Rocío se lo explica, con vergüenza, a la funcionaria: tiene un niño, debe ocho meses de alquiler, lleva en el paro tres años y medio, no recibe ayudas y su único ingreso son los 20 euros que cobra (en negro) los dos o tres días al mes que trabaja. La funcionaria le promete un cheque para conseguir comida (tardará seis meses) y una paga de algunos cientos de euros (tardará un año). La mirada desesperanzada de Rocío (Natalia de Molina) anuncia la tragedia. "La película no podía acabar bien", reconoce el director de Techo y comida, Juan Miguel del Castillo. Una sombre recorre los 93 minutos del metraje. La misma que sobrevoló 65.778 hogares en 2012: la del desahucio.
El director lo vivió de cerca durante varios meses sin saberlo. Su vecina solía llamar a su puerta para pedirle algún favor: un poco de leche, que se había acabado; gel, que era muy tarde para bajar al súper; agua, que se la habían cortado por una avería... Tenía dos niños con los que se cruzaba a menudo. No notó nada raro. Y, un día, desapareció. Un año más tarde, viendo la televisión, Castillo comprendió por qué: la habían desahuciado. "Me llegó, yo conocía a sus niños… Dije: 'Esto hay que contarlo”. Y lo hizo. Con un presupuesto de unos 170.000 euros (el 15% conseguido a través del micromecenazgo), sin ayudas públicas y con la ventaja de tener a Natalia de Molina, ganadora del Goya a mejor actriz revelación en 2014, como protagonista. El trabajo de la actriz, Biznaga de Plata en el Festival de Málaga y finalista a los premios Forqué, les abrió puertas a la distribución en cines, a los que llegan el viernes con 50 copias.
El filme es el primero centrado en este tema que lo logra. El documental Siete días, sobre la acción de la PAH, no tuvo un amplio recorrido comercial; Cerca de tu casa (protagonizado por Silvia Pérez Cruz) está montado y pendiente de estreno; El desconocido lo toca solo tangencialmente... "Sé que algunos proyectos de la misma temática están parados", dice el realizador, "Es difícil, y más cuando es tan clarita como la nuestra... No interesa darle visibilidad a este tema. Conozco a otra gente de otras productoras que nos dicen: 'Por la temática, nos están poniendo problemas por todas partes". Él no entiende el miedo de las instituciones a que se las relacione con el tema, y tiene un mensaje para ellas: "Los políticos deberían coger esta película y darle un abrazo".
Las sombras tras la puerta
Castillo lo reconoce: no es una temática novedosísima. Los desahucios llegaron a los telediarios, los parlamentos regionales, los ayuntamientos, el gobierno, los programas electorales. Todo el mundo conoce, admite, el término "ejecución hipotecaria", la imagen del juez y su comparsa llamando a la puerta, el cerrajero, la policía, los miembros de la PAH resistiendo con gritos y pancartas y las lágrimas de la familia. Pero Techo y comida muestra las pequeñas miserias, el dolor de la escasez. "Sabes que la gente está mal. Pero no sabes que para ducharte tienes que robar champú. O lo difícil que es lavar la ropa sin agua", dice. Él trata de contarlo con sobriedad, sin buscar "la lágrima".
Natalia de Molina tiene una obsesión: "Me gustaría ver cómo recibe la película alguien que haya pasado por esto o lo esté viviendo. Para mí sería un honor que creyeran a Rocío y que se sintieran identificados". Para la actriz, que llegó al mundo del cine hace dos años escasos, ha supuesto un salto cualitativo. Sostiene la inmensa mayoría de las secuencias y es su primer papel como protagonista en un drama: "No sé si me he puesto en la piel de Rocío o Rocío se ha puesto en la mía".
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Para prepararse, trató de acercarse a personas que se encontraran en esa situación y "observar, rescatar cosas". "La película es dura, pero cuando te enteras de la realidad…", suspira. Y asegura que no se reconoce en pantalla. Su voz, teñida de acento gaditano (ella es granadina) llega desde una desesperación que no comparte. Al contrario, tiene varias películas pendientes de estreno (Kiki. El amor se hace, de Paco León; Pozoamargo, de Enrique Rivero; Los del túnel, de Pepón Montero) y su carrera marcha a buen ritmo.
La vida de Rocío se deshace ante los ojos del espectador. Primero el corte de la luz, la escasez de comida, luego el agua, la malnutrición infantil, la depresión... A su alrededor, en el barrio de La Granja de Jerez de la Frontera (Cádiz), en 2012, también el mundo se descompone. Cierran las empresas, crece el desempleo. "Mi hijo se ha quedado en paro, tengo dos nietos, tú sabes que los bancos no perdonan", se disculpa la mujer del casero al pedirle lo que adeuda de alquiler. En los telediarios, sin embargo, se repite una noticia: el Gobierno ha solicitado 100.000 millones de euros a la Unión Europea para rescatar a la banca. La película termina, con toda la intención, con una pregunta: "¿Y a ti quién te rescata?".
"Andalucía ha estado muy castigada [Cádiz sigue siendo, encuesta tras encuesta, la provincia con mayor tasa de desempleo]. Y ese año fue muy duro. Además, dramáticamente me venía bien. España había ganado el mundial, luego la Eurocopa. Nos venden la Marca España, pero también pasaron otras cosasMarca España", dice Castillo. Mientras miles de personas agitaban banderas rojigualdas el 1 de julio para celebrar el triunfo español sobre Italia, otros miles maldecían a un país incapaz de darles teccho y comida. Solo eso.
Rocío se lo explica, con vergüenza, a la funcionaria: tiene un niño, debe ocho meses de alquiler, lleva en el paro tres años y medio, no recibe ayudas y su único ingreso son los 20 euros que cobra (en negro) los dos o tres días al mes que trabaja. La funcionaria le promete un cheque para conseguir comida (tardará seis meses) y una paga de algunos cientos de euros (tardará un año). La mirada desesperanzada de Rocío (Natalia de Molina) anuncia la tragedia. "La película no podía acabar bien", reconoce el director de Techo y comida, Juan Miguel del Castillo. Una sombre recorre los 93 minutos del metraje. La misma que sobrevoló 65.778 hogares en 2012: la del desahucio.