Se lo habían advertido: aquella investigación traería problemas. El escritor Jorge Galán (San Salvador, 1973) recababa información sobre el asesinato de seis jesuitas y las dos mujeres que los atendían en 1989, a manos del ejército de El Salvador. Su novela Noviembre quería abordar la guerra civil de su país (1980-1992) a partir del ataque contra el sacerdote Ignacio Ellacuría y sus compañeros: sus conocidos repetían que aquello era peligroso. Con la publicación, llegaron los insultos y amenazas al móvil y a través de Facebook. Días más tarde, unos desconocidos le abordaron en la calle y le encañonaron con un arma. El escritor decidió entonces huir del país (ahora se encuentra en Estados Unidos) y pedir asilo político a España. Desde entonces, más de 300 creadores, intelectuales y periodistas han fimado un manifiesto en su defensa.
"Nunca pensé que fuera a llegar a más. Muchas otras personas en mi país sufren amenazas continuamente. Pero el paso a una acción física era inimaginable". Galán contesta desde Atlanta, donde ha buscado refugio en casa de un amigo, y por e-mail (su abogado le ha aconsejado que no atienda llamadas). Recuerda cómo, a principios de mes, unos desconocidos se aproximaron a él en un automóvil, le dieron el alto y comenzaron a insultarle. Sacaron un arma, le encañonaron. Él echó a correr. "Puedo imaginar qué tipo de encargo tenían y quién los enviaba, pero eso son puras conjeturas", explica. Aún no sabe cómo consiguió salir ileso, pero eso no le tranquiliza: "Me siento como el hombre al que han diagnosticado una grave enfermedad incurable, y aquel fue el momento en el que recibí el diagnóstico", escribe.
Galán se imagina las ampollas que ha podido levantar su libro en un país donde una ley de amnistía enterró, en 1993, la memoria de las 75.000 personas asesinadas, 7.000 desaparecidos y cientos de miles de heridos, huérfanos, viudos o sin hogar, según la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador. "El filtro de la literatura hace peligrar la impunidad de los asesinos. Tras la amnistía que hubo en mi país después de la guerra, la culpa y la responsabilidad se habían difuminado tanto como la memoria de los jesuitas asesinados. El libro reconstruye todo lo ocurrido y queda escrito para siempre. Es una suerte de justicia poética a la que nadie en El Salvador está acostumbrado", explica.
Aunque el escritor precisa en varias ocasiones que no ha hecho la investigación exhaustiva que hubiera realizado un historiador, y que se trata de una obra de ficción construida también sobre sus recuerdos de infancia, lo cierto es que Noviembre parte de entrevistas a varios personajes relacionados con el suceso. Entre ellos, el entonces presidente, Alfredo Cristiani, ligado presuntamente al crimen. Las investigaciones demuestran que fueron soldados del batallón Atlacatl quienes asaltaron la vivienda de los sacerdotes y colocaron pruebas falsas que señalaban al grupo guerrillero de izquierdas Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Justamente, el ejército sospechaba que los religiosos, partidarios de la Teología de la Liberación, apoyaban a la guerrilla. El Salvador juzgó y condenó a dos soldados por el asesinato de Ellacuría, Ignacio Martín-Baro, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López, Elba Ramos y Celina Ramos. El juicio ha sido considerado una forma de encubrir a los autores intelectuales.
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"[El] testimonio [de Cristiani] es especialmente comprometedor. Por primera vez ha señalado a los autores intelectuales, lo que sin duda será motivo de gran controversia", dice Galán. La Audiencia Nacional española decidió comenzar a investigar el crimen en 2009, aduciendo que el juicio iniciado en El Salvador y cancelado por la Ley de Amnistía no había hecho justicia. El entonces presidente salvadoreño, Elías Antonio Saca, criticó la decisión de la Audiencia: "En nada contribuye al desarrollo democrático del país". Otro de los 14 implicados, René Emilio Ponce, ex jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, advirtió: "Sé que si se reabren heridas puede sobrevenir una nueva guerra". El Tribunal Supremo confirmó el pasado mayo que la reforma de la justicia universal no suprimía la competencia de España para investigar el crimen: cinco de los seis religiosos eran españoles. El caso está en manos del juez Eloy Velasco, pero el Gobierno salvadoreño ha evitado hasta ahora que los sospechosos sean extraditados.
Tras el asalto, Jorge Galán decidió dirigirse a la universidad jesuita UCA, donde enseñaban las víctimas, y a la Embajada de España, donde había impartido varios talleres. "He sentido miedo y Madrid aparecía en mis pensamientos como un lugar seguro, como una esperanza", asegura, y niega que el juicio abierto haya pesado en su decisión. Por ahora, ha tramitado una petición de asilo desde su país, que espera completar a su llegada a España en unos días. Muchos de los firmantes del manifiesto residen en España, como Mario Vargas Llosa, Luis García Montero, Almudena Grandes, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Angels Barceló, Jesús Maraña (director editorial de infoLibre), Emilio Lledó o Marta Sanz, entre otros.
El hecho de que el escritor pase parte del año fuera de El Salvador no ha hecho más sencilla su partida: "Quiero estar en mi casa con mi familia. No es fácil marcharse de un lugar como El Salvador, no es como irse de España, donde uno sabe que sus seres queridos están a salvo. Cada día que paso fuera me siento culpable por estar en un barco seguro mientras las personas a las que quiero atraviesan una tormenta en una balsa". Galán recuerda a las "buenas personas sometidas día a día por el terror". Recuerda "el sacrificio humano que hicieron los padres jesuitas por un país que les ha pagado con la impunidad y la calumnia". Y asegura conservar la esperanza en la justicia mientras ultima su viaje de ida.
Se lo habían advertido: aquella investigación traería problemas. El escritor Jorge Galán (San Salvador, 1973) recababa información sobre el asesinato de seis jesuitas y las dos mujeres que los atendían en 1989, a manos del ejército de El Salvador. Su novela Noviembre quería abordar la guerra civil de su país (1980-1992) a partir del ataque contra el sacerdote Ignacio Ellacuría y sus compañeros: sus conocidos repetían que aquello era peligroso. Con la publicación, llegaron los insultos y amenazas al móvil y a través de Facebook. Días más tarde, unos desconocidos le abordaron en la calle y le encañonaron con un arma. El escritor decidió entonces huir del país (ahora se encuentra en Estados Unidos) y pedir asilo político a España. Desde entonces, más de 300 creadores, intelectuales y periodistas han fimado un manifiesto en su defensa.