IGUALDAD

Por qué decir que los hombres son violadores en potencia no debería indignar tanto (a algunos)

Cientos de mujeres durante una manifestación convocada por el Movimiento Feminista de Madrid por el 8M, Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de 2023, en Madrid (España).

"¿Para qué sirve decir que todos los hombres son violadores en potencia? ¿Cuál es la utilidad de la frase?". Pregunta Ricardo Moya, conductor del podcast El sentido de la birra. "La utilidad de la frase es entender el fenómeno". Contesta Júlia Salander, divulgadora feminista. Y prosigue: "Cuando en un fenómeno vemos un patrón de conducta y una desigualdad tan grande en quién es la víctima y quién es el agresor, hay que ponerlo encima de la mesa". La conversación aterrizó en las redes sociales y a partir de ahí, se disparó la reacción: ¿son todos los hombres violadores en potencia?

La afirmación de la politóloga corrió como la pólvora en redes sociales. La reacción antifeminista, siempre alerta, se apresuró en cargar contra la activista –incluidos los insultos en platós de televisión–, retorcer sus palabras y ridiculizar unos postulados que el feminismo lleva años planteando. "Julia Salander, está zorra primigenia dice q los hombres somos violadores en potencia por el mero hecho de ser hombres. La muy puta nos deshumaniza y nos niega la condición de persona, asignándonos la condición de animal irracional violento. Yo me cago en sus muertos. Alguien más?". El tuit acumula siete mil me gusta.

Acto y potencia

En medio de la oleada de violencia y hostilidad, hay quien genuinamente se pregunta qué significa la idea de que todos los hombres son violadores en potencia. La periodista feminista Ana Bernal Triviño lo explica en este artículo, centrándose en una clave que es en realidad la cuestión central: el término en potencia. El punto de partida es fundamentalmente filosófico: "Quien se sienta sensible a 'somos violadores en potencia', debe repasar a Aristóteles, y la diferencia entre 'potencia' y 'acto'. Por ejemplo, una semilla es en potencia un árbol, y cuando en acto es árbol, en potencia puede ser o un mueble o madera para quemar o papel", explica Bernal Triviño.

La propia Júlia Salander lo subraya en el podcast: "Que todos los violadores sean hombres, no significa que todos los hombres sean violadores". 

Apuntar a la estructura

Por un lado, están las cifras: según datos del Ministerio del Interior, el 94% de los responsables de los delitos contra la libertad sexual son hombres. Pero no es sólo una cuestión de estadística y probabilidad, sino que detrás de la afirmación se instala el fenómeno sociocultural, la verdadera raíz del asunto. Ahí pone el acento Paola Aragón, periodista feminista. "El problema no es que haya muchos, sino la estructura que hay detrás para que eso pueda suceder y suceda", expone a preguntas de este diario. Y ahí entra en juego una vieja conocida: la cultura de la violación.

"La cultura de la violación es inherente a la construcción de la institución heterosexual" que es al mismo tiempo "la consecuencia lógica y la condición necesaria" para que los sujetos hombre y mujer sean construidos socioculturalmente. ¿Y cómo se construyen ambos géneros? "En oposición entre sí", responde Aragón. "El sujeto hombre se construye como potencialmente violador porque es el que accede a los cuerpos de las mujeres", moldeadas al mismo tiempo como sujetos "pasivos, accesibles y disponibles sexualmente". Si ellos son "violadores en potencia", ellas son "violadas en potencia" porque su relación, en un contexto heteropatriarcal, se basa en "la erotización de la desigualdad y el abuso de poder".

Si en todas las sociedades existen hombres que agreden sexualmente a mujeres, es porque existe una base previa que posibilita que así sea. Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género, se detiene en explicar esa base: "La violación es una decisión de los hombres facilitada por circunstancias sociales y culturales que llevan a interpretar la realidad como una situación facilitadora de la violencia sexual". Es decir, si un hombre decide individualmente violar es precisamente porque detrás de esa decisión se encuentran "las condiciones para poder violar". Y esas condiciones interpelan al conjunto de los hombres, aunque no todos vayan a ejercer violencia.

La niña, el bar y el polo de limón

Cristina Fallarás, escritora feminista, aterriza el debate teórico al plano de lo palpable y le da forma de relato. "Hay un padre con su hija de doce años en un pueblo de la costa. La niña quiere un polo de limón y señala al bar del pueblo, ocupado por varios grupos de hombres. Ella quiere ir a comprarse un polo. Es media tarde y los hombres llevan varias copas. La niña insiste. ¿El padre la deja ir sola, la acompaña a comprarse el polo, o va él? ¿Está esa decisión mediada por la idea de que los hombres son potenciales violadores?".

Fallarás añade otra reflexión que va directa al corazón de la extrema derecha: si el discurso racista y reaccionario advierte de la violencia sexual ejercida supuestamente por los extranjeros que atraviesan nuestras fronteras, ¿no están ellos hablando de los hombres como potenciales violadores? "Santiago Abascal cree que los hombres migrantes son violadores en potencia, no piensa en ningún caso que las mujeres extranjeras lo sean", lanza la activista.

Otros mundos posibles

¿Qué es la cultura de la violación?

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Tenemos los datos, conocemos la estructura sociocultural y podemos imaginar las anécdotas de un pueblo costero. Pero aún así, los hombres se sienten interpelados, quizá atacados, ante el dedo acusador. No es nuevo: ocurrió algo similar ante la eclosión del grito de la feministas chilenas clamando "el violador eres tú" y la recurrente réplica masculina representada por la corriente #NotAllMen –no todos los hombres–. "Si una sociedad tan lista e inteligente como la nuestra no es capaz de entenderlo sin sentirse ofendidos, eso demuestra que efectivamente existen una serie de condiciones generalizadas para que un hombre decida violar", zanja Lorente.

Ricardo Moya planteaba en su podcast que presentar a los hombres como violadores en potencia podía, incluso, llegar a "estigmatizar" a los varones. ¿El feminismo debe medir su discurso para no incomodar, para evitar la confrontación e incluso para seducir a quien tiene enfrente?

"Depende a lo que se aspire", responde Aragón. A su juicio, "a las cosas hay que llamarlas por su nombre para problematizarlas e imaginar otros mundos posibles". Si algo no te incomoda, completa, "no es una revolución, es meramente reformista", mientras que "algo que te conflictúa es algo que realmente tiene un potencial transformador, porque es lo que te lleva a hacerte preguntas". Fallarás rechaza que las feministas deban "modular lo que piensan sólo por no crear reacción. El posibilismo no se lleva bien con el feminismo, porque para nosotras habría supuesto no hacer nada". 

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