¡Sarri, sarri!: por qué nos sigue fascinando el rock radical vasco 40 años después

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De la misma manera que la Movida madrileña es tildada de insustancial y de moda pasajera por su propia esencia pop perpetrada por niños bien, el rock radical vasco sigue latiendo con fuerza cuarenta años después igualmente por su esencia, en su caso callejera y obrera. Coincidentes en el tiempo en los años ochenta, no podían resultar más antagónicas estas dos corrientes musicales que reflejaban dos realidades sociales contrapuestas: el hedonismo comercial pasajero de Alaska frente al activismo underground imperecedero de Kortatu.

Tanto es así que su canción más famosa, la contagiosa Sarri, Sarri, se ha convertido en un himno festivo skatalitiko que suena siempre en cualquier celebración popular en Euskadi y Navarra (o Vallecas, entre otros lugares no tan norteños). Lo hemos visto esta semana con varios futbolistas del Athletic de Bilbao celebrando espontáneamente con los aficionados, cantando y bailando en la calle, lo cual ha provocado la ya tradicional reacción desde sectores más conservadores. No en vano, aunque las nuevas generaciones tomen la canción como algo más bien pachanguero, sobre la base de una melodía jamaicana de Toots and The Maytals la letra narra la fuga en 1985 de dos históricos presos etarras (Iñaki Pikabea, Piti, y Joseba Sarrionandia, Sarri) de la prisión guipuzcoana de Martutene escondidos dentro de unos bafles. [El primer vídeo lo comparte el propio club y el segundo el que fuera líder de Kortatu y luego Negu Gorriak, Fermin Muguruza].

Un movimiento tan pegado al asfalto y contestatario como el rock radical vasco (etiqueta surgida en 1983 y rechazada por comercial por no pocos grupos de los en ella englobados), nació desde el primer momento plasmando lo que pasaba a su alrededor, que no era otra cosa que las luchas de los trabajadores, el descontento de los jóvenes, la crisis económica, la marginalidad, la transición política, el combate contra el poder (político, policial y también militar) y la actividad terrorista de ETA, provocando esto último cierta apropiación desde la izquierda abertzale. Germinó de abajo a arriba, en definitiva, con una verticalidad visceral y, sobre todo, una veracidad que, a pesar de ser algo tan local, terminó adquiriendo una universalidad horizontal tan geográfica como temporal.

Esto último, la dilatación en el tiempo, se constató con la última gira de reunión de La Polla Records, estandarte del (mal) llamado rock radical vasco. Un grupo que no sabía tocar, con un cantante que tampoco se puede decir que a día de hoy haya aprendido a cantar, que empezó en gaztetxes y casas okupas y que llenó hace un lustro varias veces grandes recintos como el WiZink Center de Madrid o el Palau Sant Jordi de Barcelona (y el BEC de Bilbao, pero eso es lo suyo) en una gira de reunión por su cuarenta aniversario que les llevó incluso a tocar en Latinoamérica ante multitudes. Un fenómeno que se explica en buena parte por la profética vigencia de las letras de Evaristo Páramos, capaces de congregar no a una ni a dos, sino hasta a tres generaciones: "Mogollón de gente vive tristemente y van a morir democráticamente. Y yo, y yo, y yo no quiero callarme".

El artista invitado a muchos de esos conciertos de reunión y aniversario de La Polla Records fue El Drogas, antaño cantante y bajista de Barricada, otra formación respondona y urbana emparentada con el movimiento en su caso desde Pamplona. Ahora en solitario, tras una temporada de reubicación y siempre comprometido con la memoria democrática, Enrique Villarreal (su nombre real) vive una especie de segunda juventud con gran aceptación de un público fiel a su discurso y que premia así una autenticidad insobornable.

"Es el gran elefante en la habitación de la música en España", afirma a infoLibre el periodista musical experto en la materia Rubén González. "¡Qué curioso que con lo que esa música ha llegado a tanta gente durante tantas décadas, haya sido sistemáticamente tan ignorada! ¿Por qué está tan anulada? Porque con los precios desorbitados de los alimentos, la energía o la vivienda, es preferible que no haya una música que se rebele contra ello y aspire a ser banda sonora de una posible revuelta. Mucho mejor que haya canciones de ritmos fáciles y letras simplonas que no te hagan pensar, y mucho menos cabrearte", argumenta.

En la misma línea apunta la periodista musical Esther Al-Athamna, para quien "la música vasca o el rock vasco tiene una parte de verdad, de autenticidad y de apego a la tierra y a sus gentes que no encontramos en otras músicas o en otras expresiones artísticas". Y todavía destaca a infoLibre, aunando pasado y presente tirando de actualidad: "Lo hemos vivido esta misma semana con la victoria del Athletic, de repente esa celebración con La Gabarra bajando por el río, que ha sido súper especial... De alguna manera, ver todo eso te invita a que tú quieras formar parte de esa comunidad o de esa expresión artística. Tiene tanta verdad en lo que hacen, cómo lo hacen y cómo lo cuentan, que invitan a que el resto queramos acercarnos".

La banda sonora de la revolución desde las alcantarillas de la ría del Nervión, tan engalanada estos días para ver navegar a La Gabarra, pero tan distinta a principios de los desquiciados años ochenta. Ya lo cantaban Eskorbuto en Ratas de Bizkaia, otro de esos himnos generacionales airados y rebosantes de rabia: "Desde Santurce a Bilbao vengo por toda la orilla. Somos ratas en Bizkaia. Somos ratas contaminadas y vivimos en un pueblo que naufraga, que naufraga, fraga, fraga". Y otra más del grupo vizcaíno, Maldito país: "Ministros, gobernadores, presidentes que se tocan los cojones. Este maldito país es una gran pocilga".

En una sociedad en perpetuo conflicto cualquiera puede ser el enemigo público número uno. Ese es el sentimiento iracundo plasmado en este clásico de Cicatriz, banda vitoriana que sufrió toda la dureza de su época con la muerte por sida o sobredosis de los grupos miembros de la formación que grabó su primer álbum: "Enemigo publico numero uno porque no aguantas que te joda ninguno. Sin encontrar un puto oficio porque eres carne de presidio. Tu chupa de cuero claveteada, de navajazos esta rasgada. Tu vida es un hueco en el tiempo. Mi vida es como vive un muerto. ¿Que hacer? ¿Qué hacer? Te preguntas. No vas a ser un pardillo. ¿Que hacer? ¿Qué hacer? Te preguntas. ¡Aprieta el gatillo!"

También se enmarcan dentro del rock radical vasco Las Vulpes, que la liaron de lo lindo cuando tocaron Me gusta ser una zorra en Televisión Española en 1982 y que han vuelto a estar en boca de algunos por la similitud de su mensaje con la Zorra de Nebulossa que nos representa en mayo en Eurovisión. De vida efímera, dejaron para la posteridad su propio manifiesto punk de liberación femenina, que ya vemos que sigue generando controversias más de cuarenta años después. Y otro grupo: Hertzainak, considerados algo así como la versión en euskera de los Clash por su fusión de punk con reggae y ska y sus letras políticamente combativas. 

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"La de Navarra y Euskadi de 1984 fue una generación increíble, nuestro punk inglés del 77, de igual a igual. En cuanto a sonidos, reggae, nueva ola, rock urbano y sobre todo punk, mucho punk; en cuanto a mensaje, jamás había habido unas letras tan explícitas, salvedades como el halo hippy de Asfalto o el rollo social de unos primeros Barón Rojo o Leño. Y en cuanto a filosofía de vida, pasando del nihilismo hijo de los ochenta con las drogas duras al activismo político contra la reconversión industrial del felipismo y el paro, sumado en Euskadi y Navarra al conflicto vasco con atentados de ETA y de los GAL y a la represión policial a cualquier movimiento juvenil contracultural que se deja domesticar por el sistema", explica González.

Potato, M.C.D., Zarama, R.I.P, Vómito o Anti-Régimen se engloban también dentro de este rock radical vasco tan profundamente generacional y que por actitud y mensaje fue esencial para el desarrollo posterior del rock urbano en los años noventa, cuya evolución a través del tiempo es la que actualmente llena estadios con nombres tan ilustres como Robe Iniesta y Fito Cabrales. Porque después del gran motín euscaldún nada volvió a ser igual y llegaron otras bandas variopintas en géneros y procedencias como Extremoduro (Robe), Platero y Tú (Fito), Soziedad Alkoholika, Reincidentes, Piperrak, Parabellum, Porretas o Boikot, entre otras muchas.

Y como esto del ciclo de la vida generación tras generación no se detiene nunca, encontramos toda una nueva generación de grupos jóvenes que vuelven a la casilla de salida y recogen toda la esencia de los ochenta para, sumándole todo lo posterior, adecuarse al mundo contemporáneo del siglo XXI. Rotten XIII, Kaleko Urdangak, Streetwise, Brigade Loco, Dinamita, Arene 6, Azken Sustraiak o Tatxers. Y una consideración final de Rubén González a modo de resumen: "Barricada tocando en el Paseo Camoens (Parque del Oeste) en 1986 durante el homenaje a Tierno Galván quedará para la historia de ese Madrid rebelde que siempre miraba al futuro, en contraste con esa invasión de pijos alentada por la mediocre Ayuso. La música como moldeadora de conciencias tiene una fuerza imparable".

De la misma manera que la Movida madrileña es tildada de insustancial y de moda pasajera por su propia esencia pop perpetrada por niños bien, el rock radical vasco sigue latiendo con fuerza cuarenta años después igualmente por su esencia, en su caso callejera y obrera. Coincidentes en el tiempo en los años ochenta, no podían resultar más antagónicas estas dos corrientes musicales que reflejaban dos realidades sociales contrapuestas: el hedonismo comercial pasajero de Alaska frente al activismo underground imperecedero de Kortatu.

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