Ni "Transición ejemplar", ni "Régimen del 78"

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El último capítulo de La Transición. Historia y relatos, de los historiadores Carme Molinero y Pere Ysàs, va precedido de dos citas. Una es de Rodolfo Martín Villa, ministro franquista: "La izquierda es la que enarbola la bandera de la democracia. Nosotros nos limitamos a traerla. Nada menos". Otra es de la activista feminista Lidia Falcón: "La Transición fue la gran Traición. De los que estaban en el exilio, como Carrillo, y de los que habían estado en la cárcel, como Camacho. Solé Tura y otros redactores de la Constitución ni habían estado en la cárcel ni en el exilio, y pronto se vio el beneficio que obtuvieron". En una nota al pie, los autores explican que Jordi Solé Tura sí estuvo en el exilio, en Francia y Rumanía, entre 1960 y 1964, y que también fue detenido y encarcelado, en 1969. 

Es un buen ejemplo de lo que critican los autores, especializados en en historia social y política del franquismo y la Transición, en este nuevo volumen publicado por Siglo XXI. La existencia de dos relatos sobre el paso de la dictadura a la democracia "que no coinciden con el conocimiento histórico". De un lado, aquellos que defienden que la Transición fue un proceso ejemplar en el que la élite política, perfectamente consensuada, logró transmutar el franquismo en una democracia homologable internacionalmente. De otro quienes ven en ella un proceso fallido, operado desde dentro del franquismo, en el que la izquierda renunció interesadamente a gran parte de sus reivindicaciones y que fue el origen de una democracia de baja calidad. Los historiadores no solo no están en desacuerdo con ambos, sino que aseguran que ambos se desmontan con los hechos históricos. 

"Lo que sucede", explica Molinero por teléfono, desde Barcelona, "es que la presencia de la Transición en el espacio público ha sido prácticamente continuada, y en distintos momentos se ha utilizado de distinta forma. Como con otros periodos históricos, la preocupación llega cuando sobre ese periodo histórico los relatos o la publicística no coinciden a veces ni parcialmente con lo que dice el conocimiento histórico y las conclusiones de quienes lo estudian". Primero, explican tanto ella como su coautor, hubo que lidiar con quienes, habiéndose opuesto al proceso democrático, se dijeron luego principales valedores del mismo (citan a Martín Villa, pero también a buena parte de Alianza Popular). E insisten en que escuchando a quienes defienden este modelo de acuerdo de las élites, para quienes la democracia fue una concesión de los reformistas, se silencian a muchos actores políticos y sociales que formaron parte del debate y "se elimina la elevada conflictividad del mismo". 

Contra este discurso se ha construido en los últimos años uno de signo opuesto que, paradójicamente, señalan los autores, parte de algunas de las premisas del anterior. "Lo que vienen a decir es que si la democracia es de muy baja calidad, es porque fue la clase política procedente del franquismo la que consiguió que se mantuvieran sus intereses", continúa Molinero. Es decir, que da más crédito a lo que los llamados reformistas del régimen "escribieron para darse un protagonismo que no tenían, o no de esa manera" que a "un conjunto de factores políticos y sociales en dura lucha, que dieron lugar a un sistema que nadie tenía pensado de antemano". "Queriendo ir a la contra", censura Ysàs, "este relato se equivoca en mucho, se fundamenta mal y acaba reforzando lo que quiere criticar". Ambos relatos parecen estar de acuerdo en al menos dos aspectos: el acuerdo de las fuerzas políticas y la escasa influencia en el proceso de cualquier otro agente que no fueran los partidos. Y Molinero e Ysàs se esfuerzan en desmontarlos ambos. 

Una "democracia española"

En 1975 no existía "un pacto propiciado desde el poder político sobre cómo pasar de la dictadura a la democracia, como a veces se sostiene", sino un plan de las Cortes franquistas para llevar a cabo el "franquismo sin Franco". Y ese es el que se hubiera llevado a cabo, defienden, si el régimen hubiera tenido poder para hacerlo. "No se puede hablar de políticas de consenso antes de las elecciones de 1977", descarta Molinero. En las instituciones franquistas, había ya división entre quienes trabajaban por el "atado y bien atado" y quienes apostaban por llevar a cabo reformas —cuáles y por quién, no estaba claro— para que todo siguiera igual. Del otro lado, la oposición antifranquista abogaba por la "ruptura democrática", aunque con diferencias en su seno y sin el poder para hacer caer a la dictadura. 

 

"Todo lo que sea que el Partido Socialoista obtenga más de 90 escaños es malo (...) para hacer la Constitución que nosotros queremos", le dijo Landelino Lavilla, que sería ministro de Justicia con UCD, a Alfonso Osorio. Los socialistas obtuvieron 118. El partido de Adolfo Suárez esperaba sobrepasar los 200, pero se quedó en 165. "Esas elecciones muestran un mapa político muy distante de lo que pensaban las fuerzas gubernamentales, que creían que su victoria sería aplastante. Y es esa evidencia la que fuerza a buscar un consenso", explica la autora. Es decir, el consenso fue "una necesidad después presentada como virtud". La "democracia española" por la que apostaban Carlos Arias Navarro y Fraga Iribarne, un apellido eufemístico para hablar de un sistema que no tenía nada que ver con la democracia, se fue al traste no por un plan maestro del franquismo, sino por la imposibilidad de llevarla a cabo. 

"Ellos", continúa Molinero, "no pensaban en una Constitución como la que luego se aprobó, que no era de su gusto, de ninguna manera". Como ejemplo, la cuestión territorial: "El hecho de introducir, aunque fuera muy poco, el mismo concepto de nacionalidad, hubiera sido impensable". Tampoco se acabó plasmando en el texto la idea de corona que defendía el régimen, que hablaba de una "Monarquía del 18 de julio". "De hecho, en la construcción de la Constitución hay propuestas de UCD para que el jefe de Estado tenga poderes como el de, antes de sancionar una ley, enviarla al Tribunal Constitucional solo por su propia voluntad", explica Ysàs. 

La "operación" de la monarquía

También se detienen los autores en evaluar el papel de Juan Carlos I, al que no dibujan, ni mucho menos, como demócrata convencido. "La suya es una operación para consolidar una monarquía. Y, en ese contexto, esto exige adecuar la institución a lo que la sociedad está demandando", dice el investigador. El contexto es el de un franquismo en crisis, tocado por las condenas internacionales tras las ejecuciones del 75, por el cierre de varias Embajadas o los editoriales negativos de The New York Times. "Observando la situación política, el rey sabe que si la monarquía aparece asociada con el franquismo, muy difícilmente podrá asentarse. Se esfuerza entonces por asociar la monarquía a la democracia, aunque esto no supone que él apoyara desde el principio la democracia tal y como acabó siendo". 

Segunda Transición

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Las luces del personaje están claras: el interés por que "la monarquía fuera coherente con la institución democrática". Las sombras las señala Ysàs: "su resistencia a pasar de tener un poder excepcional a un poder reducido a su mínima expresión, que creará tensiones entre el 19 y el 81, y su a veces excesiva comprensión con los sectores más inmovilistas del régimen o al Ejército, cuya fidelidad no estaba con la democracia". 

Paralelamente a las conversaciones de palacio, los autores describen un ambiente social que está lejos de la supuesta pasividad política que sería para unos un rasgo de madurez del proceso y para otros un signo de podredumbre del mismo. "El año 74 es el de mayor conflictividad social desde la Guerra Civil", señala Ysàs, "pero los primeros meses del 76 son una auténtica prueba de fuerza". De una parte, el Gobierno continuista, de otra, la oposición democrática, que saca todo su músculo para evitar esto por todos los medios. Los investigadores cuentan: la huelga en el metro de Madrid, las huelgas generales en Barcelona, los paros del metal, las manifestaciones represaliadas en Vitoria, las concentraciones a favor de la amnistía... "Esto explica, no en exclusiva pero sí de manera importante, el fracaso del proyecto de Arias-Fraga", asegura el historiador. 

¿Es posible crear un relato que no sea complaciente con la Transición y que no caiga en los que ellos ven como falta de rigor? "Eso esperamos", dicen ambos, asegurando que este libro lo intenta. "El problema, en gran medida, de los discursos críticos, es que parten de una premisa y tratan de adaptar los hechos a ella", lanza la historiadora. Ysàs redobla: "Algunos obvian voluntariamente elementos que ha estudiado la historiografía porque no encajan. Y algunos, imagino, simplemente los ignoran". Si es el caso, proponen, aquí tienen el libro. 

El último capítulo de La Transición. Historia y relatos, de los historiadores Carme Molinero y Pere Ysàs, va precedido de dos citas. Una es de Rodolfo Martín Villa, ministro franquista: "La izquierda es la que enarbola la bandera de la democracia. Nosotros nos limitamos a traerla. Nada menos". Otra es de la activista feminista Lidia Falcón: "La Transición fue la gran Traición. De los que estaban en el exilio, como Carrillo, y de los que habían estado en la cárcel, como Camacho. Solé Tura y otros redactores de la Constitución ni habían estado en la cárcel ni en el exilio, y pronto se vio el beneficio que obtuvieron". En una nota al pie, los autores explican que Jordi Solé Tura sí estuvo en el exilio, en Francia y Rumanía, entre 1960 y 1964, y que también fue detenido y encarcelado, en 1969. 

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