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Cultura

Ocho películas para entender el legado de Ennio Morricone

Una foto sin fecha de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas muestra al compositor y director de orquesta italiano Ennio Morricone sentado ante un piano de cola.

Sin Ennio Morricone (Roma, 1928-2020) no se puede entender buena parte del cine occidental contemporáneo. Desde que decidió abandonar su carrera como trompetista y dedicarse a la composición para el audiovisual, allá por los sesenta, hasta su fallecimiento este lunes, el italiano llegó a crear más de 400 bandas sonoras que han marcado el carácter de géneros completos, como el wéstern o el cine negro italiano, y que han puesto música a películas tan distintas como Los intocables de Eliot Ness, Cinema Paradiso o La misiónLos intocables de Eliot NessCinema ParadisoLa misión. Algunas de sus piezas han llegado a eclipsar, en la memoria del espectador, las imágenes a las que acompañaban; otras han incluso revolucionado la manera de entender una banda sonora. Estos son solo unos pocos de sus muchos logros. 

La trilogía del dólar

Cuando Morricone comenzó a colaborar con Sergio Leone, apenas acababa de empezar su carrera como compositor cinematográfico. Y, aunque Por un puñado de dólares (1964) se ha convertido en un auténtico mito para los cinéfilos y un pilar del spaghetti western, él no estaba particularmente orgulloso de su trabajo: "Es la peor película que hizo Leone y la peor banda sonora que hice yo", aseguraba en 2006. Sin embargo, los recursos que comenzó a emplear entonces, como los silbidos que aparecen en momentos de tensión, el uso solitario de harmónicas, guitarras y trompetas o los sonidos que pertenecen a la propia trama —como el reloj musical de La muerte tenía un precio (1965)— se convirtieron no ya en marca de la casa, sino en la marca de un género recién nacido. 

"El éxtasis del oro", de El bueno, el feo y el malo (1966), es uno de sus temas más conocidos y también en un ejemplo de la colaboración Leone-Morricone. En esta escena, uno de los personajes corre frenéticamente por un cementerio en el que cree que se esconde un botín. Es una secuencia particularmente lenta: durante varios minutos, Eli Wallach busca entre las tumbas mientras suena la voz de la cantante italiana Edda Dell'Orso, colaboradora habitual del compositor. "Las películas de Leone estaban hechas así porque quería que la música fuera una parte importante de ellas, y a menudo hacía las escenas más largas simplemente porque no quería que la música acabara", aseguraba Morricone. Y así se convierte este breve fragmento en uno de los más recordados de todo el filme. La banda sonora vendió tres millones de copias en todo el mundo. 

Terror y sangre

El estreno de la trilogía de Leone en Estados Unidos en 1967, con enorme éxito, lanzó al estrellato la carrera de Morricone. Poco después comienzan sus colaboraciones con Pier Paolo Pasolini (Teorema, Salò) o con Dario Argento (El pájaro de las plumas de cristal, El gato de las 9 colas): la oscuridad del primero y los baños de sangre del segundo le permitían poner en práctica otras vías de experimentación. De hecho, en esos años Morricone había pasado a formar parte de Il Gruppo, un colectivo de músicos reunidos en torno a la creación de vanguardia cuyos intereses iban desde la música electrónica a la música concreta pasando por la guitarra eléctrica o el funk. Estos sonidos llegaron al giallogiallo, el cine negro italiano, en gran medida a través de él. Su influencia en este género no ha tenido tanta repercusión como su trabajo en el wéstern, pero resultó igual de determinante.

La música de cuna que suena al inicio de El pájaro de las plumas de cristal (1970), sobre las imágenes de lo que parece la preparación de un asesinato, prefiguran el uso paradójico de temas inocentes sobre secuencias inquietantes que tanto se explota en el cine de terror. Su trabajo en estas películas italianas de los setenta le prepararían igualmente para posteriores incursiones más populares en el género, como la banda sonora de La cosa, de John Carpenter, en 1982. 

Una de mafiosos

La asociación entre Morricone y el cine de gángsters lleva inevitablemente a Los intocables de Eliot Ness, de Brian de Palma, pero esta no fue su primera incursión en el género. Además de cintas como El clan de los sicilianos, estuvo Érase una vez en América (1984), la última película de Sergio Leone. En las casi cuatro horas de metraje —recortado a unas dos horas en la versión estadounidense, no muy exitosa—, Leone sigue a Noodles, un gángster neoyorquino desde su infancia a principios de siglo hasta su adultez, cuando es interpretado por Robert de Niro. Una de sus escenas más famosas está marcada por los juegos musicales de Morricone: la banda recorre el barrio acompañada por una flauta solitaria que parece venir de las propias calles. Cuando uno de sus integrantes es herido en una emboscada, la flauta se transforma en una pieza orquestal que va creciendo hasta la muerte del personaje. 

En Los intocables, Morricone entiende tan bien como Brian de Palma la fusión de géneros cinematográficos y el homenaje al Hollywood clásico a través de los códigos del cine ochentero. Así, mezcla metales con sintetizadores en el tema de Al Capone y contribuye a construir el aire de wéstern en la escena del puente, donde Eliot Ness y sus secuaces se enfrentan a los malos a caballo. Uno de los momentos más conocidos de la película se beneficia, de nuevo, de la banda sonora del italiano: en medio de un tiroteo en Union Station, un carrito de bebé cae por las escaleras. De Palma estira el tiempo de la secuencia, recreándose en el accidente y su previsiblemente trágico desenlace, con la ayuda de Morricone, que mantiene la tensión a lo largo de todo el metraje. 

La inmensidad de la jungla

La banda sonora de La misión (1986), de Roland Joffé, era uno de los trabajos de los que más orgulloso estaba el compositor. La película seguía a un jesuita del siglo XVIII (Jeremy Irons) en su incursión evangelizadora en la Amazonia paraguaya. En la trama, la música es especialmente importante: el religioso toca el oboe, y su sonido se convierte en una importante herramienta de comunicación con el pueblo guaraní al que pretende acercarse. Para recrear el encuentro entre dos culturas, Morricone se servía de arreglos corales occidentales y sonidos tradicionales indígenas, como ciertas formas de percusión. La banda sonora vendió más de tres millones de copias y le valió una de sus seis nominaciones al Oscar, la que más le dolió no ganar: aquel premio se lo llevó Herbie Hancock por sus arreglos sobre standards del jazz. 

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El regreso al wéstern

Ennio Morricone jamás dejó su casa en Roma, se negó a aprender inglés, rechazó en múltiples ocasiones a mudarse a Los Ángeles y solo conoció el país cuando acudió, en 2007, a recoger el Oscar honorífico. Eso no le ha impedido retratar —y transformar— como muy pocos creadores cinematográficos el alma mítica de los Estados Unidos, del wéstern a las películas de mafiosos. Pese a sus indudables contribuciones al cine de Hollywood, la Academia se resistió hasta el final a concederle una estatuilla, hasta el punto que la recibió antes como reconocimiento a toda su carrera que como nominado. Lo hizo finalmente en 2016 con Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino, su primera aproximación al wéstern desde los ochenta. El cineasta había recurrido anteriormente a la música ya publicada de Morricone para construir sus filmes, pero en esta colaboración el italiano huyó de sus propios hallazgos y se renovó con una interesante mezcla entre el wéstern y thriller thrillerque casaba especialmente bien con los largos diálogos tarantinianos. 

Con 87 años, Morricone se convirtió entonces en el creador más veterano en recibir un Oscar. En su discurso de agradecimiento, mencionó a John Williams, compositor junto al que recibió el Princesa de Asturias de las Artes el pasado junio. El estadounidense tendrá ahora que recogerlo solo. 

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