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En Transición

Segunda Transición

Estoy convencida, y así lo he escrito en más de una ocasión, que el 15M abrió un nuevo ciclo en España digno de denominarse "Segunda Transición", y no precisamente a la que se refería Aznar. Los indignados gritaron que el Rey estaba desnudo al evidenciar la ruptura del pacto social surgido en el 78, que saltó por los aires por la crisis económica y la incapacidad política de gestionarla desde los principios de la equidad y la cohesión social. Esto no significaba que de forma mayoritaria se renegara de lo que la Transición supuso. La indignación venía de vivir en carne propia la ruptura del pacto de convivencia que había ido construyendo, bien que mal y a trompicones, algo bastante parecido a un Estado de Bienestar.

Como forma de simbolizar esa segunda transición se suele acudir a la ruptura del sistema de partidos. La configuración que emergió a partir de 1982, con dos partidos principales –uno a la izquierda y otro a la derecha–, Izquierda Unida completando el espacio de la izquierda con el PSOE en una dinámica de vasos comunicantes, y las opciones de nacionalismos centrífugos a uno y otro lado del tablero ideológico, eran fácilmente considerados como un sistema bipartidista imperfecto muy influido por la realidad plurinacional. Así funcionamos durante treinta años. ¡Qué fácil era entonces hacer predicciones electorales e interpretar las encuestas!

La irrupción de Podemos primero e inmediatamente después la emergencia como partido nacional de Ciudadanos hicieron vaticinar el nacimiento de un nuevo sistema de partidos, y llevó a los más osados a enterrar el eje izquierda-derecha apelando a lo “nuevo” como signo de victoria. Siete años después de aquél 15M de 2011, creo que lo único que podemos constatar, hasta la fecha, es que lo nuevo, en cuanto a nuevo, no tiene nada garantizado –ni siquiera la juventud–, y que la disyuntiva izquierda-derecha sigue siendo fundamental. Otra cosa es que no sea la única, y que además sea necesario redefinir los contornos de unos y otros, pero ¿qué fue de la transversalidad?

La elección de Casado por parte de los compromisarios del XIX Congreso del Partido Popular alterando el resultado de la votación de los inscritos –no seré yo quien llame a esto primarias–, supone la apuesta por una cara joven y una vuelta a las esencias más conservadoras. Pablo Casado no ha escatimado referencias al imaginario más tradicional de la derecha en su discurso a Presidente del PP: mención a Donoso Cortés, apelación continua a la idea de España como algo inamovible y ese trampantojo neoliberal que exalta la libertad individual afirmando que "no colectivizamos a la sociedad en mujeres, en jóvenes, en mayores, en inmigrantes…" porque todos son personas. Si Rivera sólo veía españoles, Casado sólo ve personas. Hay más perlas, pero no caben en esta columna. Al mismo tiempo, ha hablado de renovación mientras exaltaba la figura de Suárez, cuyo hijo ha sido central en su campaña. Casado quiere liderar la segunda transición por la derecha.

Queda la duda de cómo afectará al resto de partidos la elección de Casado como Presidente del PP y posible candidato a la Presidencia. Soy de las que creen que si Ciudadanos juega bien sus cartas puede ensanchar su espacio, aunque está por ver su capacidad de adaptación a un entorno permanentemente cambiante, una vez que consigan superar el shock de la moción de la censura.

Como suele señalar el politólogo Pablo Simón, esta vuelta a las esencias en la derecha tiene cierta simetría con la estrategia que planteó Pedro Sánchez en su elección como Secretario General del PSOE. El lema “Somos la izquierda” o las continuas apelaciones al 15M en su discurso apuntaban en esa dirección: una apuesta por recuperar los signos de identidad de la izquierda para reivindicar ahí su hegemonía.

No deja de ser significativo que, tanto en la derecha como en la izquierda, los dos partidos que han sido hegemónicos estén viviendo momentos de regeneración volviendo a las esencias de cada cual. Caras nuevas, líderes más jóvenes y formas diferentes acompañan a una afirmación ideológica entre conservadores y progresistas. Posiblemente ambos han entendido que al centro electoral (que no político, porque ese no existe) sólo se va cuando la posición propia está muy anclada. Ahora el reto es dar con propuestas viables a los desafíos actuales sin perder esas referencias ideológicas.

Algunas lecciones podemos sacar ya de estos años: en primer lugar, a la luz de las encuestas que se van sucediendo, que el sistema de partidos que salió de la Transición ya no es el mismo, pero que aún no se ha configurado otro estable que lo sustituya (y que quizá nunca lo haga); en segundo lugar, y apoyándonos en los mismos estudios, podemos afirmar que ni a los partidos tradicionales hay que darlos por amortizados porque sean “viejos”, ni a los nuevos por ganadores por su “juventud”; que tanto PP como PSOE están dando la batalla para seguir siendo hegemónicos en cada lado, con el ejercicio de adaptación que esto supone; y finalmente que, como ha demostrado este Congreso del PP y como consecuencia de lo anterior, todo parece indicar que el eje izquierda-derecha, ese que muchos dieron por muerto, sigue teniendo plena vigencia. Aún nos queda mucha Transición por delante, si es que acaso algún día termina.

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