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Rocío Márquez: "El flamenco es un mundo muy machista y hay que decirlo claro"

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Rocío Márquez (Huelva, 1985) está desatada, en el mejor sentido de la palabra. Firmamento (Universal), a la venta desde el 28 de abril, es, dice, "un disco de posicionamiento". La puerta a la que llamaba en El Niño (2014), un homenaje a Pepe Marchena, está ahora abierta de par en par. Atrás quedan las dudas sobre la tradición de la que viene, con esa legendaria victoria en el Festival de Cante de Las Minas en 2008 y toda la vida pasada en las peñas. El Niño, producido por Raül Fernández Refree —que mete ahora la cuchara en todos los caldos, con sus colaboraciones también con Niño de Elche y Rosalía—, decepcionó a los puristas. Pero la colocó, a la vez, como una creadora fundamental no solo del flamenco, sino de la música actual española. 

"Como yo salgo de ahí", dice en medio de la promoción en un hotel de Madrid, "había que entender que ese público que había ganado lo perdía del tirón. Fue… durillo". Ya pasó. Ahora sabe que "el público es muy variadoy es más importante ser coherente con una misma". La coherencia la llevaba a un disco en el que se acompaña de los músicos de Proyecto Lorca, con saxo (Juan Jiménez), percusión (Antonio Moreno) y piano (Dani B. Marente). La cantaora compone íntegramente la mitad de los temas, en el que el feminismo, el ecologismo y el compromiso social tienen un peso esencial. "El flamenco es un mundo bastante cerrado, endógeno, y mover cualquier ficha te lo tienes que pensar, porque te pueden dar palos hasta en el cielo de la boca". Pero después de El Niño, con el susto pasado, era más sencillo. 

La carga política de temas como "Tierra y centro", una minera cantada en las entrañas de Santa Cruz del Sil, en el Bierzo, acompañando a los mineros que protestaban contra los recortes del sector. O de "Son flúor tus ojos", un fandango de Huelva con letra de la poeta María Salgado sobre la contaminación causada por el polo químico en la ciudad, puede sorprender al público. Pero la música se quita importancia: "Es verdad que el flamenco ha sido siempre muy reivindicativo: ahí están Menese, Gerena, ahora Juan Pinilla...". Pero, si hay una tradición de flamenco-protesta, poco ha habido de flamenco feminista. "Si en general queda mucho para la igualdad, en el flamenco queda más. Es un mundo muy machista y hay que decirlo claro. No podemos hablar de igualdad ni mucho menos", lanza. 

Y ahí están la letra de Christina Rosenvinge, hablando de violencia machista en "Almendrita", un romance crudo y salmódico. Pero también las de Isabel Escudero en "Si yo me duelo", unos caracoles para los nómadas del mundo, y en "Firmamento", la seguiriya que da título al disco. Márquez relata que solía llevar en el bolso el poemario Alfileres, un pequeño volumen muy popular de Escudero. La mujer que ha sido un referente de la poesía española de las últimas décadas, compañera además de Agustín García Calvo, era casualmente amiga del artista Pedro G. Romero, asesor en el trabajo de Márquez. Las dos se encontraron varias veces, charlaron, acordaron hacer algo juntas. El día que la cantaora le envió la mezcla del disco desde Miami, el pasado 7 de marzo, Escudero moría en Madrid. "La vida", dice Márquez con resignación, "por eso este disco va especialmente para ella". 

La palabra de la mujer

"Me interesaba la presencia de la palabra de la mujer, además por un tema de identificación, porque, en un sistema patriarcal, a las mujeres nos resulta más cómodo poner en nuestra boca las palabras de otras mujeres", cuenta sin miedo aparente a que la tachen de feminazi. Aunque tampoco la conciencia feminista le viene de cuna: "Me costó mucho. Ten en cuenta que yo llevo cantando en peñas desde los nueve años y lo veía todo normal". Se puso las gafas violetas en una asignatura La sexuación en el arte, que cursó durante el Doctorado de Flamenco. "Escuché la primera hora y era como si me estuviera hablando de otro mundo. La profesora me dijo que no dejara de ir, que me quedara y a final del curso hablábamos. Tres o cuatro clases después se me encendió la bombilla."

Ese mismo día tocaba en una peña, y el presidente se le acercó cuando iba a empezar la conferencia que precedía a su recital: "Ya que te has arreglado, ¿por qué no te subes y así adornas el escenario?". "No, yo al escenario subo a hablar o a cantar. Y lo que llevé peor fue pensar que cinco meses antes ni siquiera me habría parecido mal." Tiene también unas palabras para los periodistas culturales: "Hemos aceptado que, con las mujeres, en todas las críticas y crónicas se toque el tema de la sensualidad y de no sé qué. Pero, ¿cómo carajo nos veis? ¿Puedes mirar el arte? ¿Te importa hacer el esfuerzo?". Y un recuerdo para las guitarristas, minoría absoluta en el género y discriminadas entre las discriminadas. 

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No le faltan palabras tampoco para la industria química de su ciudad y, particularmente, el problema de los fosfoyesos. Estos residuos, responsabilidad de la empresa Fertiberia, se han ido depositando a lo largo de décadas a cielo abierto y a centenares de metros de la ciudad. Ahora mismo, el monte que forman mide entre 5 y 20 metros de altura y su extensión equivale aproximadamente a las tres cuartas partes de la ciudad. "Huelva tiene un altísimo porcentaje de cáncer y sabemos que los fosfoyesos son tóxicos. Es increíble". El tema "Son flúor tus ojos" subvierte el "imaginario costumbrista" para hablar de una "virgen de verde" de aires nucleares. Y Márquez de nuevo habla sin tapujos: "Hay mucha gente de ahí que te dice ‘Sois unos histéricos, con eso no pasa nada’. O que hay que ver, que se van a quedar sin trabajo [la industria química es una de las grandes empleadoras de la provincia]. Yo prefiero sin trabajo viva que con trabajo muerta, no sé tú".

Aquí hemos hablado de palos, pero el lector no los verá en la carátula del disco. "Les dije: 'Quítalos'. Quítalos, porque va a haber gente que diga que esto no es una milonga o una bulería. Y si eso va a dificultar que una persona se acerque con una mente abierta, mejor quitarlo. Porque yo he tenido esa cabeza y yo me he limitado a mí misma." Defiende un flamenco de creación, que ella identifica con su adorado Pepe Marchena, y no uno de "conservación inmovilista". "Es que estás cantando, y te dicen: 'Estabas cantando la versión de Pastora y en el tercer tercio le metes…'. ¡Que me dejes vivir!", suelta entre risas. Esto lo dice una flamenca de academia a punto de presentar la tesis doctoral. Pero una cosa no quita la otra. "Para mí, lo interesante es conocer qué es lo que los ortodoxos consideran la base. Y luego hacer lo que te dé la gana".

 

Rocío Márquez (Huelva, 1985) está desatada, en el mejor sentido de la palabra. Firmamento (Universal), a la venta desde el 28 de abril, es, dice, "un disco de posicionamiento". La puerta a la que llamaba en El Niño (2014), un homenaje a Pepe Marchena, está ahora abierta de par en par. Atrás quedan las dudas sobre la tradición de la que viene, con esa legendaria victoria en el Festival de Cante de Las Minas en 2008 y toda la vida pasada en las peñas. El Niño, producido por Raül Fernández Refree —que mete ahora la cuchara en todos los caldos, con sus colaboraciones también con Niño de Elche y Rosalía—, decepcionó a los puristas. Pero la colocó, a la vez, como una creadora fundamental no solo del flamenco, sino de la música actual española. 

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