El último beso de Serrat a Madrid: "Ha sido un placer haberme podido dedicar a un oficio que amo"

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La banda está desmelenada tocando los últimos compases de Fiesta. El concierto está a punto de acabar y, desde el centro del escenario y el epicentro de la emoción, Joan Manuel Serrat contempla conmovido su obra: un WiZink Center hasta la bandera por tercera noche consecutiva con 12.000 personas aplaudiendo en pie, agitándose con los brazos en alto, habitando en un presente que en breves instantes será un hermoso recuerdo para siempre.

Intenta también atrapar ese momento el cantante pues, al ser esta su gira de despedida, ya no volverá a pisar un escenario madrileño nunca más (tres conciertos quedan en Barcelona y ya). Y como en cualquier adiós, llega un momento en el que por el bien de todos es mejor no alargarla más: es entonces cuando se gira y va hacia el fondo del escenario mientras los músicos siguen tocando. Abre el gran telón granate y aún se gira una última vez para mirar de nuevo a la multitud y, sonriente, lanzar un último beso. Entonces es, ya sí, cuando a las 23:20 y después de 135 minutos de actuación, se va. De verdad. Para quedarse para siempre.

Pero retrocedamos ahora tres horas, a eso de las 20:15, cuando en los camerinos tiene lugar el ritual de la falsa normalidad. Porque, si se piensa fríamente, eso de salir a cantar para 12.000 personas tiene poco de normal. Es más bien excepcional y por eso todo es calma tensa entre la banda del maestro barcelonés, que recibe en pleno a infoLibre en un amplio camerino con bebidas, tortillas y aperitivos varios. Y calma tensa, mucha calma tensa. 

"Está siendo una gira muy emotiva sabiendo que nos hemos merecido descansar ya. La primera vez que fuimos a América teníamos 24 años y la última hemos vuelto con 78", apunta a infoLibre Ricard Miralles, pianista, director musical del espectáculo y compañero de Serrat desde hace más de medio siglo, que se dice pronto pero se asimila nunca: "Le veo muy emocionado. Es lógico, porque es su adiós al mundo del espectáculo y la comunicación, en el Joan ha estado toda su vida. Pero a la vez también es divertido porque, como dice el nombre de la gira, él tiene el vicio de cantar".

Igual opina otro sempiterno compañero desde los años ochenta, el teclista Josep Más 'Kitflus', quien tras bromear con la posibilidad de recibir como regalo de jubilación un reloj caro o una pluma estilográfica, reconoce que está siendo una gira "especialmente emotiva", con una respuesta "brutal" de la gente en todos los sitios. Una gira, que recordemos, arrancó en primavera en el Beacon Theatre de Nueva York. "Si pensamos en el inicio en abril en Nueva York, nos da la sensación de que ha pasado una eternidad, no parecen ocho o nueve meses", confiesa, apostillando con resignación socarrona: "Pero es así y llega un momento en el que todo llega".

Recuerda también el recital neoyorkino el saxofonista y clarinetista (y demás vientos) José Miguel Sagaste, quien reconoce que entonces sintió que empezaba "una gira de verdad" que ahora, ya sí, se acaba. "No sé qué pasará el 23 de diciembre en el último concierto en Barcelona", lanza el músico, a lo que responde sin dudar la violinista y vocalista Úrsula Amargós: "Vamos a llorar". "Estos conciertos en Madrid están siendo increíbles para todos, mucho concretamente para mí, que llevo viviendo aquí cincuenta años. Pero es verdad que quedan tres en Barcelona, que es nuestra tierra y la tierra natal de Joan, que van a ser aún más emocionantes", apostilla Miralles.

Barcelonés es también el bajista Rai Ferrer, el más novato del grupo junto a Úrsula, que utiliza palabras como "ilusión" y "privilegio", al tiempo que relata que él escuchaba a Serrat desde siempre en casa, con lo que ha sido "increíble" acabar tocando con él en esta gira tan importante. Con algunos lustros más en la batería pero las mismas palabras se expresa el batería Vicente Climent, quien asegura que, sin "desmerecer a nadie, esto es lo más grande" que ha hecho en su dilatada carrera musical: "Y llegado un momento, que yo no llego, intentas ponerte emocionalmente en el lugar de Serrat. Porque realmente hay algo aquí importante que vibra por todos los lados".

"Experiencia única e irrepetible" ha sido esta gira también para Úrsula, así como para David Palau, conocido guitarrista para multitud de artistas y con un buen puñado de años ya junto a Joan Manuel, con quien "cada noche tiene algo distinto". "Hay una carga emocional y una cantidad de complicidad, de pequeños guiños, gestos y miradas entre él y la banda, que empatizamos todos con su emoción. Porque vas viendo que cada noche se acerca más el momento de la despedida final y lo sientes, porque le conocemos ya como persona después de tantos años. Eso hace que vengan muchos recuerdos de giras, de momentos, de carretera y de vida. Es un viaje emocional para todos", destaca.

Y aún prosigue remarcando su "increíble nivel de exigencia, que no desciende jamás". "Es muy meticuloso y exigente y te pide que seas el mejor músico que puedas cada noche. Después de tantos años, hay artistas que se relajan, incluso artistas que a medida que le pierden el miedo le pierden el respeto al escenario, pero él mantiene ese nivel admirable de exigencia cada noche que te hace ser mejor a ti y tener más conciencia de la profesión de músico", asegura, justo antes de que Kitflus sentencie mientras Miralles asiente: "Esta es una de las giras en las que Serrat ha estado a un nivel porcentualmente mejor. De voz, de actitud, de talante... de hecho, es la mejor gira. Seguro".

La charla con infoLibre parece haber relajado a unos músicos que todavía están vestidos 'de calle' y que entran en otros estado mental (y casi diríase que físico) cuando se dan cuenta de que apenas falta media hora para salir al escenario. En otro camerino contiguo, cual fortaleza inexpugnable, se prepara consigo mismo el cantante, que ha llegado hace un instante. Quedan pocos minutos para su última actuación en Madrid y resulta imposible saber cómo se siente, aunque eso lo descubrirá él mismo sobre la marcha delante de su gente. 12.000 de sus gentes.

Son las 21:15, ya ha empezado el espectáculo con Dale que dale, y habla al respetable con su clásica mezcla de melancolía, ironía y poesía superlativa: "Buenas noches, damas, caballeros y gente imparcial en el asunto. Parecía que el día de hoy estaba tan lejos aquella noche de abril cuando empezó la gira y ya hemos llegado. Ya soc aquí. Me siento un poco como Tarradellas, pero él estaba más feliz porque llegaba y yo me despido. Y vengo a despedirme personalmente, como un caballero, de una gente que tanto amor me ha dado. A despedirme con mucha alegría porque mi vida en los escenarios ha sido de alegría y encuentro. Dejemos de lado cualquier sentimiento de bajonazo y agárrense bien al carro del futuro, porque a partir de ahora todo es futuro y es para nosotros. Y si les dicen que este es mi último concierto, díganles que es mentira porque quedan tres en Barcelona".

El escenario siempre nos devuelve la imagen del espejismo de lo que vemos en vivo y lo que una vez vimos, que se mantiene ahí, en diferido. Por eso, hay subjetivamente un diferente Serrat para cada uno de los asistentes. Pero, objetivamente, ahí arriba personificada una parte sustancial de la historia y la memoria de la música y la cultura españolas. Cantando desde su niñez y compartiendo con los presentes una foto de su abuelo, protagonista de El carrusel del Furo. Cantando esa Lucía que ha puesto nombre a tantas mujeres de nuestro día a día. Señora, Romance de Curro el Palmo, Hoy por ti mañana por mí, la sátira política de Algo personal...

Imponente en su tan reconocible voz, disfruta también con su faceta de encantador y jovial monologuista. Bromea con el pelazo que una vez tuvo mientras confiesa lo que le duelen las rodillas. "La reina de Inglaterra, ¿saben que se murió? Tan joven... pero nos queda el orejas, que va a dar muchos recursos al papel couché..." Se pierde en el camino por las risas generalizadas, pero continúa: "¿De qué estaba yo hablando? Ah, sí. Si dicen que bebía tanto... si la reina tenía esa familia, no sería normal que le quitara la tónica a la ginebra?"

Hay quien ni puede ni quiere reprimirse y le grita piropos o lo que en ese momento necesite gritar. Hombres o mujeres, da igual, gritan cuando encuentra su grieta de silencio entre ovación y ovación. También hay quien grita "¡viva la República!" solo con que Serrat se acerque al micrófono y diga "Miguel Hernández" para anunciar "uno de sus poemas más terribles y a la vez más bellos", esas Nanas de la cebolla quizás está noche algo más lloronas que de costumbre (no es complicado encontrar vidrio en los ojos de cualquiera haciendo un giro aleatorio a lo 360).

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Para la libertad cambia la atmósfera del lugar con guiños a Banksy. No hago otra cosa que pensar a ti, Tu nombre me sabe a yerba. Presenta a sus músicos y explica que han escogido el repertorio "para disfrutar esta noche irrepetible por tantas razones", porque, sí, es así, Hoy puede ser un gran día, aunque sea el último. Desde el alegato por el presente hasta la advertencia a futuro que llega desde el pasado con la intensidad de Pare, una canción escrita hace cincuenta años, cuando "solo unos pocos científicos advertían del peligro del cambio climático, que es el mayor de los muchos problemas a los que nos enfrentamos la especie humana".

Arropado por una banda de solvencia probada y una gran pantalla con bonitas animaciones, entona Joan Manuel una de las canciones más atemporales (si no la que más) de la música de un tiempo, el nuestro, cada vez más fugaz, Mediterráneo, himno intergeneracional que provoca un maremágnum de teléfonos móviles al aire justo antes de cantar a Aquellas pequeñas cosas a medias con el público por jocoso imperativo del que manda: "Esta noche he echado de menos que no les he escuchado demasiado cantar. Así que canten. Y al que no se sepa la canción o le dé pereza, le pediría que fingiera y que abra la boca". Como para no hacerle caso.

Se cierra la velada (antes del festivo bis final que comentábamos antes) con Cantares y la profunda voz de Serrat recitando a Antonio Machado y el público en pie entregado en una ovación de cuatro minutos. "Que esta noche iba a ser especial ya lo sentía antes de empezar. Y muy conmovedora", confiesa, desde algún lugar en el que la rotura es inminente, pero se recompone para recordar también a los que ya no están: "Que mis amigos me dejen me hace más viejo, pobre e indefenso. Su memoria me mantiene un poco en equilibrio, y por eso a ellos quiero dedicar mi discurrir en este oficio. Ha sido un placer conocerles a ustedes y haberme podido dedicar a este oficio que amo... Y ya está. Que sean felices".

La banda está desmelenada tocando los últimos compases de Fiesta. El concierto está a punto de acabar y, desde el centro del escenario y el epicentro de la emoción, Joan Manuel Serrat contempla conmovido su obra: un WiZink Center hasta la bandera por tercera noche consecutiva con 12.000 personas aplaudiendo en pie, agitándose con los brazos en alto, habitando en un presente que en breves instantes será un hermoso recuerdo para siempre.

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