
La vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, expuso la noche del lunes ante los micrófonos de la Cadena Ser un episodio de machismo protagonizado por un periodista en el Congreso. Sobre la mesa, una situación incómoda, tensa e incluso violenta, pero absolutamente normalizada. Tras su narración, una cascada de comentarios despectivos por parte de la derecha, quien no ha dudado en tildar a la vicepresidenta de exagerada y frívola. La cuestión de fondo esconde en realidad un debate cíclico sobre los piropos, sus raíces, su contexto y el efecto sobre las mujeres, especialmente en entornos laborales.
"Un periodista, sin rubor, hizo un apelativo a mi estado físico. Que le importaba poco lo que yo dijera en la tribuna, que eso estaba muy bien pero… que estaba cada día más guapa", narraba Yolanda Díaz al ser preguntada si había vivido discriminación en su cargo. "Yo soy vicepresidenta del Gobierno. Imagínese lo que vivimos las mujeres a diario", agregaba.
La mirada patriarcal ha sido capaz de escindir al piropo de su significación machista, atribuyéndole un papel no sólo inocuo, sino también halagador. O incluso encajándolo como expresión del ingenio popular y la picaresca española. Pese a los muchos debates que ha suscitado históricamente, pese a que las voces feministas se han esforzado en problematizarlo, todavía hay quien entiende que situarlo en el marco de las violencias cotidianas que sufren las mujeres es, como mínimo, frívolo. Un recordatorio: la exdiputada de Vox Carla Toscano llegó a escenificar en la Cámara Baja, tras la aprobación de la ley del sólo sí es sí, una defensa a ultranza del piropo en esos términos: "Es una pena que su odio a la belleza y al hombre nos hagan perdernos esas muestras de admiración".
La misma idea ha vuelto a aflorar ahora con las muchas respuestas que ha suscitado el relato de Yolanda Díaz.
"Ni toda crítica ni todo halago es machismo. Machismo es que el hombre pretenda prevalecer sobre la mujer solo por el hecho de serlo. Basta de frivolizar con conductas que a veces cuestan vidas", publicó este martes el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, en sus redes sociales. Patricia Reyes, directora general de Ia Mujer en la Comunidad de Madrid, sencillamente tachó la vivencia compartida por la vicepresidenta como "un verdadero insulto para las mujeres que sufren discriminación".
A las declaraciones que enseguida se hicieron virales en redes sociales, les siguió la hemeroteca. Concretamente un vídeo en el que la propia Yolanda Díaz saludaba afectuosamente al líder de la patronal, Antonio Garamendi, en junio de 2023. Al saludo lo acompañó un "qué guapo estás" por parte de la responsable de Trabajo. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, fue uno de los encargados de recordarlo este martes.
¿Son equiparables ambas situaciones?
"Nos evalúan como mujeres, no como profesionales"
Las voces consultadas creen que no. Begoña Marugán, profesora de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid especializada en género, introduce otra pregunta: "¿Nos imaginamos a una periodista piropeando a un ministro en un entorno de trabajo?". Marugán destaca en ese sentido que ni siquiera el estatus de la vicepresidenta en la escala jerárquica es suficiente para contener los sesgos de género en las relaciones sociales. "Es una ministra" pero no merece respeto, porque "nos valoran o evalúan como mujeres, no como profesionales o autoridad", abunda.
Coincide María Eugenia Rodríguez Palop, exeurodiputada y profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III. Palop pone en valor el papel del contexto para "entender e interpretar todo aquello que está fuera de lugar" y subraya la importancia de no obviar las "relaciones de subordinación jerárquica, el dominio de poder de uno sobre otro y los contextos capaces de explicar por qué ciertas conductas son intimidatorias". Y en ese punto, el género tiene un papel clave.
Para entenderlo no hay más que echar un vistazo a la expresión máxima del machismo: la violencia de género. No es casualidad que las voces que hoy ponen en el mismo plano los dos episodios alrededor del piropo, sean las mismas que se empeñan en equiparar la violencia venga de donde venga, sin tener en cuenta los análisis de género. Partiendo de esa premisa, es necesario "deshacer la asociación que hay entre el piropo pronunciado por un hombre y el que hace una mujer, porque las estructuras de dominación favorecen a los hombres y en según qué contexto pueden ser intimidatorios. Esto, a la inversa, no pasa", aclara Palop.
Las voces consultadas insisten en otro extremo: cómo los comentarios hacia el físico de una mujer no sólo no son inocentes, sino que pueden ser constitutivos de acoso. "Esto se da especialmente en el caso de mujeres en posiciones de proyección social y mediática", apostilla la filósofa. "No todo piropo es acoso, pero sí puede llegar a serlo". Marugán señala como punto de partida el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que España ha ratificado y que pone de manifiesto que "el acoso verbal también es una forma de acoso" que, además, expresa "una opinión que nadie ha pedido".
La estética como estrategia
La periodista feminista Paola Aragón sugiere dos planos diferenciados en lo que respecta a la valoración estética de los políticos. Por un lado, reprueba los comentarios explícitos sobre el físico de las mujeres verbalizados de forma "absolutamente escrutadora y en un contexto laboral", sobre todo si el emisor del mensaje "es alguien con quien no se tiene especial confianza" y de forma sorpresiva hace "una valoración personal evaluando el físico o diciendo si estás guapa o fea". Esto, asiente, "puede ser violento, invasivo e incluso bloqueante".
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Pero esta "valoración acrítica, descontextualizada y con un sesgo patriarcal" la contrapone a un análisis elaborado en torno a la estrategia comunicativa de los representantes políticos a través de su expresión estética. A su juicio, es importante dejar claro que políticos del perfil de Yolanda Díaz –también hombres como Pedro Sánchez o Justin Trudeau, cita– "hacen un uso político explícito de su apariencia, tratando de potenciar una imagen de belleza y atractivo".
"Tenemos que poder hablar de ello porque es parte de una estrategia comunicativa activa, explícita y consciente", defiende. Pero incluso esa estrategia está atravesada por sesgos de género: "Cabría preguntarnos si en el caso de los hombres eso convive con el protagonismo de sus hechos y palabras", mientras que en el de las mujeres "se vuelve una trampa porque las anula por el contexto patriarcal en que esa estrategia se inserta". En el episodio con Yolanda Díaz parece claro: el periodista señalado por la ministra devalúa expresamente sus méritos, al restar importancia a su discurso político en la tribuna para poner en valor únicamente su apariencia física.
En todo caso, zanja la periodista, el piropo "tal y como está narrado es una conducta invasiva porque no tiene un sentido político ni informativo", sino que sólo pretende "validar a una mujer en términos personales y desde la mirada masculina clásica".
La vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, expuso la noche del lunes ante los micrófonos de la Cadena Ser un episodio de machismo protagonizado por un periodista en el Congreso. Sobre la mesa, una situación incómoda, tensa e incluso violenta, pero absolutamente normalizada. Tras su narración, una cascada de comentarios despectivos por parte de la derecha, quien no ha dudado en tildar a la vicepresidenta de exagerada y frívola. La cuestión de fondo esconde en realidad un debate cíclico sobre los piropos, sus raíces, su contexto y el efecto sobre las mujeres, especialmente en entornos laborales.