Daniel Valero tardó años en sentir que podía volver a pisar la ciudad que le vio nacer sin experimentar el miedo que le había acompañado durante su infancia y que, tiempo después, le expulsaría de las calles que debería haber sentido como propias. Dejó Jerez de la Frontera igual que tantos otros dejan sus ciudades natales: sabiendo que poco tienen de libres las decisiones tomadas a fuerza de exclusión y soledad. Años después, el escritor, periodista e influencer de apenas treinta años transformó aquella violencia en altavoz. Con 138.000 seguidores en Instagram, 69.100 en Twitter y 98.100 suscriptores en Youtube, el conocido como Tigrillo habla sin tapujos de los derechos de las personas trans, pone nombre a la bifobia y desmonta los bulos de la extrema derecha. Pero no sólo: en sus redes sociales también hay lugar para la precariedad laboral, el problema de la vivienda y la pobreza estructural que atraviesa las vidas de la clase trabajadora. Y por eso tiene claro que este 28 de junio, día del Orgullo LGTBI, la tarea urgente no es otra que salir, gritar y construir horizontes de emancipación. "Hay que recuperar las calles", asiente en entrevista con infoLibre.
Últimamente, y en especial ante el avance de la extrema derecha, hay voces que hablan de la necesidad de influencers de izquierda. ¿Qué opinas?
Ya hay influencers de izquierda. El problema es que, igual que los periodistas de izquierda no tienen las mismas oportunidades y el mismo alcance, porque los medios de comunicación mayoritarios están en manos del empresariado que tiene ese poder, los influencers de izquierda tampoco tenemos todas las facilidades para abrir caminos hasta llegar al grueso de la población. Hay creadores de contenido que hacen un contenido divulgativo feminista, LGTBI y antirracista que es increíble. Pero es un contenido que no sólo no se promociona en redes, sino que se elimina. Por ejemplo, en Tiktok el contenido LGTBI se elimina con muchísima facilidad porque consideran que hablar de orientaciones sexuales o identidad de género no es apto para menores. Es muy complicado llegar al grueso de la población. También es verdad que a veces es más difícil hacer contenido comercial y llamativo para la gente más joven, mientras que el contenido más cercano a las ideas fascistas lo tiene más fácil, porque son personas con menos escrúpulos a la hora de hacer clickbaiting, hacer contenido más llamativo y más exagerado en cuanto a tirar de bulos que puedan sorprender más rápidamente al espectador.
Al margen de esa penalización en cuanto al alcance en redes sociales, ¿te ha pasado factura tu posicionamiento político?
Pasa muchísimas factura. Desde hace varios meses he tenido un par de incidentes, gente que te increpa por la calle, especialmente en la noche de fiesta, gente que se siente mucho más impune o se atreve más. Evidentemente pasa factura en todos los sentidos, también en la vida laboral. Ahora afortunadamente tengo un trabajo que no está tan relacionado con el periodismo público, pero sí que hay muchísimos sitios en los que, debido a mi posición crítica, no han querido contar conmigo. Pasa factura en el ámbito personal, en el laboral e incluso en el de la salud mental, al tener que leer todas las cosas que tengo que leer sobre mí, cada día de mi vida.
¿Por qué hablar del desempleo, la vivienda o los bulos en torno a la okupación interpela también a las personas LGTBI?
Por muchos motivos. Yo soy una persona LGTBI y necesito un techo. Yo soy una persona LGTBI y necesito un trabajo para poder mantenerme, necesito una situación económica estable. No sólo eso, sino que además la LGTBIfobia actúa en todos los ámbitos sociales. Una persona LGTBI es menos probable que consiga promocionar en el trabajo, la inmensa mayoría se mantiene en el armario, las personas trans tienen una tasa altísima de desempleo, no pueden ganarse la vida, no pueden acceder a una vivienda. Si queremos luchar por el avance de los derechos sociales, de los derechos de las mujeres, de las personas LGTBI, primero necesitamos poder mantenernos, poder comer y poder dormir. Las políticas para la clase obrera son políticas LGTBI, igual que las políticas LGTBI también son políticas para la clase obrera, porque benefician a todo el mundo. No son cosas que podamos separar de ninguna de las maneras, van unidas y eso es algo que hay que tener muy claro.
Si queremos luchar por el avance de los derechos sociales, de los derechos de las mujeres, de las personas LGTBI, primero necesitamos poder mantenernos, poder comer y poder dormir
La LGTBIfobia y los discursos de odio, también desde las instituciones, no han dejado de crecer. ¿Cómo se combate desde la trinchera de las redes sociales?
En primer lugar desmontando ese discurso. Tratando de evitar que llegue a gente que por desconocimiento compra el primer discurso que escucha desde un palco institucional, que evidentemente le da cierta credibilidad. Es muy importante ese trabajo de información y desmentir bulos para que no llegue a la población general. Por otra parte, redoblar ese trabajo para que la gente entienda que tiene que defender lo que les beneficia tanto a ellos como al resto de la población. Al final, la ideología fascista que defienden este tipo de grupos no trae ningún beneficio a la gran mayoría de población, porque la gran mayoría es clase obrera. ¿Qué beneficios va a traerle las políticas que defiende Vox en materia económica o social? Claramente ninguno. Hay que hacerle ver a la gente que el lado del que debería estar es el de quien defiende sus intereses, su libertad y sus derechos fundamentales.
Has hablado de un asunto que no suele tener especial espacio mediático: la bifobia. ¿Por qué se tiende a ignorar esta forma de violencia?
No le prestamos atención porque directamente no se considera que la bisexualidad sea una realidad, lo cual es un problema en sí. Pasa desde el momento en que, por ejemplo, personas que tienen que solicitar asilo político en otro país por estar perseguidas por su orientación sexual, tienen que esconder que son bisexuales. Porque hay muchos países que rebajan el nivel de violencia, argumentan que no es persecución de verdad y que esas personas pueden pasar por heterosexuales. Esa invisibilización está presente en todos lados, heredada de la tradición que ha considerado que la orientación es algo monosexual, que sólo puede ir en una dirección y que tiene miedo a que se desmonte el sistema sexual tal y como lo conocemos, en el cual la homosexualidad empieza a ser más aceptada porque se entiende que una persona gay o lesbiana puede adaptarse a las formas relacionales capitalistas, fundamentadas en la monogamia, tener un pisito, adoptar a un crío y tener una familia. El miedo es que la bisexualidad lo rompa todo, entonces no se visibiliza e incluso se intenta negar su existencia.
Precisamente esas cuestiones que mencionas, la institución de la familia, el matrimonio, poder tener hijos, han sido aspiraciones clave para el colectivo LGTBI. ¿Es hora de mirar hacia otra dirección?
Es completamente válido que existan personas que decidan coger el camino de la forma de vida relacional capitalista tradicional, además seguramente en el momento actual les va a otorgar un pequeño descanso en las peleas que van a tener que librar en su vida. Pero sí que pienso que los activismos LGTBI deberían superar el asimilacionismo que en su momento fue necesario, para pasar a un activismo que ahora mire hacia la completa libertad para poder desarrollarnos y relacionarnos como queramos. Y que nuestras formas de ser, de expresarnos, de querer, de mantener relaciones sexuales no estén supeditadas a lo que nos dice el sistema. Esa es la siguiente lucha, que beneficia no sólo a las personas LGTBI revolucionarias que no queremos seguir una estructura de vida monógama y tradicional, sino que beneficia a todo el mundo que quiera tener una vida más libre.
Los activismos LGTBI deberían superar el asimilacionismo para mirar hacia la completa libertad de poder desarrollarnos y relacionarnos como queramos
En esa dualidad entra el Orgullo Crítico frente al Orgullo LGTBI oficial. ¿En qué lado te sientes más cómodo?
Me siento más cómodo en el lado de los orgullos críticos y reivindicativos. Entiendo también la existencia de los orgullos mainstream porque a nivel histórico fue lo que permitió que nos visibilizáramos. En los años noventa nadie quería manifestarse a favor de la libertad sexual, algo todavía tabú, pero en cuanto se pusieron un par de carrozas, un poco de música y empezaron a entrar marcas comerciales, se consiguió que mucha más gente se uniera. Creo que eso se hizo por necesidad y no lo critico. Pero sí pienso que ahora es el momento de destituir la capitalización del movimiento, que ha hecho que se vacíe de contenido la reivindicación. Este año lo estamos viendo en su máximo esplendor: ahora mismo, con los ayuntamientos y comunidades autónomas en manos del Partido Popular y de Vox, se están rompiendo muchísimas celebraciones del Orgullo y las que se están celebrando están negando cualquier tipo de referencia al colectivo, se venden como una fiesta. Ni siquiera se celebran los avances conseguidos, porque no van a celebrar un avance que ellos mismos quieren impedir. Madrid, sin ir más lejos, ha escenificado el primer retroceso en cuanto a derechos LGTBI de la democracia. Esos orgullos mainstream ya no tienen una utilidad práctica para las reivindicaciones que estamos haciendo y necesitamos poner nuestra fuerza en lo que sí va a dar visibilidad y fuerza al movimiento.
Hay que recuperar las calles.
Hay que recuperar las calles, absolutamente.
Has hablado en reiteradas ocasiones de tus vivencias en torno a tener que abandonar tu ciudad. ¿Las personas LGTBI se sienten expulsadas de sus lugares natales?
Absolutamente y por desgracia, sigue pasando. Da pena porque precisamente las zonas rurales necesitan muchísimo trabajo de visibilidad, por todas las personas que van a seguir naciendo ahí y que van a socializar de una manera disidente de sexo o género. Lo vemos reflejado en el mundo drag, por ejemplo, toda travesti que se precia acaba mudándose a Madrid o Barcelona porque es donde tienen una escena drag y donde tienen oportunidades. Yo admiro mucho a amigas mías que se quedaron en Jerez y construyeron una escena drag desde cero y gracias a eso vinieron los orgullos críticos, las charlas, las reivindicaciones, las jornadas en centros culturales y se construyó una escena queer en un lugar donde antes no existía. Quizá si hubiera habido mucha más gente valiente, que ya la había, pero quizá no suficientemente visible, en Jerez de la Frontera cuando yo tenía diecisiete años, quizá ahora tendría una relación muchísimo más sana con el municipio que me vio nacer. Pero es verdad que son lugares que te expulsan, como me pasó a mí. Yo no me sentía seguro por la calle y me ha costado muchísimos años poder andar por Jerez sin miedo. Es muy triste. Yo me encuentro a 400 kilómetros de mi familia, todavía con ansiedad de pisar el sitio que me vio nacer. Ojalá se siga trabajando para que le pase cada vez a menos personas.
Yo no me sentía seguro por la calle y me ha costado muchísimos años poder andar por Jerez sin miedo
Hace más de un año que se aprobó la ley trans y parte de tu contenido ha sido desmentir bulos en torno a ella. ¿Cómo viviste toda la polémica que la acompañó?
Con mucha desesperación. Creo que además hubo una cosa que se hizo muy mal por parte del Gobierno: esa propuesta de ley, con un texto casi idéntico, ya se propuso en el año 2019 por parte del propio Partido Socialista. De repente cambian las tendencias, hay que diferenciarse del partido que la está proponiendo y entonces todo se convierte en un problema. Había que recortar, no se podía defender, se da difusión al argumentario tránsfobo de Carmen Calvo… no se tuvo la unidad a la hora de defenderla, que es lo que hubiera hecho falta cuando vino lo que vino después: el ataque mediático con el objetivo político de ir contra el Gobierno y el partido que propone la ley. Por el camino, por desgracia, cae una comunidad entera que ya está en riesgo de exclusión social y esto es completamente desesperante. Las personas trans tienen una de las tasas de desempleo más altas de este país, no tienen oportunidad de ganarse la vida dignamente, tienen unas tasas de suicidio altísimas por la discriminación diaria que sufren y han estado obligadas a unos procesos hormonales y psiquiátricos que les marcaban para toda la vida. Y de repente, cuando intentamos compensar un poco, sólo un poco, todo ese sufrimiento, nos encontramos a todo el aparato mediático y político atacando a una comunidad que ya está en exclusión social sólo por interés político. Es de lo más doloroso que hemos visto en años en cuanto al trato de la comunidad LGTBI y me parece que la historia debería recordarlo.
¿Se consumó una ruptura con el movimiento feminista en un momento en que las alianzas eran más necesarias que nunca?
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Yo no creo que la ruptura de la que tanto se habla sea tan significativa, sino que se ha ampliado brutalmente. Los medios de comunicación han intentado hacer todo lo posible para que los grandes enemigos de las ideologías de derechas se coman entre ellos, se ha alimentado desde ahí. Mi sensación en cuanto a los activismos, cuando voy a asociaciones, a ayuntamientos, cuando me relaciono en redes sociales, es que la grandísima mayoría de personas que encuentro luchando a mi lado y haciendo las mismas políticas que yo defiendo son mujeres feministas. El movimiento feminista y el movimiento LGTBI no es que sean movimientos hermanos, es que son prácticamente el mismo, con los mismos enemigos y con los mismos objetivos, exactamente los mismos. Hay una reacción transexcluyente dentro de los feminismos clásicos, existe pero no creo que sea mayoritaria, creo que responde más bien a unos intereses económicos y políticos, simplemente se le ha dado extrema visibilidad porque había un interés en aparentar que no nos llevamos bien, cuando no es verdad.
Los medios de comunicación han intentado hacer todo lo posible para que los grandes enemigos de las ideologías de derechas se coman entre ellos
En tus redes destaca la presencia de Irene Montero. ¿Qué te parece el papel de la nueva ministra, Ana Redondo? Ha sido especialmente polémico el nombramiento de Isabel García al frente del Instituto de las Mujeres.
La transición del ministerio de Irene Montero al de Ana Redondo tenía una intención: dejar claro que las políticas de Irene Montero, las políticas de igualdad que se habían hecho durante su etapa al frente del ministerio, eran algo que no se iba a repetir nunca más. El PSOE quería dejar eso bien claro, porque objetivamente creo que piensan que ha sido un lastre para el Gobierno, que estaba perdiendo público masculino o público tradicional. En lugar de defender el avance en derechos feministas y LGTBI, han decidido desligarse completamente y reducir el paso. Para eso han escogido a un perfil como el de Ana Redondo, sin registro en redes sociales, no podíamos saber qué pensaba de muchísimos asuntos y no había hecho políticas de forma visible hasta el momento. En un primer momento quisimos darle el beneficio de la duda, pero a estas alturas ¿cuáles son las políticas del Ministerio de Igualdad? ¿A qué se ha dedicado este tiempo? Aparte de negar de forma categórica que se plantee siquiera la aceptación y el reconocimiento de las personas de género no binario y aparte de ese nombramiento de la directora del Instituto de las Mujeres que tiene un historial de violencia tránsfoba. Se ha reducido al Ministerio de Igualdad a un organismo decorativo y que no moleste, para que toda esa gente que el Gobierno actual piensa que había perdido debido a unas políticas feministas muy criticadas en los medios, deje de mirar con recelo al Gobierno y al Partido Socialista. Me da tremenda pena porque creo que el Ministerio de Igualdad es un ministerio completamente necesario cuyo trabajo debería ser celebrado por todos los medios.
Daniel Valero tardó años en sentir que podía volver a pisar la ciudad que le vio nacer sin experimentar el miedo que le había acompañado durante su infancia y que, tiempo después, le expulsaría de las calles que debería haber sentido como propias. Dejó Jerez de la Frontera igual que tantos otros dejan sus ciudades natales: sabiendo que poco tienen de libres las decisiones tomadas a fuerza de exclusión y soledad. Años después, el escritor, periodista e influencer de apenas treinta años transformó aquella violencia en altavoz. Con 138.000 seguidores en Instagram, 69.100 en Twitter y 98.100 suscriptores en Youtube, el conocido como Tigrillo habla sin tapujos de los derechos de las personas trans, pone nombre a la bifobia y desmonta los bulos de la extrema derecha. Pero no sólo: en sus redes sociales también hay lugar para la precariedad laboral, el problema de la vivienda y la pobreza estructural que atraviesa las vidas de la clase trabajadora. Y por eso tiene claro que este 28 de junio, día del Orgullo LGTBI, la tarea urgente no es otra que salir, gritar y construir horizontes de emancipación. "Hay que recuperar las calles", asiente en entrevista con infoLibre.