Josef Mengele. Su nombre conduce de inmediato a Auschwitz, el infierno en el que este oficial de las SS y médico llevó a cabo sus experimentos en humanos, el lugar en el que (como otros colegas doctores hacían en otros campos) decidía qué prisioneros eran aún mano de obra útil y cuáles podían ser ajusticiados. Se conocen sus crímenes, más o menos vagamente, y su figura de Ángel de la muerte (un apodo lírico para una tarea brutal) remite sin duda a la del maligno científico nazi que se ha convertido casi en un cliché de ciencia ficción. Más difícil es recordar su suerte. Qué sucedió con él. Si respondió ante la justicia, cómo vivió tras la guerra, cómo murió.
Son cuestiones que tienen respuesta desde hace décadas: Josef Mengele consiguió abandonar Alemania gracias a la colaboración de la Cruz Roja, se instaló en Argentina, donde rehízo su vida, con la asistencia de otros fascistas emigrados y la connivencia del Gobierno, hasta el punto de aparecer en la guía telefónica con su verdadero nombre. A finales de los cincuenta, espantado por la renovada persecución a los dirigentes nazis, huyó a Paraguay y luego a Brasil, donde vivió, cada vez más apartado de la civilización, cada vez más solo, hasta 1979, cuando falleció mientras nadaba en la playa. Pero todo esto, valora el periodista y escritor francés Olivier Guez (Estrasburgo, 1974), no se recuerda. "Yo mismo tenía una imagen muy vaga de los nazis en Sudamérica", admite quien lleva diez años investigando sobre el período posterior a la II Guerra mundial. "Pero lo mismo ocurre en Italia o en Francia, donde se cambiaron uniformes militares por civiles pero donde la estructura administrativa, judicial, médica, policial siguió siendo la misma. Es todavía una zona muy desconocida. Y nuestra modernidad europea reposa sobre esto".
La desaparición de Josef Mengele (Tusquets), "novela de no ficción" según la definición de su autor, resultó ganadora en 2017 del Premio Renaudot, galardón otorgado por un grupo de periodistas y críticos tras el fallo del Goncourt. Curiosamente, este último premio lo había obtenido Éric Vuillard con El orden del día, un relato también novelado sobre las concesiones de los líderes europeos y de los empresarios que permitieron el ascenso del nazismo en Alemania. El argumento de Olivier Guez para usar el género de la novela, y no el ensayo o la crónica, es similar al de Vuillard: "La ficción me permite poner en escena información que tengo pero de la que no tengo todos los detalles". Hace una década que el francés escribe sobre la posguerra (con obras como El retorno imposible. Una historia de los judíos nazis en Alemania desde 1945 o su guion para la película El caso Fritz Bauer), y para este libro ha contado con tres años de investigación y viajes a Günzburg, ciudad natal del médico nazi, Argentina y Brasil. A la novela se anexan cinco páginas de bibliografía. Pero no deja de ser una novela.
¿Qué significa eso? "El relato de la caída de Mengele, la segunda parte del libro [referida a su huida en Brasil], en no ficción se reduciría a dos párrafos", explica el autor en un hotel de Madrid, durante un día de promoción, "Pero la paranoia y la soledad son una buena materia literaria". Gran parte de lo narrado en la novela es historiográficamente cierto. Otra parte podría serlo. Un ejemplo: en el volumen, a su llegada a Buenos Aires, Josef Mengele se encuentra con distintas figuras del fascismo europeo en una cena a bordo del lujoso barco Falken. Le guía el periodista colaborador Willem Sassen, que señala al dictador croata Ante Pavélic, el alcalde vichyista Simon Sabiani, o a Vittorio Mussolini, hijo del dirigente italiano. "El Falken era el lugar de encuentro de los fascistas en Buenos Aires. Todas esas personas pasaron por la ciudad. Estamos en la frontera entre la ficción y la no ficción: si estuvieron esa noche en el barco, eso no puedo saberlo".
El mito creado en torno a Josef Mengele, cuenta, dificultó su investigación. El escritor relata que quienes se prestaron a ayudarle en sus pesquisas sobre la vida sudamericana del doctor a menudo acabaron echándose atrás. Da solo un nombre propio: Saskia Sassen, socióloga, escritora e hija de Willem Sassen, muy cercano a Adolf Eichmann, responsable de la llamada "solución final", e igualmente cercano a Mengele en su etapa argentina. "Me dijo que me ayudaría poniéndome en contacto con su hermana, que vive en Sudamérica, pero luego no me ayudó en absoluto". ¿A qué se debe esta resistencia? "Mucha gente no quiere saber nada de él, 40 o 50 años después. Pero habría que preguntarle a Saskia Sassen".
Pese al lugar que ocupa en el espacio colectivo, Guez insiste: "Mengele no es un monstruo, es un personaje sintomático de lo que ocurrió en Alemania. No todos los alemanes torturaron, pero la mayoría sostuvo implícitamente ese régimen. Fueron cómplices". Hijo de médicos, el novelista insiste en que el papel de los doctores en los campos de concentración no afecta solo a su protagonista. Eran sanitarios de las SS los encargados, en todas esas fábricas de la muerte, de separar a los prisioneros a su llegada y de sentenciar a quienes juzgaban ya más cerca de la muerte. Se llevaron a cabo experimentos inhumanos también en Dachau, en Buchenwald, en Ravensbrück."La medicina nazi no quiere sanar a un individuo, sino a un pueblo", retoma el autor, "y por la salud del pueblo alemán, se está dispuesto a todo, sobre todo a sacrificar a quienes se considera subpueblo".
Ver másEn la oscuridad de las 'chekas' de Laurencic
Olivier Guez describe al Ángel de la muerte como un hombre de una "mediocridad abismal". ¿Pero no fue excepcional su crueldad, su búsqueda incesante de gemelos judíos o gitanos para llevar a cabo sus experimentos genéticos? Mengele no era ni el médico de mayor rango en el campo ni el único encargado de las selecciones, pero en el proceso de Auschwitz, el juicio celebrado en Fráncfort entre 1963 y 1965 (y gracias en gran medida al trabajo de Fritz Bauer) contra los participantes en exterminio, su nombre no deja de repetirse. ¿Dónde está la mediocridad? El escritor toma carrerilla: "Mengele no es un gran ideólogo, entra en las SS relativamente tarde, una vez que comprende que si quiere avanzar tiene que pasar por ahí. Lo que le mueve es su egocentrismo y sus pequeñas ambiciones. Cuando va a Auschwitz es porque su director de tesis le propone ir. Es su elección de Fausto. Podría no haberlo hecho. Pero lo que quiere ser es profesor universitario, y se dice que esto hará avanzar su investigación porque en vez de trabajar con ratas y conejos, trabajará con personas". Un Ángel de la muerte peligrosamente familiar.
El relato de La desaparición de Josef Mengele desmonta también las teorías que imaginaban una gran confabulación internacional que habría permitido la huida de los jerarcas nazis. Sí, en 1948 abandona Alemania sirviéndose de sus contactos y de unos documentos falsos obtenidos a través de Cruz Roja (según unos documentos del Mosad desclasificados en 2017, la organización sabía que se los estaba dando a un dirigente nazi). Pero en los cincuenta, explica el autor, simplemente nadie se ocupaba del Holocausto, "todo el mundo tiene otras cosas que hacer: las víctimas, los culpables, los gobiernos". En los sesenta, "no hay una red de protección internacional, sino algunos nazis que le protegen solo porque tiene dinero y porque su familia le paga". El servicio de inteligencia israelí, abrumado por las que consideraba mayores amenazas para el Estado, y tras el juicio ejemplar a Eichmann, dejó de considerarlo una prioridad. Mengele tuvo suerte. "¿Suerte?", cuestiona Guez. "Sí y no. Sí, porque nadie le atrapa. No, porque se condenó a una prisión a cielo abierto. No hay que olvidar que es un burgués que soñaba con ser profesor de universidad. No es un soldado, no es un aventurero, no maneja armas ni es un hombre de acción. Y se encuentra en el culo del mundo, en la jungla, rodeado de quienes considera idiotas, con una humedad asfixiante e insectos monstruosos. Mengele desapareció, pero desapareciendo murió mucho antes de morir realmente". Y dice más: "Si le hubieran atrapado, habría tenido un final más tranquilo. Su familia le habría pagado el mejor abogado de Alemania y no habría vivido con esa incertidumbre que carcome el final de su vida".
Olivier Guez apunta que el libro funciona como fábula. Lo difícil, claro, es saber cuál es la moraleja.
Josef Mengele. Su nombre conduce de inmediato a Auschwitz, el infierno en el que este oficial de las SS y médico llevó a cabo sus experimentos en humanos, el lugar en el que (como otros colegas doctores hacían en otros campos) decidía qué prisioneros eran aún mano de obra útil y cuáles podían ser ajusticiados. Se conocen sus crímenes, más o menos vagamente, y su figura de Ángel de la muerte (un apodo lírico para una tarea brutal) remite sin duda a la del maligno científico nazi que se ha convertido casi en un cliché de ciencia ficción. Más difícil es recordar su suerte. Qué sucedió con él. Si respondió ante la justicia, cómo vivió tras la guerra, cómo murió.