Pocas, muy pocas cosas cabe imaginar que marquen tanto el asentamiento y el desarrollo de la personalidad que la familia y la escuela. Dos hogares del corazón y la razón, “ámbitos de amor y desamor, de caricias y disgustos, de formación y deformación”, que definen los gustos y las tendencias. Salpicados por un desbordante ejercicio de imaginación, de juegos de luces y sobras entre realidad y ficción, los dos entornos conforman las patas sobre las que se sostiene El chico de la última fila, de Juan Mayorga, clásico contemporáneo de la dramaturgia española.
Representada desde 2006 en once montajes dispersos por el mundo, de España a Argentina, de Bulgaria a Rumanía, la obra regresa a su lugar de origen: el barrio en el que se crio Mayorga. El Teatro Galileo de Madrid, junto a la iglesia donde se bautizó el dramaturgo y el colegio en el que se educó, acoge esta nueva función, levantada por la compañía La fila de al lado, que se mantendrá en cartel hasta el 10 de noviembre para luego trasladarse (aún sin fechas concretas) a Barcelona.
“La obra habla de la imaginación, que es el nervio de la vida. Necesitamos estar en los cuentos de los demás, si no nos desvanecemos”, dice Mayorga sobre su creación, que narra las peripecias de un chico retraído y solitario que comienza a escribir, a instancias de su profesor, un relato sobre lo que intuye que ocurre al otro lado de las paredes de la casa de sus vecinos. "Es importante que en la escuela se fomente la imaginación, aunque la imaginación no es suficiente si no se añade que hablamos de imaginar la vida que tenemos dentro y alrededor, no el espacio sideral, sino imaginar cómo se vive detrás de esa puerta o esa ventana".
El texto surgió, recuerda Mayorga, “de una experiencia personal”. Cuando trabajaba como profesor de instituto, corrigió un examen en el que el alumno, en vez de contestar a las preguntas, le contó que era un campeón, que jugaba muy bien al tenis. "Me pareció genial que un tipo usara un examen para contarte su vida", dice el autor, que entonces trabajaba en la adaptación de algunos textos junto a la directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, quien se encargó de dirigir el primer montaje de la función una vez hubo desarollado la idea.
La obra, como recalca el dramaturgo, le ha proporcionado numerosas alegrías, la más notoria su traspaso a la gran pantalla por parte del director francés François Ozon con el título de En la casa, película que fue premiada con la Concha de Oro en la edición de 2012 en el Festival de San Sebastián. “Además, la obra está siendo representada por muchos grupos de aficionados y de institutos”, se jacta. “Me imagino que deben sentir que algo tiene que ver con ellos”.
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Aunque el filme le parece “excelente", Mayorga percibe que en este se refleja la personal creatividad de Ozon, que “llevó la obra al lenguaje del cine, al mundo francés y a su propio mundo”. Por eso quiso recalcar su admiración por el montaje pergeñado por La fila de al lado, una compañía joven que, dice el dramaturgo, ha sabido crear magistrales “espacios poéticos” sobre la escena. "Además, nos encontramos ante una compañía, no una agregación de actores: ellos se escuchas, siempre están ofreciendo algo a los demás y al espectador".
“Hay montajes de El chico de la última fila con construcciones realistas de los espacios (la escuela, la casa del protagonista y la de sus vecinos) por los que los personajes van vagando", añade Mayorga, que subraya que ese ejercicio de imaginación es precisamente el rasgo distintivo del teatro. "Otros crean espacios sugeridos, como este, que además lo hace con una coherencia muy especial, porque los actores son elocuentes con sus voces y con sus cuerpos. Aquí no se ve la imaginación de Mayorga, sino la del espectador, que crea imágenes a partir de su experiencia y su deseo. Se reúnen los sueños y pesadillas de cada espectador”.
Pocas, muy pocas cosas cabe imaginar que marquen tanto el asentamiento y el desarrollo de la personalidad que la familia y la escuela. Dos hogares del corazón y la razón, “ámbitos de amor y desamor, de caricias y disgustos, de formación y deformación”, que definen los gustos y las tendencias. Salpicados por un desbordante ejercicio de imaginación, de juegos de luces y sobras entre realidad y ficción, los dos entornos conforman las patas sobre las que se sostiene El chico de la última fila, de Juan Mayorga, clásico contemporáneo de la dramaturgia española.