Sergio Ramírez: “Soy un intelectual que ha sido reprimido por hacer uso del derecho a la palabra”

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Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) ha escrito sobre Daniel Ortega, presidente nicaragüense, y el funcionamiento despiadado de sus fuerzas paramilitares. Ha escrito sobre Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta del país, y sobre su confianza en los consejos de videntes y brujos. Ha escrito sobre la represión de las protestas de 2018, en las que murieron 400 personas y tras las que se denunciaron detenciones ilegales y allanamientos de las casas de los opositores. Dedicó su Premio Cervantes, recogido en 2018, a "los nicaragüenses asesinados (...) por reclamar justicia". Es decir: Sergio Ramírez no se ha callado, y eso ha tenido consecuencias. El Gobierno de Ortega ha dictado una orden de detención contra él por "lavado de dinero" y "realizar actos que fomentan e incitan al odio y la violencia". Su última novela, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), donde retrata una Nicaragua secuestrada por un Gobierno corrupto y violento, ha sido detenida en la aduana y no puede comprarse en su país. Él pudo escapar a tiempo. 

El mismo Daniel Ortega que hoy le acusa de traicionar al país fue aquel que le nombró vicepresidente en 1985, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional se proponía reconstruir el país tras haber logrado tumbar la dictadura de Somoza. De aquellos sueños de justicia e igualdad queda muy poco, y hoy ese mismo Frente Sandinista ordena la detención de sus dirigentes históricos, opositores ahora al Ejecutivo de Ortega, a quienes acusa de haber conspirado contra el Ejecutivo. Hay elecciones presidenciales en noviembre y, dice Sergio Ramírez, el presidente ha "quemado sus naves". Ni quiere ni espera el apoyo internacional. Ni siquiera pretende dar a los comicios una apariencia de normalidad. Ahora, el escritor, referente de la literatura latinoamericana, lo mira todo desde lejos, obligado a exiliarse a sus 79 años. Pero eso no significa que lo mire con distancia, y se ha convertido casi sin proponérselo en la principal voz internacional contra el régimen de Daniel Ortega. Sigue sin querer quedarse callado. 

PREGUNTA. No es la primera vez que escribe sobre el régimen de Daniel Ortega, y esta es de hecho la tercera entrega de la trilogía de Dolores Morales. ¿Por qué cree que en esta ocasión escribir sobre ello ha tenido las consecuencias que ha tenido?

RESPUESTA. Creo que por dos razones. Primero, que se trata de unos hechos [la represión de las protestas en 2018] que conmovieron al país y a la opinión internacional, por la cantidad de muertos, exiliados y heridos. Y el régimen ha contrapuesto una tesis oficial: que las fuerzas represivas lo que hicieron fue desarticular un golpe de Estado que estaba en marcha en las calles. Contradecir esa tesis oficial desde los hechos ha provocado la animadversión del régimen contra organismos de derechos humanos, dirigentes políticos de Nicaragua, dirigentes internacionales... Hay una posición muy radical del régimen para rechazar que no hubo ninguna masacre, que no hubo muertos, y que los muertos que hubo fueron de parte del Gobierno. Y, por otro lado, el hecho de que en el libro se exponga la concepción del poder que existe en Nicaragua hoy día, que es una concepción esotérica, mágica, con símbolos como los árboles de la vida, la participación de adivinos, de brujos... eso también ardió en la sensibilidad de quienes ordenaron estas medidas contra mí. Primero la detención del libro en la aduana, la prohibición de entrar al país, y después el juicio que la Fiscalía me abrió. Esta represión contra mí no es porque yo sea dirigente político, ellos saben que yo no soy dirigente político ni candidato a nada, sino porque estoy exponiendo una situación que ellos niegan, y exponiendo la naturaleza del régimen. Estoy siendo reprimido como escritor.

P. ¿Se imaginaba que podía ocurrirle esto con la publicación de la novela?

R. Sí, obviamente tenía que estar de alguna manera dentro de mis cálculos. A medida que iba escribiendo este libro, yo me daba cuenta de las teclas que iba tocando, y de que iba a causar disgustos, y rencor, y represalias. Pero bueno, yo tomé la decisión de seguir adelante. Cuando, desde la escritura, uno decide hacer concesiones de comodidad, de lo que le va a traer problemas, uno se va acomodando. La escritura siempre es un desafío. Lo que siempre hago en estos casos es hacerme el artificio de que ese libro no va a ser leído por nadie, entonces puedo seguir adelante con tranquilidad. Si no, va sobreviniendo un proceso de autocensura que es fatal para quien escribe.

P. Comentaba que el libro no había podido ser distribuido en Nicaragua, pero sabemos que está siendo compartido en PDF a través de chats. ¿Qué le parece?

R. Desde una perspectiva de autor que tiene un compromiso con las leyes de derechos de autor, no puedo respaldar que mi libro sea objeto de una difusión de este tipo. Pero tampoco puedo evitarlo. Y es una reacción natural: si no permiten entrar el libro al país, la gente lo reproduce de la manera que puede. Esto ha multiplicado las lecturas del libro, sobre todo entre la gente más joven.

P. Da la impresión de que el Gobierno de Ortega ha publicado la orden de arresto en el peor momento: está en gira internacional y está provocando que el libro se haga más popular. ¿Puede convertirse en un símbolo de las revueltas de 2018?

R. Está tomando ese carácter. Me parece que en estos arranques represivos hay cosas que quien los ordena no calcula. Quizás calcularon una reacción internacional que se iba a olvidar al día siguiente. Pero ha sido un verdadero alud de nieve que sigue caminando, sigue reproduciéndose en todas partes. Por otro lado, creo que para ellos, frente a todo esto que han venido articulando —meter en la cárcel a candidatos presidenciales, a líderes políticos, provocar el cierre del diario La Prensa, hacer que los periodistas se vayan al exilio—, este es un riesgo calculado. Han quemado sus naves. El hecho de que se dirijan en términos tan ofensivos a los Gobiernos de España, de México, de Argentina, de El Salvador, de Costa Rica, con notas diplomáticas llenas de insultos e improperios, está dentro de una filosofía: a ellos no les importa, o al menos eso aparentan, la reacción internacional. Han decidido ir hasta el final. Y al final del camino, ¿qué les espera? Eso es otra cosa. Quieren unas elecciones sin ningún tipo de desafío, sin candidatos reales, sin nadie que llegue a cuestionar cómo van a ser contados los votos... Las elecciones del mes de noviembre ni siquiera se pueden llamar elecciones.

P. El protagonista de la trilogía se llama, de manera poco sutil, Dolores Morales, y es un personaje que tiene una relación conflictiva con su pasado. A la luz de los acontecimientos, sabiendo que usted fue vicepresidente de Ortega cuando el proyecto sandinista era otra cosa, ¿cómo se relaciona usted con ese pasado? ¿En algún momento se ha arrepentido, o ha pensado que podría haber hecho algo distinto para que no llegara a donde ha llegado?

R. Me relaciono con ese pasado igual que el inspector Morales: con la misma visión de nostalgia crítica, de pesar por lo que pudo haber sido y no fue, de rechazo a lo que la revolución llegó a convertirse, una dictadura más. Y eso hace que uno revise con dolor, con nostalgia, lo que uno hizo en el pasado y de qué manera llegó a desembocar en lo que el país está viviendo ahora. De manera que el inspector Morales, en ese sentido, es un alter ego mío. Con la diferencia de que él fue guerrillero y yo no, yo fui un dirigente político. Él era un hombre más joven, perdió una pierna en un combate, se comprometió a fondo, creía en lo que estaba haciendo... Al contrario de su antítesis en la novela, Tongolele, que cree que la represión es base para seguir adelante en un proyecto que la verdad es que ya no existe.

P. ¿Qué cree que ha podido sobrevivir de la revolución sandinista, que tuvo logros como el reparto de la tierra, que fue durante tanto tiempo un referente para la izquierda?

R. De la reforma agraria no quedó nada, todas las tierras repartidas a los campesinos volvieron a ser recuperadas por los antiguos terratenientes con la complicidad de Ortega. De la cruzada de alfabetización, que fue un gran hito de la revolución, tampoco quedó nada, los niveles de analfabetismos del país han vuelto a crecer. Si la revolución se propuso cambios sociales profundos, hoy esos cambios sociales no existen. Todo lo que la revolución se propuso de sacrificar libertades democráticas para adelantar cambios sociales se quedó en el sacrificio de libertades democráticas sin que estos cambios sociales llegaran a cristalizar.

P. ¿Le duele que esta persecución venga de alguien de quien usted fue aliado durante años?

R. Sí, pero no particularmente: Ortega mandó a meter preso a Hugo Torres, que es quien lo sacó de la cárcel; a Dora María Téllez, que encabezó la toma del Palacio Nacional, sin lo cual no hubiera habido revolución. Entonces no tengo por qué extrañarme.

P. ¿En qué situación están estos opositores presos?

R. Ortega mandó a meter en la cárcel a una muestra de la oposición, 40 personas que representan a todas las ideologías, todos los partidos políticos, de izquierda, derecha, centroizquierda, centroderecha. Como rehenes, aislados, en condiciones realmente terribles, gente que pasa día y noche sin que le apaguen la luz de la celda, sin tener acceso a los medicamentos, a la comida que les mandan sus familiares, situaciones verdaderamente crueles. Por esta filosofía de que quienes dirigieron el golpe de Estado tienen que pagar, les están haciendo pagar el precio más duro. Es una venganza.

P. En algunas encuestas que han salido sobre intención de voto, se le da al Frente Sandinista una intención de voto de más del 60%. ¿Les da credibilidad...?

R. No, son encuestas oficiales que el Gobierno manda hacer. Eso es imposible. Creo que el Frente Sandinista debe tener una base del 20%, gente que cree en la revolución y que hereda a sus hijos esa creencia. Muchos dirigentes de barrio, empleados públicos, gente que esté en el aparato del poder y sus familiares. La única manera que Ortega tiene de ganar una elección es que la gente no vaya a votar y vayan a votar los suyos de manera disciplinada. Ese 25% entonces se convierte en un 80%. No pienso que nadie se sienta atraído a ir a votar en unas elecciones en la que los candidatos están presos y quienes van a competir con Ortega son agentes nombrados por él mismo, partidos que se han vendido a esta farsa para lograr algunos asientos en la Asamblea Nacional. Si la Asamblea tiene 70 asientos, les regalará 20.

P. Tongolele no sabía bailar está estrechamente relacionada con la realidad, y tiene la voluntad de influir sobre ella. ¿Qué cree que dice su caso, esta novela y sus repercusiones del poder de la literatura en su relación con el mundo, o de su importancia?Tongolele no sabía bailar

R. La novela es eficaz en la medida en que puede plantear los hechos desde un punto de vista novelesco, pero no como una denuncia explícita de hechos políticos. No me he propuesto eso yo, para eso sirven los discursos, los panfletos, los libros de ensayo. Estos hechos entran en la novela por la fuerza que tienen, pero se quedan ahí. Es el lector el que tiene que ver el partido que le saca sin que yo esté aleccionándolo sobre los hechos. Yo pongo lo que ocurre. Los muchachos tiroteados por la espalda por francotiradores desde el techo de un estadio. Porque hubo 400 muertos, pero 400 muertos es una estadística. Lo que vale en la novela son los casos singulares, que yo seleccioné para que entraran ahí, y sirven como ejemplo en el contexto.

P. ¿No cree que es significativo que en la opinión internacional y en el debate público haya tenido más peso las acciones contra usted que contra Dora María Téllez o Hugo Torres, que habían sido detenidos anteriormente? ¿Qué dice eso sobre el papel de los escritores o los intelectuales en el debate público?

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R. Obviamente, la prisión, el aislamiento al que están sometidos Dora María Téllez y gente de otras ideologías a los que respeto muchísimo, como Violeta Granera, que es una mujer muy entera, muy valiente, o como Medardo Mairena, un dirigente campesino, han suscitado protestas. Y ellos están allí. Ellos son los personajes políticos que están presos todos. Yo pienso que, una vez que en Nicaragua haya la posibilidad de un cambio democrático, el nuevo presidente va a estar entre esos 40. Yo no pertenezco a ese universo. Yo soy un intelectual que por hacer uso del derecho a la palabra ha sido reprimido. Creo que es más llamativo amenazar a alguien con la cárcel —o meterlo a la cárcel, porque a mí no me metieron a la cárcel porque yo me salí a tiempo— por escribir una novela.

P. ¿Qué perspectivas de futuro tiene? ¿Tiene esperanzad de volver a Nicaragua?

R. No, volver a Nicaragua con un juicio penal es absurdo. Yo no voy a volver a que me metan en la cárcel. No tengo edad para eso, para estar en una celda de aislamiento, sin medicamentos... Yo he decidido permanecer afuera y rehacer mi vida afuera. Es muy difícil el exilio, sobre todo cuando el tiempo ha corrido. Yo estuve exiliado a los 30 años, pero eso era otra cosa. Hoy día, el exilio se vuelve más difícil.

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) ha escrito sobre Daniel Ortega, presidente nicaragüense, y el funcionamiento despiadado de sus fuerzas paramilitares. Ha escrito sobre Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta del país, y sobre su confianza en los consejos de videntes y brujos. Ha escrito sobre la represión de las protestas de 2018, en las que murieron 400 personas y tras las que se denunciaron detenciones ilegales y allanamientos de las casas de los opositores. Dedicó su Premio Cervantes, recogido en 2018, a "los nicaragüenses asesinados (...) por reclamar justicia". Es decir: Sergio Ramírez no se ha callado, y eso ha tenido consecuencias. El Gobierno de Ortega ha dictado una orden de detención contra él por "lavado de dinero" y "realizar actos que fomentan e incitan al odio y la violencia". Su última novela, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), donde retrata una Nicaragua secuestrada por un Gobierno corrupto y violento, ha sido detenida en la aduana y no puede comprarse en su país. Él pudo escapar a tiempo. 

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