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Del aceite de Jaén a la leche gallega: los problemas concretos del campo español

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En las últimas semanas se ha hecho visible que hay algo capaz de unir, prácticamente, a toda España. Desde Galicia a Andalucía y desde Aragón a la Comunitat Valenciana o a la Región de Murcia. Se trata de la crisis del campo, una situación que viven muchos agricultores y ganaderos. Por eso dijeron basta y comenzaron a salir a las calles. Y por eso también el problema se ha situado como una de las prioridades del Gobierno. Al menos de cara a los propios trabajadores, que reclaman precios justos para su trabajo. Porque ese es el problema principal. No importa que se trabaje la leche, el aceite, las frutas o las hortalizas: el trabajador del campo percibirá una cantidad por su producto, pero el consumidor tendrá que entregar hasta seis veces más para poder llevárselo a la mesa. Ello genera muchas veces explotaciones con unos costes por encima de los ingresos, de forma que tienen que abandonar la actividad y la España rural continúa su proceso aparentemente imparable de despoblación

Esa es la terrible cadena que describen los siete trabajadores con los que se puso en contacto infoLibre. Ninguno de ellos vive ni trabaja en la misma provincia. Ni tampoco se dedica a sacar adelante el mismo producto. Sin embargo, y aun sin conocerse, tienen el mismo discurso. Diagnostican el problema de la misma manera y apuntan a las mismas consecuencias. Todos ellos afirman que el sector está muriendo y que, con él, muchas poblaciones se están viendo abocadas a la ruina económica. 

Hortalizas almerienses: "Sobrevivimos a base de endeudarnos"

Andrés Góngora —que pertenece a la organización COAG— empezó a trabajar en el campo en la explotación que tenían sus padres. Más tarde comenzó a hacerlo solo y en ello lleva ya alrededor de 20 años. Tiene su finca en el pueblo de San Isidro, perteneciente a la comarca almeriense de Níjar, una zona donde la agricultura se centra sobre todo en las hortalizas. "Dentro de esa gama cultivamos tomates, pimientos, pepinos, calabacines, berenjenas...", explica desde el otro lado del teléfono. Lo hacen, sobre todo, en plantaciones "bajo plástico", lo que les protege un poco de las posibles inclemencias del tiempo que podrían provocarles una gran crisis económica. Sin embargo, a pesar de eso, la crisis ha llegado.

Lo hizo hace años. "Campaña tras campaña se han ido apretando los precios, aunque es verdad que en las últimas el problema se ha agudizado", lamenta. ¿Qué es lo que ocurre? Que nunca saben lo que van a poder obtener a cambio de sus hortalizas porque los precios son demasiado "inestables". "Pasan de ser razonables a hundirse hasta prácticamente cero de una semana a otra", critica. ¿Y cómo ocurre? "Cuando el supermercado interpreta que sus necesidades están cubiertas y no tiene que pujar por el producto, hunde el precio", dice.

Él no duda cuando culpabiliza a las grandes cadenas de supermercados de lo que está ocurriendo. "Los agricultores nunca vendemos directamente, normalmente o estamos asociados a través de cooperativas agrarias o vendemos a almacenes privados", explica. Una vez allí, un intermediario del supermercado —que forma parte de su tejido empresarial— compra los productos para ponerlos a la venta. Y ahí el precio se encarece.

Pero aunque lo haga, agricultores como Andrés siguen vendiendo a precios de hace 20 años, por lo que no pueden cubrir los cada vez más caros costes de producción. "Eso hace esta profesión una profesión de riesgo", lamenta. Y a pesar de ello, la gente continúa trabajando en el sector. "Estamos en una zona que económicamente siempre ha estado muy deprimida y la agricultura es prácticamente la única salida laboral que tenemos. Salvo aquellos que pueden estudiar una carrera o irse a otras zonas de España o a otro país, la mayoría nos quedamos en el sector porque tampoco tenemos una alternativa laboral", explica. Así que aunque algunos hayan tenido que "tirar la toalla", continúan ligados a la agricultura. "No hay salida", dice Andrés.

Frutas de Aragón: "La mano de obra y los costes nos están matando"

Cuando a Vicente López —también de COAG— se le pregunta cuánto tiempo lleva dedicándose a la agricultura, se echa a reír. "Toda la vida", dice. Explica que trabaja como fruticultor desde los 17 años en Almunia de Doña Godina, una localidad en la provincia de Zaragoza, en Aragón. Allí, los trabajadores del campo se dedican sobre todo a la fruta. "Aragón es la primera productora nacional de fruta de hueso como melocotón, nectarina, albaricoque o ciruelas", explica. Pero a día de hoy no resulta nada sencillo dedicarse a esta actividad. 

"Desde que en 2014 se produjo el veto ruso el sector va en picado", lamenta. Venden sus productos igual que hace más de dos décadas, pero producirlos es cada vez más caro. Así que soportan unas "pérdidas impresionantes". "La mano de obra y los costes nos están matando", dice. Y eso a pesar de que en el mercado sus productos se venden a un precio muy superior. ¿Y por qué ocurre así? "Porque los precios se conforman de arriba a abajo, y debería ser al revés", dice. Se explica: "Si a mí producir un kilo de melocotones me cuesta 40 céntimos, el precio tendría que partir de ahí, pero no ocurre así. Por eso los agricultores llevamos cuatro o cinco años vendiendo a pérdidas", lamenta. 

En señalar el culpable coincide con su compañero de Almería. "El 80% de la fruta que se consume la venden las cadenas de distribución, así que no es verdad que la culpa la tengan los intermediarios", dice. Más que nada porque se podría decir que ni los hay. "Las cadenas compran directamente o en almacenes o en cooperativas", explica. Pero hay también otro factor que tira los precios: las importaciones, contra lo que no se puede luchar sin ningún tipo de arancel, denuncia.

Es una situación, dice Vicente, que comenzará a notarse en el empleo "de ahora en adelante". Se pone a él mismo como ejemplo. "Llevo 170 hectáreas de producción. La mitad son de mi propiedad y la otra mitad de alquiler. Mi empresa ha dado pérdidas los últimos tres años. Hasta ahora en verano he empleado a entre 140 y 150 personas, pero ahora no puedo. He decidido llevar sólo las tierras en propiedad y con 20 o 25 personas conseguiré sacar adelante la campaña. Me estoy arruinando y no puedo soportar esto", lamenta. Y conoce a personas en la misma situación. "Hay algunos agricultores que han arrancado los cultivos. La mano de obra y los costes nos están matando", dice. 

Para solucionarlo, continúa, habría que comenzar a hablar de precios mínimos. El resto de propuestas, dice, "son tonterías". "Cuando hablan de la España despoblada me hace mucha gracia. Hablan de llevar fibra óptica a esas zonas para que la gente se quede en los pueblos. Pero la gente se va porque no puede vivir de la agricultura, no porque no haya Internet", denuncia. 

Cerezas extremeñas: "Es insostenible"

Alain Blázquez trabaja en la organización Bien común del Ambroz, que colabora también con la Asociación 25 de Marzo buscando soluciones para el problema agrícola que soporta Extremadura. Él se encuentra en Casas del Monte, una localidad al norte de Cáceres donde, al contrario que en Badajoz, la agricultura está formada por minifundios y pequeños propietarios que, sobre todo, trabajan la cereza. De hecho, se trata de una localidad cercana al Valle del Jerte, la primera productora nacional de esta fruta. 

La problemática, dice, es "compleja". Pero los culpables están claros. "Las grandes distribuidoras como Carrefour o Mercadona son las causantes del problema. Aprovechan el volumen que tienen en el mercado para comercializar el producto y fijar las condiciones de venta", critica. De ese modo, continúa, el agricultor queda como un simple propietario de las tierras sin ningún control del producto que cultiva, aunque sea el único que sepa su valor real. Y ocurre lo mismo que en Almería y en Aragón. Los productores cobran alrededor de 60 céntimos por un kilo que luego se vende en el mercado a un precio que llega a superar los dos euros. "Es una diferencia abismal. Además, el pequeño establecimiento acaba subiendo también el precio para tener algún beneficio y se acaba perjudicando también al consumidor. Hay que equilibrar esto porque es insostenible", dice.

¿Y cómo hacerlo? Las dos organizaciones, explica, trabajan para fomentar el cooperativismo. Concretamente, el debate que han puesto sobre la mesa es el de permitir que sean las propias cooperativas las que distribuyan el producto de manera directa. "Eso ahorraría costes de intermediarios que, a su vez, reportarían mayores beneficios hacia el productor directo, que al final es el que soporta la mayor carga de trabajo", explica. 

Si no, peligra la economía de comarcas enteras. "Extremadura es una comunidad en la que el sector agrícola, aunque ha perdido fuerza, sigue teniendo mucho peso, así que es una problemática que afecta bastante. En el norte de Extremadura, en Casas del Monte, el sector agrícola —y sobre todo el de la cereza— emplea a alrededor del 60% de la población de manera directa o indirecta. En el Valle del Jerte hay familias que viven sólo del cultivo de la cereza, así que si el cultivo es dañado, se destruye la economía de la comarca", advierte. 

Leche de Galicia: "No hay perspectiva de futuro"

Lalín es un municipio perteneciente a la provincia gallega de Pontevedra. En él se encuentra una pequeña aldea llamada Palio, donde sólo viven 24 vecinos. Uno de ellos es Román Santalla, que pertenece a la organización UPA y ha trabajado toda su vida como ganadero. Sus abuelos comenzaron con tres vacas y ahora él, según cuenta por teléfono, ordeña un total de 130. Lo hace junto a su hijo, un hecho que destaca porque, según explica, "el relevo generacional" del sector ganadero empieza a ser "escaso". Todo porque la situación actual es "muy complicada". "Y la gente se va, y se va, y se va, y se va...", lamenta. "Todo ha subido: los combustibles, la energía, la Seguridad Social, los costes de alimentación, los talleres...". La lista es interminable. "Pero el litro de leche nos lo pagan a 32 céntimos", dice. Y eso aunque luego, en el mercado, ese precio se multiplique. 

Al otro lado del teléfono cuenta su día a día para que todo el mundo conozca el trabajo que hay detrás de esos 32 céntimos. "Primero hay que alimentar a diario y muy bien a las vacas, a las que hay que cuidar mucho porque son seres vivos y enferman frecuentemente. Las ordeñamos dos veces al día, por la mañana y por la noche, y la recogida de la leche nos la hacen dos veces a la semana. El resto del tiempo guardamos la leche en grandes refrigeradores para que se mantenga en perfecto estado. Porque aquí no hay término medio, la leche tiene que estar perfecta", dice. Luego, cuando la recogen, se transforma en leche líquida, queso u otros derivados y, de ahí, se lleva a las distribuidoras para la venta. Y ahí sube el precio, aunque a ganaderos como Román no les repercuta en nada. "Yo sé que en la leche, al contrario que en otros productos, tenemos poco margen de beneficio, pero no se puede destruir el poco que hay encima del ganadero, que es el que más trabaja de todos, con diferencia", denuncia. 

No obstante, a pesar de los precios, Román destaca otro problema que, de hecho, afecta mucho al sector primario. Aunque depende de la zona. Se refiere a la crisis climática. "Dependemos mucho de la climatología. Para nuestros ganados fabricamos forrajes, sobre todo vegetales, que es lo que comen las vacas", explica. "Con el cambio climático hay años que, por mucho que siembras, no recoges. En cinco años ha habido dos donde no ha llovido nada de mayo a septiembre. Ni gota", recuerda. Y eso también hay que tenerlo en cuenta a la hora de fijar los precios. Pero no se tiene. 

Y así, poco a poco, se va destruyendo la ganadería. "Todos los días del año abandonan entre dos y cuatro ganaderías. No hay perspectiva de futuro porque tenemos contratos que han servido para secuestrarnos", asegura. ¿Por qué? "Porque te ofrecen un precio y o lo tomas o lo dejas. Y a ver cómo buscas a quién vender la leche, porque nosotros tenemos que ordeñar todos los días y vender todos los días. No podemos tener la leche guardada", lamenta. 

Aceite de Jaén: "un jaque mate a la provincia"

"Tengo 42 años y soy olivarero de toda la vida". El que habla es Juan Luis Ávila, perteneciente a la organización COAG. La profesión le viene de familia. Según explica, por delante de él han pasado muchas generaciones de familiares que se han dedicado a este sector. Él, concretamente, trabaja en Torrequebradilla, una localidad muy cercana a Jaén capital. Pero el problema es que su trabajo peligra. Para él y para todos los que se dedican a la recolección de la aceituna para elaborar aceite de oliva. "Tenemos un problema porque el precio del aceite ha caído un 50% con respecto a hace un par de años. Nuestros costes de producción, según el Ministerio de Agricultura, son de 2,70 euros por kilo, pero percibimos 1,90", critica. Y tiene claro el motivo. "En la cadena de valor somos un eslabón muy débil y en cuanto se genera un pico de producción a nivel nacional, artificialmente se cambian los precios", denuncia. 

Su discurso es el mismo que el del resto de sus compañeros, sean del sector que sean. "Yo estoy cobrando el aceite al mismo precio que lo cobraba mi abuelo, pero tengo diez veces más de costes de producción", lamenta. "Se está maltratando sistemáticamente al producto que es la base de la dieta mediterránea", afirma. "Y casi de nuestra cultura", se atreve a añadir.

¿Cómo ocurre? Según explica, los olivareros como él, cuando recogen la aceituna, llevan el producto normalmente a una cooperativa, que es la que se encarga de transformarlo en aceite. "Luego el envasador suele conducir el producto ya listo a las distribuidoras que lo venden", explica. Y en esas dos figuras se queda el margen de beneficio que no ven trabajadores como él, según dice. 

Así que ellos entran en una cadena de pérdidas que termina afectando al empleo. Algo que se refleja, tal y como explica, en la venta de tractores. "En diciembre de 2018 se vendieron 93 y en diciembre de 2019, 30", lamenta. "El empleo en Jaén ha caído una barbaridad porque la situación en la que estamos es una situación de quiebra técnica que los olivareros sólo han podido resolver a base de endeudarse", continúa. En enero, la provincia registró una subida de 5.602 desempleados.

Sin embargo, aunque el principal sector afectado sea el olivarero, la situación es "un jaque mate a la provincia". "Nuestro tejido socioeconómico depende del olivar. Si el olivar se para, muchos se tendrán que ir, tendremos menos policías, menos maestros... La provincia se va a morir", sentencia. 

Frutas y hortalizas murcianas: La crisis es "absolutamente patente"

"Primero preparo la tierra: la labro, pongo un plástico para proteger el cultivo si es necesario, preparo el riego por goteo... Después, recojo el producto del semillero, lo planto y comienzo a hacerle el seguimiento. En unos 90 o 100 días, si tenemos suerte de que la climatología nos ha dejado, ya tenemos el brócoli. Así que lo recolectamos y lo llevamos a la cooperativa. Allí se mete en cajas y, después, se lleva a la central de la distribuidora que sea". Así es como Miguel Padilla, un agricultor de la localidad murciana de Lorca, trabaja desde que recuerda. "Llevo en este sector toda la vida", dice. Además, también es presidente de COAG en la Región.

Los agricultores murcianos trabajan tanto las frutas como las hortalizas. Pero ahora lo hacen con dificultades. "La situación no es distinta a la del resto de España. En los últimos cuatro o cinco años hemos tenido un aumento de costes impresionante. Han subido los productos fitosanitarios, los fertilizantes, y el tema del agua en Murcia resulta ser uno de los costes principales", lamenta. "Y por otro lado tenemos el tema de la venta", coincide con sus compañeros. "Vemos situaciones que son francamente difíciles de explicar. Vemos que un producto que se nos paga a 20 céntimos se vende en el mercado a 2,90 euros. Es difícil de entender", denuncia.

Y el problema es que la situación ya les ha lastrado demasiado tiempo. "Año tras año nos han ido acribillando cada vez más con el tema de los precios. Esto ha llevado a que varias empresas de la región se hayan declarado en quiebra, dejando lógicamente a varios trabajadores sin empleo", lamenta. ¿Cómo sobreviven? De momento, a base de endeudarse. Pero no cree que la situación sea sostenible a largo plazo. "Si no se soluciona, vamos de camino a una reconversión de todo el tejido económico de la Región", teme.

Además, Padilla recuerda que la Región de Murcia ha sido de las autonomías más perjudicadas por los últimos temporales, que han tenido lógicamente consecuencias nefastas para los cultivos. "Pero eso es sólo lo que se ve en la televisión", dice. Hay mucho detrás, según asegura. Y es que los efectos negativos de la crisis climática son algo cotidiano que, cada vez más, dificulta el desarrollo del sector agrícola. 

Caquis valencianos: "No se cubren los gastos del campo"

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Alberto Martorell —de la Asociación Valenciana de Agricultores— es un joven agricultor que trabaja en Masalavés, en la Ribera Alta, en Valencia. Cultiva caquis, un producto que, aunque eclipsado por la naranja, es muy típico de la zona. Pero también es un producto que, desde hace tiempo, da demasiados quebraderos de cabeza a sus productores. 

"El principal problema de aquí es que los comerciantes de los almacenes de caquis han sido capaces de juntarse y de fijar los precios máximos que nos van a pagar antes incluso de que comience la campaña. Pero lo que ocurre es que con los precios máximos que marcan no se cubren los gastos del campo y el agricultor tiene que abandonar. Es entonces cuando viene ese comerciante y nos compra el campo", critica. "Este año se han hecho ventas de hasta 10 céntimos por kilo, cuando en exportaciones a Alemania se vendían a cuatro o cinco euros", señala. 

Y además, según añade, los tiempos del propio producto también complican ganarse la vida con su cultivo. La campaña del caqui termina en diciembre, pero en ese mismo momento ya hay que comenzar a preparar la siguiente. Y ahí es cuando hay que desembolsar la mayor parte de los gastos de producción. "El 80% o 90% del gasto hay que hacerlo antes de que termine febrero y a veces para entonces ni siquiera hemos cobrado de los comercios, así que nos vemos obligados a pedir un préstamo para empezar la campaña", lamenta. 

En las últimas semanas se ha hecho visible que hay algo capaz de unir, prácticamente, a toda España. Desde Galicia a Andalucía y desde Aragón a la Comunitat Valenciana o a la Región de Murcia. Se trata de la crisis del campo, una situación que viven muchos agricultores y ganaderos. Por eso dijeron basta y comenzaron a salir a las calles. Y por eso también el problema se ha situado como una de las prioridades del Gobierno. Al menos de cara a los propios trabajadores, que reclaman precios justos para su trabajo. Porque ese es el problema principal. No importa que se trabaje la leche, el aceite, las frutas o las hortalizas: el trabajador del campo percibirá una cantidad por su producto, pero el consumidor tendrá que entregar hasta seis veces más para poder llevárselo a la mesa. Ello genera muchas veces explotaciones con unos costes por encima de los ingresos, de forma que tienen que abandonar la actividad y la España rural continúa su proceso aparentemente imparable de despoblación

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