Todavía no son las ocho de la mañana y la única iluminación en las calles de Madrid es la que nace de las farolas. El Monasterio de la Encarnación, en el corazón de la ciudad, cierra sus puertas al público los lunes, pero este 2 de diciembre hace una excepción: el templo se erige solemne para dar la bienvenida a medio centenar de invitados. La misa que va a empezar es en realidad el punto de partida de la gran cumbre antiabortista que se celebra este lunes en la Cámara Alta.
A las puertas del monasterio se dan los buenos días, con sonrisas cómplices, quienes la noche previa ya se habían encontrado para tejer los últimos detalles de la cita. Poco a poco, se fusionan con el silencio sepulcral de una iglesia que enseguida se revela pequeña. Parte de los devotos se quedan de pie, al fondo de la sala, atentos y resignados. Lucy Akello, la parlamentaria ugandesa ultra que participará después en la cumbre, llega con trece minutos de retraso. Ante sus ojos, un pregón por "el derecho a la vida como el principal y más importante derecho a defender", el preludio del ideario que poco después defenderán los ponentes ya no en la sede religiosa, sino en una institución pública.
Apenas veinte minutos después de que la misa haya dado comienzo, el eco de unas voces se desliza dentro de la iglesia. En torno a una docena de mujeres corea en las inmediaciones que el aborto es un derecho sagrado y que no hay cabida en la sede de la soberanía popular para los "grupos antielección". Portan pancartas, pañuelos verdes y se dejan la voz para intentar que sus proclamas atraviesen las paredes del monasterio. Su propósito surte efecto: pronto miembros de la organización dejan momentáneamente atrás la misa para asomarse a comprobar la dimensión de la protesta. En algún tramo de esa última media hora se ha hecho de día y la policía comienza a identificar a quienes allí se concentran.
Una vecina arremete contra las manifestantes. "¿Por qué no os vais a vuestra casa?", grita. "Porque no nos sale del coño, señora", responden. "Y porque son ellos los que vienen al Senado, que también es nuestra casa".
En medio de la protesta, alguien da el aviso: los líderes de la cumbre ultra están saliendo por la puerta de atrás. Las feministas se desplazan a paso firme y con llamativa sincronía, tratando de encararse con ellos, pero la policía las contiene. Los ponentes se dirigen al Senado para, esta vez sí, entrar por la puerta grande.
"La esclavitud también fue una moda dominante"
Al filo de las nueve de la mañana, los asistentes al encuentro llegan a la Cámara Alta. Algunos entusiastas no paran de tomar fotografías; otros maldicen entre dientes a las manifestantes feministas. "Hay que estar por encima de esa gentuza", masculla una de las invitadas.
Ya en el interior del edificio, el exsenador conservador Javier Puente se encarga de abrir las jornadas: "Hoy Madrid se convierte en el epicentro mundial de nuestros valores más preciados, la vida y la libertad", subraya, para dar paso al presidente de honor de la Red Política de Valores (PNfV por sus siglas en inglés, la entidad organizadora del acto), Jaime Mayor Oreja. El exministro del PP se dirige a un espacio colmado de invitados procedentes de 45 países, en defensa de las tesis regresivas que dan sentido a la cumbre. "No debe sorprendernos que nos llamen ultras", reconoce, "simplemente por defender el derecho a la vida y un concepto de persona basado en la antropología cristiana". Mayor Oreja se afana en lanzar una advertencia ante lo que considera un contexto de "decadencia y fractura social", provocado por una "crisis de fundamentos" donde anidan amenazas como "el género, el aborto y la diversidad familiar".
A su juicio, "el primer problema entre los problemas es que muchos quieren reemplazar un orden social basado en fundamentos cristianos", imponiendo el "desorden" que es en realidad "no creer en nada". Aunque dice hacer "frente a la ignorancia", no se ruboriza al defender tesis acientíficas sin apenas respaldo social: "Entre los científicos están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución".
El también exeurodiputado se revuelve contra la "obsesión enfermiza" que busca destruir "los fundamentos cristianos", contra "el desprecio de la ciencia y la biología" y contra "una perversa interpretación de la historia". Pese a lo que describe como una ofensiva de calado en las democracias occidentales, el líder conservador se esfuerza en lanzar un grito de esperanza dirigido a los suyos: "Estamos ganando a pesar de que la moda dominante siga rabiosa". Y recuerda: "La esclavitud fue también una moda dominante".
A sus espaldas aplaude José Antonio Kanz, presidente de la red. "No ha sido fácil, pero dios nos quiere", dice convencido tras lamentar el "intento minoritario de cancelación" del que dice ser víctima. El chileno, ferviente pinochetista, no contiene ninguna de las proclamas contra quienes considera sus enemigos: "Una red que se ha potenciado y expandido" de la mano de "parlamentarios, líderes de opinión, asesores o investigadores" que aspiran a desarrollar la "agenda ideológica de género, borrando el papel de la familia".
Contra los avances sociales
Por la tribuna desfilan voces procedentes de todos los rincones del mapa con un mismo discurso. Cargan contra las instituciones, pero las utilizan convenientemente para su particular batalla reaccionaria. Denuncian una suerte de restricción de la libertad, pero claman por dilapidar los derechos fundamentales de las mujeres.
"La libertad y nuestra democracia están gravemente amenazadas", advierte el diputado y secretario general de Vox, Ignacio Garriga. "La prueba son los escraches que tenemos que sufrir". Garriga habla también de "tertulianos, periodistas, políticos de falso progresismo y agenda woke" como impulsores de lo que considera "legislaciones totalitarias" basadas en "la cultura de la muerte". Se refiere a leyes como la del aborto o la eutanasia.
Frente a ello, se detiene en lo que considera pequeñas victorias: iniciativas como la de su compañero Juan García-Gallardo, presente en el encuentro, para que las mujeres que deciden interrumpir su embarazo puedan "escuchar el latido fetal de su hijo". Entre el público, alguno de los invitados despega los ojos de la pantalla de su móvil y asiente enérgicamente. Garriga, en cualquier caso, decide obviar que la iniciativa mencionada no se ha materializado en ninguna acción concreta, desde que fue anunciada hace casi dos años.
La "perversidad" del aborto
En el antiguo salón de sesiones nadie habla de interrupción voluntaria del embarazo. Se inclinan por términos como "industria del aborto" e insisten en lo "aberrante e incongruente" que es, en palabras de la mexicana Neydy Casillas, "declarar el asesinato de personas como un derecho fundamental". Sharon Slater, miembro de Family Watch International, carga contra el "lenguaje del engaño" que se emplea para "fomentar la agenda LGTBI, el aborto y la educación sexual exhaustiva". Lo hace, eso sí, insistiendo en que sus palabras no tienen una intencionalidad política: "No quiero entrar en política, pero esto nos afecta a todos".
El fondo del discurso que retumba en la Cámara Alta no contiene, en realidad, ninguna propuesta. Ni rastro de un programa, más allá del eslogan. "Nos tienen miedo porque somos valientes", clama Gudrun Kugler, miembro del Parlamento de Austria. "En nosotros hay belleza, verdad y justicia, por lo tanto ganaremos", continúa. Márton Ugrósdy, subsecretario de Estado del Primer Ministro de Hungría, recoge el guante del discurso motivacional: "Si todos nos rendimos, ¿qué va a pasar con nuestros hijos y nuestros nietos?", se pregunta.
María Calvo es profesora en la Universidad Carlos III de Madrid. En un tono pausado y firme, asegura sin titubear que "la característica más evidente de la mujer" a día de hoy "es la soledad y la tristeza", producto de "haber perdido el contacto con la feminidad". La española ensalza la "experiencia de la maternidad", que "engrandece" a las mujeres y les "prepara para todo". La maternidad es, defiende, la "donación" del cuerpo de las mujeres "por amor". Y los hijos, agrega, tienen que ser "acogidos siempre, lleguen como lleguen". En ese sentido, la docente de la universidad pública asegura que las "discapacidades" son "manifestaciones de la originalidad de la vida".
Y por eso tilda al aborto como una "perversidad" y clama contra quienes quieren "convencernos de que el padre es prescindible". Es a su juicio "urgente que recuperemos la confianza en los hombres" porque una "sociedad sin padres es una sociedad sin límites, sin leyes, cimentada sobre la confusión y la inmadurez".
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En la misma línea se expresa la ugandesa Lucy Akello. La parlamentaria ultra saca pecho de las políticas públicas que en su país consagran la familia como "la unión básica de todos en sociedad" y alardea de la ley aprobada hace un año contra la comunidad LGTBI, una de las normas más duras de todo el mundo y señalada por las organizaciones internacionales por perseguir y criminalizar al colectivo. Akello, en cambio, la defiende con uñas y dientes, contraponiendo los derechos de las personas homosexuales y los de la infancia: "Me duele ver que abusan de mis hijos y que no puedo protegerlos. No podría soportar no haber aprobado una ley que protege a mis hijos".
A escasos pasos de la sala, otras voces expresan su malestar por tener que compartir espacio con los discursos de odio. "No es un conjunto de frikis que se reúnen en un lugar pequeño: están en una institución del Estado. Hay que reaccionar con firmeza", asiente Rita Maestre, portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid. A su lado, la senadora Carla Antonelli denuncia la inacción de las instituciones, quienes toleran que "se produzca ese aquelarre de los hijos putativos de Torquemada". Sus consignas, asegura, forman parte también del ideario ultra del "Partido Popular, por mucho que se disfracen de pseudo progresistas".
Terminada la rueda de prensa, las líderes de Más Madrid abandonan la Cámara. A Carla Antonelli le espera un taxi fuera, a la cumbre le quedan todavía largas horas por delante. En la cafetería de enfrente, un camarero atiende a dos clientes, un hombre y una mujer. Se dirige a él, en tono jocoso: "Antes de cobrarte el café, ¿te importa que sirva a la señorita? Entenderás que prefiera atenderla a ella", dice con evidente complicidad. "Ten cuidado", se apresura en advertir su interlocutor, "con los tiempos que corren… mejor no exponerse". La idea de que el feminismo ha llegado demasiado lejos parece haber calado tanto en las instituciones como en la calle.
Todavía no son las ocho de la mañana y la única iluminación en las calles de Madrid es la que nace de las farolas. El Monasterio de la Encarnación, en el corazón de la ciudad, cierra sus puertas al público los lunes, pero este 2 de diciembre hace una excepción: el templo se erige solemne para dar la bienvenida a medio centenar de invitados. La misa que va a empezar es en realidad el punto de partida de la gran cumbre antiabortista que se celebra este lunes en la Cámara Alta.