia temas relacionales" que, en el fondo, no dejan de ser también canción social, pues las tensiones de las relaciones personales no dejan de ser extrapolables a las grupales. "Pero se habla menos de problemáticas sociales, de colectivos golpeados o ausencia de derechos humanos", subraya.

Esta evolución en las temáticas de las canciones puede deberse en parte a que en el siglo XX la ciencia principal fue la sociología, como consecuencia de que tras las dos grandes guerras se conquistaran muchos derechos, se construyera el Estado del bienestar y se activaran muchos movimientos sociales. Según su propia explicación, en el siglo XXI la ciencia principal es la psicología, "también muy necesaria pero mucho más individual".

Un paso de lo colectivo a lo individual que es precisamente el que gobierna el mundo en nuestros días hasta las últimas consecuencias: "Ese paso de la sociología a la psicología tiene también mucho que ver con el tipo de canciones que hacemos. Porque al final este sistema neoliberal tan feroz en el que vivimos se lleva todo por delante y acaba metiendo sus manos, sus tentáculos, en absolutamente todas las facetas de la vida humana. Hasta en las relaciones, que cada día son más de quita y pon. En absolutamente todo. Todo se vuelve consumo, fugaz, más banal. Todo es un sálvese quien pueda y eso también llega a la cultura".

Y es que todos estamos acostumbrados a los vaivenes de este mundo loco en el que nos ha tocado vivir, pero no hace tanto que Marwán publicó, allá por 2014, una canción inspirada en el movimiento del 15M: Necesito un país. No hace ni una década, pero el escenario político ha cambiado mucho en España. Lo que no cambia es el mensaje de la música: "El grito de esa canción tiene que seguir más vigente que nunca porque tenemos que seguir persiguiendo una sociedad así, más igualitaria, donde los políticos no tengan carta blanca, donde los que ya no pueden vuelvan a poder. Esta canción apuesta por un país más solidario con los débiles. Un país para todos, no para unos pocos".

En el camino hacia ese país mejor que todos necesitamos se han conseguido "avances" sociales en los últimos años, como la subida del Salario Mínimo Interprofesional o las leyes con marcado carácter feminista, a pesar de lo cual concede Marwán que está siendo "muy difícil luchar contra ese liberalismo feroz" porque muchas de las propuestas quedan "totalmente bloqueadas por el sistema en el que vivismos"

"Pero hay que seguir luchando en esa línea. No podemos bajar los brazos y no podemos seguir en un sistema que básicamente se base en un sálvese quien pueda. Hay que seguir luchando contra ello, votando a partidos que luchen contra el neoliberalismo o crear nuevos partidos o movimientos sociales. Hay que seguir en esa línea hablando sobre ello, escribiendo sobre ello, y votar concienciado cuando uno vaya a las urnas, porque esta sociedad es mucho más que tomarse una cañita con los amigos en Madrid", destaca.

No se detiene el autor en este punto, sino que añade, hilado con las dichosas cañitas madrileñas, que "la única libertad que persigue la derecha es la de consumo y la de un negocio totalmente desregulado donde rija la ley del más fuerte, y donde pueda haber un capitalismo salvaje sin reglamentación de ningún tipo para que unos pocos puedan enriquecerse a lo loco". "La derecha ha enarbolado mucho la bandera de la libertad, que es para descojonarse totalmente", lanza, antes de rematar: "Quieren libertad para no establecer reglas que puedan crear una sociedad más igualitaria, en definitiva, para así crear una sociedad más desigual. No desean que el individuo goce de otras libertades muchísimo más necesarias que estas".

A lo largo de su ya considerable trayectoria, este Músico por la paz según la UNESCO ha cumplido todos sus sueños. Más que nada porque él era un "chico sin autoestima que solo quería cantar y conectar con otras personas" tal y como hacían sus referentes: Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez entre los más clásicos, e Ismael Serrano, Jorge Drexler y Pedro Guerra entre los más cercanos a su propia generación. Con todos ellos ha cantado y ha compartido escenario mientras su propio nombre iba creciendo, encontrando su propio público. Primero en la música y después en la poesía, dos disciplinas ya para siempre indisolubles en su vida.

Su más reciente lanzamiento es, por cierto, un dueto con Ismael Serrano, su "máximo referente": "Yo empecé a hacer canciones cuando conocí las suyas, porque yo ya escuchaba a los grandes, pero cuando cumplí 18 años y salió su primer disco encontré un autor que realmente me contaba mi vida, en mis términos. Con una cercanía de edad y generacional que expresaba exactamente el lugar donde yo estaba latiendo. Empecé a componer por él". Menudo sueño cumplido, qué duda cabe. "Ya habíamos compartido la canción El próximo verano hace catorce años y tenía muchas ganas de volver a compartir una canción con él porque me encanta y somos amiguísimos", relata.

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La delicadeza es, además, una canción que perfectamente podría haber escrito Ismael. Eso opina Marwán, quien también asegura que es su "propio Imagine, por decirlo así", pues habla del mundo en el que le gustaría vivir. "Es que vivimos en una sociedad embrutecida que es demasiado hostil a la ternura. Esa mezcla de políticos, empresas y medios de comunicación ha creado un clima que es un poco irrespirable y demasiado ruidoso", destaca. Y apostilla: "La mejor frase es 'si lloraran por nosotros las banderas', porque habla de la sinrazón humana. Lloramos por las banderas y las fronteras... pero ¿y nosotros? Las personas son más importantes que los entes".

Marwán en estado puro. Así le ha recogido negro sobre blanco Víctor R. Alfaro en la biografía autorizadísima que antes mencionábamos. Con conocimiento de causa después de una amistad cimentada y mantenida a lo largo de los años, el periodista se refiere al artista como una "persona muy inspiradora". "Un tipo que parece rudo y fuerte, con un punto golfete, pero que es en realidad muy frágil", asegura. "Ha ido mucho al psicólogo y tiene muchos quebraderos de cabeza desde que era muy chiquitín, pero eso le ha hecho escribir lo que ha escrito. La gente es creativa porque es sensible", recalca.

"Tiene la magia de poder poner en palabras las cosas que no sabemos explicar nosotros", resume Alfaro, quien comparte con infoLibre una curiosidad que da idea de la magnitud de Marwán: "Hace dos semanas un profesor de un colegio me manda la foto de un libro de Religión con una foto de Marwán y la letra de Necesito un país, que es una canción absolutamente de protesta. Y ahí se animaba a los chavales a que analizaran la canción poniendo el foco en los sueños, las esperanzas, la unión. Me sorprende que una canción así acabe en un libro de texto de Religión".

Los padres de Marwán se conocieron en la Puerta del Sol allá por 1968. Él, refugiado palestino, acababa de llegar a Madrid y, perdido, trataba de hacerse entender para llegar a su destino. Tras varios intentos infructuosos, probó con una chica de Soria que sí supo indicarle dónde estaba Malasaña. Los astros se alinearon en esos pocos segundos y él decidió seguirla por la calle Preciados, titubeante. Justo cuando iba a desaparecer para siempre por la boca del Metro, le pidió el teléfono en Callao. 

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