¿Qué hacemos con Woody Allen?

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Harvey Weinstein, el poderoso productor de Miramax, ha caído. Su empresa le ha despedido, la Academia de cine le ha expulsado y la policía investiga cómo llevar ante los tribunales las acusaciones de las más de 80 mujeres de las que presuntamente abusó. Pero el movimiento surgido después de que The New York Times diera voz a las primeras víctimas no se detiene en el empresario. La fuerza del movimiento #MeToo y de asociaciones como Time's Up ha iluminado de nuevo uno de los casos más conocidos, y más complejos, de presuntos abusos sexuales en Hollywood: los que persiguen al cineasta Woody Allen desde 1992, cuando su hija adoptiva Dylan Farrow, que entonces tenía siete años, le acusó de haber tocado sus genitales en varias ocasiones. Farrow ha concedido esta semana su primera entrevista en televisión, para la CBS, reafirmándose en lo que lleva años defendiendo. 

Y las consecuencias tras la emisión del programa han llegado hasta España. La Plataforma Feminista d'Asturies ha pedido al Consejo de Igualdad del Ayuntamiento que retire la escultura en homenaje al director de cine que se instaló en la calle Milicias Nacionales, después de que recibiera en 2002 el Premio Príncipe (ahora Princesa) de Asturias de las Artes. La asociación en defensa de los derechos de la mujer ya solicitó en una marcha el pasado 25 de noviembre, día contra la violencia machista, que se quitara la estatua, que definen como un "homenaje a un abusador y un depravado". Pero el director de Días de radio o Annie Hall no fue nunca juzgado por el presunto delito y nunca lo será, porque ya ha prescrito. ¿Qué hay que hacer, en el ámbito público, con el cineasta? ¿Debe prevalecer la presunción de inocencia o el apoyo a las víctimas?

Los cuatro entrevistados para este artículo utilizan la palabra "complejo". "Entiendo perfectamente al colectivo feminista asturiano, porque hay una mujer que está haciendo una denuncia muy clara desde hace muchos años", dice Nuria Varela, escritora y periodista especializada en estudios de género, autora de títulos como Feminismo para principiantes o Cansadas. Igual de tajante es Marisa Soleto, directora de Fundación Mujeres: "Estoy de acuerdo con la Plataforma Feminista d'Asturies en que no podemos tener homenajes públicos a personas que hayan cometido delitos de abuso o acoso contra las mujeres, y me parece razonable que se retiren las manifestaciones públicas que les honran".

Castigo penal y castigo social

El problema, claro, es que probablemente nunca se probará ante la justicia que Allen efectivamente haya abusado de menores. Al menos, no en el caso de Dylan, a la que la actriz Mia Farrow y el cineasta adoptaron en 1985, poco después de su nacimiento. En 1992 se abrieron dos investigaciones, una en Nueva York y otra en Connecticut, que no llevaron a ninguna parte. En la de Nueva York, los servicios sociales no presentaron cargos por creer que las acusaciones eran infundadas. En la de Connecticut, que concernían un supuesto abuso sexual ocurrido durante unas vacaciones, el fiscal aseguró que existía "causa probable" para pensar que Allen había abusado de su hija, pero que tanto él como Farrow convinieron en no presentar cargos para proteger a la "víctima", expuesta en un enfrentamiento muy mediático. En la batalla judicial por la custodia de los niños, que fue concedida a la actriz, el juez consideró que pese a que "nunca sabremos lo que ocurrió el 4 de agosto de 1992", el comportamiento de Allen hacia Dylan era "extremadamente inapropiado" y se debían "tomar medidas para protegerla". 

"Existe el reproche social, que es fundamental cuando lo diriges al autor de unos hechos así, y también de cara al mensaje social de que este tipo de conductas tienen un rechazo y una consecuencia", valora Violeta Assiego, abogada y experta en Derechos Humanos. "Pero también es verdad", continúa, "que cuando el sujeto no ha sido denunciado o condenado por esos hechos, desde un enfoque de Derechos Humanos, prevalece la presunción de inocencia por muy creíble que nos resulte el testimonio de la víctima". Allen no podrá ser condenado por esos hechos, pero tampoco denunciado, porque las leyes de Connecticut vigentes en 1993 establecían que Dylan solo tenía hasta los 20 años para presentar cargos contra su padre adoptivo. Bajo la normativa actual, modificada en 2002, podría hacerlo hasta los 48, y por lo tanto esta artista de 32 años todavía estaría a tiempo.

En este punto inciden todas las entrevistadas: "Si los mecanismos de castigo y sanción a las personas que cometen este tipo de delitos funcionaran, no sería todo tan confuso", señala Varela. Assiego insiste en que "el sistema judicial no puede funcionar sin denuncias", pero que, en casos de abusos sexuales a menores, hay muchas razones por las que estas no se interponen, entre otras "por el propio miedo de la víctima, o la propia importancia o popularidad del acusado, que puede acarrear ciertas consecuencias". Y Soleto recuerda que las asociaciones que luchan contra los abusos infantiles reclaman con frecuencia "que se alarguen o se eliminen los plazos de prescripción de este tipo de delitos": "Normalmente las víctimas son cuestionadas, y dejarles sin herramientas forma parte de la estrategia del agresor. Si hablamos de personas menores, hay cosas de las que se toma conciencia a una edad más madura".

La condena al cineasta por los presuntos abusos cometidos contra su hija ya solo podrá ser social. "Claro, en un mundo igualitario y justo, no tendríamos problemas, porque quiero pensar que si hubiera condena no cabría duda ninguna", lanza Varela. Pero cabe señalar que tampoco hay todavía condena contra Weinstein —y la investigación policial deberá investigar supuestos delitos cometidos hace años, de los que posiblemente sea difícil recoger pruebas físicas contundentes—, y eso no ha impedido que haya un claro reproche público. Porque hay una distancia entre no haber cometido un delito y merecer un homenaje público. "Si hay una constancia de que eso se ha producido, está claro que ese homenaje no debe estar en el espacio público, que tiene que reservarse a personas de cierta ejemplaridad", reflexiona Assiego. 

¿Cumple Allen con esa ejemplaridad? "Estamos acostumbradas a que el argumento es que el hecho de que alguien sea una mala persona no quita que sea un gran creador. Yo planteo lo contrario", apunta Varela, "que sea un gran creador no significa que sea una gran persona y que se merezca estos reconocimientos". Assiego señala, asimismo, que la figura del director "arrastra una serie de sospechas que ponen en cuestión su relación con su hija, con Mia Farrow, con algunas actrices...". Y Soleto zanja: "Lo que nos sucede es que la admiración por la obra nos lleva a tolerar la impunidad con la naturalidad con la que lo hemos hecho en este caso". Octavio Salazar, jurista y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, prefiere dejar hablar a sus compañeras, pero en este punto es claro: "José Saramago decía que todo lo que hacemos es autobiografía, y que todo transmite tu visión del mundo como creador. Y si alguien demuestra que es un depredador sexual, no creo que pueda estar en ningún pedestal".

Hollywood responde

Dylan Farrow volvió a denunciar estos hechos, ya de adulta, en una carta abierta publicada en The New York Times en 2014. En ella apelaba a la élite de Hollywood: "¿Y si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis CK? [El cómico fue acusado en noviembre de exhibicionismo y acoso por cinco mujeres] ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieras sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson? Tú me conocías cuando era una niña, Diane Keaton. ¿Me has olvidado?". Tras el caso Weinstein, el silencio que Dylan denunciaba empieza a romperse. Actrices como Natalie Portman, Reese Witherspoon, America Ferrera y Shonda Rhimes han apoyado a la hija del director. Greta Gerwig, Mira Sorvino y David Krumholtz han asegurado que no volverán a ponerse a sus órdenes. Timothee Chalamet y Rebecca Hall, que han participado en su último filme, A rainy day in New York, que donarán su sueldo a la campaña Time's Up, entre otras organizaciones. 

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Woody Allen no es el primer ni el último famoso implicado en este tipo de delitos. La lista de personajes públicos acusados de abusos sexuales no deja de crecer, e incluye ya a figuras como las de los actores Jeffrey Tambor, James Franco, Dustin Hoffman o Steven Seagal. "Se tome la decisión que se tome [con la escultura de Woody Allen], debe existir un espacio en el que hablar de qué hacemos cuando determinadas personalidades se ven envueltas en estas controversias", reivindica Assiego, que pide también que se eviten las reacciones "arbitrarias" para que "no dependa de quién sea el acusado o de cómo de caldeado esté el debate público". ¿Por qué alejar a Weinstein de los focos pero no a Allen? ¿Por qué sí a Allen pero no a Polanski, cineasta contra el que se acumulan nuevas alegaciones de abusos?

"No podemos aceptar ni este grado de violencia contra las mujeres ni este grado de impunidad", dice Varela, insistiendo en la urgencia de la situación. Qué respuesta debe darse y qué fórmulas deben usarse para ello, dice, no es algo sencillo de determinar. "¿Cómo romper con todo esto con unas mínimas garantías democráticas?", se pregunta, argumentando además que estas "garantías democráticas" suelen beneficiar a los agresores, contra los que, sin testigos y con tiempo de por medio, es muy difícil reunir pruebas. "Desde luego", dice la periodista, "lo que ya no podemos hacer es mirar para otro lado". En Oviedo, la escultura de Woody Allen espera. 

 

Harvey Weinstein, el poderoso productor de Miramax, ha caído. Su empresa le ha despedido, la Academia de cine le ha expulsado y la policía investiga cómo llevar ante los tribunales las acusaciones de las más de 80 mujeres de las que presuntamente abusó. Pero el movimiento surgido después de que The New York Times diera voz a las primeras víctimas no se detiene en el empresario. La fuerza del movimiento #MeToo y de asociaciones como Time's Up ha iluminado de nuevo uno de los casos más conocidos, y más complejos, de presuntos abusos sexuales en Hollywood: los que persiguen al cineasta Woody Allen desde 1992, cuando su hija adoptiva Dylan Farrow, que entonces tenía siete años, le acusó de haber tocado sus genitales en varias ocasiones. Farrow ha concedido esta semana su primera entrevista en televisión, para la CBS, reafirmándose en lo que lleva años defendiendo. 

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