"Observemos a un lector en una librería: toma un libro en sus manos, lo hojea, y, durante algunos instantes, está del todo ausente del mundo. Oye que alguien habla, y que sólo él lo siente. Acumula fragmentos casuales de frases. Cierra el libro, mira la portada. Después, con frecuencia, se detiene en la solapa, de la que espera una ayuda. En ese momento está abriendo –sin saberlo– un sobre: esas pocas líneas externas al texto del libro son, en efecto, una carta: una carta a un desconocido".
La experiencia como observador del escritor y editor Roberto Calasso, explicada en su libro Cien cartas a un desconocido (Anagrama), es la misma que habrá tenido todo aquel que se haya detenido a mirar cómo otros disponen o descartan la adquisición de un libro. De ahí la importancia de la portada, las solapas y la contra.
No hay datos sobre la eficacia de una buena contra, "o yo no los tengo –dice Pilar Álvarez Sierra, editora–, pero sí hay un indicio seguro de que has acertado: ver que las ideas, argumentos e incluso frases literales de los paratextos se repiten en la prensa o las reseñas y hasta los cita el autor. Cuando esos textos sirven de base para hablar del libro, es que han cumplido su función. Y seguramente han ayudado a las ventas, pero eso nunca podría saberse. En cualquier caso, que son argumento de ventas es innegable".
Álvarez Sierra se desempeña en Turner, donde se ocupa de las obras de no ficción cuyos paratextos suele escribir. "Hasta donde yo sé, los escribe el editor (en mi editorial y en todas las que conozco), considerando como editor a quien ha elegido y contratado el libro. Y si los hace otra persona, que puede ser un editor de mesa o incluso alguien del departamento de prensa/promoción, el editor los debe supervisar y responsabilizarse de ellos. Conozco algún caso en que el autor 'exige' escribirse sus paratextos (que acaban siendo, lógicamente, exageradísimos), y en alguna ocasión algún autor nos ha dado su propuesta como una sugerencia 'sutil', pero no siempre la aceptamos".
Pero, ¿qué son los paratextos?
Según el especialista Gérard Genette, los paratextos son lo que hace que el texto se transforme en libro. Genette incluía en el concepto las ilustraciones, la tipografía o el diseño, si bien los que obran el milagro son, normalmente, otros textos: el prólogo, las solapas, las notas…
"El texto de la solapa se destina, por un lado, a describir la materia que se trata en el libro; por otro, a ponderar la adecuación del tratamiento y la necesidad de la obra para la consecución de determinados fines", explicó José Martínez de Sousa, bibliólogo, tipógrafo, ortógrafo, ortotipógrafo y lexicógrafo español (lo recojo de Bernardo Luis Munuera). "Debe indicarse a quién resulta útil y por qué, para terminar ofreciendo unos datos acerca del autor. Con ello la obra queda situada ante el lector en unas pocas y necesariamente ponderativas razones que justifican la edición por parte del editor y la adquisición por parte del lector".
En definitiva, los paratextos convencen al comprador dubitativo, predisponen al más decidido, influyen en el lector y asisten en la lectura.
La biografía, por ejemplo. "En una época lamentable y divertida de mi vida creía que cuando una editora te llamaba por teléfono, y te reclamaba un texto biográfico para incluir en la solapa de tu próxima novela, a punto de publicarse, tenías que esmerarte –escribe Juan Tallón–. Era un texto valioso, tal vez insignificante, pero a la vez importantísimo, del que dependía tu carrera, aunque fuese a pasar completamente desapercibido. Ese textito de mierda, por así decir, era lo primero que iban a saber de ti algunos lectores, y no querrías defraudarlos y que creyesen que eres una persona como las demás, con un lugar y un año de nacimiento, y que entre un momento y otro se limitó a hacer cosas, como escribir ese libro, o no escribir algunos otros".
Es, asegura Tallón, una tarea frustrante: a medida que tu bibliografía crece, tu biografía mengua "hasta ese punto exánime en el que estás acorralado contra la pared, preguntándote cómo te llamas". Quizá, en el fondo, añade, te afecta, o te gusta pensar que te afecta, aquello que Scott Fitzgerald expresó en The crack-up: "Nunca se ha escrito una buena biografía de un buen novelista. Es imposible: un buen novelista es demasiadas personas en una".
Y, desde luego, esa otra solapa o esa contraportada en la que se nos adelanta el contenido de la obra. Que son, sentenció el escritor argentino David Viñas (lo recojo de un trabajo de Maite Alvarado), "dos formas de un mismo género literario que funciona de manera lateral y episódica. Y si en términos generales pretenden servir de prólogo, sus características más particulares apelan a la brevedad para facilitar que las mediaciones de los libreros resulten eficaces en la orientación de los eventuales lectores. Solapear, como es una práctica ambigua que oscila entre lo institucional, la fugacidad y lo clandestino, apenas si se convierte en el merodeo de un texto. La economía de tiempo, por lo tanto, condiciona que este género resulte inexorablemente ‘menor’ y sea leído en diagonal o al soslayo".
Solapeando
Vuelvo a Pilar Álvarez Sierra, curtida en mil y un paratextos, para preguntarle si son sólo una manera de atrapar lectores o son algo más. "Ay –me reprocha suavemente–, no me gusta el planteamiento: no se trata de 'atrapar' lectores, sino de contarle muy rápido al posible lector qué va a encontrar aquí y por qué le interesa. Es la versión escrita del 'discurso de ascensor' de los comerciales. Pero no soy partidaria de atrapar a nadie, porque atraer con engaños a un lector te sirve una vez, pero luego le has perdido para siempre". Quizá porque sabe, como Rodrigo Fresán, que son un "mensaje en botella, voz poseída de médium, nota de rescate... Los textos de solapa o de contratapa son, por lo general, lo primero que se lee de un libro, y lo que vuelve a leerse al final para ver si se nos ha mentido".
En cierta ocasión, Fresán relató que le habían regalado Adverbs, novela de Daniel Handler. Y que en su solapa leyó: "Hola. Soy Daniel Handler, el autor de este libro. ¿Sabían ustedes que es el autor quien por lo general escribe los textos que aparecen en las portadas de los libros? Tal vez quieran recordarlo y pensar en ello la próxima vez que se encuentren ahí con algo como 'Una fascinante novela que no puede dejar de leerse y que muestra a un escritor aclamado internacionalmente en el punto más alto de su carrera".
¿Entonces? ¿Cómo escribir una buena solapa? Escuchemos a Calasso: "Está claro que se trata de un género un tanto sospechoso. El lector vive convencido que se le quiere engañar. Reflejo inicial que no resulta fácil de neutralizar. La clave, entonces, es optar por una especie de ensayo muy corto, algo así como una jaula retórica que no sacrifique ganchos y astucias. Pero que tampoco tenga que mentir".
Álvarez Sierra coincide. "El límite, obviamente, es no mentir, no decir por ejemplo 'una obra de altísima temperatura erótica' si apenas hay algunos besitos (es un ejemplo que se puede aplicar a muchos géneros, incluso al histórico, por cierto). Y no caer en lugares comunes: el ensayo que se lee como una novela, la novela que se convertirá en un clásico instantáneo, el nuevo Paul Auster o la obra que rompe géneros y que consagrará a su autor. Si hay que recurrir a ese tipo de frases hechas, malo: es que ni el editor tiene nada bueno que decir".
En definitiva, ella lo entiende como una oportunidad. "El texto de contra te permite contarle al lector por qué ese libro cubre un hueco en tu catálogo y cubrirá un hueco en su estantería. Yo me lo planteo como alguien que te pregunta 'este libro, ¿qué tal?', y tienes que contárselo en dos minutos". Una tarea que ella disfruta, aunque le hace sufrir: "Espero al último segundo, con el libro ya casi en imprenta, todo el mundo cardiaco ('¿aún no tienes la contra?') y la presión a tope, para escribirlos. Me encanta hacerlo, pero me cuesta muchísimo porque tengo una sensación terrible de 'ahora o nunca': lo que no digas ahí ya no tendrás ocasión de decirlo".
Cuidadín, cuidadín
Por todo lo dicho, tan importante es acertar como no fastidiarla, cualquier fallo que allí aparezca puede tener un efecto devastador. Ejemplos hay muchos, pero rescato dos.
Hace años, la editorial La Tempestad recuperó la novela El pozo de la soledad, de Radclyffe Hall. En su contra aparecía este texto:
Texto de contraportada de 'El pozo de la soledad', de Radclyffe Hall, de la editorial La Tempestad.
Como leen, el autor del texto encerró algunos párrafos entre corchetes en la seguridad de que el editor decidiría cuáles iban y cuáles no en la versión definitiva. Además, consciente de que la obra había sido publicada anteriormente en castellano, escribió: "Publicada en España en..." para que alguien buscara el dato y completara el dato. Evidentemente, alguien falló. Y no fueron los duendes de la imprenta.
Ésa la vi yo, años ha. Mi segunda muestra se la debo a Alba Úriz: un libro juvenil en cuya contraportada retan al lector.
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Contraportada de uno de los libros de la saga 'Magisterium', de Holly Black y Cassandra Clare
"Si eres capaz de leer estas palabras, eres capaz de entrar en Magisterium." ¿Qué palabras? "No escoges la magia, la magia te escoje a ti".
Se ve que alguien no se decidió. "Escoge', ¿va con G o con J?". Así que lo puso cada vez de una manera y se quedó tan pancho.
"Observemos a un lector en una librería: toma un libro en sus manos, lo hojea, y, durante algunos instantes, está del todo ausente del mundo. Oye que alguien habla, y que sólo él lo siente. Acumula fragmentos casuales de frases. Cierra el libro, mira la portada. Después, con frecuencia, se detiene en la solapa, de la que espera una ayuda. En ese momento está abriendo –sin saberlo– un sobre: esas pocas líneas externas al texto del libro son, en efecto, una carta: una carta a un desconocido".