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El titular era irresistible: "Ningún libro entre los 50 artículos más prestados en las bibliotecas municipales de Madrid". Tanto atractivo tenía que muchos cayeron en la tentación de no leer la noticia.

Pero los profesionales que la vieron no cayeron en la trampa… "Las estadísticas sin analizar siempre generan titulares llamativos", comenta M. Mercè Palomera, jefa de sección de Servicios Digitales en el Servicio de Bibliotecas del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya, cuya jefa, Carme Fenoll, coincide: "Cuando leí la noticia pensé que había habido una lectura demasiado rápida".

"El título tiene impacto, pero no deja de ser una verdad a medias", se suma Anna Bröll, directora técnica de coordinación y servicios en Bibliotecas de Barcelona; y con ella Ferran Burguillos, director de las Bibliotecas Municipales de Sabadell, que también sabe que la política de préstamo de sus colegas de Madrid establece diferentes plazos según el material, "de tal forma que resulta una diferencia de proporción de préstamos entre revistas, audiovisuales y libros: las revistas y audiovisuales se prestan durante siete días y, en cambio, los libros durante 30 días. Cuando se presentan datos cuantitativos de préstamo, debe separarse uno y otro material, no pueden presentarse juntos porque se alteran los resultados".

Pero, subraya Honorio Penadés, bibliotecario en la Universidad Carlos III, independientemente del manejo estadístico de los datos, hay una cuestión de fondo: a los ciudadanos les interesan cosas, esas cosas se encuentran en las bibliotecas, y esas cosas no son sólo libros.

Todo está en los libros... y no sólo

"Tenemos que empezar a olvidar el concepto clásico porque las bibliotecas evolucionan al igual que evoluciona la sociedad, gustos, demandas, hábitos, etc."

Quien eso sugiere es Juan Ángel González, bibliotecario. ¿Entonces, le pregunto, qué es una biblioteca? "Una biblioteca en el 2016 es una institución cambiante, cultural/socialmente en coma, debido a los recortes económicos y falta de interés gubernamental, y que trata de cumplir con la finalidad de adaptarse a las nuevas demandas de los usuarios, sin perder la calidad de los servicios que ofrece a la comunidad en la que vive". 

Es una definición escrita desde la resistencia, que asume (y ya perdonarán la socorrida paráfrasis) algo ineludible: las bibliotecas son ellas y sus circunstancias. Así, el ambiente y las exigencias que se le plantean a Juan Ángel González en la Universidad de Sevilla no son comparables con las que ha de afrontar Raúl González en Renedo de Esgueva (Valladolid), donde la Biblioteca Municipal José Jiménez Lozano es un centro de estudio para adultos, un centro de entretenimiento para los niños y para los jóvenes, "un edificio que hay por su barrio".

Le pido que abunde en su teoría. Y se explaya. Dice que los más mayores acuden a la biblioteca "buscando un entorno tranquilo en el que poder estudiar sus carreras o sus oposiciones y aprovechar el wifi gratuito o los ordenadores disponibles para completar sus trabajos"; que los jóvenes (que no son usuarios), cuando franquean la entrada, "corren atropellados a sentarse frente a los ordenadores para buscar tutoriales en YouTube porque se han quedado sin batería en el móvil, y los que aún conservan algo de batería se conectan automáticamente a la red inalámbrica para no gastar sus valiosos datos. A veces, hasta cazan pokémons en la sala infantil"; y que los más pequeños "buscan refugio junto a sus abuelos y padres (en ese orden) frente al frío en invierno y el calor en verano, mientras esperan a que sus hermanos mayores salgan de las actividades extraescolares o llegue la hora de entrar ellos en la suya. Y mientras, quizá, pinten un dibujo o les lean un par de cuentos, o ambas cosas".

De alguna manera, la imagen que Raúl González nos traslada es prueba de que, como dice Anna Bröll, la biblioteca es "un espacio social, lugar de encuentro para leer, pero no solo para ello, sino también para aprender, para acceder a la información en múltiples formatos, un lugar para participar en múltiples eventos culturales, en definitiva un equipamiento sociocultural de proximidad". Condicionado, nos apuntan desde Renedo de Esgueva, "eso depende ya de los recursos de cada biblioteca".

Pasar página

Escuchando a unos y a otros, y que nadie lo interprete como un signo de obstinación ante el inevitable cambio, no puedo evitar preguntarme: ¿y los libros, qué?

"El papel de los libros será el mismo que el de ahora", augura Juan Ángel González. "Seguirán siendo las fuentes de información y conocimiento más accesible puesto que, para su consulta, no necesitas depender de un dispositivo electrónico", dice; y convivirán con cualesquiera otros formatos capaces de garantizar el acceso a la información, "y más teniendo en cuenta que, mientras la brecha social exista, las bibliotecas no pueden prescindir de un formato universal".

De hecho, la convivencia (sí, sé que es una obviedad) está más que asumida. Por volver a las bibliotecas madrileñas en las que empezamos, Honorio Penadés subraya que ya están prestando libros electrónicos a través de madrid.ebiblio.es, "y aunque técnicamente podamos debatir si se presta un libro o se proporciona un acceso, lo importante de nuevo es que el ciudadano quiere leer y la biblioteca le proporciona esa lectura. Sumemos las estadísticas de préstamo de libros electrónicos y veremos datos muy diferentes, creo, a los que se han publicado".

En definitiva, y Ciro Llueca, director de Biblioteca y Recursos de Aprendizaje de la UOC, una biblioteca universitaria totalmente digital, es plenamente consciente, lo importante es el contenido, no el soporte ni el formato. "Por muy digital que sea un libro, difícilmente tendrá lectores si no está bien escrito para el público al que está destinado". Estamos, dice, en un momento de transición. Hay mucho recorrido en el sector editorial y de la creación literaria. "¿Qué sentido tiene leer 300 páginas de texto lineal en una pantalla? ¿No es utilizar una herramienta nueva para un modelo de creación literaria propia del libro impreso y encuadernado? Quiero creer que el formato digital es, por naturaleza, multimedia, hiperenlazado, participable y continuamente actualizado".

Por lo demás, somos humanos y buscamos la mejor herramienta en cada momento, pero a ritmo humano. "El formato y el soporte digital son herramientas, y como tales son creadas y perfeccionadas para darnos el servicio que más nos interese, pero cambiar de hábitos requiere su tiempo, y las personas podemos alternar esas herramientas a lo largo del día y de la vida. Nadie se acuesta analógico y se despierta digital. La convivencia del libro impreso y el libro digital será larga".

Y a pesar del titular que nos ha inspirado esta semana, "los libros —sostiene Carme Fenoll— tienen el protagonismo de las bibliotecas y lo confirman nuestras últimas estadísticas".

Pero, si levantamos la vista de los libros, nos daremos cuenta de que las bibliotecas públicas están cambiando, han cambiado ya.

"Siendo el préstamo de documentos uno de los servicios fundamentales y más valorados de la biblioteca pública, aunque no el único, no debe sorprendernos que en las últimas décadas haya habido fluctuaciones en las tendencias de préstamo de un tipo u otro de material —me dice Burguillo—. El préstamo de audiovisuales (música y cine) desde mediados de la década de 1990 hasta mediados de la década de 2000 fue exponencial; esta tendencia ha remitido en los últimos años, especialmente el préstamo de música, como consecuencia del acceso a través de plataformas en Internet". 

A estas alturas de artículo, se me pasa por las mientes la idea de que, del mismo modo que los mecheros ya no tienen mecha, la palabra "biblioteca" sobrevivirá a cambio de prescindir de su significado etimológico.

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"La mayoría de bibliotecarios estarán de acuerdo con que la lectura es un elemento más de unos fines superiores: la educación y la cultura —me ayuda a concluir Ciro Llueca—. En las bibliotecas, los libros son herramientas para contribuir al crecimiento individual y colectivo de las personas. Las bibliotecas públicas de proximidad tienen la misión de fomentar el acceso a la información, el cultivo de la imaginación y la capacidad de inspiración de quienes acuden a ellas. En esa misión los libros tienen un papel fundamental, pero son solo herramientas al servicio de cultura y la educación, y cada comunidad requiere unas estrategias diferentes para el cumplimiento de esos fines. El nombre de la cosa —biblioteca, ateneo, ágora, escuela, club social— es lo de menos".

La biblioteca no tiene solo un valor instrumental, completa Burguillo. Es un lugar físico, pero no sólo físico; es insustituible como lugar común. Y cita a Eduard Miralles, presidente de la Fundación Interarts, para quien las bibliotecas, como el resto de equipamientos culturales, han pasado por tres estadios evolutivos: primero fueron "espacios contenedor, pensados para almacenar patrimonio material (libros, archivos, cuadros, esculturas…) o inmaterial (conservatorios). Al largo de la segunda mitad del siglo XX, los centros culturales, espacios paradigmáticos de las políticas de democratización de la cultura, han sido espacios inequívocamente escaparate, con vocación de propiciar diálogo entre la creación y la ciudadanía. En la actualidad, asistimos a la proliferación de nuevos espacios taller, orientados a la producción material, a la creación, en donde hacer posible la experiencia".

En cuanto a los bibliotecarios… "Tenemos el futuro asegurado como agentes sociales, con un rol educador y prescriptor —afirma, convencido—, intermediadores entre grandes volúmenes de información y el conocimiento racional que nos permitirá interpretar el mundo, como puntal para la inclusión social".

El titular era irresistible: "Ningún libro entre los 50 artículos más prestados en las bibliotecas municipales de Madrid". Tanto atractivo tenía que muchos cayeron en la tentación de no leer la noticia.

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