Los guionistas Juan Maidagán y Pepo Montero —pareja artística desde hace una década— se pueden poner varias medallas. Una de ellas sería haber creado el arquetipo del cuñado mucho antes de que se convirtiera en protagonista de chascarrillos y figura patria oficial. Lo hiceron allá por 2005 en Camera Café, con aquel Jesús Quesada interpretado por Arturo Valls, un plasta chistoso y no muy trabajador que levantaba más animadversión que simpatía. Otra sería hacer que el público empatizara con él. Esto lo han conseguido en Los del túnel, la comedia que estrenaron el viernes dirigida por Montero y con Valls como protagonista —y productor— en un papel que recuerda con razón al de la serie.
Lo definen como "un tío cargante, un idiota del que todo el mundo se harta". Pero sin acritud, que fue el personaje que les salvó el guion. Llevaban años queriendo hacer un largometraje juntos sin que llegara la idea definitiva. Querían hacer una película de catástrofes... pero empezando por el final. ¿Qué pasa cuando la cámara se aleja, suenan coros celestiales y llega el "The End", con los protagonistas sanos y salvos? Pues que hacen un grupo de Whatsapp y quedan todos los viernes a cenar. Sin grandes revelaciones ni heroísmos. "Cuando empezamos a escribir, el protagonista era el policía", recuerda Pepón Montero, "Pero no funcionaba, estaba demasiado trillado... Entonces se nos ocurrió recuperarle, ya más mayor, más trabajado. Una vez que tuvimos el personaje, todo fue saliendo".
Después de los éxitos recientes de comedias españolas como Ocho apellidos vascos o Villaviciosa de al lado —que dio la sorpresa en taquilla y alcanza ya el millón y medio de espectadores y 9,8 millones de euros de recaudación—, ellos aspiran a ponerse en la cola. En su primer fin de semana, han logrado ponerse en el sexto puesto en taquilla, detrás de la también española Contratiempo, según datos de ComsCore. "Claro que nos ha venido muy bien, porque ahora no parece una locura hacer comedia y esperar que el público la vea. La gente se ha acostumbrado a que cada tanto llega una española buena y puede ir al cine a reírse", dice Maidagán. Dicen estar "poniéndole velas a los santos" para que la audiencia crezca con el boca a boca. Y el coguionista admite que, con una buena promoción —está producida por Atresmedia— y una igualmente buena acogida por parte de la crítica, "si la película fuera mal, no sabría qué excusa poner".
Aunque ya habían escrito y filmado largos, el ritmo les seguía pareciendo el mayor desafío de guion. "Hay que mantener el interés, no basta con un chiste detrás de otro", dice el director. Entonces dieron con una estructura de tres actor muy dispares entre sí. El primero es la presentación de personajes que se han quedado atrapados en un túnel de montaña, y que debían ser "muy identificables": el héroe (Raúl Cimas), la chica (Natalia de Molina), el adolescente rebelde (Àlex Batllori), la familia rota que se reconcilia (Neus Asensi, Manel Barceló y Violeta Rodríguez). Todos tienen una historia de redención. Excepto el idiota, al que le cuelgan una crisis de identidad: él, acostumbrado a ser el alma de la fiesta, el simpático del grupo, el que sabe dónde comer el mejor cordero asado y cuál es el mejor chupito, se ve desterrado en este nuevo grupo de supervivientes al reino de los indeseados.
Este es el gran gag de una comedia atípica que no parece beber de ninguna herencia humorística española y que la crítica emparenta con el cine italiano de posguerra. "Creo que es algo nuestro, no nos gusta tener referencias", explican, "Cuando escribíamos series, si algo nos sonaba, lo tirábamos". Aunque conceden lo de la comedia italiana: "Al terminar el guion sí vimos que eran de estos personajes patéticos típicos de ese cine, a los que la vida se lleva por delante y la sufren como pueden".
Esa originalidad lleva al segundo acto, una especie de instrospección alucinada en la que vemos a Toni, el idiota (parece que el apelativo es oficial) mirar a su vida con angustia. El nuevo grupo le ha rechazado de manera definitiva y él "se observa desde fuera por primera vez". De repente parece descubrir que su hija es una adolescente odiosa con la que apenas habla y que su mujer tiene risa de cochinito. Sus amigos son unos pelmas y sus amigas unas frívolas y... "Empieza a avergonzarse de sí mismo", dice Montero con cariño, "y también de su familia". Hablan de su cuñado particular con ternura en una actitud que beneficia también al resto de personajes: "No es mal tío, no nos cebamos con ellos", apunta Maidagán.
El tercer acto está motivado por otro principio que cita el director: "La vida no imita al arte, sino a la mala televisión". Toda la película es un guiño —o un llevarle la contraria— a los grandes éxitos del domingo noche. Pero el último acto es un comentario de texto hilarante y natural sobre la película en sí. "En las películas de catástrofes", aventura Maidagán, "suele haber este momento en el que todos los personajes ven la luz, encuentran su verdad y comprenden lo que es la vida". Pero eso solo pasa en las películas. "Aquí no han entendido nada ni han sido capaces de hacer nada", dice el guionista. Todos son idiotas. De nuevo, sin acritud: a lo mejor el truco de la felicidad es conformarse con el fracaso. O, en palabras de los protagonistas, "aceptar que uno es quien es y dejarse de chorradas".
Los guionistas Juan Maidagán y Pepo Montero —pareja artística desde hace una década— se pueden poner varias medallas. Una de ellas sería haber creado el arquetipo del cuñado mucho antes de que se convirtiera en protagonista de chascarrillos y figura patria oficial. Lo hiceron allá por 2005 en Camera Café, con aquel Jesús Quesada interpretado por Arturo Valls, un plasta chistoso y no muy trabajador que levantaba más animadversión que simpatía. Otra sería hacer que el público empatizara con él. Esto lo han conseguido en Los del túnel, la comedia que estrenaron el viernes dirigida por Montero y con Valls como protagonista —y productor— en un papel que recuerda con razón al de la serie.