IGUALDAD
¿Censura o legítima protesta? El 'caso Juana Gallego' aviva la división del feminismo
Juana Gallego presentaba su caso como "un ejemplo de la cultura de la cancelación". El pasado 15 de marzo, la profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) denunciaba que el grupo de alumnas que debía haber asistido ese día a su clase, en el marco del máster sobre género y comunicación, decidió no acudir. "Han hecho boicot a mi asignatura por mi posicionamiento público", decía en redes sociales la escritora. Enseguida algunos sectores del movimiento feminista tejieron redes de apoyo a la docente y críticas explícitas a la decisión de las alumnas. Algunas personas hablaban de cancelación, censura y hasta caza de brujas. Otras, sin embargo, reivindicaron el legítimo derecho del alumnado a no asistir a sus clases. En el fondo del asunto, la división del movimiento feminista a cuenta de la autodeterminación del género.
La universidad, a través del máster, tardó un día en responder. "La falta de asistencia de las alumnas a sus clases no puede ser considerada una censura, un boicot o una persecución puesto que la profesora puede impartir sus clases con total libertad y normalidad si las alumnas deciden asistir a ellas", señala la coordinación del máster mediante un comunicado, tras subrayar su apuesta por "el diálogo" y por la academia como "espacio de debate". La respuesta no solo no ha satisfecho a la profesora, sino que ha alimentado la crítica que ya había emergido el día anterior.
Esta misma semana, Gallego se topó con las puertas cerradas del aula donde debía impartir su siguiente clase. La sesión quedó aplazada porque previamente había sido promocionada de forma masiva en redes sociales por entidades ajenas a la universidad, entre otras el partido Feministas al Congreso, del que Gallego es cofundadora. Su retransmisión online suscitó el rechazo de la universidad, pero también el interés de centenares de personas. Más de 600 asistentes se conectaron a la clase que finalmente sí pudo impartir la docente, aunque de manera exclusivamente virtual y autogestionada.
Tasia Aránguez es activista dentro de la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres y profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada. No titubea al hablar abiertamente de una "cultura de la cancelación" en auge que no solo "afecta al feminismo, sino a distintos ámbitos de conocimiento" en los que la "libertad de expresión" queda mermada. El marco de la libertad de expresión, completa, siempre "ha sido anchísimo", pero con los años se ha ido estrechando. Especialmente para el "feminismo crítico del género", el que defiende "la existencia del sexo biológico". Algo que para Aránguez es especialmente grave cuando la censura que critica se encuadra en el ámbito académico, espacio tradicionalmente de debate.
¿Protesta o censura?
En su denuncia, Juana Gallego aludía que el motivo de la ausencia de sus alumnas tenía que ver con su posicionamiento público. Se refiere a su opinión ante la autodeterminación de género y la ley trans que la consagra. En su blog, escribe: "Tenemos que aceptar calladitas que en el club de las mujeres entre quien quiera, sin tener que demostrar nada, porque según la teoretilla queer el del segundo sexo es un espacio habitado por múltiples cuerpos, no importa qué morfología tengan".
Aránguez reconoce que "faltar a clase siempre ha sido legítimo", incluso –o especialmente– cuando esa ausencia está motivada por una razón política. "También es legítimo hacer una concentración por una conferencia", pone como ejemplo, "siempre que la charla pueda tener lugar". Sin embargo, añade, tiene que "haber un equilibrio de derechos: este acto de organizarse para boicotear a una docente contribuye a generar un entorno hostil e intimidante para todas las personas que piensen como ella".
Aquí entran en juego los muchos matices del debate. Toma la palabra Carla Antonelli, socialista y activista trans. "Yo no iría a una clase que promoviera la esclavitud, la discriminación o el racismo, no iría a una clase en contra de los derechos inherentes de otro ser humano", argumenta al otro lado del teléfono. El debate abre, a su juicio, una reflexión sobre "cómo se está enarbolando una falsa bandera de libertad de expresión para ejercer la opresión, la negación y la estigmatización de otras personas".
Si parte del feminismo denuncia las consecuencias de lo que considera una tendencia censora al alza, la socialista defiende que lo realmente alarmante es que "haya personas que crean que tienen derecho a insultar, vejar, someter y estigmatizar a otro grupo de la población".
Antonelli rechaza el relato que habla de censura o cultura de la cancelación y lo enmarca en una suerte de victimismo de un sector muy claro del feminismo. "También la Iglesia dice que se la censura cuando afirma que la homosexualidad es perniciosa para la sociedad", compara, "el que ejerce la opresión y el ensañamiento tiene que defender que es su derecho". Lo preocupante, insiste, es que haya quien "crea que la existencia de otro ser humano le diluye, borra o cuestiona su propia existencia".
A vueltas con la división
Una vez más, la riña entre un bando y otro recupera un tema crucial: ¿está el feminismo dividido? Para Aránguez, existe una "continuidad histórica de lo que llamaron guerras por el sexo en los años ochenta", una contienda en la que un bando defendía "la prostitución, la pornografía y los vientres de alquiler". Esa facción, señala la activista, "conecta ahora con el movimiento queer, contrario a la agenda del feminismo".
Antonelli se opone al mantra de la división del feminismo, donde "históricamente ha habido debates" y precisamente el "queer es un debate que originó el propio feminismo". La división, defiende, no es más que una ficción impuesta por personas con "nombres y apellidos que pelean por cuotas de espacio de poder".
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En el extremo opuesto, Aránguez cree que los "debates que siempre se han dado en el feminismo, por ejemplo el de la maternidad o el de la doble militancia, también eran extremadamente tensos, pero fundamentalmente internos". El actual es, en su opinión, distinto porque parte de puntos que la activista sitúa fuera del movimiento feminista y que cuestionan "la misma existencia del sexo biológico, lo que pone en jaque a las políticas de igualdad". La activista augura que casos como el de Juana Gallego se reproducirán con el paso del tiempo. Y cita ejemplos como el de la psicóloga Carola López, expedientada por afirmar que "las mujeres trans son varones".
Tere Sáez, fundadora de la organización navarra Lunes Lilas, admite una "profunda tristeza". Lamenta que Juana Gallego no haya podido impartir sus clases, pero no como consecuencia de la censura, sino como síntoma del desinterés por el debate sano. "En este momento el feminismo se ha instalado en el 'o estás conmigo o estás contra mí', yo he vivido siempre un feminismo más tolerante que avanzaba gracias al debate", lamenta. Sáez no cree que exista una batalla contra las feministas abolicionistas, sino que la pelea es a su juicio bidireccional.
Las consecuencias de la contienda las asumen las mujeres y el propio feminismo, considera la navarra: la riña hace "más fuerte" a la extrema derecha pero también crea un espacio hostil, contrario a "la idea de que los derechos tienen que ser para todas".