La Organización Mundial de Turismo reunió en 1999 todos los elementos de juicio a su alcance: variables económicas, geopolíticas y sociales. Las metió en la calculadora y obtuvo una cifra apabullante, que ya dio entonces para titulares de relumbrón: "España alcanzará en 2020 los 73,9 millones de turistas internacionales". Estaba por ver. Lehman Brothers tardaría aún nueve años en caer. La crisis financiera mundial era cosa de cuatro agoreros. Las primaveras árabes, causa de desestabilización dela región, sólo empezarían en 2010. Las Torres Gemelas seguían en pie. 18 años después, sólo un país ha alcanzado el registro anunciado por la OMT: España. Le han sobrado cuatro años. El número de turistas extranjeros en 2016 ha rozado los 75,6 millones. Todas las previsiones apuntan a que este año superará los 80 millones, 20 más que en 2007. El turismo se ha consolidado como la primera industria del país, con un 11% del PIB y más de 2 millones de trabajadores. El fenómeno avanza frenéticamente. Los récords se suceden. El Gobierno de Mariano Rajoy saca pecho. ¿Tiempo de descorchar champán? No tan rápido.
Las señales de saturación llegan incluso desde Exceltur, una patronal formada por 23 empresas que abarcan toda la cadena de valor del sector: hoteleros, aerolíneas, servicios financieros, tecnología, alquiler de vehículos, touroperadores, sanidad... De Air Nostrum a Iberia pasando por Europcar, Globalia e Iberostar, sin dejar a Hotusa, Meliá y NH. Parecería lógico que, en medio del boom, un lobby convocase a la celebración. Pero incluso estos gigantes tiñen su informe de preocupación. Exceltur llama a "abrir una profunda reflexión en algunos destinos sobre la idoneidad de un modelo basado en una mayor afluencia de turistas, [...] espoleados por el crecimiento descontrolado de las viviendas en alquiler turístico, con una creciente contestación de la sociedad local y una superación de la capacidad de acogida de recursos e infraestructuras".
Exceltur arrima el ascua a su sardina poniendo el foco, sin nombrarlas, en plataformas como Airbnb, que están revolucionando el mercado de alojamiento con una oferta masiva desarrollada a mayor velocidad que la legislación, amenazando al establishment hotelero. Pero ésta no es la única amenaza que implica este fenómeno, como ya saben en Francia, donde ha florecido un mercado a menudo fraudulento en el que campan el fraude fiscal, la concentración de riqueza y la subida drástica de los alquileres. Las aerolíneas low cost son la guinda perfecta para aquilatar el modelo.
Las principales ciudades españolas asisten inermes a un proceso de gentrificación y turistización, palabras de uso cada vez más corriente, haz y envés de una misma dinámica de desnaturalización de los entornos urbanos que satura y banaliza el espacio público y arrasa el comercio tradicional. El arrendamiento estable está siendo sustituido por un mucho más lucrativo alquiler turístico discontinuo. Los Gobiernos locales de ciudades como Barcelona, Madrid y Valencia intentan apurar sus competencias para poner coto al fenómeno, que ni empieza ni acaba con las plataformas digitales de alquiler, pero encuentra en la mismas una de sus expresiones más crudas. Las autoridades de Ibiza han llegado a lanzar un SOS ante el déficit de sanitarios, docentes y policías, disuadidos de trabajar en la isla por la desmesura del alquiler. Las crónicas de trabajadores durmiendo en coches o en la calle tienen tintes surrealistas.
Joan Buades, investigador especialista en turismo y colaborador de Alba Sud, señala que situaciones como la de Barcelona son "insostenibles". "Se está produciendo una revolución brutal de la oferta de vivienda disponible. Lo poco que queda está a unos precios duplicados y triplicados. Hay muchas plazas ilegales controladas por unas pocas comercializadoras. Se impide a la gente joven ejercer su derecho a la vivienda. Eso es lo que está detrás de la revuelta antiturística de los barrios de Barcelona y Palma. Hay gente que lleva toda la vida en un piso de alquiler y ahora compra el bloque una empresa y le dice: 'Tienes tres meses para irte", explica.
Un doble enfoque: rentabilidad vs. sostenibilidad
Estos efectos colaterales también son parte del boom del turismo. No son los únicos, si bien por la naturaleza del fenómeno afectan de manera muy diferente según la zona y la época del año. Es imposible que no haya costes asociados, dadas las dimensiones del fenómeno. Una conjunción de factores ha situado a España en el ojo del huracán del turismo. En primer lugar, por sus atractivos: costa, clima, cultura, costumbres, patrimonio, seguridad, ubicación... Pero también por la inestabilidad en Oriente Próximo y por la recuperación económica de los principales "mercados emisores", Reino Unido, Alemania y Francia, que suman el 53,5% del total de las visitas en 2016.
Los problemas pueden afrontarse con dos enfoques. El primero, desde la rentabilidad, se pregunta: ¿Será capaz España de mantener los 7 millones de turistas prestados de Oriente Próximo a medio-largo plazo? ¿Cómo lograr la desestacionalización? ¿Cómo afrontar el envejecimiento de británicos, alemanes y franceses? ¿Cómo atraer a turistas que gasten más? Si existe una preocupación de futuro es la de "no matar la gallina de los huevos de oro". El segundo es el enfoque crítico y se cuestiona si el objetivo debe ser atraer más turistas, si este modelo es viable o incluso si no ha quedado demostrado ya que los costes ambientales y sociales superan a los beneficios. Esta perspectiva está especialmente viva en Baleares y Cataluña, sobre todo en Barcelona, donde el debate político ha roto el tabú del "decrecimiento".
Cada vez más aportaciones cruzan elementos de uno y otro enfoque, concluyendo que la "rentabilidad" debe ir ligada a la "sostenbilidad". Aquí se sitúa el afán de numerosos ayuntamientos de implantar tasas turísticas, que en España sólo se utilizan actualmente en Cataluña y Baleares. Dichas tasas están también sometidas a la tensión de los dos enfoques: rentabilidad-sostenibilidad. Las patronales defienden el empleo de la recaudación en promoción turística. En el extremo opuesto se ubica la Asamblea de Barrios por el Turismo Sostenible de Barcelona, que nació con tres fines: el "decrecimiento", la "redistribución de beneficios" y el "fomento de economías alternativas al monocultivo turístico". El dinero, según este punto de vista, debe dedicarse no a traer más turistas, sino a compensar sus efectos.
Externalización de los costes sociales
Macià Blázquez, miembro del Grupo de Investigación sobre Sostenibilidad y Territorio de la Universitat de Illes Balears, afirma que el "decrecimiento" aún es una idea con poco arraigo político, pero que con el análisis de los datos en la mano debería abrirse paso. Actualmente los operadores turísticos obtienen los beneficios pero externalizan los costes sociales y ambientales. Ésa es la base del fabuloso negocio turístico, pero también del malestar social que ocasiona.
A diferencia de los aguafiestas que alertaban desde los 90 de la resaca que podía suceder a la fiesta del ladrillo, ahora en los puntos más saturados por el turismo las voces que alertan sobre los efectos nocivos de este boom no claman en el desierto. El último barómetro de opinión del Ayuntamiento de Barcelona devela que el turismo es considerado el principal problema por los barceloneses. "Hemos conseguido al menos que el problema esté en boca de mucha gente", señala un miembro de la Asamblea de Barrios por el Turismo Sostenible de Barcelona, residente en Ciutat Vella, que prefiere no identificarse. "La tasa turística no es que no arregle nada, es que agrava el problema porque se dedica a atraer más turistas. El problema de la vivienda es alarmante. Los beneficios de empresas con el dinero en paraísos fiscales se ponen por delante de los derechos de los vecinos. La normativa de terrazas tampoco se hace pensando en los vecinos, sino en el beneficio de los restauradores. La idea de que el turismo deja muchos beneficios en la ciudad es falsa", añade.
Estacionalidad y salarios bajos
Desde un punto de vista mucho más institucional, el informe El turismo en España: cada día más, de la profesora de Economía Aplicada en la UNED María José Moral, publicado en los cuadernos de información económica de la Fundación Funcas, ofrece un panorama de contraluces. Por una parte, destaca la contribución del turismo al empleo (12,5%) y su compensación del déficit comercial español. Por otra, enciende algunas luces rojas: excesiva temporalidad, bajos salarios y elevada estacionalidad de los destinos de sol y playa. La temporalidad, admite el informe, "es difícil de corregir en la medida en que el producto estrella es el turismo de sol y playa". En cuanto a los bajos salarios, señala que "es preciso un cambio de gestión de los recursos humanos [...] y pensar que incluso los trabajos menos cualificados son fundamentales para que la calidad global sea alta".
El informe publicado por Funcas alerta de que, a pesar del incremento del gasto medio por día y turista, 129 euros en 2016, España sigue lejos de otros destinos como Italia y Francia. Se observa además un crecimiento de turistas de gasto medio diario "muy bajo". El desafío que plantea el informe es atraer más japoneses (gastan 362 euros al día), chinos (275), estadounidenses (231) y rusos (150). Y también lograr más turismo urbano que se aloje en hoteles, en sintonía con Exceltur. Pero, incluso desde esta perspectiva economocista, el informe advierte sobre el riesgo de cruzar "la línea" de la "masificación" y constata que en el sector hay una escasa inversión en tecnología.
"Obsesión por el número de visitantes"
El informe Reflexiones sobre turismo sostenible y desarrollo regional, de la Universidad Loyola, centrado en Andalucía, pone el foco en problemas similares. Subraya los riesgos de que el turismo ocupe la posición dominante en la economía que debería corresponder a la industria, constata el déficit de infraestructuras en zonas como la Costa del Sol y señala la precariedad laboral y el aumento del trabajo a tiempo parcial (29,3%).
Los diagnósticos grises se repiten incluso desde enfoques alejados de la crítica al turismo globalizado capitalista. "Pensamos –dicen los autores del trabajo– que las declamaciones sobre los años récord en turismo, el marketing institucional propagandístico (muy costoso), más la obsesión por el número de visitantes, esconden lo verdaderamente interesante para el mejor desarrollo territorial en Andalucía. A saber, políticas de potenciación del gasto de los no residentes [...]. Y políticas de reequilibrio espacial de las pernoctaciones, estancia media y, por tanto, gasto turístico". El informe llega a afirmar: "El turismo andaluz no es un turismo de calidad".
Preocupación por la "turismofobia"
Un ramillete de problemas acompañan al boom del turismo. Como sector clave de la economía, está excesivamente sujeto a variables externas. El terrorismo en París ha llevado a la capital francesa a retroceder 8,2 puntos en pernoctaciones en 2016. Abunda el empleo temporal y precario, como han advertido consistentemente todos los sindicatos. Las camareras de piso se han convertido en un colectivo emblemático del retroceso de derechos provocado por la reforma laboral y las empresas multiservicio. Las características del modelo, con un enorme consumo de recursos, conducen a que sea necesaria una ingente cantidad de turistas para su sostenimiento.
"Hay destinos turísticos como Magaluf, Lloret de Mar o Puerto de la Cruz cerca del colapso social. España tiene un importante número de turistas prestados. Si seguimos deteriorando el litoral con malas calidades de agua, vertidos, residuos, falta de depuración y pasajes deteriorados acabarán yendo a otros sitios", señala Fernando Prieto, director del Observatorio de Sostenibilidad. "Es complicado –añade– definir lo sostenible. Pero no lo insostenible, como el caso evidente de la Manga del Mar Menor, ecológicamente colapsada. Es un ejemplo claro de lo que no puede pasar en un destino turístico".
La industria inmobilaria-turística ha jalonado el litoral de ejemplos de colosalismo urbanístico. Cataluña, Comunidad Valenciana, Región de Murcia, Canarias y Andalucía se enfrentan a una presión hídrica que los expertos consideran excesiva. Numerosos destinos están masificados, sus servicios saturados. Los alquileres se disparan en las ciudades con mayor tirón, donde el comercio se encarece y se turistiza. Las expresiones de malestar se suceden en ciudades como San Sebastián, Palma de Mallorca, Valencia y Barcelona. En la capital catalana se han producido incluso ataques contra turistas. Ante este clima de crispación, el Gobierno y las patronales claman contra la "turismofobia", preocupados por la repercusión de estas protestas en la prensa internacional.
Turismo delega en las autonomías
Una aparente paradoja: es la patronal Exceltur la que, en medio del boom de resultados, llama al Gobierno a "reflexionar sobre los límites de capacidad y sostenibilidad de los modelos y estrategias turísticas vigentes". infoLibre preguntó al Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital su posición e intenciones sobre problemas como el encarecimiento de la vivienda, la presión sobre los servicios, el coste ambiental... "Son las propias comunidades autónomas, en base a las características y situación de cada una de ellas, las que tienen que establecer sus propias políticas", respondió el ministerio. Su mensaje es que "no se puede decir que exista un clima general contrario a la actividad turística" y que "no se puede menospreciar a una industria que es motor de la economía".
El Plan Horizonte 2020 del Gobierno, aprobado en 2011 con Joan Clos (PSOE) como ministro y aún vigente, ya detectaba numerosas debilidades del sector: heterogeneidad normativa, elevada estacionalidad, saturación de destinos, inadecuación de los sistemas de planificación territorial de los destinos turísticos, excesiva concentración geográfica de la oferta de alojamiento, deterioro medioambiental de un elevado número de destinos, excesivo y desordenado urbanismo, dependencia elevada de los mercados alemán, británico y francés y débil posicionamiento en los segmentos de la demanda de alto poder adquisitivo. Con los datos de hoy en la mano, es difícil argumentar que se han superado estas debilidades. El Ministerio de Industria destaca que el principal objetivo para 2020 es “lograr que el sistema turístico español sea el más competitivo y sostenible aportando el máximo bienestar social". Y fija un objetivo concreto: "España busca atraer a un turista bautizado como cosmopolita y que se caracteriza por su poder de prescripción, por su alto gasto en destino y por su preferencia por visitar ciudades, admirar el arte y la cultura, realizar compras y disfrutar de la gastronomía y la enología".
El cambio climático, sin respuesta
Resulta llamativo el escaso protagonismo que en el documento rector oficial, que también atañe a las comunidades, tiene un problema crucial para el futuro: el cambio climático. El Plan 2020 señala que "el sector debe comprometerse responsablemente con [...] la mitigación y adaptación al cambio climático; compromisos que sólo pueden conseguirse a través del liderazgo compartido y la buena gobernanza". Más palabras que concreciones.
El investigador Joan Buades, autor del informe Alerta climática máxima. Más desigualdad. El fin del turismo litoral, afirma que el debate sobre el turismo se está desarrollando conlos ojos vendados. Las empresas, señala en el informe, siguen la máxima del business as usual, seguir como si no pasara nada, sin atender a los diagnósticos que apuntan a un recrudecimiento del fenómeno en las próximas décadas, con la consiguiente desertización y veranos cada vez más tórridos, a lo que se sumaría una mayor incidencia de fenómenos meteorológicos extremos. A todo ello habría que añadir, según recoge el informe, un crecimiento exponencial de los "refugiados climáticos". Dicho informe acredita cómo el consenso científico apunta a que el Mediterráneo, España incluida, será una de las áreas más afectadas por el calentamiento global. "Se extremará la aridez de toda la región y, sobre todo, la frontera de la desertificación avanzará [...]". La Península Ibérica se vería afectada de lleno, perdiendo atractivo turístico.
"La piscina del Mediterráneo se va a calentar y el clima se va a saharizar. No es ser apocalíptico, sino juntar información contrastada. La orquesta del Titanic sigue tocando como si no pasara nada, pero el cambio climático es innegable. El turismo tal y como está planteado no tiene futuro", señala. A juicio de Buades, "aquí no sirven de nada las llamadas políticas turísticas". "Todo lo que hay son planes de marketing, estrategias de sostenimiento de oferta y diversificación de turismo. Hace falta una adaptación como sociedad. Tiene que haber una relación entre la política climática y la política turística", afirma. Su preocupación principal no es el turismo, sino el "desarrollo humano". Cree que el sector tiene que abrir los ojos. Pero además insiste en que debe afrontar su responsabilidad en el propio cambio climático. "El día que se introduzcan medidas correctoras reales, lo primero que caería serían los vuelos low cost, que son grandes enemigos del clima. En España hay más aeropuertos que en Alemania. Eso tendrá que acabar en algún momento", afirma Buades.
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"Cortoplacismo y mercantilismo"
Rodrigo Fernández Miranda, autor de varios libros sobre turismo y miembro del Centro de Estudios de la Economía Social (CEES) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Argentina), afirma que las políticas turísticas están regidas por una mirada "cortoplacista y mercantilista", en la que las medidas sobre el cambio climático son "únicamente un elemento cosmético". A pesar de que observa una creciente participación en el debate turístico de movimientos vinculados a la economía alternativa, considera que esto es apenas "un atisbo de transición cultural" frente a un discurso dominante en el que el turismo sigue sacralizado. A su juicio, su flanco más débil está en su impacto sobre la vivienda.
El portavoz de la Asamblea de Barrios por el Turismo Sostenible de Barcelona cree que el auge y caída del ladrillo debería dejar lecciones. "Ahora mismo están viniendo millones de personas que normalmente irían a otros países. ¿Qué pasa si dejan de venir? ¿Y si el turismo cae? ¿Qué hacemos con todos esos hoteles e infraestructuras pensadas sólo para el turismo, y con las ciudades pensadas para el turismo y no para los vecinos? ¿Quién se encargará de pagar ese rescate?", pregunta.
La Organización Mundial de Turismo reunió en 1999 todos los elementos de juicio a su alcance: variables económicas, geopolíticas y sociales. Las metió en la calculadora y obtuvo una cifra apabullante, que ya dio entonces para titulares de relumbrón: "España alcanzará en 2020 los 73,9 millones de turistas internacionales". Estaba por ver. Lehman Brothers tardaría aún nueve años en caer. La crisis financiera mundial era cosa de cuatro agoreros. Las primaveras árabes, causa de desestabilización dela región, sólo empezarían en 2010. Las Torres Gemelas seguían en pie. 18 años después, sólo un país ha alcanzado el registro anunciado por la OMT: España. Le han sobrado cuatro años. El número de turistas extranjeros en 2016 ha rozado los 75,6 millones. Todas las previsiones apuntan a que este año superará los 80 millones, 20 más que en 2007. El turismo se ha consolidado como la primera industria del país, con un 11% del PIB y más de 2 millones de trabajadores. El fenómeno avanza frenéticamente. Los récords se suceden. El Gobierno de Mariano Rajoy saca pecho. ¿Tiempo de descorchar champán? No tan rápido.