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BURNING SKIES: LAS LLAMAS TÓXICAS DE LAS PETROLERAS

Alexandre Brutelle y Léopold Salzenstein (EIF) / Yann Philippin (Mediapart)

Queman el cielo, el medio ambiente y la salud humana. Las grandes petroleras europeas occidentales, como BP, ENI, TotalEnergies y Shell, figuran entre los 10 empresas que más contaminan quemando gas en las antorchas de los yacimientos que explotan en África y Oriente Próximo. Así lo revela la investigación Burning Skies, conducida por la red de periodismo de investigación medioambiental EIF (Environmental Investigative Forum) junto con infoLibre y la red de medios European Investigative Collaborations (EIC), así como la plataforma de televisión libanesa Daraj Media, y los medios de investigación SourceMaterial (Reino Unido) y Oxpeckers Investigative Environmental Journalism (Sudáfrica).

La quema de gas en antorcha –flaring en inglés–, una práctica habitual de las petroleras, que prenden fuego al exceso de gas natural de sus yacimientos de hidrocarburos, depósitos y refinerías, tiene costes demoledores para la población y la biosfera, además de ser uno de los principales productores de emisiones de gases de efecto invernadero en el sector de los combustibles fósiles, con graves repercusiones en el cambio climático.

Según el último informe anual del Banco Mundial, la quema de gas en antorcha emitió 381 millones de toneladas de CO₂e en todo el mundo en 2023. El CO₂e es el resultado de multiplicar la masa de los gases de efecto invernadero por su potencial de calentamiento global, obteniendo así su valor equivalente en dióxido de carbono. Esta enorme cantidad representa el 1% de las emisiones globales, más que las emisiones anuales de un país como Francia –315 millones– para el mismo año, según la Base de Datos Europea de Emisiones para la Investigación Atmosférica Global.

Pese a su volumen, las llamas tóxicas de las grandes petroleras no han sido visibles hasta ahora, debido a la falta de transparencia de las empresas. Los datos disponibles sólo ofrecen las emisiones totales por países. Algunas petroleras que se han adherido a las iniciativas del Banco Mundial y del Carbon Disclosure Project (CDP), sí declaran sus cifras de combustión en todo el mundo, pero no dan más detalles.

Por primera vez, la investigación Burning Skies revela las responsabilidades individuales de las grandes petroleras que están detrás de esta perniciosa práctica.

Utilizando datos geográficos y de satélite proporcionados por el Grupo de Observación de la Tierra del Payne Institute for Public Policy y la ONG medioambiental Skytruth, completados con una investigación en fuentes abiertas, este proyecto ha vinculado miles de señales de combustión a más de 650 instalaciones petrolíferas y de gas situadas en 18 países de África y Oriente Próximo. Así se han estimado las emisiones de 2012 a 2022, y atribuido a las empresas operadoras, por cada yacimiento petrolífero, planta de gas natural licuado (GNL) o refinería.

En estas dos regiones, se ha asignado un volumen estimado de emisiones totales de 1.370 millones de toneladas de CO₂e durante esta década a las petroleras que las producen. Las europeas son las que más contaminan, con un 33% de las emisiones, por delante de las empresas de Oriente Próximo (31%) y Norteamérica (14%).

Cinco grandes petroleras europeas figuran entre las 10 más contaminan con sus antorchas, de acuerdo con las estimaciones de Burning Skies: la británica BP ocupa la segunda posición con 133 millones de toneladas de CO₂e  emitidas entre 2012 y 2022, seguida de la italiana ENI –121 millones–. La francesa TotalEnergies es la quinta –63,4 millones–, la franco-británica Perenco es la sexta –50 millones– y la holandesa-británica Shell es la séptima –47 millones–.

El gigante petrolero estadounidense ExxonMobil ocupa el cuarto puesto, con 90 millones de toneladas de CO₂e . Pero el mayor contaminador con diferencia en estos 18 países es la empresa estatal argelina Sonatrach: su quema de gas en antorcha emitió 235 millones de toneladas de CO₂e  en una década, casi cuatro veces más que TotalEnergies.

Contactada por Daraj, Sonatrach no ha hecho ningún comentario sobre estos resultados. Por su parte, TotalEnergies indicó a Mediapart que la utilización de “imágenes por satélite”, como se ha hecho en Burning Skies, es “muy poco precisa en comparación con las mediciones in situ” y puede dar lugar a “sobreestimaciones”, pero la empresa no ha facilitado sus propias estimaciones para cada uno de los yacimientos que explota.

El macabro rastro del metano

En los yacimientos de petróleo y gas, pero también en las infraestructuras donde se almacenan hidrocarburos, se acumula un exceso de gas natural, compuesto sobre todo por metano, que precisa ser liberado. En algunos casos, por motivos de seguridad, para evitar explosiones. La primera solución es liberarlo al aire, una práctica llamada venteoventing en inglés–, que es devastadora, ya que el metano atrapa 84 veces más calor que el CO₂ durante 20 años.

Como alternativa, la quema en antorcha consiste en prender fuego al metano, lo que se considera mejor para el clima, al convertir la mayor parte del gas en CO₂. Sin embargo, la antorcha sigue generando enormes niveles de emisiones, además de producir un cóctel tóxico de compuestos volátiles, óxidos de nitrógeno y partículas finas, conocido por sus funestos efectos: no sólo contaminan el aire, sino también el suelo y el agua. Además, ponen en peligro la salud de millones de personas que viven cerca de las zonas de combustión, provocando enfermedades respiratorias y cutáneas, cánceres y nacimientos prematuros. Según un estudio publicado en el Journal of Public Economics, las patologías empiezan a aumentar incluso en poblaciones situadas a 90 kilómetros de las llamaradas.

Las redacciones asociadas en esta investigación Daraj, NRC Handelsblad, SourceMaterial, Oxpeckers y la plataforma estadounidense Mongabay visitaron siete países distintos –Irak, Kurdistán, Egipto, Túnez, Argelia, Nigeria y Angola– para informar sobre el destructivo impacto de la quema de gas en las poblaciones locales, con zonas residenciales enteras expuestas a sólo 10 kilómetros de las teas tóxicas operadas por grandes petroleras como BP, ENI, Shell o TotalEnergies.

Sin embargo, algunas de estas compañías señalan a las propias poblaciones. A preguntas del periódico holandés NRC Handelsblad sobre la exposición de quienes residen cerca de sus yacimientos en Nigeria, Shell declaró que su “derecho de paso” había sido “invadido” por las comunidades locales. “Muchas de nuestras instalaciones de producción de petróleo y gas no estaban situadas originalmente en zonas densamente pobladas”, indicó Shell. “Seguimos trabajando con los gobiernos estatales y otras partes interesadas para disuadir a las comunidades de invadir las zonas operativas”.

El problema del dinero

A pesar de las promesas de gobiernos y petroleras, la lucha contra la quema de gas en antorcha ha sido hasta ahora un fracaso. Según el Banco Mundial, las emisiones de las teas aumentaron un 7% en 2023 con respecto al año anterior, y no se ha producido ningún descenso desde 2010. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) advierte de que la quema de gas en el mundo “no va por buen camino” para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas para 2050.

Es “urgente” tomar medidas, insta el último informe del Banco Mundial, publicado en junio de 2024: “Lo que hace recaer en los operadores la responsabilidad de garantizar que el petróleo y el gas se produzcan de la forma más limpia posible durante la transición energética”.

Pero el problema se agrava aún más si se tiene en cuenta que las antorchas son, además, un gran despilfarro: se quema gas para nada, pese a que ya existe una tecnología madura para recuperar el metano y utilizarlo en la generación de electricidad. Un recurso muy necesario en los países de África y Oriente Próximo estudiados en esta investigación, que sufren una gran escasez de electricidad. Según el Banco Mundial, el volumen de metano quemado alcanzaría para “abastecer de electricidad a toda el África subsahariana”.

Según el Banco Mundial y la AIE, bastarían inversiones por valor de 200.000 millones de dólares para reducir las emisiones de metano bruto y poner fin a la quema rutinaria. Una cifra que equivale sólo al 5% de los beneficios de explotación anuales del sector de los combustibles fósiles (cuatro billones de dólares en 2022).

Las grandes petroleras han introducido sistemas para reducir la quema en algunos de sus yacimientos, pero siguen mostrándose reacias a invertir a gran escala. Porque quemar en antorcha es más barato, y la recuperación del metano puede afectar a la producción de petróleo.

“El caudal que llega a la antorcha es variable, por lo que no es gestionable. Se necesita un caudal constante para producir electricidad”, explica José Antonio García Fernández, catedrático de Ingeniería Química de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Bilbao. “Cuando investigamos el flaring en Irak con la BBC, un ingeniero nos dijo que, debido a estos problemas de presión, para recuperar más gas hay que reducir la producción de petróleo, pero las petroleras optan por preservar la producción», explica Aidan Farrow, científico senior de la unidad científica internacional de Greenpeace.

La complicidad de los gobiernos

Según Farrow, la principal razón de que haya fracasado la reducción de las emisiones de gas quemado es la “falta de una legislación que realmente tenga fuerza y consecuencias”. Así lo confirma también Burning Skies.

Los datos de esta investigación revelan que, durante la última década, las compañías petroleras emitieron un volumen estimado de 451 millones de toneladas de CO₂e  en nueve países africanos donde la quema está prohibida por ley o autorizada sólo excepcionalmente, desde hace pocos años: República del Congo, Angola, Camerún, Gabón Nigeria, Ghana, Guinea Ecuatorial, Mozambique y Argelia. Más de la mitad de estos volúmenes –263 millones de toneladas– han sido emitidos por grandes petroleras occidentales como TotalEnergies y BP.

Se demuestra así que estos países en desarrollo son bastante indulgentes con las petroleras, contraviniendo el espíritu de sus propias leyes, para maximizar los ingresos y la producción. La situación no es mejor en los países donde la quema en antorcha no está regulada o lo está de forma deficiente, como Irak y los Emiratos Árabes Unidos.

Además, la Unión Europea, que es el mayor importador de hidrocarburos del mundo, lleva mucho tiempo haciendo la vista gorda. El pasado 13 de junio entró en vigor un nuevo reglamento comunitario destinado a atajar las emisiones de metano del sector energético, que los activistas medioambientales consideran decepcionante.

El reglamento prohíbe tanto el venteo como la quema en antorcha en el territorio de la UE, salvo excepcionalmente por razones de seguridad. Pero el texto es mucho más laxo con las importaciones. Se prohibirá vender en Europa petróleo y gas cuya intensidad de metano sea demasiado alta, aunque sólo a partir de agosto de 2030, y la intensidad máxima de metano no se definirá hasta 2029. En resumen, no hay garantías de que la UE vaya a imponer que los hidrocarburos importados sean tan limpios como los producidos en su territorio.

Los límites de los compromisos voluntarios

En la actualidad, la lucha contra la quema se basa en gran medida en iniciativas internacionales voluntarias activadas por el Banco Mundial, cuya eficacia es muy cuestionable.

La Asociación Mundial para la Reducción de la Quema de Gas (GFMR por sus siglas en inglés), lanzada en 2023, está compuesta por gobiernos, organizaciones multilaterales y compañías petroleras, que se comprometieron a aportar 255 millones de dólares en “nuevas subvenciones”. Pero se trata de una fracción ínfima de los 100.000 millones de dólares necesarios, según el propio Banco Mundial, para acabar con la quema rutinaria, es decir, la combustión continua de gas y no sólo por razones de seguridad.

El programa insignia del Banco Mundial, denominado Iniciativa Quema Rutinaria Cero (ZRF, por sus siglas en inglés), se puso en marcha en 2015. Ha sido respaldado por gobiernos y empresas petroleras, incluidos los principales operadores de quema que aparecen en esta investigación, excepto la francesa Perenco. Todos ellos se comprometieron a poner fin a la quema rutinaria para 2030.

Pero en sus declaraciones al Banco Mundial las siete petroleras europeas –BP, ENI Equinor, Repsol, Shell, TotalEnergies y Wintershall– revelan que, por término medio, sólo el 32% de su quema es “rutinaria”. Es decir, que, aun respetando su compromiso, la gran mayoría de sus emisiones seguirán en el aire.

Cifras y metodología en entredicho

Las diferencias entre las cifras sobre quema rutinaria que publican las empresas son tan grandes que ponen en duda la exactitud de su metodología. A pesar del enorme nivel de emisiones, BP considera que sólo el 1,7% de sus quemas son ordinarias, y TotalEnergies sólo el 17,5%, mientras que ENI y Repsol declaran al Banco Mundial que superan el 50%.

Estos números también parecen contradecirse con un estudio publicado por la AIE, que afirma que el 66% de las quemas en todo el mundo son rutinarias. Preguntado por EIC, Tomás de Oliveira Bredariol, analista de política energética y medioambiental de la AIE, explica que el estudio define la combustión rutinaria como las antorchas “que funcionan más del 85% del tiempo”. “Las empresas”, precisa, “pueden considerar una definición diferente”.

Zubin Bamji, director de Global Flaring and Methane Reduction (GFMR), calcula que la quema rutinaria representa una media de “aproximadamente el 70% de la quema” en todo el mundo. Según Bamji, se han declarado tasas de hasta el 100% en Níger y Camerún, pero del 0% en Dinamarca o Arabia Saudí.

Lo cierto es que, a día de hoy, no existe ni una definición común ni una verificación independiente de los volúmenes de quema rutinaria. Una carencia muy conveniente para las grandes petroleras.

“Lo que necesitamos es hacer un seguimiento de la quema con mediciones y controles directos, y ya tenemos ahora todas las herramientas para hacerlo”, comenta Daniel Zavala-Araiza, investigador de la ONG Environmental Defense Fund (EDF) la Universidad de Utrecht. “Y más allá de este problema de definición de la combustión rutinaria, es la quema en su conjunto lo que hay que reducir de forma significativa”.

Cómo se infravalora la quema

Las compañías petroleras también tienden a subestimar su responsabilidad. Todas las grandes empresas europeas declaran únicamente los volúmenes de emisión de los activos que operan, sin incluir los yacimientos en los que son socios minoritarios, a pesar de que obtienen beneficios de ellos.

Uno de los ejemplos más llamativos es Rumaila, en el sur de Irak, el yacimiento petrolífero más contaminante de esta investigación, con más de 105 millones de toneladas de CO₂e quemadas entre 2012 y 2022. El gigante petrolero británico BP considera que no tiene ninguna responsabilidad, aunque posee el 47,63% de Rumaila y figura como operador en el registro petrolero iraquí durante este periodo.

Incluso teniendo en cuenta sólo los activos operados, también observamos discrepancias entre los resultados de Burning Skies y las declaraciones de algunas grandes petroleras europeas, lo que sugiere que infradeclaran sus emisiones.

En el caso de las cifras de emisiones de BP, estimamos que, sólo en los 18 países analizados, las emisiones atribuidas a la empresa duplican las declaradas por BP en todo el mundo. La petrolera británica explicó a SourceMaterial que está “trabajando para gestionar y reducir la quema en antorcha” en los activos que explota, pero rechazó comentar esta discrepancia. En el caso de ENI, Burning Skies estima unas emisiones de CO₂e 2,8 veces superiores a las emisiones mundiales declaradas por la empresa. Contactada por Domani, ENI informó al cabo de 10 días de que los datos originales que Burning Skies había utilizado “no permiten identificar individualmente los activos y asociarlos al operador correspondiente” y pidió revisar la lista de yacimientos que la investigación había tenido en cuenta. Tras facilitársela, la empresa italiana respondió que “algunos activos no están explotados o se encuentran fuera del perímetro de ENI”, pero no especificó cuáles.

Por si fuera poco, dos estudios científicos recientes consideran que las estimaciones de emisiones de la quema en antorcha, medidas en CO₂ equivalente, podrían ser en realidad mucho más altas de lo que se pensaba. Los estándares científicos utilizados por el Banco Mundial –que también se utilizan en esta investigación–, consideran que el 98% del metano enviado a la antorcha se quema, lo que se denomina “eficiencia de combustión”.

Los cambios en esos índices de eficiencia pueden tener un gran impacto en los cálculos: si se quema menos gas, las emisiones de metano serán mayores y hay que recordar que el metano tiene un efecto en el calentamiento global mucho mayor que el CO₂. Para el Banco Mundial, una eficiencia de combustión del 92% implica un 30% más de emisiones equivalentes de CO₂.

Así, un primer estudio, realizado en 2021 por la ONG Environmental Defense Fund (EDF), midió la eficiencia de combustión en condiciones reales en la Cuenca Pérmica, la mayor zona de producción petrolífera de Estados Unidos, utilizando satélites y helicópteros con cámaras infrarrojas. El estudio reveló que las empresas emiten 3,5 veces más metano del que declaran a la Agencia de Protección del Medio Ambiente de EEUU.

Un segundo estudio, publicado en 2022 en la revista académica Science y realizado en tres regiones petrolíferas de EEUU, confirmó estos resultados y descubrió que se quema el 91% del metano, en lugar del 98%. Lo que sugiere una “subestimación sustancial” de las emisiones reales de las antorchas.

“En otros países del mundo, las antorchas son aún más ineficaces, ya que queman menos del 91% del gas”, advierte Daniel Zavala-Araiza. “Además, ocurre que si las antorchas se apagan, el flujo de metano se mantiene y las empresas no informan de los incidentes, las emisiones reales son altísimas”, añade.

Otro factor agravante es la producción de hollín por la quema de gas. Estas finas partículas, también conocidas como carbono negro, se consideran 1.500 veces más potentes que el CO₂e y proceden de la combustión incompleta de combustibles fósiles. La Unión Europea de Geociencias considera que se puede atribuir a la combustión en antorcha puede el 40% de los depósitos anuales de carbono negro en el Ártico, que se cree se liberarán durante el deshielo en un futuro próximo. Sin embargo, debido a la falta de datos sobre la eficiencia de las antorchas en todo el mundo, el carbono negro no se tiene en cuenta en las actuales normas de información sobre combustión de gas en los yacimientos petrolíferos.

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“Es importante reducir la quema en antorcha y las fugas de metano, pero dudo que el problema pueda resolverse sólo con inversiones y tecnología”, critica Aidan Farrow, el científico de Greenpeace. “Deberíamos tener una visión más amplia. El problema de la combustión en antorcha demuestra que debemos abandonar el uso de combustibles fósiles”, zanja.

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Esta investigación forma parte de la serie Burning Skies: Behind Big Oil's toxic flames, llevada a cabo por el consorcio mundial de periodistas de investigación medioambiental EIF, en colaboración con la red European Investigative Collaborations, a la que pertenece infoLibre, y sus socios Daraj, SourceMaterial y Oxpeckers Investigative Environmental Journalism. Esta serie ha contado con el apoyo de JournalismFund Europe.

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