Hacía 29 años que Julieta Serrano no trabajaba con Pedro Almodóvar, desde Átame. Antonio Banderas no lo hacía desde La piel que habito, en 2011, exceptuando una colaboración especial —y brevísima— en Los amantes pasajeros, en 2013. Allí compartía escena con Penélope Cruz, que no trabajaba con el director manchego desde Los abrazos rotos, hace ya una década. Si Dolor y gloria, la nueva película de Almodóvar que llega a los cines el 22 de marzo —y van 21—, es un filme que lidia con la memoria y el reencuentro con el pasado dentro del propio relato, también lo hace en su producción. No es casualidad que Banderas, cuya filmografía estará siempre unida a la del cineasta, dé vida a su alter ego. No es casualidad que Penélope Cruz y Julieta Serrano, presentes en su cine desde hace décadas, encarnen a la madre del director, la primera en el recuerdo y la segunda al final de su vida.
Y no es casualidad tampoco que durante las entrevistas de promoción, y aunque se les pregunte por sus propios personajes, todos vuelvan una y otra vez a Almodóvar. No es solo que hablen de él como un maestro. Es que su figura está más presente que nunca en el metraje: la peluquería de Antonio Banderas imita el característico peinado del cineasta, su vestuario es un calco del atuendo almodovariano, incluso la casa del personaje es una réplica de la real. Las conexiones entre vida y obra son evidentes. Dolor y gloria se mueve entre la biografía y la autoficción. "Yo, cuando vi el guion, ya vi que tenía relación con su vida", recuerda Serrano durante el ajetreado día de promoción. La actriz, último Premio Nacional de Teatro, estuvo ya en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón y fue la Madre superiora de Entre tinieblas. "Lo que me pareció", retoma, "es que es una película muy arriesgada, como de abrirse, de mucha necesidad de contar. Y al mismo tiempo de una gran generosidad por querer contarlas". Dolor y gloria es, en cierto sentido, hacer las paces.
Salvador Mallo, el protagonista del filme, es un director que, cerca de la vejez, se enfrenta a una crisis creativa. Aquejado por distintos dolores y profundamente solo, no se ve capaz de rodar. Temiendo que el presente no tenga nada que ofrecerle, se aferra al pasado: a la infancia, con una madre adusta y protectora (Penélope Cruz); al gran amor de juventud (Leonardo Sbaraglia); al amigo perdido (Asier Etxeandia); a la madre con la que nunca saldó las cuentas que tenía pendiente (Julieta Serrano). Almodóvar ha contado ya cómo la película se ha convertido en un espacio en el que recrear conversaciones pendientes que nunca sucedieron. El regreso a lo que fue y ya no es, a lo que pudo haber sido, tenía lugar también tras las cámaras: "Lo único que pensaba era cómo iba a ser nuestro encuentro", dice Serrano. "No porque hiciera de su madre, sino porque hacía mucho que no trabajaba con él. Y ha sido tan… tan… tan tierno, cariñoso, normal. La vida ha fluido y nos hemos vuelto a encontrar".
En los mismos términos habla Antonio Banderas, que recuerda las fricciones que surgieron entre actor y director tras La piel que habito. "Es una película que quiero mucho, de verdad, adoro, y sacó unos resultados de mí que ni siquiera yo esperaba", previene. El conflicto venía por otro lado: "Yo llegué a esa película con una mochila llena de muchas cosas, con 22 años que hacía que no habíamos trabajado juntos [¡Átame!se estrenó en 1990], llena de muchas experiencias. Yo venía muy orgulloso a decir: mira lo que he aprendido. Y lo solté en lo alto de la mesa y me dijo: 'Pues nada de lo que traes me sirve'. Fue muy doloroso". Pero el dardo no va contra Almodóvar, sino contra sí mismo: "Probablemente me había ido aburguesando en la interpretación, utilizaba elementos que me salvaban las situaciones… Pero en realidad no estaba creando nada nuevo, y me puse en estado de confrontación". Dolor y gloria ha sido, dice, una "oportunidad para ir de soldado raso", "escuchar mucho, tratar de entender".
Penélope Cruz en Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. / MANOLO PAVÓN (EL DESEO)
Penélope Cruz habla del director desde otro sitio, uno que se parece mucho a la lealtad: "Nos conocemos tan bien él y yo que sabemos casi lo que el otro está pensando". Es su séptima película con él; la primera la rodó a los 22 años. Comenta con entusiasmo su preparación para los filmes del manchego, que consiste, precisamente, en no prepararse: "Siento que me convierto como en plastilina y me entrego, porque sé que con él ese es el mejor resultado, sé que estoy en las mejores manos y que puedo confiar". Aunque nadie le ha preguntado por ello, despacha de un plumazo la fama de Almodóvar de cineasta tiránico con sus actores. "Es muy exigente, pero para nada manipulador: en ningún momento me he sentido manipulada para llegar a hacer algo y que no se me haya planteado desde un sitio honesto", arranca. "Si llegaba, me lo decía; si no llegaba, me lo decía. Y se intenta hasta que se llega. Es muy sincero. ¿Que eso es duro? Bueno, yo prefiero eso". De su experiencia con él solo tiene "cosas buenas que decir". "Me encanta, me encanta trabajar con él", dice con una convicción que dificilmente se podría considerar fingida.
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Dolor y gloria ajusta cuentas también con la juventud del cineasta —ahí están los fantasmas del pasado encarnados por Etxeandia y Sbaraglia—, compartida con algunos de los intérpretes. Julieta Serrano habla de un director "que ha roto barreras, ha abierto puertas, ventanas, de todo". Banderas, que vivió también las noches de la Movida, sonríe: "En los años ochenta éramos más explosivos, éramos más locos, éramos como Rolling Stones. Llegábamos a los festivales con una mano delante y otra detrás y los ganábamos". Recuerda a Francisca Caballero, la madre de Almodóvar, tan presente en el filme, con la que compartió rodaje en Mujeres el borde de un ataque de nervios y ¡Átame!, donde hizo un par de cameos: "Rodó mucho con nosotros, la queríamos mucho, y era muy buena actriz. Yo sé la adoración que él tenía con ella". Y apunta también lo que hay tras el personaje de Etxeandia, en el que muchos han visto un reflejo de Carmen Maura y la compleja relación que existe entre el manchego y quien fuera su actriz fetiche: "Hay muchos personajes ahí, son retales. Ahí hay actores y también hay actrices: yo reconozco líneas concretas... Hay ahí incluso pequeñas cositas que veo que son mías".
Antonio Banderas y Julieta Serrano en Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. / EL DESEO
En este repaso algo nostálgico se habla incluso de los personajes como si fueran viejos amigos. Penélope Cruz habla de la Raimunda de Volver, quizás la otra madre por excelencia de la filmografía que comparte con Almodóvar. "La tuvimos en cuenta... para que no se pareciera nada", dice, despegándose de aquella mujer que más que manchega parecía italiana, de la estirpe de Sophia Loren. "Por eso esta madre es mucho más austera, de pinta, de carácter. Es más delgada, la cara lavada, sin peinar mucho, la bata lisa, caída, esas batas que tenía mi abuela…". Y del cine pasa de nuevo a la vida: "Pedro siempre me ha visto como una madre, incluso antes de serlo, pero yo entiendo por qué. De pequeña, mis primeros recuerdos de jugar a interpretar, sobre los 4 o 5 años, el personaje que elegía siempre era la madre. Ese instinto maternal Pedro siempre lo ha visto en mí, y casi siempre me da personajes de madre, incluso cuando era mucho más joven, como en Carne trémula". Y la actriz añade una cosa más, algo que resume bien esa relación casi reverencial que han construido con el Almodóvar real y con el que sale, esta vez, en pantalla. "Porque Pedro", dice, "lo ve todo".
Hacía 29 años que Julieta Serrano no trabajaba con Pedro Almodóvar, desde Átame. Antonio Banderas no lo hacía desde La piel que habito, en 2011, exceptuando una colaboración especial —y brevísima— en Los amantes pasajeros, en 2013. Allí compartía escena con Penélope Cruz, que no trabajaba con el director manchego desde Los abrazos rotos, hace ya una década. Si Dolor y gloria, la nueva película de Almodóvar que llega a los cines el 22 de marzo —y van 21—, es un filme que lidia con la memoria y el reencuentro con el pasado dentro del propio relato, también lo hace en su producción. No es casualidad que Banderas, cuya filmografía estará siempre unida a la del cineasta, dé vida a su alter ego. No es casualidad que Penélope Cruz y Julieta Serrano, presentes en su cine desde hace décadas, encarnen a la madre del director, la primera en el recuerdo y la segunda al final de su vida.