¡Vendo editorial con vistas!

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"Cuando un escritor de prestigio acepta ganar un premio de mucho dinero, pero poca respetabilidad, aparecen dos tipos de opiniones: los que dicen que se ha vendido al mercado y los que dicen que hace bien en, después de años trabajando seriamente, coger el dinero. Con esto pasa igual. La gente se echa las manos a la cabeza, pero no se ponen en la piel de los editores". Habla Álvaro Colomer, escritor, crítico y cronista editorial: "Entiendo perfectamente que los editores de Salamandra hayan querido darse un descanso en lo tocante a la gestión económica. Han demostrado tantas veces su talento que merecen una recompensa".

La venta de Salamandra, casa española de Harry Potter, sello de tantos éxitos de prestigio y comerciales, al gigante Penguin Random House (PRH) pilló por sorpresa al mundillo del libro. Aunque los precedentes de Tusquets y Anagrama marcan una pauta…

"Parece que la venta de las tres guarda relación con la edad de sus editores ―apunta Jesús Egido (Reino de Cordelia)―. Personalmente, como editor español convencido de la importancia de proteger nuestra cultura literaria y a nuestros autores, la venta de Salamandra me resulta irrelevante, porque siempre confesaron su desinterés por los autores en español". Desde Zaragoza, Alfonso Castán (Contraseña) imagina que la decisión obedece al deseo de que el proyecto "tenga una continuidad en el tiempo que no dependa de la situación personal de los dos editores que la crearon y la han gestionado".

"Es ley de vida", sentencia Luis Solano (Libros del Asteroide), y no le incomoda, porque ese movimiento crea "más espacio para los pequeños", si bien "los efectos de las absorciones tardan algunos años en sentirse". Coincide en eso su colega del grupo editorial Contexto Julián Rodríguez (Periférica): este "tiempo de concentración", lejos de ser perjudicial para el resto del ecosistema editorial, abre "espacios para las pequeñas propuestas independientes, que se mueven, muchas veces, en los intersticios del Mercado con mayúsculas".

Además, "siempre surgirán sellos independientes o los que hay ocuparán ese lugar ―afirma Juan Cruz Bassols (Funambulista)―, lo complicado es arriesgarse con voces nuevas, y eso no lo hace casi nadie, ni pequeños ni medianos ni grandes".

Vender su alma al diablo... y no cobrar

Entre los que participan en este análisis, hay un editor, Enrique Murillo, cuyo testimonio tiene valor singular. Tras un largo recorrido por sellos esenciales, fundó Los libros del Lince, que vendió a Malpaso Ediciones, grupo que se comportó con aires de nuevo rico, al que pronto se le vieron las costuras y que ha dejado un reguero de deudas y proyectos truncados.

"Vendí cuando iba bien, tras haber pasado un grave susto en 2012. Seguí trabajando sin cobrar unos años más, levanté la empresa, pagué todas las deudas y entramos en beneficios. Pero la docena de amigos y familiares que pusieron el dinero eran todos gente sin recursos y querían recuperar la inversión, así que tuve que vender cuando ganábamos otra vez dinero, con la mala fortuna de que el nuevo propietario, Malpaso, cambió la línea editorial radicalmente. Una pena". Ahora, Murillo sigue impulsando proyectos, y es una suerte de memoria viva del mundo editorial.

"La compra de editoriales independientes por parte de los grandes grupos obedece a razones muy diversas. Hay razones biológicas, como el hecho de que los propietarios no tengan descendientes, ocurrió en los casos de Tusquets y Anagrama y creo que también es el caso de Salamandra". Las tres, editoriales rentables como lo eran Minotauro o Siruela ("Jacobo, el editor, debió de cansarse y cerró vendiendo muy bien a la familia propietaria de Anaya. Y montó Atalanta"), que acabaron en otras manos.

Por supuesto, las hay que se venden cuando no van bien: o falla la empresa, o falla el grupo al que esa empresa pertenece. "Hay dos casos bastante recientes. Ediciones B fue puesta a la venta por el Grupo Zeta porque podía sacar algún dinero en un momento de situación muy grave para ese grupo. Parecido es lo que ocurre con la venta de Alfaguara por parte de Santillana y el Grupo Prisa, que necesitaba vender."

Para afinar la taxonomía, cabe añadir que "también se produce la compra de editoriales independientes sin desembolso. Se trata de situaciones de acumulación de deudas enormes, como pasó cuando Destino y Martínez Roca fueron absorbidas por el Grupo Planeta. No hubo que pagar ni un céntimo, la gran empresa asume la deuda, renegocia en pago con el banco, y se queda el fondo".

Visto desde el lugar no del que vende, sino del que compra, las razones suelen reducirse a dos: aumentar su porcentaje en el pastel total de la venta de libros o ganar posiciones en determinados territorios. "Eso explica que B y Alfaguara hayan sido compradas por PRH. Son dos empresas con una implantación editorial muy notable en América Latina, y en el caso de B, con un fuerte papel en libro infantil, uno de los sectores que aguanta pese a la crisis. PRH ha aprovechado la mala situación financiera del grupo Planeta", afirma Murillo. "Entre grandes grupos la misericordia no es una virtud corriente. Si el otro se debilita, yo me refuerzo".

Quizá la pregunta es por qué no hay compras a otros niveles o, como plantea Luis Solano (que, me lo recuerda Murillo, no aceptó el ofrecimiento de ir a ser editor de Anagrama), por qué "no hay compradores de tamaño mediano e independientes que ofrezcan al editor una alternativa distinta a la de uno de los dos grandes conglomerados. Anagrama es propiedad de una multinacional italiana, pero opera en España como una editorial independiente. Ojalá en Tusquets o Salamandra hubieran optado (o tenido) una alternativa parecida, el mercado sería más rico. Las editoriales medianas son las que deberían absorber editoriales más pequeñas, si desaparecen todas las medianas la única alternativa de venta que le queda al editor que se jubila es uno de los dos grandes".

Las tortugas supervivientes

Hace ya años, Beatriz de Moura publicó un artículo, El síndrome de la tortuga de mar, en el que establecía un paralelismo entre las editoriales que surgían y esas "miles y miles de tortuguitas que, apenas rotos sus cascarones, corren desesperadamente por la arena hacia el mar antes de convertirse en pasto de pajarracos".

Entre las "tortugas" que tocaron agua está Julián Rodríguez, quien se felicita porque han impulsado una ampliación del canon literario que conocíamos en nuestro país con títulos de "muchos más autores (y especialmente autoras, hay que resaltarlo) de distintas lenguas que entonces, lo que ha enriquecido, si se me permite la expresión, son las mesas de novedades". Y su éxito ha tenido un efecto secundario: el afianzamiento de estructuras de distribución razonables, como recuerda Solano, hace 15 años sólo estaba la incipiente UDL y Machado-Punxes, ahora hay tres distribuidoras consolidadas para este tipo de sellos. Todo, en plena la crisis económica.

Aquella eclosión cambió el panorama español, y el que queda, afirma Xosé Ballesteros, es "similar al de países de nuestro entorno". Además de dirigir Kalandraka, Ballesteros preside la Asociación Galega de Editoras, por lo que asiste a las asambleas de la Federacion del Gremio de Editores. "Si dejamos a un lado los libros escolares, en España operan dos grandes grupos instalados en Barcelona (Planeta y PRH) que copan más de la mitad de lo que se publica en nuestro país, desde sus diferentes sellos. Unas cuantas editoriales de tamaño mediano aguantan el tirón, y muchísimas pymes o micro empresas intentan subsistir o crecer". Pero, a diferencia de otros países, al existir en el Estado español sistemas literarios en distintas lenguas, también existen sellos que solo publican en sus idiomas cooficiales, o que parten de ese presupuesto como objetivo principal. "Todo este cruce de propuestas y lenguas diversas enriquece el sistema literario en España, y lo hace complejo y estimulante a la vez; mal que les pese a los que sueñan con que exista una lengua única en el estado".

Es un proceso interminable. Colomer vaticina que, "dentro de veinte años, serán las editoriales independientes de hoy las que serán absorbidas (o no) por los grandes grupos. Y habrá nuevas independientes que hablarán sobre la absorción de sellos por parte de los grandes". Y así una y otra vez, porque nada está garantizado, menos en un país, señala Egido, con niveles de lectura lejos de la media de lectura europea "y con una inversión pública en el sector del libro y cultural que podríamos calificar de mezquina. El panorama editorial español es para ponerle una vela al santo". La pregunta es, añade Lacruz Bassols, "si los sellos independientes pueden vivir e incluso sobrevivir muchos más años con ese lectorado de calidad, pero escaso". Su temor: que la literatura en el sentido convencional deje de existir, y solo haya entretenimiento o información.

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Qué será, será

¿Se han planteado nuestros interlocutores qué será de sus editoriales cuando ellos falten? Rodríguez asegura que no, y Castán se apunta al "aguantar hasta que el cuerpo diga 'basta'". A Egido, sin empleados a su cargo, solo le preocupa que la editorial le dé para vivir y mantener "un crecimiento que permita afrontar nuevos retos con mayor desahogo". Además, según Lacruz Bassols, "ya nadie piensa en un futuro sin uno mismo, eso se acabó en el siglo XIX. El activo de un sello pequeño es tan frágil que pensar en la posteridad es mera pretensión".

"Supongo ―reflexiona Ballesteros― que todas las personas que hemos puesto en marcha un proyecto editorial, que lo hemos visto crecer, que hemos creado puestos de trabajo, que trabajamos de manera vocacional en el sector editorial, solo contemplamos dos posibilidades de futuro, o vender la empresa y asegurarnos una jubilación tranquila, o preparar el recambio para que la empresa continúe en buenas manos y se prolongue en el tiempo de forma independiente. La primera opción provocará, antes o después, reducción de plantilla y de estructura, y eso es triste. La segunda es apostar por la incertidumbre y confiar en que, en el futuro, la nave sea manejada por manos expertas, acostumbradas a navegar entre tormentas. Pero esa realidad ya nos es muy familiar."

"Cuando un escritor de prestigio acepta ganar un premio de mucho dinero, pero poca respetabilidad, aparecen dos tipos de opiniones: los que dicen que se ha vendido al mercado y los que dicen que hace bien en, después de años trabajando seriamente, coger el dinero. Con esto pasa igual. La gente se echa las manos a la cabeza, pero no se ponen en la piel de los editores". Habla Álvaro Colomer, escritor, crítico y cronista editorial: "Entiendo perfectamente que los editores de Salamandra hayan querido darse un descanso en lo tocante a la gestión económica. Han demostrado tantas veces su talento que merecen una recompensa".

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