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¿Quién se acuerda de la guerra de Irak? Incluso la memoria del 11M, gran trauma colectivo, va sufriendo los efectos del paso del tiempo. Si el ser humano es tendente a olvidar incluso la muerte cercana, ¿qué no hará con las lejanas, aquellos hombres y mujeres cuyas vidas y llantos alimentaban los telediarios de 2003? Por no hablar de las motivaciones políticas y económicas y los costes electorales de aquella alianza militar: si el PP pierde mañana unos comicios, ningún politólogo mencionará al trío de las Azores.
Los creadores de Shock 2. la tormenta y la guerra (hasta el 13 de junio en el Centro Dramático Nacional) sí que se acuerdan. Y no por nostalgia, aunque sí tengan algo que ver en su interés sus experiencias vitales. Más bien, por una certeza: aquella intervención militar es un hito en lo que Naomi Klein llamó la “doctrina del shock”, “la táctica, sumamente brutal, de utilizar sistemáticamente la desorientación de la gente que trae consigo un shock colectivo —guerras, golpes de Estado, ataques terroristas, desplomes del mercado o catástrofes naturales— para impulsar medidas radicales favorables a las grandes empresas”
. En la primera entrega de este díptico, Shock. El cóndor y el puma, ahora rebautizado como Shock 1, la compañía se centraba en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile como epítome de los manejos del imperialismo neoliberal para sofocar la democracia y la justicia social. En esta segunda entrega, le toca el turno a un tema, se suele decir con razón o sin ella, tan viejo como la humanidad: la guerra.
Andrés Lima, director de la obra y responsable junto a Albert Boronat de la dramaturgia, ve el proyecto como una fusión entre ficción teatral y periodismo. No resultará extraño, entonces, que en escena se unan representaciones de un discurso del filósofo Carl Schmitt, de la muerte del cámara José Couso en Bagdad o de las torturas en Abu Ghraib, con puestas en escena cómicas de una conversación Bush-Blair-Aznar o una cena Thatcher-Reagan-Yeltsin, con una recreación del Soldados del amor de Marta Sánchez en El Golfo, con un vídeo de Gamal Abdel Nasser y otro de Arnold Schwarzenegger, con... Es el mismo estilo de la primera parte del binomio: una puesta en escena fragmentada que une sátira, teatro documental y una cuidada poética visual, y ningún miedo ni al tono pedagógico ni a las complejidades del discurso político. Todo parte de La doctrina del shock, el ensayo de Naomi KleinLa doctrina del shock de más de 700 páginas publicado en 2007, best seller del New York Times y éxito internacional.
El proyecto iba a ser una trilogía, pero tras estrenar la primera parte los autores decidieron dejar en una las dos entregas siguientes, por miedo a resultar reiterativos; juntas, las dos obras suman 5 horas de teatro. Están embarcados en el proyecto también Juan Mayorga y Juan Cavestany (responsables de algunos de los textos, luego engarzados por Lima y Boronat) y un elenco que funciona como compañía y donde se encuentran María Morales, Antonio Durán Morris, Guillermo Toledo, Juan Vinuesa, Natalia Hernández, Paco Ochoa y Alba FloresMorris.
Guillermo Tolero como George W. Bush en la obra teatral Shock 2. / LUZ SORIA (CDN)
“Creo que Shock 2 tiene algo bueno”, dice por teléfono Albert Boronat, “que es que está construida a partir de la revolución conservadora de los ochenta... Y ellos pueden hablar todo el rato, y pueden ser muy convincentes”. Aquí se escuchan sus voces, y de hecho la obra arranca con un largo monólogo de Carl Schmitt, pero la obra está construida como una elaborada respuesta política. Pero siempre a partir de los hechos: “La intención es mostrar, aunque la mirada siempre está comprometida”, dice el dramaturgo. Gran parte de los elementos escénicos vienen de discursos reales, artículos reales, entrevistas reales. Los actores reproducen en escena palabras que fueron pronunciadas por personas de carne y hueso, algo que en ocasiones introduce al espectador en el terreno del documental... y en ocasiones, paradójicamente, genera escenas surrealistas o alucinadas.
En el primer acto, Shock 2 parte de la revolución neoliberal para hablar de la invasión de Líbano, la masacre de Tiananmén o la crisis constitucional rusa de 1993 como una de las muchas manifestaciones violentas del desmantelamiento de la Unión Soviética. Pero en el segundo acto, verdadero núcleo emocional de la obra, se centra en la guerra de Irak, desde la implicación española —con la aparición estelar de José María Aznar y aquella foto con los pies sobre la mesa del rancho Bush— hasta el sufrimiento de la población local, el asesinato de periodistas como Couso o las torturas en Abu Ghraib. Aquí es particularmente valioso el testimonio de los periodistas Olga Rodríguez y Jon Sistiaga: algunas partes del texto provienen de El hombre mojado no teme la lluvia, libro de la primera, y ambos han participado en talleres de dramaturgia junto a la compañía.
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Aquí, como en Shock 1, el elenco se decidió antes de que estuviera listo el texto. Interpretación, escritura y dirección funcionan como una compañía: esta obra comenzó a fraguarse en lo más duro del confinamiento, y María Morales, que sostiene sobre sus hombros algunos de los momentos más emocionantes de la función, recuerda la intensa labor de documentación conjunta. “Cuando empezó el confinamiento, que Andrés [Lima] tenía mucho tiempo libre, no te quiero contar la cantidad de libros, vídeos, documentales que nos fue recomendando para ir adelantando trabajo”, recuerda. De tanto en tanto, debatían sobre lo leído o visto: qué os ha llamado más la atención, cuál es la clave de tal o cual personaje. Porque poner cuerpo a personas reales tienen su propia dificultad: ella misma da vida a Margaret Thatcher, mil veces interpretada, pero también a Olga Rodríguez o a Yamila, una mujer sin apellido, uno de los testimonios recogidos por la periodista. Torturada por los soldados estadounidenses, en el sufrimiento de este cuerpo anónimo reside uno de los retos de la obra y quizás también su núcleo ético. Pero la labor colectiva de la compañía no es solo artística y tiene que ver también con el compromiso. Porque Shock quiere ser una buena obra teatral, pero también una obra que sirva. “Cuando charlamos entre nosotros, no necesariamente hablamos de qué queremos conseguir en el espectador, como si fuese una cosa concreta... Pero si aceptas estar en el proyecto es porque hay algo que compartes de esta información que se da, que ni siquiera se puede llamar opinión. Queremos mostrar una información que se suele esconder o negar. Información sobre el boom capitalista y neoliberal que tanto daño está haciendo en gran parte del planeta y que está a la orden del día”.
En la obra solo se ve una mascarilla, en el prólogo, una especie de ensoñación. Pero el momento actual está presente de diversas maneras. Cada vez que se menciona la palabra libertad, y se hace en numerosas ocasiones, el espectador que ha vivido la campaña de las elecciones autonómicas se encoge en el asiento: “En nombre de la libertad cuantísimos límites de los derechos humanos se pasan por alto”, critica María Morales. También se menciona que allá por 2003 la Organización Mundial de la Salud descubría un patógeno nuevo, un coronavirus no detectado antes en seres humanos. A la actriz le llamó la atención que los inversores de las compañías petroleras y de seguridad que se enriquecieron en Irak lo fueran también de la industria farmacéutica: “Desde ahí, desde los poderes armamentísticos y logísticos, se han hecho también con la farmacéutica y con el futuro pandémico”.
Decíamos que había quizás una motivación personal en la memoria de la guerra de Irak, un lazo que unía a algunos de los creadores de Shock con aquel hito histórico. Andrés Lima, Juan Cavestany, Juan Mayorga y Guillermo Toledo formaban entonces parte de la compañía Animalario, un proyecto que unía compromiso, talento y provocación. En 2003 llevaron a escena Alejandro y Ana. Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente, sátira a partir del matrimonio de Ana Aznar. Y en ese mismo año se les encargó la dirección de la gala de los Goya, aquella gala de los Goya del No a la guerra que tanto celebró la izquierda y tanto, y durante tanto tiempo, criticó la derecha. Tras el estreno de la obra, Olga Rodríguez escribía a Toledo: “Bonito simbolismo que estés ahí, de aquel No a la guerra a contarlo en Shock 2”. “Emocionante, sí. Muy emocionante”, respondía el actor. En medio de la pandemia, cuando lo que pasaba hace dos años parece de otro mundo, después de la victoria de Zapatero y la crisis económica y la caja B y el 15M y Podemos y el virus, casi nadie se acuerda de la guerra de Irak. Casi.
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