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'Órbita 9': la frontera de la ciencia ficción española

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Helena (Clara Lago) y Álex (Álex González) comen tallarines en un puesto callejero mientras cae un aguacero recién fabricado por el Gobierno. Sobre ellos refulgen letreros de neón y edificios altísimos a lo Blade runner –aunque sin coches voladores–. Previamente hemos visto a los protagonistas caminar por una nave espacial que se diría una versión minimalista de la de 2001: Una odisea del espacio. Hay robots y científicos locos, planes secretos y viajes espaciales. Órbita 9 tiene todos los elementos de una película de ciencia ficción, pero Hatem Khraiche (Salamanca, 1976), su director, advierte: “Lo estamos definiendo como un thriller romántico con elementos de ciencia ficciónthriller”.

Es, en parte, por la mezcla de géneros que suele manejar el guionista y cineasta, que firma aquí su primer largo a los mandos de la nave. “Soy poco, me gusta tener una patita en el género y otra fuera. En Órbita 9 hay ciencia ficción, sí, pero todo lo que sucede puede ocurrir ahora y se resuelve en clave realista”, cuenta. Es cierto solo en parte, porque el filme, que se estrenó el viernes en cines, se sitúa en un planeta Tierra mucho más castigado por el cambio climático y en cuyo futuro se confía poco. Tan poco, de hecho, que los humanos están buscando ya otro mundo al que mudarse.

Órbita 9 pertenecería, de hecho, a un subgénero de la ciencia ficción relativamente reciente, elcli-fi o ficción climáticacli-fi, que elucubra sobre un futuro más o menos distópico –más más que menos, en realidad– marcado por el calentamiento global. Aunque es un fenómeno relativamente reciente y en auge desde comienzos del milenio, se pueden enmarcar en él desde El año del diluvio de Margaret Atwood o Solar de Ian McEwan en literatura, y El día de mañana o Snowpiercer en cine –aunque la primera tuviera mucho de película de catástrofes–. “La ciencia ficción es el vehículo para contar las inquietudes del momento y de la sociedad”, defiende Khraiche, “Y yo tengo el convencimiento de que, como especie, los seres humanos no estamos en la tierra desde el principio, y no estaremos hasta el final”. Si en EVA Kike Maíllo acercaba el cine español al problema de la inteligencia artificial, en Órbita 9 Khraiche lo hace al cli-fi.

Pero si Khraiche se resiste a hablar de Órbita 9 como ciencia ficción quizás sea también por el escaso desarrollo del género en el cine español –algo que sucedía, por cierto, con el thriller, hasta que directores como Alberto Rodríguez o Enrique Urbizu le dieran una nueva capa de barniz–. Con antecedentes tan dispares como Acción mutante o Abre los ojos, este cine se ha visto lastrado sobre todo por la falta de presupuesto y el aparente escaso interés del público. “Pero se nos olvida que los estadounidenses, haciendo enfoques diferentes y entrando más a los personajes”, apunta el cineasta, “han conseguido hacer películas de este tipo no mucho más caras que las nuestras”.

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Sin embargo, hay que señalar que una película como Arrival, con unos 45 millones de euros, es considerada de presupuesto medio en Hollywood; mientras que Un monstruo viene a verme, con 25 millones de euros, fue la película más cara de la última edición de los Goya. Órbita 9 ha contado con tan solo 4 millones de euros, bien aprovechados en su coproducción con Colombia. “Buscaba, desde muy al inicio una ciudad que pudiera reflejar la desigualdad, porque es a lo que vamos a tender en las ciudades del futuro. Eso me lo daba Medellín, que te ofrece rascacielos y zonas muy deprimidas”, cuenta el director. Aunque también influye que uno de los productores haya sido Cristian Conti, colombiano a cargo también de La cara oculta. La mezcla entre el paisaje de Medellín, las influencias asiáticas de Blade Runner, la nostalgia vintage de los personajes y el minimalismo corporativo de la supuesta ciencia del futuro crean un universo visual que resulta de lo más interesante de la película.

Y es cierto que Órbita 9 navega entre géneros. Lo que comienza siendo un relato puro de cohetes y colonización espacial, con una Clara Lago aislada y a la deriva con la única compañía de su particular HAL se transforma a los 20 minutos de metraje en una historia muy distinta. No estamos desvelando nada que no refleje la distribuidora en el tráiler, ni nada de lo que el director no hable con gusto. “En la semilla del tratamiento, desde luego había la idea de alguien que formara parte de un experimento a escala planetaria sin saberlo”, dice el guionista. Esto le da la posibilidad de jugar con un engaño narrativo similar al que utilizó en La cara oculta, su primer filme como guionista. Allí, una aparente relato de terror se transformaba en unthriller voyeurista thrillerque habría interesado a Brian de Palma.

Órbita 9 quizás no suponga un hito en la ciencia ficción española, pero su mera existencia, unida al trabajo de directores como Nacho Vigalondo –que trabaja actualmente en Estados Unidos– o el mencionado Kike Maíllo, habla de la salud de un cine dispuesto a ampliar sus horizontes.

Helena (Clara Lago) y Álex (Álex González) comen tallarines en un puesto callejero mientras cae un aguacero recién fabricado por el Gobierno. Sobre ellos refulgen letreros de neón y edificios altísimos a lo Blade runner –aunque sin coches voladores–. Previamente hemos visto a los protagonistas caminar por una nave espacial que se diría una versión minimalista de la de 2001: Una odisea del espacio. Hay robots y científicos locos, planes secretos y viajes espaciales. Órbita 9 tiene todos los elementos de una película de ciencia ficción, pero Hatem Khraiche (Salamanca, 1976), su director, advierte: “Lo estamos definiendo como un thriller romántico con elementos de ciencia ficciónthriller”.

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