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La iglesia de Mazuela siguió ahí cuando sus habitantes se fueron marchando. Vio al pueblo llegar a los 300 habitantes a principios del siglo XX y descender hasta los 56 que están hoy censados en este pequeño municipio de Burgos, a 30 kilómetros de la capital. Dice María del Mar Valdivielso que quienes duermen ahí todo el año son todavía menos, en torno a 30. Ella misma tuvo que abandonarlo para buscar trabajo fuera, pero vuelve, como otros, los fines de semana. Y lo que veía le preocupaba enormemente: la iglesia de San Esteban Protomártir estaba envejeciendo a ojos vista. Había resistido desde el siglo XIV, cuando comenzó su construcción, pero las goteras y las filtraciones habían hecho mella en las bóvedas, que corrían el riesgo de desplomarse, y habían resquebrajado las paredes. La piedra caliza se había erosionado, las nervaduras de las columnas estaban dañadas y el suelo había sufrido en una restauración anterior. La vecina se puso manos a la obra.
María del Mar Valdivielso contactó primero con la asociación Hispania Nostra, dedicada a la defensa del patrimonio cultural. Allí, el siguiente paso estuvo claro: había que lanzar un crowdfunding para conseguir fondos para las obras. Reunió a sus vecinos el pasado mayo y les contó su idea. Se trataba no solo de pedir el dinero necesario —las subvenciones de la Iglesia y de las administraciones se quedaban cortas sistemáticamente—, sino de implicar a sus familias, a sus amigos, a otras personas de la región. Y lo consiguieron. Unas 176 personas han aportado más de 14.000 euros, por encima del mínimo de 10.000 que se marcaron, y la campaña ha tenido tanto éxito que la han alargado una semana más de lo previsto, hasta el próximo domingo. El fin de semana pasado organizaron un abrazo a la iglesia al que acudieron no solo los de siempre sino gente a la que hacía tiempo que no veían, “los hijos del pueblo, hasta los hijos de los hijos del pueblo”. “Desde el punto de vista patrimonial es una alegría”, celebra Valdivielso, “porque con esta recaudación se podrán hacer parte de las obras que se necesitan, que son muchas. Pero, sobre todo, ha sido una manera de formar comunidad, de formar piña en torno a un ideal común que nos une a todo el pueblo”.
Las ruinas de la despoblación
La historia de Mazuela es un ejemplo de éxito, pero hay otros muchos pueblos como este, que guardan un patrimonio histórico y cultural desconocido para la mayoría. Pueblos cada vez menos poblados, sin recursos públicos ni privados para mantener esta arquitectura de todos. “Estamos sintiendo un agravio comparativo la gente de la España vaciada con respecto al resto de las personas”, denuncia María del Mar Valdivielso. Habla del consultorio médico, que se abría dos veces a la semana pero que desde el inicio de la pandemia permanece cerrado: ahora tienen que desplazarse en coche para ir al médico, lo que supone un desafío para los más mayores. Habla también de que “aquí no llega Internet bien”, lo que hace imposible el teletrabajo. De que en Mazuela no hay niños ni parejas en edad de tenerlos, y que la mayoría de sus habitantes oscilan entre los 60 y los 80 años. La pérdida de patrimonio es una consecuencia de la falta de medios, una que quizás afecte menos a los vecinos en su día a día, pero es un símbolo. Las paredes se resquebrajan sin que nadie las vea. Cuando se derrumben será demasiado tarde. ¿Quién va a cuidar de todo esto?
La iglesia de Mazuela (Burgos). / Hispania Nostra
La asociación Hispania Nostra es prudente, no quiere arriesgarse, pero sus datos están ahí. Y, por lo que observan, las cifras apuntan a una correlación entre la densidad de población y el mal estado del patrimonio cultural. Fundada en 1976, su presidenta, Araceli Pereda, recibió en 2020 el Premio Nacional de Restauración y Conservación por su labor de alerta sobre la salud de nuestros enclaves históricos. Su iniciativa más conocida es la Lista roja, que localiza, indexa y vigila espacios en peligro de desaparición por la dejadez de sus titulares, ya sean públicos o privados. La lista incluye 1143 entradas en este momento, y se construye gracias a la colaboración ciudadana: son el millar de socios de la institución y los simpatizantes los que muy a menudo localizan los enclaves en peligro e informan de ellos a la asociación, cuyo comité científico evalúa su relevancia y el nivel de alerta sobre el mismo y se pone en contacto con los titulares. Si la cosa mejora, pasan a la Lista verde, que engrosan 181 monumentos recuperados. Si el patrimonio resulta completamente destruido o se alteran “sus valores esenciales de manera irreversible”, pasa a la Lista negra. En ella hay, por el momento, 10 estrepitosos fracasos colectivos.
Menos vecinos, más grietas
El pasado abril, en un congreso, Hispania Nostra presentó algunos datos sobre la relación entre despoblación y patrimonio cultural. Las cuatro comunidades autónomas con menos densidad de población, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura y Aragón, son cuatro de las que más espacios aportan a la Lista roja. La excepción sería Andalucía, que no es una de las regiones más despobladas pero sí es la segunda que más enclaves en peligro tiene. Analizó la lista Alberto Sánchez Sánchez, doctorando en Arquitectura por la Universidad de California, que en un número especial de PH98, la revista del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, advertía: “La gran mayoría de las propiedades incluidas en la Lista se encuentran en pequeñas pedanías, aldeas o pueblos”. En provincias como Zaragoza y Guadalajara, señalaba, más del 70% de los edificios y enclaves “están en municipios de menos de 500 habitantes, cifra similar a la de otras provincias del interior como Cuenca, Palencia, León o Zamora”. La asociación advierte de que su manera de recoger datos condiciona también los resultados: allí donde haya más socios que localicen espacios en peligro, habrá más patrimonio indexado.
El problema no es nuevo. En aquel monográfico publicado en 2019, bajo el título de Patrimonio cultural y territorios de la despoblación, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico apuntaba a esa relación. “El abandono de los pueblos en zonas rurales es un fenómeno propio de nuestro territorio, ligado sin duda a la baja natalidad, que se va convirtiendo en crónico”, advertían en él los arquitectos Jaime Vergara-Muñoz y Miguel Martínez-Monedero. “Pero siempre encontramos bastante desconcierto por parte de la administración local en la elaboración de propuestas de actuación”, se quejaban. A la falta de previsión y los “objetivos poco claros” se suman unas políticas “de dudoso resultado” por “falta de criterio, presupuesto y continuidad en el tiempo”. No es un fenómeno sobrevenido, pero las soluciones siguen sin llegar. En parte, porque no son sencillas. ¿Cuáles son las probabilidades de una verdadera repoblación, ante un fenómeno que sigue su curso desde hace décadas? ¿De dónde se recaudaría el presupuesto necesario para recuperar los cientos de enclaves en peligro en la España rural? Una vez recuperados, ¿quién y cómo los mantendría? Y ¿es el turismo de patrimonio cultural una salida viable o deseable para esos pueblos sin vecinos?
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Tomarse la conservación por su mano
Mientras se llega a la respuesta, los vecinos actúan. Los de Mazuela, pero también los de otros pueblos: Tordehumos (Valladolid), Fuenteodra (Burgos) o Valcabado del Páramo (León) son algunos de los que han llevado a cabo campañas de crowdfunding a través de Hispania Nostra para recuperar y conservar su patrimonio en peligro. Teresa Merello de Miguel, responsable de micromecenazgo en la asociación, cuenta que estas iniciativas siempre parten de los propios pueblos, y que no se podría hacer nada sin sus vecinos. “Las campañas no tienen éxito si no hay un tejido asociativo, que sí que existe en las zonas rurales, sobre todo cuando son tan pequeñitos”, cuenta. “Mi experiencia profesional es que el compromiso de la gente en estos pueblos es absoluto, porque están hablando de sus calles, de su iglesia, de algo suyo. Y además están acostumbradísimos a tener que buscarse todos los medios posibles”. El perfil de quienes llegan buscando asesoramiento ha virado hasta este tipo de conflictos: pueblos cuyo ayuntamiento tiene un presupuesto muy bajo y que ven cómo su patrimonio se pierde sin que nadie se ocupe de él. Y lo hacen ellos.
En Mazuela, ya se han iniciado incluso las obras. Tiene explicación: hubo suerte y una de las subvenciones solicitadas por el párroco fue aprobada —aunque con una cantidad muy reducida para todo el trabajo que requiere la iglesia— y las ayudas exigían que se iniciaran ya las obras. Así que las sufridas bóvedas de San Esteban Protomártir estarán recibiendo pronto el cuidado necesario. Esperan las paredes, las columnas erosionadas, el suelo dañado por una restauración de hace cuatro décadas. El domingo se cierra la campaña, pero los vecinos no descansan. Tocará estar pendientes de que las obras avancen convenientemente, de otros daños ocultos que pueda tener su iglesia. Porque es suya. Y así la cuidan.
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