A principios de los noventa, mientras Paco Plaza (Valencia, 1973) era un adolescente que esperaba con impaciencia una nueva sesión de güija con sus amigos cada fin de semana, tenía lugar a 350 kilómetros de distancia, en el madrileño barrio de Vallecas, uno de los sucesos paranormales más famosos e inquietantes de los registrados en España. El informe policial sobre el popularmente conocido como expediente Vallecas se convirtió en un caso inaudito por reconocer manifestaciones sobrenaturales: puertas de armarios que se abrían “de forma súbita y antinatural”, fuertes ruidos procedentes de partes vacías de la casa, manchas de babas de color marrón en una mesa, entre otros misterios que impedirían a más de uno conciliar el sueño. El documento, fechado en noviembre de 1992, fue elaborado después de visitar el domicilio familiar de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una adolescente que había fallecido por causas extrañas meses antes, tras haber jugado a la güija con unas compañeras de clase.
El expediente Vallecas le sirve a Plaza como excusa argumental para contar en su última película, Verónica, las dificultades de la adolescencia, esa transición muchas veces abrupta y traumática de la infancia a la madurez. La cinta, que llegó a los cines el pasado viernes 25 de agosto, tres semanas antes de su estreno internacional en el Festival de Toronto, ofrecía multitud de posibles enfoques: desde la reconstrucción fidedigna de los hechos hasta un drama psicológico inspirado en la sobrecogedora historia de aquella joven vallecana. “Lo que hicimos finalmente”, explica Plaza horas antes de la premiere de la película, “fue utilizar el ingrediente diferencial del caso Vallecas: la existencia de un informe policial en el que un inspector asegura haber sido testigo de algo paranormal, para así contar una historia sobre el crecimiento, sobre el dolor de convertirte en adolescente y el vértigo y la angustia que atraviesa una niña cuando tiene esa edad”. Y contado, cómo no, en clave de cine de terror, género en el que Plaza se mueve con gran soltura.
A la protagonista de la cinta, Verónica, encarnada por la debutante Sandra Escacena, le arrancan la infancia a empujones. Tiene 15 años, la habitación llena de posters de Héroes del Silencio y estrellitas que relucen durante la noche, comparte juegos con sus hermanos menores, pero los hombres del barrio ya se giran cada vez que pasa por las calles coronadas de edificios de ladrillo rojo. “En el caso de los chicos esa mutación [de niño a hombre] existe: te cambia la voz, te salen pelos y tienes sensaciones nuevas; pero en el caso de las chicas se agudiza, ya que no sólo cambias y empiezas a sentir tu cuerpo y tus sentimientos como algo extraño, sino que también notas la manera en la que te mira el mundo”, reflexiona el cineasta. Todo ello unido al shock de las primeras reglasshock, que parecen marcar una clara línea divisoria entre la pureza de la infancia y todo lo que viene después. “Con todas las mujeres que han intervenido en el proceso de la película hablamos mucho sobre el trauma que supone que te digan: ‘ya eres una mujer’, porque te preguntas ¿y eso qué significa? ¿En qué he cambiado? ¿Hace una semana era otra? Entonces, la sensación de que tú no eres tú, sino que eres otra cosa, da un vértigo tremendo y eso es lo que siente Verónica cuando se mira al espejo”.
Pese a ser su primera película de encargo, Plaza reconoce que se ha convertido en el proyecto más personal de su filmografía, la película más trufada de sus propios recuerdos. “Verónica es mi alter ego absoluto, compartimos esa sensación -que creo que es la de cualquier adolescentes- de sentirte solo e incomprendido, de que los sentimientos con tus amigos, de traición y amistad incondicional, sean muy fuertes. La adolescencia son arenas movedizas, te conviertes en un explorador o exploradora, ya que investigas por primera vez sentimientos que no controlas”. Comparten, además, un universo común de la vida en un barrio de las afueras: los bares con serrín en el suelo, el esplendor del gotelé, poner jabón en la lavadora con un vaso de cristal, las canciones de Héroes del Silencio y, por supuesto, el gusto por lo parapsicológico. “Siempre me encantó la güija, me daba mucho morbo, recuerdo una excitación total, muy parecida a tomar una droga. De hecho, existe hasta una adicción a la güija diagnosticada”, rememora el cineasta. En aquella España de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla tuvo lugar una moda de lo paranormal que Plaza achaca, entre otras cosas, a los programas de Fernando Jiménez del Oso (La puerta del misterio, Misterios en la intimidad).
El elenco de Verónica, producida por Apaches (Un monstruo viene a verme), se completa con Bruna González, Claudia Placer, Iván Chavero y Ana Torrent. Durante el proceso de casting, el equipo de la película hizo pruebas a alrededor de 800 niños. Su intención era que la relación entre los chavales –Verónica/Escacena ejerce de hermana mayor de los personajes de González, Placer y Chavero- fuese lo más documental posible: que comiesen de verdad y tuviesen conversaciones espontáneas. Por ello, rodaron con teleobjetivos para interferir lo menos posible en las escenas más familiares. La elección de la veterana Ana Torrent (El espíritu de la colmena, Tesis) fue voluntad del propio director, fan absoluto de la película de Carlos Saura Cría Cuervos (1975). Paco Plaza se planteó Verónica como una secuela de la obra de SauraVerónica , contando la vida de su protagonista con la misma actriz, pero décadas después: adulta, viuda de un rockero, vecina de Vallecas, madre de tres hijos y camarera en un bar.
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Sin idealizar el pasado
No obstante, y a pesar de haber puesto tanto de sí en Verónica, el director quiere desligarse del olor a nostalgia. “La nostalgia forzada busca una empatía y complicidad con el espectador que enturbia las virtudes de la película”, valora Plaza. “Si haces una película de homenaje a los Goonies, con niños en bici, ya estás intentando que el espectador se sienta cómodo, pero ¿y la película de qué va? Creo que ese esfuerzo nostálgico te despista de lo que realmente tienes que explicar, una historia de personas a las que les suceden unas cosas”, completa en una alusión velada a la serie de Netflix Stranger Things.
Pero, ¿cómo escapar a la nostalgia en una película tan personal? “La nostalgia es inevitable cuando se trata de una película que tuvo lugar en 1991 [la cinta se sitúa un año antes de lo recogido en el expediente Vallecas], te pones nostálgico porque te recuerda una época; pero la puedes evitar haciendo que tu mirada no sea embellecedora. Mi intención como autor y como cineasta era no idealizar ese momento y mostrarlo como era, con sus yonquis en la calle y las colas del paro”. Y también los grupos de adolescentes jugando unas veces a la güija, otras a la botella, y todos ellos asomándose indefensos a la madurez.
A principios de los noventa, mientras Paco Plaza (Valencia, 1973) era un adolescente que esperaba con impaciencia una nueva sesión de güija con sus amigos cada fin de semana, tenía lugar a 350 kilómetros de distancia, en el madrileño barrio de Vallecas, uno de los sucesos paranormales más famosos e inquietantes de los registrados en España. El informe policial sobre el popularmente conocido como expediente Vallecas se convirtió en un caso inaudito por reconocer manifestaciones sobrenaturales: puertas de armarios que se abrían “de forma súbita y antinatural”, fuertes ruidos procedentes de partes vacías de la casa, manchas de babas de color marrón en una mesa, entre otros misterios que impedirían a más de uno conciliar el sueño. El documento, fechado en noviembre de 1992, fue elaborado después de visitar el domicilio familiar de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una adolescente que había fallecido por causas extrañas meses antes, tras haber jugado a la güija con unas compañeras de clase.