En 1929, el semanal portugués O Notícias Ilustrado publicaba un reportaje con el título "Los precursores del modernismo en Portugal". Ahí estaban los pintores José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso (ya fallecido por entonces) o José Pacheco, con sus retratos en blanco y negro de principios de siglo. Y sobre todos ellos, encabezando la página, como el jefe de la banda, la imagen de un hombrecillo con bigote... por cuadruplicado. Bajo ellas, cuatro nombres, el de Fernando Pessoa y los de sus heterónimos más famosos: Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro. ¿Qué demonios hacía el autor del Libro del desasosiego entre aquellos artistas? ¿Por qué ese lugar central en las vanguardias?
De ahí parte la exposición Pessoa. Todo arte es una forma de literatura, que el Museo Reina Sofía exhibe del 7 de febrero al 7 de mayo. "Pessoa fue fundamental en el desarrollo de las vanguardias portuguesas", explica Manuel Borja-Villel, director de la institución, "a través de sus escritos, pero también de sus heterónimos, que le permitían inventar personajes, trayectorias o incluso los propios movimientos". El escritor es una puerta de entrada al arte portugués, poco frecuentado en España pese a la cercanía, y a unos artistas que, se lamenta el comisario João Fernandes, "están muy por conocer". Para hacerlo posible, han reunido más de 300 obras (la mitad de documentación, como revistas y libros, y la otra mitad, pintura y dibujo) de unos 20 artistas, prestadas por instituciones como la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa.
Así, el museo apoya su gran muestra del semestre sobre un nombre conocido para el público —no le vendrá mal: de los 3,8 millones de visitantes en 2017, solo 1,6 millones pasan por su sede principal y el resto se dirigen a sus edificios en El Retiro, de entrada gratuita—. Y, a la vez, continúa en su proyecto de "analizar la relación entre centro y periferia" estudiando el desarrollo de grandes movimientos artísticos desde perspectivas algo desplazadas. Así, en el próximo año se acercarán al dadaísmo (pero desde Rusia) o al París de posguerra (a través de los ojos de los artistas extranjeros que allí vivían). Hay otra ventaja más: Fernandes, comisario junto a Ana Ara, es también subdirector artístico del Reina Sofía y su trayectoria anterior (el Museo Serralves en Oporto, entre otros) le hacía ya tener ciertos contactos con los centros que prestan las obras.
A vida. Esperança, amor e saudade (1899-1901), de António Carneiro. Fundaçao Cupertino de Miranda Vila Nova de Famaliçao.
Menos futurismo y más interseccionismo
Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) no prestó especial atención a las artes visuales. Su Álvaro de Campos, el "más vanguardista" de los heterónimos según los comisarios, escribió: "Todo arte es una forma de literatura, porque todo arte consiste en decir algo. (...) En todas las artes que no sean la literatura hay que buscar la frase silenciosa que contienen (...)". La sentencia que da título a la exposición tiene un mensaje claro: la literatura es central, las demás disciplinas dependen esencialmente de ella. "Pero él reaccionó a las vanguardias de su tiempo, aquellas que él conocía, como el futurismo o el cubismo, contraponiendo sus propias vanguardias", explica Fernandes. Y así, de la nada y con ayuda de sus otros yoes, inventó el paulismo, el interseccionismo y el sensacionismo.
Pero el comisario es claro. Esta no es una exposición sobre Pessoa, por mucho que el título pueda llevar al visitante a pensarlo, y aunque se dedique a él y a sus heterónimos la primera sala de la misma (cartas astrales, una afición del escritor, incluidas). "Esta exposición presenta los artistas que coincidieron con Fernando Pessoa en las revistas de la vanguardia portuguesa, leyendo sus obras a partir de los conceptos de Pessoa", apunta Fernandes. El escritor lisboeta no es el tema, sino que aporta una determinada mirada, un hilo conductor. Avisados quedan quienes esperaran encontrar en la exposición obra y milagros del autor. De él hay, sobre todo, textos sobre sus principios artísticos y un cuidado catálogo que complementa la muestra.
Las vendedoras ambulantes de pescado (1930), de Jorge Barradas. Museo Nacional de arte Contemporanea do Chiado.
Y no es que el escritor tenga sobre las vanguardias una visión positiva. Ni siquiera sobre las que él mismo inventa. "El paulismo es, como nos dijo en la Brasileira João Correia de Oliveira, una intoxicación de artificialidad", escribe. Y no se queda ahí, sino que critica al pintor Guilherme de Santa Rita, luego conocido como Santa-Rita Pintor, "un pobre muchacho en que el artificio suprime la falta de originalidad real. Audaz como todos lo que no pueden ser otra cosa que legítimamente llame la atención. El paulismo es el culto insincero de la artificialidad". El escritor enlaza esta corriente con la del simbolismo, y en la sala dedicada a la misma se encuentra, entre otros, el tríptico de António Carneiro A vida. Esperança, amor e saudade. Esta es una de las obras, explica Ana Ara, que no han salido jamás de Portugal... "y parece que no va a hacerlo nunca más".
Con el interseccionismo, el escritor se oponía al futurismo, que veía como algo limitado: "El futurismo no es arte; es una teoría del arte, acompañada de ilustraciones que no explican nada". Los futuristas y los cubistas, decía, ejercían un "interseccionismo de primer grado", en tanto que solo unían "pintura y literatura, escultura y literatura". El interseccionismo aspiraba a "fundir" los "procesos artísticos" y los "géneros de inspiración". Pero era en el sensacionismo donde Pessoa encontraba mayores posibilidades: "El sensacionismo afirma, primero, el principio de la primordialidad de la sensación: que la sensación es la única realidad para nosotros".
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Un movimiento secreto
Pese a las confusas definiciones del autor, en torno al sensacionismo—una teoría finalmente poco desarrollada en los fragmentarios textos de Pessoa, jamás terminados y en ocasiones contradictorios— se formó un curioso grupo de artistas que se comportaba como una logia. Aquello del sensacionismo era casi un secreto que orbitaba en torno al lisboeta, único teorizador del movimiento. En las salas sobre la corriente se unen trabajos de Júlio dos Reis Pereira con otros de Abel Manta sin que nada, aparentemente, los una. "Este grupo de artistas", cuenta Ara, creó "una especie de comunidad que de alguna forma se relacionaba con lo sensacionista". Y cerca de ella andaban también Robert y Sonia Delaunay, que se desplazaron a Portugal tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Entre unos y otros, un rasgo común: si en el centro del cubismo y del futurismo se retrataban los paisajes urbanos o se ensalzaba la máquina, maravillados por la modernidad, los vanguardistas portugueses se fijan en los campesinos, en la arquitectura de los pueblos, en la tradición y el folclore. Fernandes insiste: "Queríamos ver aquello que puede haber de específico en una vanguardia periférica, que no viene de un centro económico, político o artístico dominante en la época, y enseñar cómo esa vanguardia tiene unas características propias y diversas". Como los esforzadas teorías de Pessoa, o las no menos esforzadas vendedoras ambulantes de pescado retratadas por Jorge Barradas.
En 1929, el semanal portugués O Notícias Ilustrado publicaba un reportaje con el título "Los precursores del modernismo en Portugal". Ahí estaban los pintores José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso (ya fallecido por entonces) o José Pacheco, con sus retratos en blanco y negro de principios de siglo. Y sobre todos ellos, encabezando la página, como el jefe de la banda, la imagen de un hombrecillo con bigote... por cuadruplicado. Bajo ellas, cuatro nombres, el de Fernando Pessoa y los de sus heterónimos más famosos: Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro. ¿Qué demonios hacía el autor del Libro del desasosiego entre aquellos artistas? ¿Por qué ese lugar central en las vanguardias?