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Cultura

Entre las Mama Chicho y clase de Religión: una nueva generación de cineastas cuestiona el relato sobre los noventa

Imagen promocional de 'Las niñas', de Pilar Palomero.

Por la noche, las Mama Chicho en la tele. Por la mañana, clases de costura. En casa, un manto de silencio sobre cualquier cosa que linde aun lejanamente con la sexualidad. En la calle, la campaña de concienciación sobre el uso del preservativo “Póntelo, pónselo”. Es la España de los noventa, dividida y confusa, que Pilar Palomero retrata en la película Las niñas, su ópera prima estrenada este otoño y Biznaga de Oro en el último Festival de Málaga. La historia de Celia, una niña al inicio de la pubertad que se enfrenta a los silencios familiares y al extraño mundo adulto, está ambientada en Zaragoza, la ciudad de la directora.

Pero su retrato del año 92 engarza con otras producciones españolas recientes —como Estiu 1993 Verónica, a las que se podrían sumar casos como el de la recientemente estrenada serie Veneno—, filmadas por autores que crecieron en esos años y que cuestionan el relato de una España moderna, al fin europea, coronada por la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Llegan, además, en plena ola revival de la década, que ha tocado a la moda y al audiovisual y que incluso ha revalorizado las casetes. 

En 2017 se estrenaba Estiu 1993 (Verano 1993), debut de Carla Simón, una de las películas del año que llegó a hacerse con tres Goya, incluidos mejor dirección. El filme sigue a Frida, una niña de seis años que se marcha a vivir con sus tías a la comarca de la Garrotxa después de que sus padres mueran por culpa del sida. El universo que recrea Simón tiene algo de Arcadia, lejos del mundo, rodeado de naturaleza, pero está también teñido de la tristeza de la niña por la pérdida, la profunda incomprensión de la muerte y el misterio que envuelve a la enfermedad que le ha arrebatado a sus padres.

Verónica llegaba a las salas ese mismo año y se hacía con siete nominaciones a esos mismos Premios Goya. Paco Plaza regresaba al Madrid de 1991, pero lo hacía desde el terror, el género con el que se dio a conocer con la trilogía [REC]. La película partía de sucesos paranormales que, según sus protagonistas, se dieron en distintos barrios de la capital en los años noventa, pero comparte interés temático con los otros filmes mencionados: la protagonista, Verónica, es una chica en plena pubertad que se enfrenta (de nuevo) a la muerte de su padre y al misterioso y oscuro mundo adulto, reflejo del más allá al que pretende convocar a través de una tabla de ouija.

Un relato generacional

“Hay una generación que ya vamos teniendo una edad, echamos la vista atrás y reflexionamos sobre lo que ocurrió en nuestra infancia”, explica Pilar Palomero. Ella nació en 1980, Carla Simón lo hizo en 1986 y Paco Plaza, en 1973. Este director señala que la conexión biográfica entre cineastas y protagonistas se ve, de entrada, en sus protagonistas —“Las tres tienen más o menos la edad que teníamos nosotros en esos años”—, pero tanto Simón como Palomero han hablado también extensamente del origen personal de esos guiones. La generación de directores que vivieron su infancia o adolescencia en los noventa comienza a tener la posibilidad de contar sus propias historias y miran, como suele ser habitual, a su etapa formativa para hacerlo. “En los años setenta u ochenta veíamos muchas historias de la posguerra porque los directores y directoras la habían vivido”, señala Plaza. Y si aquello generó una reflexión colectiva sobre aquel momento histórico... ahora le toca a los noventa.

El germen de Las niñas fue un hallazgo de la propia Palomero: allí, en el cuaderno de Religión, estaba el dictado que sale en la película, y que ensalza el valor sagrado de la reproducción. “Luego, investigando, me encontré con cosas que me llamaban tanto o más la atención que ese cuaderno. Me di cuenta que, cuando hablaba con gente de mi edad, compartíamos una serie de recuerdos que parecían de épocas anteriores”. El rechazo al preservativo. El miedo al VIH y los cientos de leyendas urbanas creadas en torno al sida —en la película, se habla de un amante tenebroso que se propone asesinar a jóvenes doncellas contagiándoles el virus—. El conservadurismo moral y el silencio sobre cualquier forma de vida que se saliera de la norma. “Y, por otro lado recibíamos mensajes que eran muy contradictorios”, dice la directora. En la televisión, el sexo como valor de venta, y en el colegio, el sexo como pecado. Las adolescentes se medían con mitos como Madonna, pero cualquier muestra de deseo o incluso de independencia por su parte conllevaba el castigo social.

No es casualidad que las protagonistas de las películas de Plaza y Palomero estén ambas en la pubertad, en el extraño paso de la niñez a la adultez. “El 92 marcaba el inicio de creernos un país moderno”, dice él, recordando no solo los grandes eventos de ese año sino los grandes proyectos de rehabilitación del centro de grandes ciudades o la llegada del AVE. “El año 91 que se ve en la película para mí era la pubertad. Había un paralelo con el que me da la sensación que transitábamos en esa época”. La pubertad del país, la pubertad de quienes se habían criado en una España y empezaban a vivir como adultos en otra España distinta. “En ese despertar de la infancia a la preadolescencia hay un despertar emocional, moral y también sexual”, apunta por su parte la directora de Las niñas. Es el momento también de aprender nuevas normas... y de cuestionarlas. ¿Por qué es pecado tener hijos sin estar casadas? ¿Por qué no puedes dar una vuelta en moto con un chico? ¿Por qué no puedes preguntar por tu padre muerto? ¿Por qué existe dios?

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Del silencio a la nostalgia

Tanto en Verónica como en Las niñas tiene un peso especial el despertar sexual. En la primera, lleva asociado un claro elemento de horror: “Apelaba a algo muy universal, que es la confusión de sentir que estás cambiando, que eres una persona diferente, y me parecía que en el caso de las chicas es mucho más traumático. No solo cambia la manera en que te ves a ti misma, sino la manera en que te percibe el mundo, la manera en que los demás te miran y se dirigen a ti. Es terrorífico”. A Verónica, a los 15 años, los hombres la miran distinto por la calle. La Celia de Las niñas se avergüenza de que su madre no le haya comprado aún un sujetar, pese a que todavía no se le ha desarrollado el pecho. Esta película comparte el miedo al sida —y la reacción conservadora: la Audiencia Nacional retiró la campaña “Póntelo, pónselo”— con Estiu 1993. En la película de Simón la huella de la enfermedad es mucho más palpable, pero la coincidencia es elocuente sobre la importancia que tuvo el VIH en la educación de esa generación. En España, los peores años del virus fueron 1994 y 1995, y desde mediados de los ochenta estaba muy vivo el debate sobre la drogadicción y el uso de jeringuillas —también el terror de los padres a que sus hijos se las encontraran en los parques—, sobre la homosexualidad o sobre las formas de contagio, un tema rodeado de ignorancia durante largo tiempo.

Tanto Paco Plaza como Pilar Palomero han tratado de prevenirse ante los posibles efectos de la nostalgia en sus películas. “Creo que el elemento nostálgico es importante”, dice la segunda, “y que puede hacerte conectar con personas de tu generación. Además es inevitable que en ciertos momentos sientas nostalgia cuando estás hablando de tu infancia, y que eso se traslade a la película. Pero no quería que fuera lo único que hubiera”. Coincide Plaza, que evitó recrearse demasiado en detalles como la omnipresencia de las casetes o ciertas prendas de ropa: “La nostalgia es insoslayable, pero intenté que no hubiera un culto a la nostalgia. Que fuera disfrutable por chavales de hoy en día, que no han vivido los noventa. Y que, para los que sí los han vivido, la nostalgia la pusieran ellos”. De hecho, Palomero se ha sorprendido ante la universalidad de los temas que trata en Las niñas: “Me han llegado comentarios de gente más mayor y que me dice que había muchas similitudes, pero también creo que muchos aspectos de la adolescencia siguen siendo muy parecidos”. Quizás porque aquella revolución del 92 nunca se produjo del todo, quizás porque la España de hoy es también, en parte, la de entonces.

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