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Un Sabina en estado de gracia

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Todos los desembarcos tienen su día D, y hoy es el del nuevo disco de Joaquín Sabina, al que se aguarda en España y en América con la expectación reservada para los grandes acontecimientos: decenas de miles de entradas vendidas para los conciertos de presentación en diversas ciudades de los dos continentes; fechas que se han debido duplicar y hasta triplicar, después de que se colgase en un abrir y cerrar de ojos el cartel de no hay billetes; millones de escuchas y visualizaciones de los tres adelantos del álbum que ha lanzado su compañía en audio y vídeo; innumerables reservas de la obra en las tiendas virtuales y en las físicas; una montaña de informaciones en los medios de comunicación y, por encima de todo, la catarata de mensajes que ha colgado la gente en la red, desde que se anunció la salida de su primer trabajo con canciones nuevas desde Vinagre y rosas, el otro disco cuyas letras hicimos juntos en 2009… Es mucho lo que se espera y, sin embargo, los que hemos participado como brigada de apoyo en este trabajo del maestro, Leiva en la música y yo en las letras, nos apostaríamos algo a que las esperanzas puestas en Lo niego todo no van a ser defraudadas. Para empezar, lo primero y lo mejor que puede decirse de él, es que Joaquín ha puesto los cinco sentidos en estas canciones y está tan eufórico con el resultado, que lo va a defender en directo con su vida, si hace falta. Eso, ya es mucho.

Lo niego todo va a ser un bombazo, pero no porque las personas que lo compren y lo disfruten sean estúpidas o fáciles de engañar, como me cuentan que sugirió hace poco un antiguo crítico a quien alguna vez nos tomamos en serio –en su libro 50 palos, Pau Donés cuenta una historia sobre él que explica por qué dejamos de hacerlo, aparte de por dedicarse a masacrar año tras año a Dylan, Cohen, los Stones y demás, creyendo que dispararle a las vacas, aunque fuesen sagradas, probaba su puntería- y que opinaba que la buena noticia era que el disco sería un enorme éxito y la mala que no valía nada: es decir, que quienes lo disfrutasen, cometerían un error, lo harían por ignorancia, por falta de gusto, manipulados por la campaña promocional de Sony o, simplemente, por atreverse a no estar de acuerdo con él. No, en mi opinión, Lo niego todo va a arrasar porque sus canciones son inolvidables, creo que están construidas e interpretadas en estado de gracia y que además la tienen: no hay más que oír un rocanrol como Las noches de domingo acaban mal o el reggae ¿Qué estoy haciendo aquí?, para darse cuenta.

Colaborar con Joaquín Sabina es para mí dos cosas: un privilegio envidiable, porque no me quiero ni imaginar a cuántos les gustaría ser yo en eso, y un asunto familiar: somos hermanos desde hace treinta y seis años, y muchas de las letras que hemos terminado escribiendo a dúo provienen de cosas de las que hablamos, de ideas que surgen las noches de invierno en Madrid o las de verano en Rota, Cádiz, y a las que uno de los dos les pone una cruz, una señal de alerta: oye, eso está muy bien, es una idea que tendríamos que apuntar, ahí hay una canción. La que le da título al disco es un ejemplo perfecto: no sé cuántas veces nos hemos reído a deshoras, que es la única franja horaria a la que él y yo llegamos puntuales, acordándonos de las cosas que se han llegado a decir de él, desde ponerle etiquetas como la de “juglar del asfalto” hasta recibirlo en un periódico de Chile, donde iba a actuar, con este alarmante titular, “¡Llega a Santiago el profeta del vicio!” Un día, me dijo: “Si supieran que en realidad soy un tipo que llora con los telefilmes de los domingos por la tarde…” Y antes de que terminara la frase, ya sabíamos que alguna vez íbamos a escribir esa canción.

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En cierto sentido, Lo niego todo es un disco conceptual: lo que quería Joaquín era escribir sobre la vejez, un terreno no muy transitado y que es el que pisan nuestra Quien más, quien menos o su Lágrimas de mármolEn las dos, queda claro que la única manera de enfrentarse a las cosas más serias es echarles sentido del humor, aunque sea humor negro, una especialidad en la que mi primo es difícilmente alcanzable. Pero también hay aquí otras muchas cosas, desde la melodía fronteriza en lo musical y en lo poético emparentada con las tragedias de José Alfredo Jiménez, uno de sus héroes, que es Postdata, una ranchera que correrá como la pólvora por las bandas de mariachis, o si no al tiempo; hasta la oda a la vida retirada que es No tan deprisa, en la que el homenaje a J. J. Cale, otro de sus cantantes favoritos, fue el puerto de salida, pero también es la disculpa para montar un carpe diem contemporáneo, una reflexión sobre la sociedad consumista y las servidumbres que nos impone. En este caso, además, nos dimos el gusto de trabajar con otro amigo del alma, Rubén Pozo, y de conseguir que Lo niego todo volviese a juntar en el estudio de grabación a las dos mitades de los Pereza.

Por lo demás, este disco supone también el regreso de Sabina a un tipo de tema que en el pasado hizo como nadie, que no frecuentaba mucho en los últimos tiempos y que tampoco probamos en Vinagre y rosas: la canción más parecida a un libro de relatos que una novela, la historia que cuenta muchas historias, que tiene diferentes personajes y en la que la suma de todo ello es el mensaje final. Eso son nuestro ¿Qué estoy haciendo aquí? y su Churumbelas.

Si en todo el proceso la figura de Leiva ha sido tan vital, es porque él se ha integrado en el mundo Sabina igual que si llevara ahí toda la vida y desde el primer momento: un día de agosto se presentó en Rota y esa misma noche ya había pasado una eternidad desde que llegó por la mañana. Su manera de ser hizo de rompehielos y su talento hizo el resto. Su sensibilidad queda clara en el corte que cierra el disco, Por delicadeza, tan suave y tan agridulce a la vez, de una fragilidad que te hace sentir que caminas sobre una lámina de hielo. Su buen rollo, su descaro de barrio y su destreza avasalladora para los riffs y los estribillos van a tener mucha culpa de que el público se lo pase de cine en la gira, que es exactamente lo que va a ocurrir. Sabina lo sabe, hasta tal punto que, si me dejan que les cuente un secreto, hasta se está controlando con el tabaco y haciendo ejercicio para ponerse en forma. Lo nunca visto, pero una sabia decisión, porque va a necesitar mucha energía para conseguir estar a la altura de la que transmiten las canciones que ha hecho para este Lo niego todo en estado de gracia, que es el único Estado del que uno se puede fiar. Tres, dos, uno… y empieza la leyenda.

Todos los desembarcos tienen su día D, y hoy es el del nuevo disco de Joaquín Sabina, al que se aguarda en España y en América con la expectación reservada para los grandes acontecimientos: decenas de miles de entradas vendidas para los conciertos de presentación en diversas ciudades de los dos continentes; fechas que se han debido duplicar y hasta triplicar, después de que se colgase en un abrir y cerrar de ojos el cartel de no hay billetes; millones de escuchas y visualizaciones de los tres adelantos del álbum que ha lanzado su compañía en audio y vídeo; innumerables reservas de la obra en las tiendas virtuales y en las físicas; una montaña de informaciones en los medios de comunicación y, por encima de todo, la catarata de mensajes que ha colgado la gente en la red, desde que se anunció la salida de su primer trabajo con canciones nuevas desde Vinagre y rosas, el otro disco cuyas letras hicimos juntos en 2009… Es mucho lo que se espera y, sin embargo, los que hemos participado como brigada de apoyo en este trabajo del maestro, Leiva en la música y yo en las letras, nos apostaríamos algo a que las esperanzas puestas en Lo niego todo no van a ser defraudadas. Para empezar, lo primero y lo mejor que puede decirse de él, es que Joaquín ha puesto los cinco sentidos en estas canciones y está tan eufórico con el resultado, que lo va a defender en directo con su vida, si hace falta. Eso, ya es mucho.

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