El socialista Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno, cree que la manera adecuada –la más idónea, la más correcta, la más efectiva y la más convincente– de rebatir a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, es banalizar su discurso y apelar a su peinado. Interpelado por las críticas de la también líder de Sumar contra el expresidente Felipe González, el entrevistado decide que la mejor respuesta no es una réplica política, sino desviar el foco, ridiculizar a su adversaria y restarle valía enfatizando en su aspecto físico: "Le habrá dado tiempo entre una peluquería y otra". La ministra de Trabajo en funciones no tardó en plantar cara al machismo encarnado por el exvicepresidente: "Todas las discrepancias son bienvenidas pero los comentarios machistas no tienen acogida. Desde aquí digo: se acabó con el machismo en España y en Europa".
"No es novedoso que algunos hombres respetados, como Alfonso Guerra, tiren de machismo en ‘modo Rubiales’ para cuestionar a una mujer que hace política. Hoy le ha tocado a Yolanda Díaz. Es tan habitual como inaceptable. España ya ha cambiado, aunque no se hayan dado cuenta". Son palabras de la ministra de Igualdad, Irene Montero, quien horas después de las declaraciones publicó un mensaje de condena en sus redes sociales.
En pleno fervor feminista gracias a la impugnación expresada por las mujeres a través del movimiento #SeAcabó, la ministra ha enfatizado en que la mayoría social ya no tolera comentarios que son leídos como una forma de violencia política contra las mujeres. Ponerle nombre a este fenómeno no es un paso simbólico: las feministas llevan años dando la batalla para romper con décadas de normalización de la violencia. No se trata de inventos, ni exageraciones. Una encuesta de la Unión Interparlamentaria (UIP), revela que el 81,8% de las parlamentarias de todo el mundo experimentó violencia psicológica, el 44,4% recibió amenazas de muerte y hasta el 25,5% sufrió violencia física en sede parlamentaria. El 38,7% considera que la violencia política contra ellas socava el cumplimiento de su mandato y lastra su libertad de expresión. El 46,7% reconoce temer por su seguridad y la de sus familiares.
Los ejemplos no son pocos e Irene Montero es probablemente quien mejor lo sabe. "Su único mérito es haberse estudiado en profundidad a Pablo Iglesias", fue la lamentable elección de la diputada ultra Carla Toscano para criticar las políticas de igualdad ejecutadas por la ministra. Montero pidió en ese momento mantener la intervención de la parlamentaria en el diario de sesiones, para demostrar la existencia de la "violencia política" que se ejerce contra las mujeres. "Para que no se borre, para que después de mí no venga ninguna, para que se pueda saber que las feministas y las demócratas somos más y vamos a parar a esta banda de fascistas con más derechos", subrayó Montero.
Sobre ella, sus adversarios han dicho que "está donde está porque la ha fecundado el macho alfa", en boca de la exconsejera de Economía del Ayuntamiento de Zaragoza, Carmen Herrarte (Ciudadanos) y ahora diputada del Partido Popular en las Cortes de Aragón. También que es "inútil y soberbia", según el diputado conservador Víctor Píriz, o que "tiene la boca llena de llagas de chupársela al coletas", en palabras del exedil del Ayuntamiento de Villar de Cañas (Cuenca), José María Saiz. Este último sí obtuvo una reprimenda por sus ataques: su partido, el PP, le suspendió de militancia.
El físico de las mujeres como campo de batalla
El pasado mes de febrero, era la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, quien concentraba las miradas por un detalle que nada tiene que ver con su proyecto político. En un acto de su partido en torno a la ley del sólo sí es sí, la secretaria general de Podemos aparecía ante las cámaras con un jersey y sin sujetador. "¿En serio, Ione Belarra?", se preguntaba el asesor de Vox Bertrand Ndongo. "Basta de avergonzar a las mujeres, basta de violencias", respondía la ministra
Es raro el día en que la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, no recibe algún comentario en redes sociales ridiculizando y violentando su aspecto físico. "La cantidad de comentarios que recibo sobre mi peso y mi aspecto son intolerables", decía en redes sociales a finales de julio, tan sólo unos meses después de replicar a otro usuario: "Estaría muy bien que las críticas a lo que hacemos no fueran ni por mi peso, ni por nuestra capacidad intelectual, nuestra vida privada o cualquier cosa parecida"
Y no sólo en redes sociales: "El estilo político de Pam, su lenguaje procaz y maleducado, su actitud frívola y desacomplejada y su estética kitsch y feísta son la encarnación del modelo de sociedad que pretende imponer el radicalismo", escribía en marzo el periodista y director del diario El Mundo, Joaquín Manso.
Lo cierto es que no es necesario hacer un ejercicio profundo de investigación para encontrar insultos, vejaciones y humillaciones constantes a líderes políticas de distinto signo por su aspecto y su vida privada. El secretario general del PP en Galapagar arremetió en 2015 contra la entonces portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís, al comentar que "se ha comido toda una fábrica de bollos y se está poniendo fondona". La respuesta en las redes sociales fue tal que el hastag #YoTambiénEstoyFondona se convirtió en trending topic, en señal del apoyo masivo hacia la política madrileña.
"¿Por qué las tiorras separatistas, ora vascongadas, ora catalanas, ora de Bildu, ora de la CUP, han de ser tan feas?", se preguntaba el periodista Antonio Burgos en una columna publicada por el diario Abc, allá por 2016. Un par de años antes, otro periodista, Alfonso Rojo, se enfrentaba a Ada Colau, entonces portavoz de la Plataforma Antidesahucios (PAH), juzgando que estaba "muy gordita para el hambre que se pasa". Lo hizo en pleno prime time y ante los ojos de miles de espectadores.
Ver másQué es la violencia política contra las mujeres y por qué ha arraigado en el debate público
En 2010 no pasaron desapercibidas las palabras del exalcalde de Valladolid Javier León de la Riva contra la en aquel momento ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín. "Cada vez que le veo la cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a decir aquí". Hoy cabría esperar que la mayoría social tendría claro que se trata del ejemplo perfecto de la cultura de la violación. Hace una década no logró superar la categoría de lo políticamente incorrecto, pero puramente anecdótico.
Ni vestidos de tirantes, ni trajes de chaqueta
Un año antes, en enero de 2009, la entonces portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, protagonizaba una portada de El Mundo con un posado atípico, descalza y con un vestido de tirantes, que se publicaría en el suplemento dominical. En un editorial del propio periódico, el entonces director del medio, Pedro J. Ramírez, decía: "Puesto que Zaplana nunca se fotografió en tanga, y no se recuerdan posados de ministros, es obvio que esto demuestra que las fantasías, las aspiraciones de muchas mujeres son distintas que las de la mayoría de los varones". El escritor y filósofo Agapito Maestre subía la apuesta: "Alguien podría decir que está impostando a alguna profesional de ese oficio más antiguo de la humanidad", lanzó en una tertulia de televisión.
A la socialista Carme Chacón le llovieron críticas por sus elecciones estilísticas durante su mandato al frente del Ministerio de Defensa. En el año 2008, tras acudir a la Pascua Militar vestida con traje de pantalón y chaqueta, el secretario general de la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME) expresaba su ferviente oposición tachándola de "progre y moderna". En aquel momento, la entonces ministra se encontró con una inesperada alianza: la de la conservadora Esperanza Aguirre. "Como mujer que se dedica a la política, me indigna que sea motivo de discusión lo que nos ponemos, cómo nos peinamos, y cómo nos cortamos el pelo… eso no pasa con los hombres", pronunció hace ahora quince años. Hoy, parece, hay quien todavía no lo ha entendido.
El socialista Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno, cree que la manera adecuada –la más idónea, la más correcta, la más efectiva y la más convincente– de rebatir a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, es banalizar su discurso y apelar a su peinado. Interpelado por las críticas de la también líder de Sumar contra el expresidente Felipe González, el entrevistado decide que la mejor respuesta no es una réplica política, sino desviar el foco, ridiculizar a su adversaria y restarle valía enfatizando en su aspecto físico: "Le habrá dado tiempo entre una peluquería y otra". La ministra de Trabajo en funciones no tardó en plantar cara al machismo encarnado por el exvicepresidente: "Todas las discrepancias son bienvenidas pero los comentarios machistas no tienen acogida. Desde aquí digo: se acabó con el machismo en España y en Europa".