Steve Bannon: retrato del hombre entre bambalinas

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"Este sitio estaba tan planeado y diseñado a la perfección que puedes ver las reuniones, todos los cafés, todas las conferencias y todas las discusiones [tras ese diseño]". Quien habla es Steve Bannon, antiguo presidente ejecutivo del medio estadounidense de ultraderecha Breitbart News, ideólogo tras la campaña de Donald Trump e impulsor de The Movement, su fundación para la alianzade las extremas derechas europeas. Esta es la primera secuencia de El gran manipulador, el documental sobre él que dirige la cineasta Alison Klayman, que había retratado anteriormente a artistas como Ai Weiwei o Carmen Herrera. Bannon está en su oficina y recuerda un viaje a Alemania: "Hubo gente que se sentó y pensó en todo este asunto y se desprendió por completo de todo el horror moral". Está hablando de Auschwitz. Y lo que más incendia su discurso es la organización del campo, el "diseño alemán". "Ahí es cuando piensas: oh, Dios mío, los humanos son capaces de hacer esto", continúa, "humanos que no son demonios. Humanos que son solo humanos". El filme corta a imágenes de Washington. 

Está claro, desde la primera secuencia, que el documental de Klayman (en cines este viernes, en Filmin en julio) no es particularmente amable con la figura de Bannon. Y está claro también que Bannon no tiene problema en hablar claro ante las cámaras. La cineasta sigue durante año y medio al ideólogo, desde poco antes de su salida de la Casa Blanca en agosto de 2017 hasta las elecciones que dieron el control del Congreso al Partido Demócrata en noviembre de 2018. Le sigue en sus comidas con líderes de la ultraderecha europea, en sus con millonarios que pueden potencialmente apoyar su proyecto, le sigue en sus (numerosas) entrevistas y en sus mítines a lo largo y ancho de Occidente. Y si la directora tuvo en algún momento que ganarse la confianza de Bannon, si tuvo que tirarle de la lengua, no lo parece. Porque el antiguo ejecutivo de Goldman Sachs no tiene pelos en la lengua en el filme. Incluso cuando es consciente de cómo podría afectar a su imagen: "Este es el populista", dice cuando le graban en un aeropuerto privado, en hoteles de cinco estrellas. "Esta película me va a destrozar", bromea. Solo deja fuera a la cámara cuando se habla de dinero. 

Tras la hora y media de documental, en cierta manera se entiende que Bannon, en Auschwitz, piense inmediatamente en todo el trabajo en la sombra que hizo falta para levantarlo. Como muestra el documental, él también se encarga del trabajo en la sombra: con sus características dos camisas puestas y un móvil en cada mano, consigue dinero y apoyos, produce películas propagandísticas, orquesta la estrategia con los medios y da con ideas sencillas que repite una y otra vez, sea cual sea su audiencia, y que trata de exportar. Pero al final del documental aparece también otra evidencia: Bannon es carismático. No le importa enfrentarse a periodistas progresistas —al contrario, parece encontrar cierto placer en ello— ni a un público adverso, al que trata de ganarse con una ironía que en ocasiones le tiene a él mismo como objetivo. John Thornton, expresidente de Goldman Sachs y uno de sus apoyos más constantes —a juzgar por el número de apariciones en el documental— lo resume: "A la gente que no te conoce les desarmas, porque eres encantador. Les sorprende que seas un buen tío". 

Su franqueza tiene excepciones, claro: no quiere ni oír hablar de la extrema derecha e insiste una y otra vez en que su movimiento es "populista" y basado en el "nacionalismo económico". ¿Racistas? "Nada está más lejos de la realidad", dice en un discurso público, "el nacionalismo económico es lo que nos une", por delante de la raza, el género o la identidad sexual. Son unas palabras similares a las que pronunciará luego Marine Le Pen en un mitin de su recién rebautizada Agrupación Nacional (antes, Frente Nacional). ¿Y no son racistas los seguidores de Trump que marcharon en Charlottesville? Esos no son "los nuestros", dicen Bannon y su equipo. En una entevista en Venecia, acompañado por Giorgia Meloni, líder del partido de ultraderecha Hermanos de Italia, trata de desmarcarse, con poco éxito, de los miembros del partido explícitamente cercanos al neofascismo. Aunque critica a menudo a "los izquierdistas", tampoco se identifica claramente con la derecha, y mantiene un pulso con el Partido Republicano, aunque sostiene que para el "movimiento populista" es muy importante la derecha cristiana. Si se cree o no esa distancia entre su proyecto político y la extrema derecha, eso es otra cosa. 

¿Dónde está la franqueza, entonces? Sobre todo, en sus métodos. A menudo habla de sus seguidores, o sus potenciales seguidores, como los deplorables, reapropiándose del término usado por Hillary Clinton para calificar a los votantes de Trump. Klayman inquiere sobre el uso de este término: "Lo único que digo es que están haciendo de los deplorables la identidad en torno a la que reúnes a la gente. Les dices que están siendo atacados y que deberían estar indignados por cómo se habla de ellos". Bannon se ríe: "And your point?", contesta, que podría traducirse como "¿Y el problema es...?".  "La cultura de la indignación, las políticas de identidad, eso es en lo que te apoyas", insiste ella. "Anda ya, eso significaría que es propaganda", dice él con ironía, para luego preguntarse en voz alta: "¿Qué haría [la cineasta y propagandista nazi] Leni Riefenstahl?". Igualmente directo es con un periodista de The Guardian: "Lo que te enseñan en el ejército y en Goldman Sachs es a conseguir una minoría lo suficientemente sólida e inamovible. No voy a buscar a unos tipos y convencerlos de que el Estado es malo. Ganemos, tomemos el Estado, y entonces convéncelos de que tienes que deconstruirlo y deshacerte de él". Cuando el reportero se despide, le espeta: "Voy a convertir al 20% de tu gente". 

Es franco también en su estrategia con los medios: "Trump me enseñó una lección: no hay mal medio de comunicación", dice. De ahí que conceda entrevistas también a medios de izquierdas, si considera que con ello puede convertir a algunos de sus lectores, o generar ruido en torno a su labor política. "Vamos a usar los medios, como hizo Trump", explica a los líderes de la ultraderecha europea que quieren escucharle. "Los medios mainstream van a ser nuestra mayor arma". "Están obsesionados con nosotros", retoma uno de sus colaboradores, el londinense Raheem Kassam, responsable de la versión británica de Breitbart News hasta que cayó en desgracia ante Bannon —algo que también se refleja en el filme—. "Tenemos que usar esa obsesión", dice, "aunque traten de burlarse, la confianza en los medios de comunicación es tan baja que la gente va, viene y duda". Vox, a quien también sitúa en su eje populista, no parece haber seguido sus instrucciones, a juzgar por su veto a medios críticos. 

De la misma forma, Bannon no trata de ocultar su estrategia en Europa: se reúne con Nigel Farage (su apoyo al Brexit es de sobra conocido), con Filip Dewinter, el líder del partido de ultraderecha flamenco Vlaams Belang, con representantes del Front National, con el mencionado Hermanos de Italia, alaba a Viktor Orban y a Salvini... "Las ideas en el mercado político vajan como en el mercado financiero", explica. "Algo pasa en Londres y al día siguiente está en Wall Street, Singapur, Tokio o Hong Kong. Lo mismo sucede con las ideas". Por eso luce con orgullo la victoria de Trump como si fuera propia. Para él, desde luego, lo es: "Si no me hubiera hecho cargo de la campaña de Donald Trump, no hubiera ganado las elecciones". Y por eso le sigue apoyando, pese a su ruidosa salida de la Casa Blanca —"Odié cada momento que pasé allí", dice—, pese a que las críticas al presidente formuladas en el libro Fuego y furia, del periodista Michael Wolff, le costaran su puesto en Breitbart, y pese a su escasa simpatía personal hacia el magnate —"¿Amigos? No, nunca"—. Es su gran victoria y, cree él, la puerta a la victoria de su movimiento en Europa. 

Pero El gran manipulador es también el retrato de una caída, aunque sea sutil. Al inicio del metraje, Bannon es jefe de estrategia de Donald Trump en la Casa Blanca. Luego llega la marcha neofascista de Charlottesville, con sus antorchas, sus proclamas supremacistas y el atropello que causó 35 heridos y una muerte, por el que fue condenado el neonazi James Fields Jr. El ataque no supuso solo su precipitada salida de la Casa Blanca, sino una evidencia clara de que por mucho que Bannon tratara de establecer diferencias entre su movimiento y el neofascismo, sus seguidores no estaban tan interesados en hacerlo. Después llegan sus crecientes desavenencias con la administración Trump y con el Partido Republicano, que suponen la pérdida del apoyo financiero de Robert y Rebekah Mercer, sus principales valedores. Y de ahí su salto a Europa. 

En el espejo inglés

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En ese momento aparece, al menos en el metraje, el que parece ser el pecado capital de Bannon: la soberbia. En un momento dado, un periodista le hace notar que su movimiento populista europeo es algo aún más complejo que la victoria de Trump, ya que confluyen en él distintas fuerzas de distintos países, con contextos igualmente diferenciados. Él no está de acuerdo: del Front National al Brexit, todos son esencialmente lo mismo. Pero la cámara refleja que no está tan informado del contexto político europeo —no conoce la posición de Francia con respecto a la acogida de refugiados, por ejemplo— y tampoco del social: en una comida con varios líderes, uno de sus colaboradores invita a bendecir la mesa a quien desee hacerlo. Nadie se ofrece y finalmente alguien acepta casi por obligación. Es una metáfora de la lucha por ahora infructuosa del analista por ajustar su fundación The Movement, por poner solo un ejemplo, a las distintas leyes de los distintos Estados. 

¿Quiere decir esto que Bannon sea débil? No es el mensaje que trata de transmitir Klayman, que retrata más bien su vuelta a las sombras, de las que salió para convetirse en una de las caras visibles del trumpismo. Aunque distintas fuerzas de ultraderecha europeas se hayan distanciado verbalmente de él, el movimiento de unión de esos partidos sigue en marcha. Ha obtenido financiación del millonario chino Miles Kwok, y su lobby Citizens of the American Republic sigue recaudando fondos. Si Bannon habla de la situación política como una "guerra", se prepara para una nueva batalla. 

 

"Este sitio estaba tan planeado y diseñado a la perfección que puedes ver las reuniones, todos los cafés, todas las conferencias y todas las discusiones [tras ese diseño]". Quien habla es Steve Bannon, antiguo presidente ejecutivo del medio estadounidense de ultraderecha Breitbart News, ideólogo tras la campaña de Donald Trump e impulsor de The Movement, su fundación para la alianzade las extremas derechas europeas. Esta es la primera secuencia de El gran manipulador, el documental sobre él que dirige la cineasta Alison Klayman, que había retratado anteriormente a artistas como Ai Weiwei o Carmen Herrera. Bannon está en su oficina y recuerda un viaje a Alemania: "Hubo gente que se sentó y pensó en todo este asunto y se desprendió por completo de todo el horror moral". Está hablando de Auschwitz. Y lo que más incendia su discurso es la organización del campo, el "diseño alemán". "Ahí es cuando piensas: oh, Dios mío, los humanos son capaces de hacer esto", continúa, "humanos que no son demonios. Humanos que son solo humanos". El filme corta a imágenes de Washington. 

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